Vaca que baila, vikingo que bebe
El debut del guatemalteco Rodrigo Fuentes sorprende: siete cuentos que dan forma a una gran historia.
Trucha panza arriba (Sophos, 2016)es un libro de cuentos entrelazados entre sí, pero no tanto porque tratan diversos aspectos de la vida citadina y rural de la Guatemala actual, sino, más bien, debido a que ciertos personajes clave transitan a paso firme de una historia a otra. Tal disposición le otorga al conjunto un valor superior al de las piezas individuales y, a la vez, permite distinguir con claridad de qué se habla cuando se alude a un acierto en la estructura narrativa. Y aún hay más: Rodrigo Fuentes, el autor, trabaja las palabras con dedicación, logrando a veces efectos cautivantes por medio de diálogos y monólogos que tienden a no revelarse como tales, sino que permanecen en un interregno declarativo que apunta a una inusual combinación de cualidades: el logro estético fundido con la efectividad llana.
Entre los personajes que deambulan por los relatos hay uno que tiene mayor importancia que el resto, aunque su estampa sea intencionalmente fantasmal. Se trata de Henrik, un tipo de ascendencia noruega que ha venido dedicándose, sin suerte alguna, a negocios agropecuarios y de piscicultura (de allí proviene la trucha del título). Henrik carga con un aura trágica, pero quienes lidian con él, sean peones, empleados o seres más cercanos, como su segunda esposa o su hijastro, le guardan cariño y una lealtad que a veces conmueve: pese a que bebe un poco más de la cuenta, Henrik es un bonachón de pies a cabeza. Y si bien carece de las armas necesarias para luchar contra la corrupción, la violencia y la traición que lo acechan desde varios flancos, cuenta con el aplomo suficiente para no echarse a morir.
Rodrigo Fuentes nació en Guatemala en 1984, da clases en Estados Unidos y éste es su primer libro. Además de los atributos de forma y fondo descritos al comienzo, Trucha panza arriba ofrece una escenificación de la naturaleza evocadora, de los cocales frente al mar, del altiplano misterioso, de la montaña selvática, del lago frío, de las plantaciones de caña, melón y cardamomo en donde viven los personajes menores que de algún modo u otro están conectados con Henrik, el patrón vikingo. Persiste aquí también la noción atrayente de que cada paisaje produce un tipo humano distinto, y que cada tipo humano es proclive a desconfiar del otro.
Notable es el trato que en los cuentos reciben los animales. En "De repente, Perla", por ejemplo, una vaca a la que su madre no quiso amamantar llega a convertirse en una gigantesca cachorra: "Nadie trabajaba ya, nadie cortaba la caña. Fue entonces que nació Perla, la vaca que quería ser perro". Además de sonreír y menear la cola, Perla se para en dos patas y es capaz de hacer un bailecito bastante cómico: "Que baile, le pedían, que baile, gritaban los menos cansados, y Perla los premiaba con un pasito para delante y otro para atrás, uno para adelante y otro para atrás".
Pero tanto Perla como el resto de los personajes entrañables acaban tarde o temprano enfrentando la cara siniestra de la realidad, que se manifiesta a través de la miseria endémica del campesinado o, con mayor dramatismo, por medio de hampones, abogaduchos corrompidos y matones armados que generalmente aparecen en escena "sin más razón que el plomo". El mal a secas da paso entonces a la barbarie, y he aquí otro eje que arrasa indiscriminadamente por todos estos cuentos que, en realidad, vienen a ser una sola historia, una buena historia, por cierto.
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Trucha panza arriba (Laurel), de Rodrigo Fuentes.[/caption]
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