Charly García: un regreso con fervor y cariño
El astro argentino colmó el Movistar Arena repasando algunos de sus mayores clásicos y canciones de su regreso discográfico, Random. El público, feliz.
Los aprontes presagian una gran cita. Charly García toca guitarra mientras espera salir a escena esta noche de jueves en Santiago. En el último ensayo de los tres que hizo desde que llegó el sábado a Chile, se cuenta que se puso a bailar en el escenario sorprendiendo a su equipo. La puntualidad es otra seña de que este retorno puede ser memorable. Se rumoreaba que aparecería a las 21:40 en el Movistar Arena para un show sin tickets disponibles, sin embargo se adelantó siete minutos arrancando con "De mí" en esta escenografía presidida por una gigantesca estructura que da nombre al espectáculo como La Torre de Tesla.
El sonido no es de los mejores para ese primer corte mientras Charly canta "no te olvides de mí porque sé que te puedo estimular", como una especie de advertencia de lo que vendrá. Es cierto. Charly García aún puede seducir a miles de personas de distintas edades -sorprendentemente todavía engancha mucha gente relativamente joven-, aunque su voz ni la figura son las mismas. Se apoya notoriamente en el desempeño de Rosario Ortega, la cantante que se lleva una buena parte del peso en cada canción, en particular durante los coros. Pero hay una diferencia notoria con el pasado del argentino, sobre todo su versión de los 90 y comienzos de 2000. Ya no caben rabietas ni acciones intempestivas sobre instrumentos y equipos. Así las canciones fluyen sin mayores problemas.
Al turno de "La máquina de ser feliz", uno de los títulos de su último álbum Random (2017) el sonido mejora notoriamente y el concierto arranca definitivo con esta banda que mezcla músicos argentinos y chilenos contando al experimentado Fabián Quintiero, con quien Charly enhebra diálogos musicales de una libertad que colinda con el jazz.
Por la pantalla desfilan imágenes de 2001 Odisea en el espacio de Stanley Kubrick y serán secuencias de cintas clásicas las que adornarán varios momentos de la noche. Aún no termina "La máquina de ser feliz" y el público irrumpe en un masivo aplauso. El corte concluye y Charly dice "gracias" humildemente. Hace una pausa y agrega mostrando ese filo característico "ahora empiezan las canciones más picantes". Parte "Rivalidad" con escenas sobre el ring de Toro Salvaje de Martin Scorsese. Comienzan los diálogos musicales con "Zorrito" Quintiero. Se miran y sonríen cómplices.
Termina el tema y García comenta así como a la pasada "volando por los cielos de Mendoza", destando el recuerdo de su inolvidable piscinazo. Parte "Yendo de la cama al living" y la gente corea mientras imágenes de rayos en pantalla conectan con la torre al centro. Ahora el teclado de Charly entabla conversación con la guitarra.
No alcanza a terminar la presentación del siguiente tema y el Movistar completo grita el clásico "olé-olé-olé" junto a su nombre. "Zorrito" sigue la melodía del cántico con el teclado y todos sonríen en el escenario. Sigue "In the city that never sleeps" con letra en inglés y subtítulos en la pantalla con filmaciones de Nueva York. Continúa con "Cerca de la revolución" y Charly se salta olímpicamente el coro, aunque se pasa a la guitarra sin abandonar el puesto tras los teclados. Sigue "King Kong" y su guitarra divaga. Esta vez las secuencias pertenecen a la versión clásica de la película homónima. Continúa con "Lluvia" y luego una versión algo deshilachada de "Parte de la religión".
El ímpetu retorna con "No llores por mí, Argentina" de Serú Girán. Al turno de "Cuchillos" aparecen escenas de Charly con Mercedes Sosa en distintas etapas y el público aplaude de inmediato. Entonces surge el primer momento de la noche que en algo recuerda al viejo Charly García totalmente impredecible. Van 45 minutos de show y dice "gracias, hasta la próxima… sí, vamos a tocar una más". Fue solo una amenaza para arremeter con "El Aguante" con su carcasa de blues rock endurecido en una intensa versión.
Los primeros acordes de "Rezo por vos" desatan las voces del público coreando la característica melodía del teclado, seguidas de otros dos clásicos mayores de su irrupción solista en los 80 como "Demoliendo hoteles" y "Nos siguen pegando abajo (pecado mortal)".
El bis consideraba al menos otra media hora de música del ídolo argentino de 67 años que a pesar de la merma física aún es capaz de montar un espectáculo sólido, donde se da el lujo de dejar fuera una buena cantidad de canciones históricas. La energía de la noche y el cariño fervoroso del público pueden augurar que este no será el adiós como una parte de la audiencia asumió este reencuentro, sino retomar la saludable tradición de sus visitas.
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