Jean-Luc Godard, la última voz de la Nueva Ola

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Llega a Chile su filme más reciente, El libro de las imágenes (2018), que se acompañará con exhibiciones de sus clásicos El desprecio (1963) y Pierrot, el loco (1965).


Finalmente el más vociferante, incómodo y radical de los directores de la Nueva Ola se quedó solo. La cineasta Agnès Varda (1928-2019), dos años mayor que él, murió en marzo a los 90 años, no sin antes regalar un último documental estrenado en el Festival de Berlín. Si la empática Varda, querida y admirada en Europa y América, fue algo así como la madre de la Nouvelle Vague, el suizo-francés Jean-Luc Godard (1930) es el hijo terrible e incorrecto, objeto de devoción por una legión de cinéfilos y de rechazo por otra bandada no menor.

Desde esta semana, su última película podrá ser apreciada en Chile en la Sala K. Se trata de El libro de las imágenes (2012), estrenada en el Festival de Cannes 2018, muestra donde el solitario director ofreció una conferencia de prensa fuera de libreto (aunque por Internet y desde su casa en Ginebra).

En Cannes, Godard recibió también una Palma de Oro especial por esta película, un galardón creado expresamente para El libro de las imágenes. La sola existencia de tal distinción habla de la admiración que al menos en el festival despierta el autor de Sin aliento (1960).

Desde hace al menos 20 años, aunque algunos creen que desde su cinta Week End de 1967, Godard practica un tipo de cine contra las reglas de la narración clásica, bastante fragmentado y que en los últimos años se acerca más al videoarte que a las películas convencionales. Un caso extremo fue Adiós al lenguaje (2014), cuyo título es bastante elocuente al respecto. Eso no importó para que obtuviera el Premio del Jurado en Cannes ese año.

El libro de las imágenes está en la misma matriz disruptiva de Adiós al lenguaje, pero al ser compuesta de material ya existente se transforma en una película más accesible. Godard lo mezcla (y samplea) a su gusto, pero se trata en gran parte de imágenes y sonidos nobles: filmes clásicos como Johnny Guitar de Nicholas Ray, música sinfónica de Shostakovich o para teclado de Bach, versos de Rimbaud. Su voz en off, ya vieja y tambaleante, recorre todo el metraje a través de declaraciones de principios, metáforas algo crípticas y un leitmotiv que plantea que la imagen ha superado a la palabra.

Son tantas las citas culturales y también de política internacional de El libro de las imágenes que es probable que quien más la disfrute sea el espectador más ilustrado. Y, claro, que al mismo tiempo comulgue con una narración algo esquizofrénica.

En modo clásico

Quienes no quieran ver a Godard en su versión más enciclopédica y posmoderna, tienen la oportunidad de apreciar en la Sala K sus cintas El desprecio (1963) y Pierrot, el loco (1965), dos de sus filmes más accesibles, a todo color y realizados antes de su viraje político y estético. Se darán en paralelo a El libro de las imágenes.

Son el tipo de largometrajes que suelen citar los cineastas cuando se refieren a sus mayores influencias, que parten indefectiblemente por Sin aliento (1960), aquella película donde Godard aplicó su austera y machista máxima de trabajo: "Para hacer una película sólo se necesita una chica, un auto y una pistola".

Sin aliento, con Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, era la historia del escape de un bandido de poca monta junto a su novia estadounidense. Se hizo con muy poco presupuesto y exhibió un uso masivo de los llamados jump cuts (cortes bruscos en el montaje), que luego serían incorporados por otros cineastas.

El desprecio, por el contrario, fue un escape de Godard a las tierras del dinero; la produjo el italiano Carlo Ponti e incorporó a Brigitte Bardot y Jack Palance, que cobraban más caro. Aún así Godard se las arregló para adaptar a su gusto la novela de Alberto Moravia sobre un guionista de cine en crisis matrimonial.

Pierrot, el loco, basada en una novela del autor estadounidense Lionel White, es la continuación de Sin aliento, pero a través de otros métodos de lucha. La película tiene todo el color del pop art de la época y además abundan los desafíos formales, entre ellos la ruptura de la cuarta pared, con personajes que le hablan a la cámara. Acá otra vez el protagonista es Jean-Paul Belmondo y la mujer que le acompaña es la actriz y modelo danesa Anna Karina, pareja de Godard en la época y protagonista de varias de sus mejores obras.

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