Philippe Lançon: la vida después del atentado a Charlie Hebdo

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En El colgajo, el periodista francés relata la experiencia de haber salido con vida esa mañana del 7 de enero de 2015, cuando los hermanos Kouachi ingresaron a las oficinas de la revista en París, enmascarados y con fusiles de asalto.


Philippe Lançon está sentado en la oficina de Anagrama, en Barcelona, en la primavera de 2003. Es, en ese momento, un periodista y crítico literario francés, un entusiasta de la literatura latinoamericana, una voz importante que escribe en el diario Liberatiòn. Ese día está ahí porque va a entrevistar a Roberto Bolaño, de quien acaban de publicar en Francia La literatura nazi en América. Unos meses más tarde, Bolaño va a estar muerto y esa entrevista será la última que dé en forma presencial; últimas palabras que dirá frente a una grabadora. Doce años más tarde, en enero de 2015, ese crítico literario francés va a recibir una bala que le destrozará la mandíbula, y se convertirá en uno de los pocos sobrevivientes del atentado al semanario Charlie Hebdo. Y un par de años después, volverá a la oficina de Anagrama, pero esta vez ya no como periodista, sino como autor, el autor de El colgajo, ese libro de casi 500 páginas en el que relata la experiencia de haber salido con vida esa mañana del 7 de enero de 2015, cuando los hermanos Kouachi ingresaron a las oficinas de Charlie Hebdo, en París, enmascarados y con fusiles de asalto, y dispararon a quemarropa a todos quienes se cruzaron por su camino, asesinando a 12 personas e hiriendo a otras 11, entre ellos a Philippe Lançon, el protagonista de esta historia, el autor de este libro que se publicó recientemente en Chile y en el que reconstruye ese día, esa masacre, pero también lo que vino: los meses hospitalizado, las muchas operaciones para reconstruir esa mandíbula destrozada y la vida después de sobrevivir a una experiencia que lo cambiaría todo, para siempre.

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Philippe Lançon

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Pero antes de escribir ese libro, antes de las operaciones, del atentado, de esa vida que iba a desaparecer, Philippe Lançon está en la oficina de Anagrama, en la primavera de 2003, sentado en una sala junto a Bolaño, preguntándole por sus libros, por su vida, por los años que pasó en Chile. Y Bolaño le responde, y recuerda, y le dice que está terminando de escribir una novela de más de mil páginas, un libro monstruoso que a veces no sabe si podrá acabarlo, una novela sobre las muertas de Ciudad Juárez que tiene el título tentativo de 2666.

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Hablan del futuro, pero no saben que lo que está rondando ahí, en esas palabras, en ese futuro, es la muerte.

*

El colgajo empieza con una reconstrucción detallada del martes 6 de enero de 2015: cómo era la vida de Philippe Lançon un día antes del atentado, cuál era su cotidianidad, con quiénes habló, qué hizo, qué dijo, qué pensó. En esas primeras páginas, hay una obsesión por contarlo todo, por registrar ese mundo -su vida- que iba a ser devastado. Reconstruye ese día, cuando va a ver en la noche el montaje de una obra de Shakespeare en un teatro a las afueras de París: quiere escribir una reseña en Liberatiòn, el diario en el que publica habitualmente textos críticos, mientras las crónicas o los artículos más personales los deja para el semanario satírico Charlie Hebdo, en el que colabora desde inicios de los 2000. Son los primeros días de 2015 y la noticia que más resuena es la próxima publicación de Sumisión, la novela de Michel Houellebecq que debe llegar a librerías justamente el miércoles 7 de enero, y en la que imagina una Francia gobernada por un partido islamista. Era un libro que todo el mundo parecía estar esperando, un libro polémico que Lançon había reseñado positivamente justo el fin de semana anterior en Liberatiòn.

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Cuando despertó ese miércoles 7 de enero, Lançon tenía dos opciones aquella mañana: ir a Liberatiòn a escribir la reseña sobre la obra de Shakespeare, o asistir a la reunión de pauta de Charlie Hebdo, que sería la primera del año. Salió de su departamento sin saber bien qué haría, pero en un momento se encaminó hacia el semanario y, entonces, entró a esa sala de reuniones donde estaban sus compañeros discutiendo los temas sobre el nuevo número que nunca iban a poder preparar. Cuando eran casi las 11.30 a.m., terminaron la reunión y se levantaron de sus asientos. Casi todos salieron rápido de la sala, pero Lançon se quedó, mostrándole un libro de jazz a uno de sus compañeros. Alguien hizo una broma. Empezaron a reírse. Y aquí, cuando va a explotar el mundo, lo mejor es darle la palabra a Lançon: "Hubo varias sonrisas y fue entonces, una vez hecha la broma, cuando un ruido seco, como de petardo, y los primeros gritos en la entrada interrumpieron el flujo de nuestras bromas y nuestras vidas. No tuve tiempo de guardar el libro de jazz en la pequeña bolsa de tela negra. Ni siquiera tuve tiempo de pensar en ello, y todo lo ordinario desapareció".

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Las siguientes cinco páginas en las que relata el momento en que los hermanos Kouachi entran en la redacción disparando a todo el mundo deben ser las cinco páginas más intensas que los lectores van a descubrir este año. Cinco páginas durante las que Lançon recibe un balazo en la mandíbula mientras sus compañeros van cayendo al suelo, muertos, uno con la cabeza reventada y los sesos ahí, al descubierto, en una imagen que él nunca olvidará.

-Cuando escribí los primeros capítulos, tenía el sentimiento muy desagradable de escribir con plomo, no plomo de balas, sino plomo que lo pone todo muy pesado -cuenta Lançon, desde París, en un español muy claro, que aprendió hace años-. Ahí me di cuenta de que si quería seguir, tenía que escribir primero el atentado, o sea, vivirlo de nuevo, desde mi punto de vista exclusivamente. Aquí nació la voz del narrador, su interioridad casi pacífica entre conciencia y subconciencia, entre muerte y nacimiento. Esta voz nació entre los muertos.

Lo de la voz naciendo entre los muertos es literal: después de los disparos, él cae al piso y ya no volverá a ser la misma persona. Algo muere ahí en él, una vida, una experiencia que va a quedarse detenida para siempre en ese lugar. Y, entonces, cuando los hermanos Kouachi salen de Charlie Hebdo, se produce un silencio aterrador.

Ya no hay balas, no hay gritos, solo queda la muerte, y los muertos, y la sangre, y los heridos.

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Philippe Lançon está vivo, y lo que viene serán meses y meses de recuperación, en dos hospitales de París, y una suma de operaciones -serán 18 en total- que buscarán reconstruir su mandíbula a partir del peroné de su pierna derecha.

Es en esos meses de convalecencia cuando Lançon entiende que algún día va a escribir esta historia.

*

No podía hablar, pero escribía en una libreta o en una pizarra para comunicarse. Escuchaba a Bach, leía La montaña mágica y En busca del tiempo perdido, veía películas, trataba de retomar una cotidianidad en esa sala del hospital que estaba todo el día escoltada por dos policías. Hablaba con Gabriela, su novia chilena que vivía en Nueva York y que lo iba a ver cuando podía. Lo visitaban sus amigos. No veía tele, trataba de no saber qué era lo que estaba ocurriendo afuera. Nada le hacía mucho sentido. No había odio ni deseo de venganza en él, tampoco ánimo de entender por qué esos dos hermanos atentaron contra la vida de 12 personas. No le interesaban. Y el libro está escrito con ese tono: no hay grandes discursos ni conclusiones ni moralejas.

-Creo que este narrador tiene la voz de un niño de 50 años. Ha nacido en el momento mismo del atentado, cuando una parte de mí se alejó de la otra, acaso para tragar lo que pasaba y sobrevivir. No es la voz de un dios, ni de un ángel, ni de una víctima, es la voz que permite al hombre casi muerto nacer -más que renacer- dentro de esta cuna inesperada: El colgajo.

-¿Siempre pensó que el libro iba a estar ajeno a esos grandes discursos que tratan de explicar el mundo, o que en este caso podría tratar de explicar el atentado?

-Creo que mi libro, sobre todo, es un cuento: la historia de un hombre que fue víctima de un atentado y que lo cuenta desde su punto de vista. Los únicos discursos que entran en este cuento son más bien gritos, quejas, que en ciertos momentos este hombre echa. O sea que no son discursos. Los discursos aplastan el cuento, como aplastan casi siempre las novelas al ponerse arriba de ellos y, además, en mi caso, creo que hubieran diluido la realidad vivida y la realidad de la memoria, o sea, la violencia casi mágica de sus detalles, en unas de las peores cosas de este mundo: las opiniones sin competencia, la ideología barata. No tengo nada interesante que decir sobre el terrorismo, ni sobre los islamistas, ni los musulmanes, ni las técnicas de la policía.

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-El libro ha tenido un éxito importante en Francia. Ha vendido más de 300 mil ejemplares, obtuvo varios premios y se está traduciendo a más de 10 lenguas. ¿Cómo vive toda esta experiencia?

-Nunca imaginamos, con mi editor, que iba a ocurrir esto. Casi no hice promoción del libro, di muy pocas entrevistas aquí, no fui a la televisión. Sin embargo, funcionó. En todos estos meses recibí muchos correos de lectores y eso me enseñó un poco a entender algunas razones del éxito. Me di cuenta, primero, que este atentado había sido un trauma, un choque muy fuerte para la sociedad francesa, y sobre todo para la clase media culta, que en Francia es mucha gente. Y la otra es que luego está lo del hospital, los capítulos en que narro la vida en ese mundo de operaciones y convalecencias. La manera en que conté eso tocó a mucha gente, no solo a los médicos o enfermeras, sino a los pacientes o expacientes, que son muchísimas personas. Esa es la magia que a veces funciona con la literatura: tú cuentas una historia, que sobre todo te la cuentas para ti mismo, y a veces esa historia se vuelve la historia de los demás.

-En varias partes de El colgajo usted dice que no le parece que la literatura sea algo terapéutico…, ¿pero le ayudó en algo escribir este libro?

-Un libro nunca sana de nada. Pero lo que sí sana es sencillamente el acto de escribir, en el momento que uno escribe. Por ejemplo, me di cuenta de que hoy todavía escribir es tal vez la única cosa que me hace olvidar las sensaciones de mi mandíbula. Escribí este libro desde la fragilidad, y creo que eso me dio fuerza.

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