Las utopías y el pragmatismo de Eric Hobsbawm

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El historiador británico Eric Hobsbawm, fallecido en 2012 a los 95 años.

Se publica en Gran Bretaña Eric Hobsbawm. A life in History, que reconstruye los 95 años del célebre autor británico sobre la base de una multitud de fuentes, varias de ellas inéditas, como su diario personal y su copiosa correspondencia. El autor de la biografía habla con Culto.


Eric John Ernest Hobsbawm (Alejandría, 1917 - Londres, 2012) llevó por largos años un diario personal. En la entrada del 1° de septiembre de 1936, se describe como "un rubio alto, anguloso, delgado y feo, de dieciocho años y medio, con un don para la comprensión rápida y con un saber general amplio, pero superficial". Un ser "egoísta, profundamente antipático para algunos y simplemente ridículo para otros, la mayoría". Que "quiere convertirse en un revolucionario, pero de momento no tiene talento alguno para la organización". Que "tiene esperanza, pero no mucha confianza".

De quien fue el "historiador más conocido del mundo", al decir de Tony Judt, se ha escrito bastante. De hecho, el propio autor de Historia del siglo XX ya había publicado sus memorias -traducidas en 2003 como Años interesantes-, donde habla más de su vida pública que de la privada o la íntima: poco y nada nos acercamos, por ejemplo, a ese muchacho del párrafo anterior. Y allí donde la mirada retrospectiva modela las cosas a su amaño, una entrada de diario puede expresar las inquietudes y urgencias del momento presente.

Ese individuo puertas adentro y los demás que habitaron en Hobsbawm, asoman en la primera biografía que se le consagra: Eric Hobsbawn. A life in History. Un trabajo entre cuyas muchas fuentes hay varias que se hallaban inéditas, como los mencionados diarios y una abundante correspondencia (para no mencionar su carpeta en los archivos del MI5 británico, parcialmente desclasificada en 2015).

El responsable es un colega y compatriota, Richard J. Evans, autor de una celebrada trilogía sobre los años del nazismo (La llegada del Tercer Reich, El Tercer Reich en el poder y El Tercer Reich en guerra). Académico e intelectual público, Evans había escrito 28 libros, nunca una biografía, pero según cuenta a Culto, se colgó de un aserto de A.J.P. Taylor: "la biografía no es historia, pero todo historiador debería escribir una".

Poco después de la muerte de Hobsbawm, la Academia Británica le encargó una "memoria biográfica" de las que se dedican a personalidades de su calado, y trabajaba en eso cuando fue a la casa del difunto: el piso superior albergaba material tan "rico y voluminoso", que la opción de escribir una biografía hecha y derecha "era demasiado buena para dejarla pasar", consideradas además las proximidades profesionales entre ambos.

Evans pidió y consiguió los permisos respectivos, tras lo cual vinieron años de investigar y unir puntos. El resultado es iluminador respecto de alguien que, como pocos, construyó puentes entre la historia y los interesados en conocerla.

Militante atípico

En vida, Hobsbawm no rehuyó las controversias asociadas a sus adhesiones y pasiones políticas, aspecto que, ya fallecido, aún lo persigue. Cierta prensa, tras la aparición de la biografía en febrero último, se dedicó a establecer si el biógrafo -de orientación socialdemócrata- había sido severo o condescendiente en este punto con el biografiado. Como quien se pone el parche, Evans escribe en el prefacio que lo suyo fue presentar al personaje y que dejó "en manos de los lectores decidir sobre lo que [su biografiado] dijo, hizo, pensó y escribió".

El libro toma nota de los reproches a Hobsbawm, en particular por su posición respecto de las atrocidades perpetradas en la ex URSS y denunciadas por Nikita Kruschev en 1956. El conocimiento de estos crímenes, así como el aplastamiento de la Revolución húngara el mismo año, significaron la renuncia al diminuto PC británico de buena parte de sus intelectuales. Pero Hobsbawm, que se había incorporado en 1936, siguió en el partido hasta su disolución, en 1991. Eso sí, la suya fue una pertenencia chúcara a una entidad que se distinguía por la disciplina de sus miembros.

Hobsbawm hacía lo que no se acostumbraba, casi desde el comienzo. Según Evans, "fue un pragmático en política. Su comunismo nunca fue sectario ni dogmático, ni siquiera en los primeros años de compromiso adolescente con la causa", actitud que ejemplifica con su participación en las campañas del Partido Laborista en 1935 y 1945. No sentía tanta lealtad al Partido Comunista como a la causa del socialismo en general, y nunca hizo las cosas que un militante debía hacer: publicar solo en los órganos del partido, vender la prensa partidaria en las esquinas y marginarse de la sociedad "burguesa".

Igualmente, en sus escritos abandonaba la ortodoxia de un partido que "con frecuencia le enviaba cartas, que él inmediatamente echaba al basurero, exigiéndole que se comportara como un buen comunista". Ni qué decir de cuando se introdujo en el ambiente londinense del jazz en los 50 y empezó a escribir con el seudónimo de Francis Newton (nombre tomado de un músico… comunista): este mundo, se plantea en la obra, cumplió la función de familia sustituta que desde su adolescencia berlinesa había tenido el PC. Nada menor para alguien que perdió muy tempranamente -a los 13 años- a ambos padres.

Hobsbawm, dice Evans a Culto, "creyó toda su vida en el triunfo final de la idea comunista (…) No perdió su fe en esa idea, pero esta era más abstracta y vaga que el partido real". De ahí que se haya alejado de la línea dura del PC británico, "acercándose al eurocomunismo italiano, más liberal, a medida que los elementos de marxismo en su trabajo histórico se fueron diluyendo".

Por otro riel, deja ver el autor en su libro, transita el entusiasmo de Hobsbawm por Latinoamérica: "La posibilidad de una revolución social podría ser remota en Europa o en África, incluso en el subcontinente indio, pero en América Latina 'el despertar del pueblo' ya había comenzado", según reportaba el historiador en 1963. De ahí sus viajes a Colombia, Perú, Brasil y Chile, donde además tenía parentela ("estoy loco por este continente", reveló a una amistad, poco después de estar en Santiago). Una década más tarde, en particular tras el derrocamiento de Salvador Allende, el ánimo era otro: el "Once", dice hoy el biógrafo, "fue un duro revés para sus esperanzas".

"Una vida fascinante"

Su posición político-ideológica no hizo de Hobsbawm un historiador determinista. Fue, más bien, imprevisible y progresivamente cercano al público no especializado. En obras como Rebeldes primitivos (1959, traducida al castellano en 1983) y Bandidos (1969, traducida en 2003) abordó sujetos "prepolíticos" y formas arcaicas de organización, allí donde la ortodoxia marxista instalaba la necesidad de historiar una clase con conciencia de tal.

También contribuyó a la fundación de la influyente revista Past & Present (1952), y los libros que publicó entre fines de los 60 y comienzos de los 70, escribe Evans, "tuvieron un rol central en una revolución historiográfica británica: la llegada de la historia social". En tanto, ante el cliché según el cual la historia la escriben los ganadores, para Hobsbawm "los perdedores resultan ser los mejores historiadores".

Asimismo su pluma, que conoció desde temprano la escritura de textos no académicos (fue crítico de cine a fines de los 30), se unió al interés en llegar a públicos más amplios sin perder el rigor historiográfico. Interesado posteriormente en temas como la "invención de la tradición" y el nacionalismo, a partir de obras como Industria e imperio (1968) y La era del capitalismo (1975) fue dibujando una historia de Europa y de Occidente que remataría en Historia del siglo XX (1994), volumen que generó una puja editorial insólita en la disciplina.

Ya en la sesentena, convertido en un historiador visible y prestigiado, la retribución por sus libros empezó a escalar significativamente. Esto le dio una tranquilidad económica, pese a lo cual no abandonó su cicatería con el dinero, herencia de los años infantiles en que pasó severas privaciones. Igualmente, siguió siendo un tipo a contramano: la izquierda dura lo veía como muy cercano al establishment, mientras él miraba con el ceño fruncido a las nuevas izquierdas, ya fueran posmodernas o identitarias. Y en cuanto a su propia identidad judía, no faltó quien observara que no escribió ni dijo lo suficiente.

"No habría escrito esta biografía si no lo hubiese creído importante como historiador ", remata Evans, destacando el influjo de Hobsbawm en su propia generación. "Al mismo tiempo, vivió una vida fascinante que valió la pena reconstruir".

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