La venganza de los viejos
Personajes con la conciencia narrativa de estos, no se ven muy seguido. Y tal vez descoloquen, al igual que otros recursos añosos. Pero la película le saca brillo a ellos y sus parlamentos.
En agosto de 2009, el guionista y realizador argentino Juan José Campanella (El hijo de la novia) estrenó una mezcla de drama y misterio que pasó de hit local a éxito planetario, acompañado de un Oscar "extranjero". La consagración de El secreto de sus ojos le habría hecho más fácil que nunca abordar una nueva producción, pero se lo tomó con calma: sin contar el animado Metegol, hay un hiato de una década que vino a romperse recién con El cuento de las comadrejas.
La película está basada en otra, Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), de José Martínez Suárez, maestro y amigo del director. Y si esta última ya parecía algo extemporánea respecto de una posible "era dorada" de las comedias negras salpicadas de sangre, la que se estrena hoy en salas chilenas asume su condición metafílmica para construir un relato que no pierde la justeza de los diálogos ni la riqueza de unos personajes para quienes la vida es reflejo del cine y no al revés.
Los cuatro protagónicos de este estreno argentino-español (Graciela Borges, Luis Brandoni, Óscar Martínez y Marcos Mundstock) fueron parte de la industria del cine y hoy viven retirados y empobrecidos en una casona campestre. La figura tutelar es Mara Ordaz, estrella del ayer cuyos afiches y películas son resguardados por su esposo, un actor de menor calado. Los otros son un exdirector y un exguionista que viven de prestado y arriesgan quedar en la calle si algún día se vende la casona. Y tal cosa podría pasar: una joven pareja que asoma "accidentalmente" por el lugar y se deshace en alabanzas a Mara, le hace una oferta por la propiedad. Ella, halagada, se deja querer, mientras los demás ocupantes sospechan, temen y complotan.
Personajes con la conciencia narrativa de estos, no se ven muy seguido. Y tal vez descoloquen, al igual que otros recursos añosos. Pero la película le saca brillo a ellos y sus parlamentos, así como al poder de una mirada y de un gesto, más todavía si son los de unos viejos en plan de venganza contra unos millennials de ambiciones ciegas y autoestimas disparadas. En esto, la cinta no pierde el ritmo, los tonos ni la voluntad de entretener. Para eso cuenta con ironía, sarcasmo y unas gotas de maldad.
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