El derecho de vivir en paz: Víctor Jara, Los Blops y el toque de queda
La convocatoria apareció en redes sociales y llamaba a reproducir la canción del hombre tras "Te recuerdo Amanda" a la hora del toque de queda durante los recientes estallidos sociales en Chile. "El derecho de vivir en paz" es una composición en que Víctor Jara se permitió experimentar con sonidos ajenos a la música de raíz, a partir de su respeto por el trabajo del grupo de Eduardo Gatti, inspirado en la disidencia vietnamita.
La idea corrió por las redes. Al momento en que se iniciara el toque de queda fijado ayer lunes 21 de octubre de 2019, debía sonar en el parlante, el móvil, el smart tv o hasta el tocadiscos una sola canción. “El derecho de vivir en paz”, de Víctor Jara. Su título, elocuente, fue el elegido por la asamblea de músicos de Valparaíso para expresar un anhelo ante la crisis social que vive el país, la que obligó al gobierno a declarar estado de emergencia y establecer toque de queda, en momentos en que se registran manifestaciones y enfrentamientos que ya dejaron 15 muertos, cuatro de ellos con participación de efectivos de las fuerzas armadas, según información de Fiscalía.
Al poco rato se viralizaron videos con gente cantando o escuchando la composición. Desde Buenos Aires, el cantautor Manuel García aportó con un video en que se le ve tocando la pieza.
Lo chileno y lo extranjero
Fue a comienzos de los setentas, en medio de los convulsos días de la Unidad Popular, en que el tema llamó la atención.
Según cuenta la viuda del músico, Joan Jara, en sus memorias Víctor Jara, un canto truncado (Suma de Letras, 2001), "muchos participaron en la elaboración del disco: Ángel Parra, Inti-Illimani, Patricio Castillo, además de Celso Garrido Lecca e incluso el conjunto pop Los Blops, que acompañaron a Víctor con guitarras eléctricas y sintetizador, en un experimento de 'invasión de la invasión cultural'".
En los surcos de "El derecho de vivir en Paz", canción que da título al disco homónimo de 1971, se podía escuchar un cruce que no pasó desapercibido. Víctor Jara, el artista y hombre de teatro vinculado al folklore y la canción de compromiso social, tocaba junto a Los Blops, un conjunto que mezclaba rock con música de raíz y cuyos melenudos integrantes eran más bien lejanos a los vaivenes políticos del momento.
La reunión no era tan sorpresiva. Antes, en 1970, Jara había intercedido por el grupo frente a los ejecutivos de Dicap, la discográfica de las Juventudes Comunistas, por la resistencia de estos a editar el primer LP del conjunto. Desconfiaban de esos hippies sin militancia política y cuyas letras no aludían al proceso revolucionario. Sin embargo, a punta de discusiones y en vista del peso artístico de su figura, en el sello cedieron, lo que permitió dar a conocer ese álbum debut en que destacaban temas como "La mañana y el jardín", "Barroquita", y "Los momentos".
Por entonces, el autor de "El cigarrito" era uno de los puntales de la Nueva Canción Chilena, el movimiento que impulsaba la canción de contenido social, sostenida en ritmos y sonidos folclóricos. Por ello, varios de sus cultores mantenían una tensa distancia con el rock, al que consideraban "extranjerizante".
Sin embargo, a Jara le llamaba la atención el cruce entre el rock anglo y la música latinoamericana que tocaba el grupo integrado entonces por Eduardo Gatti (guitarra y voz), Julio Villalobos (guitarra, piano y voz), Juan Pablo Orrego (bajo, xilófono y voz) Juan Contreras (flauta, órgano eléctrico) y Sergio Bezard (batería y percusión).
Dicha fusión musical no era algo exclusivo de Los Blops. Además de ellos, agrupaciones como Los Jaivas, Congreso, Panal, y otras tantas ya expandían los límites del lenguaje y el sonido del rock hacia las raíces folclóricas. Entre guitarras eléctricas, bajo eléctrico, órgano y batería, los músicos tocaban progresiones y escalas propias de la música andina e incluso incorporaban otros instrumentos como el charango, la quena, la tarka, entre otros. Así, entre patas de elefante, melenas y barbas, surgía un sonido totalmente chileno.
"Los Blops se fueron empapando de la riqueza del folclor, integrándolo en sus primeros temas. Nunca renegaron del rock, escuchaban con el mismo entusiasmo tanto a Violeta Parra como a Jimi Hendrix —explica el músico y periodista Gonzalo Planet en su libro Se oyen los pasos (La Tienda Nacional, 2013)—. Así se creó una gran fusión que mezcló lo acústico y lo eléctrico, lo chileno y lo extranjero".
Jara se aparecía en los ensayos del quinteto y no tardaron en tocar juntos. Así se empezó a fraguar la unión artística. Por entonces, él dirigía la obra de teatro Vietrock, una pieza de Megan Terry que presentaba una crítica a la intervención estadounidense en Vietnam. En esos días, cuenta Planet, comenzó a rondar por su cabeza una melodía de homenaje al líder Hồ Chí Minh y la lucha del pueblo vietnamita. El artista pensó que podía prestarse para una interpretación en que se abrazaran la calidez acústica del folclor, con la intensidad eléctrica del rock. De esta manera, al principios de 1971, por fin la unión se consumó. Nacía "El derecho de vivir en paz".
"Nos sorprendió mucho que Víctor quisiera que estuviéramos con guitarra eléctrica, digamos con una formación para nada acústica sino que más bien de rock. Hicimos lo que pudimos dentro de eso", cuenta Eduardo Gatti al teléfono con Culto.
La pieza que parte con una introducción de tiple, poco a poco suma al resto de los instrumentos. Gatti recuerda que en general se trató de una sesión en que se fueron probando arreglos en el momento. "Hubo mucha improvisación. Yo creo que hasta se nota un poco en la grabación", agrega.
Incluso esta particular unión se pudo ver en vivo. "Hicimos un par de presentaciones con él, a raíz de esta canción y de otra en que yo participé haciendo el tiple, 'Abre la ventana'. Era un tiple de Víctor, me lo prestó para acompañarlo", rememora Gatti. Se sabe que TVN hizo el registro de alguna actuación en conjunto, pero se perdió en la noche de los tiempos.
La composición abre el disco homónimo en que también hay piezas importantes en el repertorio del autor, como "El alma llena de banderas", "El niño yuntero", "Vamos por ancho camino" y la instrumental "La partida". También se incluye la "Plegaria a un labrador", el tema con el que Jara, acompañado por Quilapayún, ganó el primer festival de la Nueva Canción Chilena de 1969. El álbum tuvo varias reediciones, en que canciones más, canciones menos, el material es el mismo. La edición en CD incluye algunos temas extras.
Años después, el cruce llamó la atención de una joven banda penquista. En su álbum debut homónimo (2001), Los Bunkers grabaron una versión del tema. Por entonces, sus integrantes declaraban a la prensa que la música del período grabada por agrupaciones como Inti Illimani eran directa influencia en su trabajo. Tiempo después, presentarían su propia mirada de la fusión entre rock y folklore en el disco La Culpa.
Te recuerdo Víctor
Joan Jara relata en sus memorias que su marido Víctor Jara siempre mantuvo un interés —además del acabado de la música y los textos de sus canciones— por la estética de sus discos.
"La carátula tenía que reflejar lo que él quería transmitir con las canciones", cuenta.
"En ocasiones encargaba a fotógrafos tomas especiales para lograrlo. Para Pongo en tus manos abiertas escogió una foto de las manos estropeadas y cubiertas de tierra de un campesino":
"En el caso de Canto libre insistió en que la carátula fuese el primer plano de una desvencijada puerta cerrada con candado, de modo que al abrirse la funda parecía salir volando del interior una paloma":
"Entonces quiso, para El derecho de vivir en paz, una sensación de espacio abierto y brillantes colores", escribe Joan Jara en sus memorias Víctor Jara, un canto truncado (Suma de Letras, 2001).
Allí relata que Víctor descubrió un dibujo en tinta "de un juguetón caballo al galope, para transmitir una sensación de alegría y libertad" en el arte del disco.
Según Joan Jara, El derecho de vivir en paz fue objeto de un gran lanzamiento gracias a la enorme popularidad del nuevo movimiento de la canción y la consiguiente expansión de Dicap y su capacidad de organización y publicidad".
“Me resultaba extraño ver en la calle carteles de Víctor, en anuncio de un recital. Un director de teatro es una persona mucho más anónima”, escribe la bailarina de origen británico.
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