Solo y abatido. Así se sentía el piloto Antoine de Saint-Exupéry en su apartamento de Nueva York que compartía con su esposa Consuelo. La pareja llegó a la Gran Manzana en la navidad de 1940 desde Lisboa, huyendo de la ocupación alemana de Francia. Una estadía que en principio sería solo de unos meses, finalmente se prolongó poco más de dos años.
En la ciudad, el galo no se sentía cómodo. Aunque tomó clases de inglés, nunca llegó a dominar el idioma. Trató de acercarse a la comunidad francesa residente, pero no encajó. Incluso el mismísimo Charles de Gaulle le acusó de haber colaborado con los alemanes, lo que le afectó profundamente. A ello se sumaba la mala relación con su mujer, a causa de las constantes discusiones suscitadas por sus escapadas nocturnas.
Por ello, el escritor comenzó a refugiarse en sus pasiones. Escribía a menudo cartas a sus amigos y a su amante Silvia Hamilton, las que acompañaba con pequeños dibujos. En estos había una imagen que repetía a menudo: un niño, parecido a él, con poco cabello y chaqueta. Era una suerte de personaje que hablaba por él. Sus cercanos le sugirieron que escribiera una historia a partir de la caricatura. Antoine, lo pensó.
Para los estadounidenses, el francés era un triunfador. Desde el lanzamiento de su primera novela en 1926 (llamada El Aviador), sus escritos habían ganado una creciente reputación y en general se vendían bien en el mercado. Precisamente esa conexión con las editoriales le permitió generar los contactos para llegar a vivir al país gobernado entonces por Franklin Delano Roosevelt.
Una tarde de 1942 se reunió con Elizabeth Reynal -esposa del editor Eugene Reynal-, en el Café Arnold de Nueva York. Ellos se conocían porque la editorial de la pareja había lanzado su libro Tierra de Hombres (1939), el que había sido reconocido con el premio a la novela por parte de la Academia Francesa.
Mientras charlaban, Saint-Exupéry comenzó a dibujar una y otra vez al hombrecito de sus cartas. Reynal lo notó y en ese momento le comentó que debía convertirlo en el héroe de una novela infantil. No era casual, pues en esos días los libros dedicadas al público joven estaban en boga, especialmente en el género de las aventuras. Tras negociar los términos del acuerdo, finalmente el autor se comprometió a trabajar en un texto y recibió un adelanto de tres mil dólares.
Con el dinero, el aviador compró un cuaderno y unas acuarelas. Con ellos, se lanzó a trabajar en forma intensa durante 27 meses, los que vivió en diferentes espacios, como su departamento en Central Park West, una mansión alquilada en Long Island, la residencia de un amigo en la Calle 52 y el apartamento de Silvia.
Durante varias jornadas escribió de forma meticulosa. Probaba y editada párrafos una y otra vez e incluso telefoneaba a sus amistades en Estados Unidos y París para leerles algunos fragmentos de la obra y recibir sus comentarios. Todo amenizado por incontables tazas de café y cajetillas de cigarrillos.
Para crear a los personajes de El Principito, Saint-Exupéry no fue muy lejos e indagó en su memoria. El piloto extraviado sería él mismo. La rosa representa a Consuelo. El zorro, que insiste en ser domesticado, se inspira en los animales que conoció en el norte de Africa mientras estaba destinado en Cabo Juby. Algunas de las frases que pronuncia ese mamífero se inspiraron en las conversaciones que tenía con Silvia. La boa le surgió a partir de los recuerdos sus viajes por Sudamérica. El farolero se creó a partir de uno que conoció durante unas vacaciones en Francia.
Además, el aviador aprovechó el tiempo para crear todas las ilustraciones del relato. De niño le gustó dibujar, e incluso antes de integrarse a la Fuerza Aérea quiso estudiar arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de Francia. Pese a que él mismo consideraba que no tenía el talento necesario para ello, garabateaba a menudo.
Hay dos tesis respecto al origen del accidente aéreo que inspira el comienzo del relato. Unos dicen que ocurrió en 1935 cuando se estrelló junto a un compañero en el desierto de Libia, para luego vagar por varios días hasta que fueron rescatados por los beduinos. La otra versión es que en realidad ocurrió en Guatemala, en 1938, al malograr su nave cerca del aeropuerto de La Aurora. Como se debió someter a una larga recuperación, se quedó en el país, en particular la ciudad de Antigua, la que habría servido de base para el asteroide B612, a partir del detalle de los volcanes, también presentes en la ciudad centroamericana.
Cuando concluyó el libro, Saint-Exupéry le entregó el manuscrito original y las ilustraciones a Silvia quien los hizo llegar a la editorial Reynal & Hitchcock que lo publicó en abril de 1943. Por esos días, se apuntó en las Fuerzas Francesas Libres que luchaban junto a los aliados en el mediterráneo. Tras mucho insistir, logró que le asignaran algunas misiones. En junio de 1944 se le envió a un reconocimiento de líneas enemigas en el valle del Ródano. Nunca regresó.