Nick Cave, un secreto adentro mío
Como se dice de ciertas bebidas etílicas, Nick Cave parece mejorar con el tiempo, y las pruebas indican que —en la antesala al lanzamiento de Ghosteen, su nuevo disco— ya no va a tener declive.
En 2018 Nick Cave puso a rodar una página web en la que recibe preguntas de la gente que lo escucha y, cada tanto, contesta con un texto de varios párrafos, siempre memorable. Los motivos que lo empujaron a tomar esa decisión no están claros, aunque muchas cosas cambiaron desde que su hijo Arthur murió, luego de caer por un acantilado en Brighton, en un viaje fatídico de ácido lisérgico. Nicholas Edward Cave, hasta ese día un hombre distante que incluso infundía algo de miedo en los que no lo conocían bien, siempre refugiado en un implacable sentido de la oscuridad, de pronto reapareció como alguien que busca —que parece necesitar— la cercanía con la gente, el contacto físico, incluso el abrazo invasivo.
Hace poco alguien le preguntó, a través de esa página, cómo estaba atravesando el duelo su mujer, la diseñadora Susie Bick. Ese era todo el mensaje, tan modesto y al mismo tiempo tan indiscreto. Cave se enfrascó en una respuesta larga y rapsódica, en la que explicó: "A pesar nuestro, la vida sigue. Eso es lo que queremos decir, eso es lo que aprendimos. Que con el tiempo aprendimos a absorber nuestra pérdida, como una forma de blindaje, y que pueda convertirse en nuestra fuerza. Que lo que pensamos que nos destruiría, ahora se convierte en una fuente feroz de poder creativo, como si nuestros muertos estuvieran respirando una energía esencial a través de nosotros, extraída dentro de una fuente profunda del trauma. Nos convertimos en los vasos vivientes que llevan sus espíritus, de ese lugar oscuro y cerrado, y los liberamos en los cielos".
https://open.spotify.com/album/34xaLN7rDecGEK5UGIVbeJ?si=JDRwdC_DTxqUBHykD_awNA
Ese hombre, en estado de máxima emoción, recién salido de una reclusión larga y penosa, bajó a Latinoamérica en octubre de 2018, luego de veinte años de moverse solo por territorios para él demasiado recorridos y de infundir en sus fanáticos locales una abstinencia insoportable. En Argentina tocó en el microestadio Malvinas Argentinas, en el barrio de la Paternal, un espantoso cubo de cemento para cinco mil personas. Salió al escenario pasadas las diez de la noche —traje negro, camisa abierta, pelo mojado hacia atrás: un personaje de película de Scorsese— y soltó dos o tres canciones de Skeleton tree, el primer disco luego de la muerte de su hijo. Quizás ahí lo entendimos: ese sería un concierto pero también un funeral, una especie de funeral en gira, en todos los países del mundo, un largo adiós a Arthur. A los diez minutos se cortó la luz del lugar y la penumbra recrudeció esa impresión fundante. La intimidad de ese show fue inigualable y cuando salimos muchos no podíamos creer que ese señor de más de sesenta años, apenas dos días después, fuera a producir algo similar en otro país, en otro escenario. La purga emocional, a cualquier otro, lo hubiera dejado fuera de combate al menos por un mes.
Hace ya bastante tiempo, sobre la Avenida Cabildo de Buenos Aires, en la oscuridad telúrica de una galería sin ventanas, había una librería-santuario dedicada a temas espiritistas, al oscurantismo, las artes macabras. Ignoro si sigue existiendo. En la vidriera, durante años, estuvo expuesto un libro grande, de tapa dura, con fotos de Nick Cave de todas las épocas. Siempre que andaba por la zona hacía una parada ahí y me queda un rato largo, la ñata contra el vidrio, mirando ese libro importado que no podía pagar, imaginando las maravillas pictóricas que albergarían sus páginas de papel ilustración de procedencia europea.
Una tarde me animé, entré y pregunté si lo podía hojear. La chica que atendía, enfundada en rigurosos atuendos negros, me dijo que sí y nos pusimos a conversar. Yo estaba muy metido en Nick Cave y, en un tono balbuceante, de chico tímido, le dije que para mí Cave era "lo más grande", aunque quizás utilicé alguna otra hipérbole de la misma familia lingüística. Recuerdo, con misterioso detalle, la respuesta de esa mujer a la que nunca reconocería si me cruzo en la calle: "A Nick lo amamos, claro, pero hasta The boatman's call". No me atreví a decirle que yo lo amaba, sobre todo, desde ese disco en adelante. Cerré el libro, agradecí y me fui.
Su frase, sin embargo, quedó largamente rebotando en mi cabeza, como un barco que corta en dos el océano y deja una gruesa estela a su paso. The boatman´s call se publicó en 1997 y es un punto de quiebre en su trabajo. Hasta ese momento casi todos sus discos eran rayos furiosos, canciones desesperadas y a veces insoportables sobre homicidas, sobre la ausencia de Dios, sobre amores fallidos, sobre el dolor de no saber muy bien para qué carajo estamos en el mundo. The boatman´s call revisa esos temas pero los limpia de distorsión y ruido, los emancipa de la cobertura barroca con los que los había revestido durante tantos años, y los presenta así, desnudos, casi raquíticos; apenas voz, piano y alguna cuerda. Los discos de quiebre pivotan siempre hacia atrás y hacia adelante, y en ese sentido The boatman´s call contiene y cierra al Cave anterior a ese 1997 y también prefigura y anticipa el que vendría. Ese es su milagro. Solo los grandes discos consiguen al mismo tiempo cerrar algo y abrir otra cosa. Recién mucho tiempo después entendí que, cuando esa chica de una galería perdida de Buenos Aires me decía que ella lo quería "hasta The boatman's call", me estaba diciendo que no soportaba justamente eso, que ese hombre hubiera decidido cerrar una época con la que seguramente ella había crecido. A veces no podemos tolerar que nuestros héroes cambien, que se modifiquen. Queremos, incluso sin saberlo, que se queden petrificados en el punto exacto en el que los conocimos, como si nuestra propia juventud pudiera sobrevivir en ellos.
https://open.spotify.com/album/5JpkwEcDxy92C3e9vSJTVX?si=iiWmHlEeSYacUvsBf_kwbg
El mejor disco de Nick Cave, según mi modesto criterio, es No more shall we part, del 2001, y no solo porque contiene canciones extraordinarias como "God is in the house", "Oh my Lord", "Love letter" o "The sorrowful wife", sino también porque es el disco en el que su banda encontró finalmente su formación ideal; luego, ese plantel de ángeles negros se disgregaría ya sin remedio. Así como Pink Floyd tuvo períodos musicales bien claros, comandados por sus eventuales líderes —la etapa psicodélica de Barret; la trasnacional y algo sobreactuada de Waters; la perfeccionista y soporífera de Gilmour—, los Bad Seeds, posiblemente la mejor escudería musical de los últimos veinte años, tuvo también sus líderes internos, suerte de psicólogos y traductores de Cave, que leían mejor y primero lo que ese hombre tenía en la cabeza y que marcaban luego el pulso de lo que iba a sonar. El momento cúlmine de los Bad Seeds, entonces, cuajó a principios de siglo: Mick Harvey en guitarra; Richard Hawley como colaborador también en guitarra; Blixa Bargeld ya casi despidiéndose; Kate y Anna McGarrigle, dos coristas glaciales, terroríficas, recién salidas de El resplandor y Warren Ellis, el violinista de barba tupida, exquisito y descontrolado, el único que quedó de ese semillero glorioso y que hoy es el ladero más antiguo del cantante. Como John Lennon, como Kurt Cobain, como Lou Reed, Nick Cave es un artista volcánico pero no es un virtuoso en términos técnicos: necesita siempre alguien que lo interprete y lo ayude a plasmar su arte, un compañero de armas que capture al vuelo sus conflictos y sus deseos y los pueda bajar a una partitura. Un pararrayos. Su talento consiste, también, en encontrar gente así.
https://culto.latercera.com/2018/06/04/nick-cave-and-the-bad-seeds-en-blanco-negro/
En una escena de la película Trainspotting, el personaje de Sick Boy, tirado en el pasto de la hermosa campiña inglesa, le exponía a Mark Renton su tesis de la vida y el arte: "Es un fenómeno que ocurre siempre en la vida. En un momento lo tenés, y después lo perdés. Les pasó a todos. George Best, Lou Reed, David Bowie. Lo tuvieron, lo perdieron". Nick Cave no lo perdió. Como se dice de ciertas bebidas etílicas, él parece mejorar con el tiempo, y las pruebas indican que ya no va a tener declive.
Mientras tanto, su página web se actualiza y un chico de diez años le cuenta que es fanático de los Bad Seeds y le pregunta —gran pregunta— qué tipo de efecto cree que su música puede producir en la vida de un niño de esa edad. Y entonces Nick Cave le contesta: "Escuchar a los Bad Seeds a tu edad es como tener un conocimiento secreto. Cuando yo tenía tu edad también tuve un conocimiento secreto. Mi hermano mayor, Tim, escuchaba un montón de música oscura y extraña y me transmitió ese conocimiento. En esa época vivía en una ciudad rural en Victoria y sentía que nadie de mi edad escuchaba esa música que mi hermano me hacía oír. Hasta lo que podía ver, todo el mundo escuchaba una música de mierda. Es como si llevara un secreto adentro mío, algún tipo de secreto sobre el mundo que la otra gente no conocía. Era un poder. Guardé para mi ese secreto poderoso durante toda mi infancia hasta que fui al colegio en Melbourne y conocí a tres o cuatro personas que también conocían el secreto. Esas personas se convirtieron en mis mejores amigos y formamos una banda y tratamos, a nuestro modo, de sacar ese secreto de adentro nuestro y pasárselo al mundo, y eso es lo que, todavía, estamos tratando de hacer".
https://youtu.be/GwlU_wsT20Q
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.