El derecho de vivir en paz: cómo se transformó en un himno eterno
La creación de Víctor Jara se ha revitalizado gracias al estallido social, incluso con una nueva versión adaptada a los tiempos que corren. Sus protagonistas, que muestran distancia con esa nueva lectura, hablan del complejo origen de un tema que siempre pareció batirse entre mundos opuestos.
"Hola chiquillos, ¿cómo están? ¿Puedo pasar a tocar un rato?". Hacia 1970, Víctor Jara llegaba sin aviso a la carpa donde Violeta Parra había vivido en La Reina, habitada en ese entonces por su hijo Ángel y que en ciertas ocasiones servía como lugar de ensayo para una banda en pleno despegue bautizada como los Blops.
Y precisamente el bajista del conjunto, Juan Pablo Orrego, regala hoy una definición que nadie jamás había hecho del cantautor, cuando lo recuerda parado en la puerta pidiendo permiso junto a su guitarra: "Tenía una sonrisa tan luminosa como la del gato de Alicia en el país de las maravillas".
Quizás el cantante estaba feliz. Había descubierto a los Blops por esos mismos años y había quedado flechado por esa fusión casi única entre la fragilidad acústica del folclore y la musculatura eléctrica del rock. Un grupo con dos guitarras, teclados, letras anémicas de toda pólvora ideológica y una facha que parecía arrancada de los pastos de Woodstock, tan distintos a sus compañeros del movimiento de la Nueva Canción Chilena. Mientras por esos años Jara ya había facturado composiciones tan elocuentes como "A Luis Emilio Recabarren", "Preguntas por Puerto Montt" -inspirada en la masacre de 11 pobladores en 1969- y "El aparecido" -dedicada al "Che" Guevara-, es muy probable que en esas tardes de ensayo haya visto cómo los Blops depuraban el tema "Vértigo", parte de su primer disco y que concluye con la frase más representativa de quien ha sepultado todo compromiso político: "Porque yo no creo en nada".
"Siempre cuando llegaba a nuestros ensayos se sentaba muy humildemente, escuchaba un rato, miraba, nos decía que le gustaba mucho lo que hacíamos. Era una persona muy amable, nunca hacía aspavientos de su reputación", advierte Eduardo Gatti, cantante y guitarrista de los Blops.
Un nuevo derecho
Todo ello fue la cuna de lo que en 1971 precipitaría "El derecho de vivir en paz", el tema de pulso rockero grabado junto a los Blops, incluido en el álbum del mismo nombre y que se convertiría en uno de los más memorables del cancionero chileno. Tan así, que en los últimos días se ha reposicionado como puntal del estallido social que sacude al país, sonando en marchas, actos callejeros, por la ventana del vecino cada cierto rato o en espontáneas cadenas radiales convocadas por la web que invitan a ponerlo a todo volumen a una hora determinada.
Incluso, el pasado fin de semana, un numeroso grupo de artistas -con nombres tan diversos como Mon Laferte, Gepe, Roberto Márquez, Moral Distraída, Manuel García, Princesa Alba o Kanela (Noche de Brujas)- estrenó una nueva versión con una letra adaptada a los tiempos que corren y autorizada por la propia Fundación Víctor Jara. Ahí donde la melodía original abre con una alusión a la Guerra de Vietnam en "El derecho de vivir / poeta Ho Chi Minh / Que golpea de Vietnam / a toda la humanidad", en su nueva lectura se convierte en "El derecho de vivir/ sin miedo en nuestro país/ En conciencia y unidad/ con toda la humanidad".
"La escuché y está bonita. Entiendo que en la música popular hay muchas adaptaciones y se cambian las letras, pero como se trata de una canción emblemática, me costó un poco, me chocó escucharla con otra letra. Debe ser porque la escuché muy poco, quizás me falta hacerlo otra vez", opina Gatti, quien fue invitado para esta remodelación de "El derecho de vivir en paz", aunque por tiempo no pudo participar, cediendo su lugar en la guitarra a Ángel Parra.
Juan Pablo Orrego, su excompañero en los Blops, también comparte un pequeño recelo con la renovada lírica: "Le pegué una escuchada rápida y encontré un poco extraño el cambio de letra, pero entiendo que es para actualizarla. Está bonita, pero es una versión distinta al espíritu del tema original, esa cosa más sobria, austera, representativa de la época. Aquí no hay tanto de eso. No sé si a Víctor le hubiera gustado o no, quizás sí, no tengo idea, pero estas cosas me dan nervio. Todo lo que tenga que ver con Víctor me da cosa, trato de ser cuidadoso".
"El derecho de vivir en paz" siempre ha parecido batirse entre dos mundos. Como si su título cargara la intención explícita de hermanar universos que parecen antagónicos: fue escrita por uno de los mayores símbolos del sonido chileno de raíz, pero grabada junto a un grupo fascinado con el rock de EE.UU. e Inglaterra. Fue concebida por un creador de origen campesino, pero pensada para una banda cuyos miembros se reconocían como parte de la alta burguesía y que habían estudiado en los colegios más caros de Santiago. Fue imaginada por un hombre de izquierda, pero los créditos del disco lo perpetuaron junto a un conjunto de músicos que nunca militaron en ningún partido político.
Hoy es adaptada por artistas en su mayoría de la nueva generación, surgidos en este siglo, mientras algunos cantautores más señeros observan el atrevimiento con mayor mesura. Eso sí, todos coinciden en que finalmente ese siempre fue el sino de Víctor Jara: la inquietud creativa sin prejuicios y que a veces podía resultar incómoda.
De los Beatles a Vietnam
"Creo que fui uno de los primeros en meterle el bichito del rock al Víctor. Yo era mucho más transversal y siempre le estaba sugiriendo nuevas ideas", asegura Patricio Castillo, uno de los músicos que integró los comienzos de Quilapayún en 1965 y que asoma como uno de los principales aliados de Jara en sus inicios como solista, también por esa misma fecha, cuando era un visitante frecuente de La Peña de los Parra. De hecho, ahí se conocieron.
Como un simbolismo, el aporte de Castillo es lo primero que se escucha en "El derecho de vivir en paz": estuvo encargado de tocar el tiple que abre el tema, un instrumento de 12 cuerdas de origen colombiano, de timbre más cristalino y utilizado profusamente en el folclor de esos años. Castillo postula que la idea de componer una pieza basada en Vietnam empezó a merodear a Jara recién en 1967, cuando se declaró impactado con una voluminosa marcha realizada por universitarios entre Santiago y Valparaíso para rechazar la intervención estadounidense en Asia. Una inspiración que adquirió cuerpo definitivo más tarde, cuando en su labor de director teatral adaptó la obra Vietrock, de Megan Terry.
Además, en ese mismo año, e igual que casi toda su generación, había caído rendido ante la audacia lisérgica de The Beatles en su disco Sgt. Pepper's lonely hearts club band, comprado por Eduardo Carrasco, líder de Quilapayún, la agrupación en la que el autor de "Te recuerdo Amanda" oficiaba de director.
"Tanto los Beatles como Vietnam eran dos cosas de las que no podías zafar en esos años. Y por ahí le vino el interés por otros rumbos", complementa Carrasco. Un apetito que se abrió aún más en 1968, cuando partió a Londres becado por el British Council, conociendo en terreno toda la atmósfera delineada por los Fab Four. De hecho, a su retorno, les trajo a los Quilapayún de regalo esos célebres retratos de los cuatro Beatles bajo colores psicodélicos que se venden hasta hoy como pósters, tomadas por el fotógrafo Richard Avedon.
Pese a ello, aún seguía colisionando con la dura caparazón ideológica de sus pares de la Nueva Canción Chilena, agrupados bajo el sello Dicap, perteneciente a las Juventudes Comunistas y con algunos miembros que miraban al rock como un mero asalto imperialista. "El Víctor era una persona mucho más abierta. Una parte importante de la cultura chilena de ese tiempo era muy sectaria, lo que tiene que ver más con la estupidez humana que con cualquier otra cosa", zanja Castillo, quien luego colaboraría con Los Jaivas e Isabel Parra.
En ese punto, hay distintas versiones en torno a cómo el asesinado cantante conoció a los Blops, quienes ya venían haciendo sus primeras armas desde 1964. Castillo es probable que alguna vez le haya hablado de ellos. También se los pudo haber topado en el Conservatorio de la Universidad de Chile, ya que varios de sus integrantes estudiaban ahí al mismo tiempo que los Quilapayún, cuyo gran jefe era Víctor Jara. El relato más concreto apunta a que Ángel Parra se los presentó: el hijo de Violeta estaba casado con una tía de Juan Pablo Orrego y, contra todo pronóstico, había conseguido que los Blops grabaran su álbum debut de 1970 en Dicap, pese a la desconfianza ideológica que despertaban. Era la misma discográfica que editaba a Jara.
A partir de ahí, la voz de "Plegaria a un labrador" empezó a tocar la puerta para visitarlos en ensayos o sesiones improvisadas. El propio Orrego completa con otra anécdota con carne de leyenda: "Cuando fuimos a Dicap a grabar nuestro álbum, los ejecutivos nos dijeron que antes querían revisar las letras. Nos negamos y nos fuimos. Justo viene entrando Víctor, le contamos lo que pasó y entró muy enojado. Discutió con los directivos del sello encerrados en una oficina, y luego salió y nos dijo 'disculpen todo lo que pasó, entren a grabar sin problemas'". Ahí lo que se impuso fue el derecho a trabajar en paz.
La sonrisa final
Ni Orrego ni Gatti tienen hasta hoy claro por qué los escogió en 1971 para grabar el himno pacifista. "Tenía una cultura tan vasta que un tema que hablaba de Vietnam debía hacerlo de modo distinto, con otro sonido", se aventura Gatti. Orrego agrega: "Él quería algo más fresco, más chascón, que fuera entretenido, y que tuviera esta cosa de unir dos mundos que parecían enfrentados".
El tema se registró en un par de horas en los estudios de RCA de la calle Matías Cousiño. "Fue en un ambiente muy eléctrico, intenso, concentrado, porque Víctor para trabajar era muy serio y disciplinado", califica Orrego. El álbum salió a principios de 1971, con su autor dando amplias entrevistas. "Me he sentido absolutamente libre para experimentar con todo tipo de sonoridad", reveló en la revista Telecrán. "En la búsqueda del camino para tocar la raíz profunda del pueblo, me di cuenta de que cualquier sonoridad llega", sentenció en El Siglo.
El estreno en vivo de la canción y del disco fue en abril de 1971 en el Teatro Marconi (hoy Nescafé de las Artes), con los Blops como invitados. Como si fuera poco, ahí Jara introdujo otra innovación: cada tema estaba acompañado por una imagen distinta proyectada en un telón de fondo. Lo que hoy es anzuelo común en las escenografías de los conciertos, en el Chile de los 70 era vanguardia pura. "Yo estaba en el segundo piso del teatro con un proyector y ahí íbamos pasando las fotografías. Era parte de nuestra búsqueda", describe Antonio Larrea, diseñador y responsable de las carátulas del cantautor.
Aunque el golpe de Estado y su asesinato silenciaron su música, muchos jóvenes de los 70 descubrieron "El derecho de vivir en paz" a través de su edición en casete, intercambiada como un pequeño artefacto de contrabando. Para sus protagonistas, no es extraño que hoy vuelva a sonar en días de revuelta social: según ellos, es un himno que apela a la paz humana sin importar el tiempo. Quizás su mentor, al ver la vigencia de su creación, estaría hoy bajo esa imagen ideada por Juan Pablo Orrego hace tantos años: con una sonrisa tan luminosa como la del gato de Alicia en el país de las maravillas.
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