Francisco Papas Fritas: el arte como arma de desobediencia civil

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El autor de Razón de morir mi vida (2019) desarrolló el concepto de arte operacional, una rama disciplinaria que busca intervenir y modificar la realidad con el objetivo de generar conciencia social y criticar lo establecido.


Corría el año 2005 y Francisco Tapia Salinas ya acumulaba numerosas apariciones en los medios de comunicación. Su primera obra, una instancia en donde cerca de veinte artistas intervinieron la casa de sus padres con la aparición y modificación espacial de objetos situados en su interior, marcó el inicio de lo que sería una carrera autodidacta que se vería marcada por la provocación. Desde ofrecer su espalda para recibir latigazos de los transeúntes que quisieran desquitarse con el "Gobierno de Chicle", hasta exponer la escultura de una joven estudiante que acribilla a Augusto Pinochet en las afueras del Museo de Arte Contemporáneo, pareciera que Papas Fritas no siente pudor a la hora de posicionarse en el centro de la polémica.

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De esta manera, uno de los momentos más controversiales de su carrera se desarrolla en medio de las protestas de los estudiantes de la Universidad Viña del Mar en 2014. En aquella instancia, el activista permaneció casi un mes en la toma, en la cual se quemaron los pagarés que los involucrados firmaron con su casa de estudios. Inicialmente, el mismo Papas Fritas se adjudicó la responsabilidad por la quema de los documentos que representaban una deuda de casi 500 millones de dólares, pero luego esta fue asumida por el colectivo de estudiantes.

"Era imposible ganar la batalla, no tenían apoyo y los diálogos con las autoridades fracasaban", afirma el activista, quien después expuso las supuestas cenizas de la quema en el Centro Cultural Gabriela Mistral. Más tarde, estas fueron incautadas por la Policía de Investigaciones.

Una bomba de ruido

Son las 12 de la mañana y Papas Fritas me recibe en su hogar y taller artístico, ubicado en la comuna de San Miguel. Al interior de la casa —la misma en donde fue criado por sus padres— abundan referencias a personajes históricos de la política nacional e internacional. Figuras de Richard Nixon, Theodore Roosevelt, Kim Jong Un y Hugo Chávez destacan junto a afiches propagandísticos del plebiscito de 1988 y fotografías de los presidentes desde el retorno a la democracia. En la mesa central de la sala de estar hay una pila de libros de arte e historia, donde Obras públicas (2006) de Nicanor Parra ocupa un lugar especial.

El activista recuerda sus años de estudio en el Liceo Experimental Artístico. A pesar de que afirma haber disfrutado de su época como estudiante, la explosión de una bomba de ruido al interior del establecimiento educacional le costó la expulsión. Según relata, el explosivo había sido construido por sus compañeros, pero el nerviosismo de uno de estos ante el calentamiento del artefacto lo obligó a arrancarlo de sus manos para lanzarlo a un espacio en que no dañara a nadie. Si bien todos asumieron responsabilidad, Papas Fritas se presentó a sí mismo como el principal culpable. "Sentí que debía hacerlo, si los echaban a ellos les iban cagar la vida (sic), en cambio yo siempre tuve el apoyo de mis padres", comenta mientras fuma un cigarrillo.

A los 16 años Francisco Tapia Salinas ya había renunciado a la academia y a pesar de que cinco años más tarde terminaría su enseñanza media, sabía que no estudiaría arte en una universidad. Él debía actuar en otro lugar.

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La isla de las papas fritas

En 2008, Papas Fritas fue invitado a participar en la VII Bienal del Museo de Bellas Artes, en donde presentaría una serie de obras e intervenciones artísticas. Milan Ivelic, director del museo en ese momento, se había enterado pocos días antes que la exposición incluiría una escultura que lo retrataría ensangrentado en el piso del recinto, por lo que decidió reunirse con el autor para discutir la presencia de la figura.

Papas Fritas rememora esa discusión como un momento tenso, en el que él y la curadora Natalia Arcos —quien lo invitó a participar en la instancia— se sintieron censurados.

"Me dijeron que podría presentar la obra, pero con la condición de que no diera entrevistas. Acepté, pero al día siguiente hablé con todos los medios que se acercaron", afirma con una sonrisa en su rostro.

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La figura de Ivelic fue el punto central de su obra, la cual generó desde risas a llantos en los niños que asistieron a la exposición junto a sus padres. Asimismo, presentó a una mujer afroamericana sometida al cuidado de un perro ("El neonazi chileno"), subastó a dos ciudadanos peruanos como si fuesen objetos y ofreció su espalda desnuda para que los asistentes la golpearan por cien pesos.

El malestar de la transición y la piedra angular de la economía

La figura de una joven con uniforme escolar, cara cubierta y una AK-47 se posiciona en las afueras del Museo de Arte Contemporáneo de Quinta Normal. Su nombre es Elizabeth Díaz, en recuerdo de una adolescente que fue acribillada por carabineros en 1973 mientras mantenía un embarazo de seis meses, según una entrevista que el artista cedió a revista Qué Pasa en 2009.

Sus disparos apuntan a Augusto Pinochet, quien se posiciona delante de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera. Cada uno más cercano al piso de ladrillos que el anterior.

Para Francisco Papas Fritas, la instauración del modelo económico de los Chicago Boys en la dictadura militar se mantuvo vigente de manera intacta con los gobiernos que le precedieron. "Es Pinochet repetido, pero en distintos cuerpos", expresa después de comentar que la escultura intentó ser extraída por grupos extremistas en reiteradas ocasiones.

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Las cenizas

Veinte personas se reúnen alrededor de una fogata. Uno de los asistentes dice en voz alta los nombres de sus compañeros de universidad, mientras tira cada uno de los papeles al fuego. Papas Fritas observa con atención la reacción de los estudiantes, quienes celebran la quema de cada documento como si estuviesen en un evento de titulación académica. Aquel acto —el cual duró cerca de tres días—, fue el más emblemático durante la toma, en la cual el artista se incorporó por casi un mes.

La quema de los pagarés que acumulaban una cifra de casi 500 millones de dólares fue una acción de carácter colectivo, pero Francisco Papas Fritas se apropió de objetos de la oficina en donde se encontraban, para luego evidenciar que él los había tomado y así demostrar su responsabilidad en el acto.

En mayo de 2014 se expusieron los restos de la quema en las afueras del Centro Cultural Gabriela Mistral, lugar en donde fueron incautadas por la Policía de Investigaciones, pero sólo hubo un inconveniente: aquellas cenizas no eran las reales.

"La obra se consolida cuando llega la PDI, aún les agradezco ese momento", dice antes de asegurar que nunca revelará dónde están escondidas las verdaderas.

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Amortanasia

La última exposición del artista en el Centro Cultural Gabriela Mistral presenta la eutanasia como "un acto de amor y autodeterminación colectiva". En Razón de morir mi vida (2019), Francisco Papas Fritas expone el testimonio de Jorge Valdés Romo, un hombre de 85 años que padeció de fibrosis pulmonar idiopática y que optó por el suicidio asistido con el apoyo de su familia y el colectivo Amortanasia.

Este último, liderado por el artista junto a un grupo de ingenieros, desarrolló un artefacto que facilita aquel proceso. A través de un software gratuito y abierto a mejoras por parte de la comunidad internacional, se puede construir en una impresora 3D con materiales que tienen un valor de aproximadamente $500.000.

Según relata el artista, la idea surgió a raíz del sufrimiento de su padre, quien murió de cáncer tras ser acusado por los médicos de inventar los dolores asociados a su enfermedad, pero esta se intensificó con el caso de Paula Díaz. La joven de 20 años, que se dio a conocer tras solicitar el derecho a eutanasia a Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, falleció en enero del presente año tras padecer una enfermedad terminal desde 2013.

El proyecto generó diversas críticas por parte de los sectores conservadores. Luca Valera, Director del Centro de Bioética de la Universidad Católica, mencionó en una carta a La Tercera que "devolver la vida a alguien que quiere morir es un acto de amor, mientras que empujarlo para que se mate es un acto cruel".

De todas formas, pareciera que la opiniones contrarias no afectan a Francisco Papas Fritas, quien asegura que seguirán trabajando en mejorar los detalles del artefacto.

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