Serú Girán: te amo, te odio, dame más
Mariano del Mazo acaba de publicar Entre lujurias y represión: un libro que panea la historia de la banda. "Cuatro discos hermosos, cáusticos, maravillosos, y en plena dictadura —dice—. Escucharlos es ir hacia el núcleo del mejor rock argentino".
La venganza es un plato que se sirve con grasa. En noviembre de 1978, Serú Girán editó su disco debut y no convenció a casi nadie. El público les arrojaba pilas, la crítica se burlaba de sus aspiraciones o, en el mejor de los casos, los atacaba abiertamente. Luego, durante los ensayos para su concierto en Obras, los músicos de la orquesta se distraían leyendo revistas de la prensa rosa. "Había una mentalidad de mierda en la Argentina —dice Daniel Goldberg, el arreglador del debut—. Fue una experiencia muy triste para mí. Recién un día antes de la presentación de Obras conseguí un subsuelo para ensayar. La orquesta era un rejuntado de músicos del Colón. Me acuerdo muy bien: era gente muy desagradable, fachos, que te miraban mal porque usabas el pelo largo". El concierto fue una derrota pero Charly García, como buen escorpiano, ya tenía listo el aguijón. En medio del apagón de la dictadura, la moneda de Serú Girán ya estaba girando en el aire.
Entre lujurias y represión, el flamante libro de Mariano Del Mazo, tiene toda la información de una "biografía oficial" y toda la libertad de una "biografía no oficial". Es decir: combina una información rigurosa y contrastada con un ejercicio soberano de la crítica. A lo largo de su carrera como periodista Del Mazo entrevistó muchas veces a García, Lebón, Aznar y Moro, aunque (además de los mil actores de reparto) solo el bajista atendió al llamado puntual para el libro. Quizás haya sido mejor así. Del Mazo no se priva de ajustar algunas cuentas (por ejemplo, cuando señala que Lebón "dilapidó de alguna manera su enorme talento compositivo") ni tampoco de verter todo el caudal emotivo que significa trabajar con un material que cambió su propia vida.
"Por mi oficio de periodista, me ha tocado muchas veces tener que hundirme en fenómenos que me resultan lejanos o ajenos, pero que sin embargo demandan atención —dice Del Mazo—. Por una cuestión cronólogica, Serú Girán representó un fenómeno cercano, que atravesó mi adolescencia. Lo sentimental y vital está presente en el libro, pero como sensible punto de partida. Muchos aspectos que figuran en el texto fueron analizados en los últimos años, ya a salvo de ese caudal emotivo. Es decir: me erizaba escuchar 'Canción de Alicia en el país' en Obras, pero recién ahora puedo comprender cabalmente qué significó esa canción, cómo ayudó a socavar las bases de la dictadura y cómo fue ignorada por la intelectualidad de la época y por la academia. Recién ahora pude (volver a) escuchar 'Los sobrevivientes' y pensar qué se estaba planteando. O las paradojas de criticar a la new wave en ritmo de new wave, al tango en ritmo de tango, a la disco con frases de música de disco y de decidir que el último hit del período original sea el cover de un tema menor como 'Popotitos', casi una burla a la historia de Serú Girán y una bandeja servida para cierta estética retro de los ochenta, como Los Twist y Viuda e Hijas".
El libro tiene una estructura dinámica y clara. Dos corchetes que funcionan ambivalentemente como prólogos y epílogos, y la parábola histórica del grupo organizada alrededor de trece capítulos titulados con las palabras de aquel idioma inventado. Así, "Cosmigonon, o el kilómetro cero en el paraíso" cuenta el nacimiento del grupo en Buzios, "Gisofanía, o el amor en tiempo de Mundial y tinieblas" se detiene en el revés inicial y "Paralía, o la dulce venganza" cuenta paso por paso el épico contrataque de La grasa de las capitales. Promediando el libro, el intermezzo resume el interregno solista de cada uno de sus integrantes y da paso a la coda del regreso.
"Si hubiese sido por mí, hubiese hecho un libro sobre el período original —dice Del Mazo—. El regreso me parece lamentable y a su vez entendible. Pero no podía hacer un libro de Serú Girán sin el regreso del 92. Eso me lo dijo claramente Gustavo Gauvry: 'macho, metete ahí. También es Serú'. Tenía razón. Por lo demás, es una mancha que queda diluida en la historia misma de los regresos de bandas de rock. En perspectiva, me parece mucho más digno ese retorno que muchos otros: al menos lograron hacer un disco en estudio digno. Pero todo el paquete —los vivos, el boicot de Charly, las peleas tan infantiles como tóxicas y ególatras, y sobre todo la película— es triste".
Por fortuna, Del Mazo desoyó su propia sirena. Todo el largo capítulo dedicado a la vuelta resulta fundamental en muchos aspectos. Rastrilla un sitio no demasiado transitado por la crítica, arroja luces sobre ese juego de sombras que es el negocio y permite, con los tironeos de los egos y su reseña de la película Peperina, la aparición de un humor agridulce. El testimonio de Claudio Lisman, aquel amigo de Lebón devenido en productor ejecutivo del regreso, es oro en polvo. A su pesar, claro. Con la fatalidad de una planta enredadera, el lector asiste a su vía crucis con una mueca de terror que finalmente deviene en una carcajada siniestra. Desde la propuesta de Lebón ("vos sos el único que puede juntar a Serú Girán") hasta las primeras cartas-documento (bajo su registro, el manager original Daniel Grinbank le prohíbe utilizar el nombre de la banda), pasando por los desplantes de los músicos y una serie de chantajes casi pornográficos. Verbigracia, cuando una hora antes del show en River le avisan que se va a realizar un corte de luz y debe desembolsar veinticinco mil dólares. O cuando, cinco minutos después, el jefe de policía se acerca con otro problema: "Mire, hoy es sábado, los muchachos se quieren ir temprano. A las ocho y media, nueve de la noche, se van, ¿cómo se arregla?".
"Serú Girán estuvo demasiado tiempo tapado, porque la década del ochenta fue arrolladora musicalmente —apunta Del Mazo—. El propio Charly fue el encargado de enterrar el cadáver todavía caliente de Serú Girán con una producción solista extraordinaria musical y conceptualmente. Quedó arrumbada como una banda vieja, elefantiásica, precisamente parte del mar, el Floyd de los punks ingleses. Es muy interesante: en el periodo original, Serú Girán quería 'salir' de los decorados del rock, quería ampliar públicos. Charly iba a Mirtha Legrand, le ponían el pecho a las críticas de las revistas del gueto rockero, se presentaban en festivales de jazz. En el regreso querían entrar al rock, de alguna manera: los pibes de quince escuchaban Soda Stéreo o Los Redonditos, la época dialogaba con Cerati o con el Indio o con Páez, o con otros, no con Serú Girán. Y Charly empezaba a entrar en las turbulencias del Say No More".
Paradójicamente, la crónica de ese regreso termina por iluminar la obra de Serú Girán. Su absoluto signo de maravilla. Su carácter anfibio: el aliento para trascender a su tiempo pero también la capacidad sobrehumana para dialogar con su contexto. Serú Girán es como un oráculo. Así, si la vuelta de 1992 lo encontró adocenado frente a la simultaneidad de Dynamo de Soda Stéreo, la actualidad lo devuelve a las trincheras. Casi en simultáneo a la edición del libro, Ca7triel (uno de los traperos más creativos de la nueva generación) sampleó “La grasa de las capitales”, se usó el “No se banca más” como caballito electoral y, bajo una sorprendente atención crítica, se acaba de lanzar una edición remezclada y remasterizada de La Grasa de las Capitales. “Lo que está ocurriendo ahora creo que mezcla causas y azares pero, en definitiva, que se vuelvan a fijar en temas olvidados como, precisamente, ‘Los sobrevivientes’ o ‘Canción de Hollywood’, para citar dos de La grasa…, es pura justicia poética. Pero no fue un disco: fueron cuatro. Hermosos, cáusticos, maravillosos, y en plena dictadura. Escucharlos es ir hacia el núcleo del mejor rock argentino”.
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