James corre por la playa, Alyssa es sujetada por la policía, que lleva tiempo tras sus pasos, y se escucha un disparo hacia él. La pantalla se funde a negro y es el final de The end of the f***ing world (los asteriscos son parte del título original y no una censura al garabato), la serie inglesa revelación de 2018, estrenada en Netflix en enero del año pasado y que, aparte de tener un nivel de adrenalina poco usual en la pantalla chica, posee uno de los finales más jugados y gloriosos que se hayan visto en ficción. Un monumento al riesgo y a no ceder en creatividad.

Pero el fundido a negro no fue para siempre, como originalmente lo pensaron los realizadores. Aunque la serie se inspiraba en una novela gráfica corta, Netflix decidió que debido al éxito tenía que seguir. Y anunciaron una segunda temporada, lo que en el papel se veía totalmente innecesario. ¿Por qué querríamos saber si James murió o no? ¿No es mejor que cada quien se invente una continuación en su cabeza?

Recapitulando: Alyssa y James son dos quinceañeros deprimidos, los parias del colegio donde van. Entre raros se entienden, cruzan miradas, él tiene instintos asesinos y lidia con el suicidio de su madre y la depresión de su padre; ella es extraña, afronta diariamente una madre particularmente distante y un padrastro que podría ser un pedófilo. Entre los chicos surge una amistad, un viaje que emprenden donde literalmente ven su mundo arder, al son de la brillante banda sonora compuesta por Graham Coxon, guitarrista de Blur, junto a canciones oldies. Una coming of age que a mitad de camino se vuelve una serie que pareciera dirigida por Quentin Tarantino y que, con capítulos de 20 minutos, impactó por su original mezcla de comedia negra y drama de acción. O quizás más que eso: una road movie para la era centennial, pero hecha para la televisión.

The end of the f***ing world era perfecta, todo lo perfecta que esta segunda temporada no lo es. Y eso resulta doloroso. Acá la historia es original, el primer capítulo presenta a una chica afroamericana que viene saliendo de la cárcel y que, por circunstancias que no es necesario develar aquí, va tras la pista de Alyssa con un revólver en la guantera del auto. De Alyssa nada sabemos: ¿Fue a la cárcel? ¿Rehizo su vida? ¿James murió o se salvó? Esas tres interrogantes solo se responden en el segundo capítulo, pero cuando finalmente sucede, cuando nos enteramos de todo, viene la desazón y nuevamente la pregunta: ¿Era esto necesario?

Hay una extraña nostalgia temprana que parece inundar la cultura pop de este siglo: películas o series con menos de una década son consideradas "clásicos", bandas que acaban de separarse se reagrupan y agotan tickets en el mundo, ganas de que aquello que te gusta viva para siempre, lo que resulta un sinsentido. Porque la creatividad no es eterna, porque el click que te provoca una serie está ajustado a un momento, a una era determinada, pero transportarla a otro tiempo resulta generalmente decepcionante. Y un poco falso.

Que la segunda temporada de The end… llegue a resultar aburrida, sin gracia e incluso tonta (hay una necesidad por explicar todo lo que se está viendo, algo impensando en la primera entrega, donde los silencios eran cómplices) no la convierte en una decepción, porque apenas se anunció este nuevo ciclo era bastante posible que fuera un regreso sin gloria. No puede decepcionar algo que no se esperaba.

En efecto, los personajes siguen ahí, con una vida alargada y una sensación rara que deja al verlos otra vez. Como en Frankenweenie, aquel corto que luego se convirtió en largometraje de Tim Burton, donde se revive a un perro y ya no es el mismo, así como el notable cortometraje no era igual que la cinta largaduración, porque uno siente algo de traición al ver que una historia original se ha convertido en una suerte de franquicia, donde los realizadores piensan más en el rédito económico que en ajustarse a los planes originales. Y el plan original de The end… era que tuviera solo una temporada y no estos nuevos ocho capítulos que, incluso, llegan a estropear un poco ese final perfecto con el que cerraba la primera temporada, porque fuerzan algo que no debió ser. Aquel fundido a negro debió ser para siempre.