A propósito de Harold Bloom: éxtasis, angustias e influencias

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Harold Bloom.

En La angustia de la influencia, publicado en 1973, Harold Bloom analizó la ambigüedad de todo creador frente a sus precursores. Tiempo después, ya en la era del remix y el mashup, el autor estadounidense Jonathan Lethem le contestó con su ensayo "Contra la originalidad o el éxtasis de las influencias".


Ya iba en contra de los tiempos. Era la década de los setenta y Harold Bloom, el académico muerto este lunes, publicaba un libro que no servía para, digamos, deconstruir las injusticias de este mundo.

Bloom era némesis de Derrida y de la ola francesa de posestructuralistas, así como del feminismo académico y lo que él acuñó como "la escuela del resentimiento".

En otras palabras: a Bloom le interesaba meterse en la literatura sin que otras áreas reflejaran nada en esta.

Y por eso puede que finalmente su legado (más allá de ese antojadizo canon), sea su libro sobre las influencias y las ansiedades.

Publicado en 1973, La angustia de las influencias es –a ratos– un texto innecesariamente difícil. Pero no tanto por la "teoría" que ofrece, sino porque el material para poner a prueba esa "teoría" es poesía inglesa antigua, principalmente la romántica del Siglo XIX.

La idea central de este libro, es decir la "angustia de la influencia", más o menos, va así: los escritores tienen dos fuentes de inspiración a la hora de crear. La primera son las experiencias extraliterarias. Todo aquello que, digamos, viven.

Y lo segundo, claro, son las influencias literarias. O todo aquello que leen.

Por ejemplo: las ganas de hacerse guitarrista probablemente vienen de haber escuchado a Jimi Hendrix o a Eric Clapton o a Metallica o a la mejor guitarrista de estos tiempos: St. Vincent.

Pero si uno escucha mucho a esos referentes, y luego quiere componer algo nuevo, lo más probable es que esas primeras composiciones sean demasiado parecidas a Jimi Hendrix o a Eric Clapton o a Metallica o a St. Vincent.

Así, dice Bloom, es como crea una ansiedad por liberarse de la influencia.

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En La angustia de las influencias Bloom ofrece una serie de pasos (seis "ratios revisionarios") para profundizar en esta teoría. Y si bien la estructura que usa para desmenuzarla no es más que un refrito freudiano (y muy masculino), la idea que uno es influenciado por otros artistas y que esas influencias, a su vez, crean ansiedades, resulta, claro, una idea útil a la hora de debatir ciertos temas referentes a la creación.

De hecho, puede que sea la música donde esto se refleje más que en otras partes.

Según Bloom la angustia por la influencia tiene distintos posibles resultados.

Uno: están las bandas que influyen tanto que influyen incluso hacia atrás.

Y dos: están las bandas que son influidas y a su vez no influyen demasiado, ni hacia atrás ni hacia adelante.

Pensemos, por ejemplo, en los Beatles. Hoy uno escucha riffs de bandas rockabillies y roqueras de los cincuenta y sesenta y ahí está la guitarra de Lennon o el bajo de McCartney.

No así, por poner otro caso, con The Killers. La influencia de la banda de Brandon Flowers no ha hecho que al escuchar Joy Division uno diga: ¡es como escuchar a The Killers!

Los mejores autores, finalmente dice Bloom, son aquellos como los Beatles: esos que contaminan tanto a sus predecesores como a sus antecesores. "Los grandes escritores poseen la inteligencia de transformar a sus antecesores en seres compuestos", dice Bloom, "y, por tanto, parcialmente imaginarios".

Así, la angustia de la influencia puede ser –tal como dice su nombre– algo angustioso.

De ahí que existan los autores que terminan totalmente angustiados, esos que caen en el silencio o, peor, en la completa desaparición.

Antonin Artaud lo puso de una manera sucinta y maldita en una sola frase: "Me autodestruyo para saber que soy yo y no todos ellos".

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En 2007, más de treinta años luego del libro de Bloom, Jonathan Lethem, esta vez un escritor que proviene de la calle y no de la academia, tomó la idea de Bloom.

Y la debatió.

"Encontrar la voz de uno no es solo vaciarse y purificarse de las palabras de los demás, sino adoptar y adoptar filiaciones, comunidades y discursos", dice en su ensayo "Contra la originalidad o el éxtasis de las influencias", publicado en Harper's y traducido al español por Sexto Piso.

El "éxtasis de la influencia" es una figura literaria propio de nuestros tiempos; es decir, de la posmodernidad.

Más que temer a las influencias, Lethem nos dice, lo mejor es empaparse de estas.

Saciarse.

Y así dejar que otros autores escriban a través de uno y que en ese proceso la escritura encuentre nuevas texturas.

"La mayoría de los artistas son llevados a su vocación cuando sus propios talentos nacientes son despertados por el trabajo de un maestro", escribe Lethem. "Es decir, la mayoría de los artistas se convierten al arte por el arte mismo ".

O de otra forma: crear de manera consciente, mas no angustiada, ya que la creación no es –tal como sugiere Bloom– una carrera.

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¿Qué es el posmodernismo, como sugiere Lethem, si no un modernismo despojado de cualquier ansiedad? En una época en que todos nos robamos a todos, ¿para qué angustiarnos?

Bloom creó una teoría que finalmente muestra a un artista joven que tiene que matar al padre. El arte (la creación) como un duelo (¿de falos?).

Y esto es algo que Lethem rebate en su ensayo.

Porque claro: ¿no es mejor pensar en las influencias como un éxtasis antes que una angustia?

El autor de La fortaleza de la soledad desde un principio se sintió a sus anchas remixeando sus referentes literarios, como lo prueban sus primeras obras, pastiches de novela negra, de la ciencia ficción y de la contracultura.

Por eso que en su ensayo "Contra la originalidad o el éxtasis de las influencias" Lethem pase de Nabokov (quien remixeó una idea para escribir Lolita) a Bob Dylan (un gran ladrón musical), o desde el jazz a los cubistas y desde los dibujos animados hasta llegar a nuestros tiempos y a lo que, tal vez, sea la corriente artística más consciente del arte de robar y remixear: el rap.

"La apropiación, la imitación, la cita, la alusión y la colaboración sublimada", dice Lethem, "son una suerte de sine qua non del acto creativo, que atraviesa toda clase de formas y géneros en el ámbito de la producción cultural".

O en términos musicales: ¿Qué es To pimp a butterfly de Kendrick Lamar si no eso mismo: la libertad de un hip-hopero que rima a sus anchas gracias a una gran tradición pero a la vez sin sentirse angustiado por el legado de Tupac o N.W.A?

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La muerte de Harold Bloom es la muerte de un tipo de académico e intelectual. Ese académico que, en palabras de José Donoso, era como un elefante anquilosado en la universidad.

Luego de Bloom vendría, en sus palabras, "la escuela del resentimiento", la cual en estos días tiene tomada no solo la academia, sino también el debate cultural y mediático gracias la "política de identidades".

Seguramente el canon de Bloom –ese que marcó más al mundo hispanohablante que al anglo– quedará obsoleto. No así su idea de cómo lidiar con las influencias.

Esto ya que para crear el artista necesita influenciarse. Y eso ya presenta ciertos problemas o (depende de cómo se le vea) posibilidades.

"El valor literario nunca es establecido por un crítico particular o un grupo de críticos", escribió Bloom. "El valor literario se establece por generaciones de poetas, novelistas y dramaturgos que han tenido que luchar contra la influencia de escritores particulares, una influencia que consideran ineludible. Y haciendo eso, establecen su valor".

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