Ómnium, el lugar más triste

12.09.2019 OMNIUM. SECCION NACIONAL.FOTO: RICHARD ULLOA / LA TERCERA.
Foto: Richard Ulloa / La Tercera.

"Esta pequeña legión de edificios tiene en común haber sido construidos en dictadura, así que autofelicito a mi intuitivo yo de cinco años por su rechazo visceral, aunque no tuviera mucha idea de nada. Pero esta autofelicitación dura hasta que leo que el Parque Arauco también fue construido en dictadura y nunca me dio sensación Pipiripao".


Como casi todo el mundo, no sé escoger mi meme favorito. Pero intuyo que mi estructura mental encuentra absoluta coincidencia con "No tengo pruebas, pero tampoco dudas".

Un ejemplo: no tengo pruebas, pero tampoco dudas de que la gente que te avisa que tienes el cierre de la mochila abierto es la misma gente que confiesa infidelidades a destiempo solo para sacarse culpa de encima, sin pensar ni dos segundos en el alma del otro humano. Son, definitivamente, el tipo de persona que dice "yo digo todo a la cara. Voy de frente".

Un ejemplo ajeno: un amigo no tiene pruebas ni dudas de que la gente que compra maní y cerveza en el Ok Market a las siete de la tarde en un día de semana está muy triste y muy sola.

A ese amigo le digo que tal vez era un asunto de flojera. Pero la convicción de quien no tiene pruebas ni dudas es infranqueable. Dejo a mi amigo, vuelvo a mí. He pensado en el porqué de mi afinidad con no tener pruebas ni dudas. Creo que se debe a dos defectos.

1. Soy tremendamente poco rigurosa.

2. Soy tremendamente radical.

La semana pasada tenía que encontrarme con una amiga en la Plaza Pedro de Valdivia. Ella iba saliendo del Líder y yo estaba por ahí cerca, sacándoles copia a unas llaves en un lugar deprimente, de luz amarillenta, que queda bajando unas escaleras.

Y esas fueron mis instrucciones:

—Baja las escaleras, entra al lugar deprimente.

Mi amiga se confundió. Si no hubiera sido porque eran las únicas escaleras posibles, nos perdemos para siempre. Para ella el lugar no era deprimente, sino bello: la luz amarillenta se transmutaba en color sepia, foto antigua, nostalgia. Yo, en cambio, veía la luz exacta de UCV TV, la luz de Pipiripao, una luz que nació oscura y que te obliga a mirar hacia otro lado esperando constatar que el resto de la vida no se vea así.

Otro defecto:

3. Soy una persona de costumbres (hasta el aburrimiento).

Empecé a describir el mundo con la categoría Pipiripao a los cinco años, 1991. Ya estamos en el año en el que estamos y sigo. Supongo que Pipiripao fue una experiencia demasiado poderosa. Mi primer malestar vital que no tenía que ver con mi propia biografía —familia/colegio/Iglesia— sino con una experiencia estética subjetiva. La luz no se apagaba con el fin de la transmisión. Seguía existiendo en: el caracol de Irarrázaval con Pedro de Valdivia.

En cualquier caracol, en realidad.

En la Zofri a la salida del Metro Los Leones.

Y, muy por sobre todo, en el Ómnium.

Esta pequeña legión de edificios tiene en común haber sido construidos en dictadura, así que autofelicito a mi intuitivo yo de cinco años por su rechazo visceral, aunque no tuviera mucha idea de nada. Pero esta autofelicitación dura hasta que leo que el Parque Arauco también fue construido en dictadura y nunca me dio sensación Pipiripao.

Aquí debe ir una pausa.

Tomo el Metro, voy al Ómnium, en una de esas me acuerdo mal, no está en mi recorrido diario y quizás el lugar ya no tiene luz Pipiripao. Camino por Apoquindo y lo veo.

Sigue agobiándome. Este edificio, que alguna vez tuvo la ¿gloria? de la Sala Gente, por donde pasó Cecilia Bolocco en sus ¿buenos? años y con el que no me vinculé más que por jugar alguna vez bowling, es como casi todos los edificios Pipiripao —tiendas de carcasas, de manualidades, arreglos de relojes, un par de growshops, una tienda de ropa de alguna época que no identifico y que siempre tiene nombre de mujer—, pero en la peor de sus versiones.

Y quizás para decir esto sí tengo pruebas y ninguna duda: su arquitecto dijo que el Ómnium tenía "una madre caracol y un padre mall". Lo peor de dos mundos. La luz Pipiripao combinada con la sensación caracolesca de caminar en espiral perdiéndose y perdiéndose entre tiendas medio indiferenciables, pero sin la pequeñez del comercio independiente. La pesadilla breve en la inmensidad de un mall. El color que tiene el día cuando se despierta de una siesta a destiempo.

Para cerrar, anoto un último defecto que tal vez no lo sea, quién sabe:

4. Mi relación con el pasado suele ser más de irritación que de nostalgia.

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