Maradona en Sinaloa: yo vengo a ofrecer mi corazón

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Maradona en Sinaloa.

Maradona en Sinaloa, la serie documental que se puede ver en Netflix y que lo siguió durante su temporada de director técnico de los Dorados, un club de la segunda división del fútbol mexicano, refuerza muchas de los ideas y prejuicios que hemos ido erigiendo alrededor de Maradona, pero también demuele otras, las pulveriza. Su vida es un Truman Show a la que todos asistimos, a veces con hastío, siempre con cierta fascinación.


Maradona siempre está en lugares raros. Nunca lo vemos en los enclaves centrales del poder económico; no hay fotos de él en Nueva York, en París, en Londres, en Tokio. En cambio, las noticias arrojan cada tanto una historia geográfica alternativa, una narrativa de viajes en pedazos: que se trenzó en una pelea en un pub en un pueblo de Croacia; que volvió a su casa en el desierto de Dubai; que encontró una parrilla para comer buena carne en el sur de Rusia; que bailó salsa en la trasnoche de una Caracas derruida. Así, cuando se confirmó la noticia de que iba a mudarse a Culiacán, en Sinaloa, una de las ciudades más peligrosas del mundo, parque de diversiones del cartel del Chapo Guzmán, nadie se sorprendió. Era solo una escala nueva —algo más extrema, es cierto— en un recorrido por un mapamundi propio, marginal y vivo, caliente y crispado. Eso también es Maradona, un hombre de la periferia.

Maradona en Sinaloa, la nueva serie documental de siete capítulos que se puede ver en Netflix y que lo siguió durante su temporada de director técnico de los Dorados, un club de la segunda división del fútbol mexicano, refuerza muchas de los ideas y prejuicios que hemos ido erigiendo alrededor de Maradona, pero también demuele otras, las pulveriza. En principio, creemos que Diego es el mejor jugador de la historia y un técnico fallido, y esa paradoja tiene algo de inexplicable. El relator Víctor Hugo Morales observó alguna vez que en cada pase que daba Maradona en una cancha estaban contenidos, ya, los dos movimientos siguientes de la pelota y la culminación de la jugada. Un hombre con ese nivel de clarividencia, alguien que parecía escrutar el campo de juego con visión de rayos X, de pronto se convierte en técnico y pierde esa mirada de conjunto, esa perspectiva global. ¿Qué sucedió en el camino? Lo vimos perder por goleada contra Alemania, cuando dirigió a la selección argentina, en el mundial de 2010, y cada vez que las cámaras lo enfocaban sus ojos parecían perdidos, como si no pudieran enfocar. No tenía reacción, no entendía qué estaba pasando. Fue duro ver a Diego así, fue doloroso.

Y, sin embargo, con los Dorados de Sinaloa se diría que Maradona encontró cierto funcionamiento como técnico que hasta entonces le había sido negado. Agarró al equipo en el fondo de la tabla y lo metió en la liguilla para el ascenso y llegó, dos veces, a la final. Perdió ambas finales, para dolor de todos los que lo queremos, pero no importa: lo que hizo con ese equipo tiene algo de milagro, como lo que hace Bielsa con los equipos que dirige: les cambia la cabeza, activa algo que ellos no sabían que tenían. De hecho, entre un campeonato y el otro de los dos que Maradona que estuvo en México, cuando no se sabía si iba a volver (se había ido a Buenos Aires para una intervención quirúrgica y no estaba claro si retomaría sus funciones con los Dorados), los jugadores, vemos en el documental, sufrieron una especie de síndrome de abstinencia de Maradona. Lo que les había inyectado Diego era como una especie de droga. La ironía es involuntaria.

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Las imágenes de los vestuarios y de la cancha muestran, sin embargo, que su magisterio no fue táctico ni técnico sino, sobre todo, emocional. Maradona es un hombre que viene a ofrecer su corazón. Sus raptos emocionales son siempre desmedidos, excesivos: ante la menor eventualidad llora, se golpea el pecho, se arrodilla en el suelo, jura por su madre. Lo suyo es la entrega, eso es lo que él hace. Por eso también sus cambios de humor son tan bruscos e impredecibles. ¿Qué es el carisma? ¿Qué es la mística? ¿En qué consisten, dónde y cómo se originan? Como se dice de la poesía, el carisma no se explica, se reconoce, y por supuesto que Maradona lo tiene, lo tiene como nadie (Messi no lo tiene y por eso las comparaciones son tan injustas, en la medida en que cuando se habla de Maradona no se habla de fútbol, o no se habla únicamente de fútbol).

Que una misma persona contenga, en dosis de alta pureza, al Dios y al Diablo, por decirlo en términos teológicos, produce también una fascinación magnética. Sus descensos al infierno son difíciles de digerir para muchos de sus fanáticos. El punto de quiebre de muchos, al menos en Argentina, llegó cuando se peleó de manera pública y mediática con sus hijas. Con las nenas no, Diego, dijeron muchos por lo bajo, y le soltaron la mano. Es un caso complejo: casi nadie ha trenzado de manera tan radical vida pública y vida privada, y ese mestizaje también se paga caro.

Maradona en Sinaloa llega en un momento en el que los documentales que se infiltran en la trastienda de los clubes de fútbol brotan como el último grito de la moda. Los jugadores como actores, los estadios como escenarios. Ya hace años que nos venimos acostumbrando a estas transformaciones —los jugadores son los nuevos modelos y a veces parecen más pendientes del Instagram que de la pelota— y Maradona resurge en este nuevo panorama, ocupando un lugar al mismo tiempo central y desplazado. Diego fue uno de los primeros jugadores híper mediáticos. Cada momento de su vida está registrado en fotografías o videos, sus cambios de look acompañaron nuestro crecimiento, lo vimos con ropas kitsch de Versace en los noventa, lo vimos patrocinado hasta los calzoncillos, lo vimos tatuarse y lo vimos usar dos relojes (uno por cada hija, signifique eso lo que signifique), lo vimos cantar y los vimos dormir, lo vimos en pareja y solo, con amantes y con amigos, drogado y sobrio, acelerado y ralentizado. Su vida es un Truman Show a la que todos asistimos, a veces con hastío, siempre con cierta fascinación. En ese sentido, la espectacularización de fútbol que vivimos hoy parece haberla inventado él. Es el primer actor del fútbol y es el que se sacrificó por llevar ese espectáculo a límites a los que ningún cuerpo puede llegar.

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