Ratones Paranoicos: una introducción

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Ratones Paranoicos

En plena reivindicación de su obra (son tapa de la versión argentina de Rolling Stone y cerraron el Cosquín Rock), una guía a través de cinco discos emblemáticos.


Los chicos quieren rock (1988)

Como Batman, Juan Sebastián Gutiérrez desdobló su vida en el alba de la democracia. Por las noches, se deslizó hacia el circuito de pubs; durante el día, recorrió las facultades de Antropología, Filosofía, Ciencias Económicas y Políticas. Más tarde decantó por su primer amor: el rock & roll. Formó un cuarteto y, antes de llegar al primer disco, tenía el paquete cerrado: desde el nombre y la imagen (el cuero y las gafas de la Velvet) hasta la voz cantante (monocromática, anestesiada), pasando por todos los planes de expansión. Como en un comienzo fueron desterrados tanto del canon del rock argentino como del circuito arty, su contexto acabó siendo toda la prole ilegítima de la patria rollinga. Su mundo no era solo ese. El cuarteto de Villa Devoto era una de las centellas post-punks y vampiras de la primavera alfonsinista. A la distancia, incluso, temas como "Enlace" o "Lluvia de héroes" suenan más cerca de los Sex Pistols y Wire que de los Stones. Juanse, en ese sentido, se reveló rápidamente como un compositor muy perspicaz. Su minimalismo callejero era casi un acto intelectual de ilusionismo ¿O acaso alguien advirtió la referencia a Dylan Thomas en "El hada violada"? ¿Y la sinestesia de "Ceremonia"? Los chicos quieren rock sigue siendo su obra cumbre: un grandes éxitos en tiempo real. Descarado, degenerado e inspirado.

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Fieras lunáticas (1991)

Alguien frotó la lámpara y el primero de los tres deseos se hizo realidad: Andrew Loog Oldham, el histórico primer productor de los Rolling Stones, aceptó producir un disco de los Ratones Paranoicos. El mentor bajó del avión cargado de mística y decidido a arremangarse. Venía a trabajar. No solo cantó y desparramó versos por aquí y allá ("Shadow and thunder"), sino que permitió una relectura fantasmal de "Satisfaction" ("Wha wha") y estilizó el sonido de la banda: advirtió la inventiva de Pablo Memi y subrayó sutilmente sus líneas de bajo; desdibujó el filo punk y amplió tanto el horizonte tímbrico y armónico (aparecieron las acústicas, los vientos, las afinaciones abiertas, etc.) como el estrictamente compositivo (el funk, los latigazos silaba por nota de "Cowboy", etc.). "El equilibrio entre lo que dice una letra de ese género y la música es perfecto –dijo Luis Alberto Spinetta, en una entrevista para Rolling Stone-. Hay que llegar a un 'yo quiero mi pedazo' o 'Juana de Arco': esas letras son maravillosas".

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Hecho en Memphis (1993)

Los tipos se quisieron comer el mundo. Y, por un momento, lo consiguieron. Limusinas, drogas caras, contratos, apariciones en televisión, estudios en el exterior. La primera escala hacia el clímax llegó el 7 de noviembre de 1992, cuando Keith Richards pisó por primera vez la Argentina y los Ratones Paranoicos fueron su guardia pretoriana. Unos meses después ya estaban haciendo las valijas rumbo a Memphis. Andrew Loog Oldham los esperaba en los Ardent Studios con un invitado de lujo: Mick Taylor. Así, en la mismísima cuna de Elvis, el cuarteto hizo casi un ejercicio de estilo: boogie, baladas y rock & roll tocadas con un sonido cálido y valvular. Ahí están las pruebas. El guitarrón acústico de "Cansado", el acordeón de "La guerra del ácido", el slide de "Reina". Escogida como cortina de uno de los ciclos más vistos de la televisión argentina, "Vicio" hizo un crossover total y cansó a casi todos los ciudadanos de la patria stone. La banda no se asustó: nunca tuvo problemas con el éxito. Por otro lado, ya tenían el techo al alcance de la mano. Montados al hitazo del disco, iban camino a ser el número de apertura en el desembarco inaugural de Sus Majestades Satánicas.

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Electroshock (1999)

Después de un disco gastado como Planeta Paranoico, sobrevino el silencio. Juanse editó su primer álbum solista, grabaron un Unplugged absolutamente redundante y Pablo Memi anunció su desvinculación del grupo. La separación parecía cuestión de un soplido, pero los Ratones –a su modo- tenían su propia mística. Era el Año del Zorro. Convocaron a Fabián Quintiero, el contra-maestre de Charly García, y el enroque devino en una transformación. Sutil y subterránea. El cuarteto de rock & roll abrazó su costado funky y, montado en una versión shuffle de "Me gusta ese tajo", comenzó a construir un repertorio nuevo. Aunque habitualmente queda por fuera de su canon, Electroshock es la gema más cool de su obra. Hay un poco de roots ("Estilete blues"), alguna relectura de "Miss you" ("El infierno"), una voz líder de Sarco ("Vodka doble), rock acústico y canyengue ("Mona lisa", "Rock ratón"). El comienzo es imbatible. Un rock épico y de acordes abiertos cuya letra, rubricada en versos epigramáticos, es un enigma donde se cruza la historia bélica del Río de la Plata: "le decía a mi madre / al ver el Graf Spee / mirando arder en la nave / a la gente que fue ahí. / Le decía a mi padre / al verme la nariz / hoy día nunca se sabe / quien es el que va a morir".

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Girando (2004)

Mientras el país se encaminaba hacia su propio iceberg, los Ratones Paranoicos se aliaron con Andrés Calamaro y pusieron el huevo de la salvación. "Para siempre" fue una balsa emocional para los jóvenes que, sin dinero para el pasaje del exilio, se caían del sistema hacia su sistema de desagüe. Así, revitalizados como clásico estable de los grandes festivales en el marco del colapso general, los Ratones encontraron el combustible para una segunda vida. ¿O ya era su tercera? Se metieron en los estudios Panda (también pasaron por El Pie, Tole, Abasto) bajo la batuta de Toth / Guyot y, después de un año de laboratorio, le sacaron un filo 2.0 a su navaja. La radio lo advirtió de inmediato. El sonido in-your-face de canciones como "Cristal", "No me importa tu dinero" o ese temazo que es "La banda de rock & roll" sintonizó con el revival del retro-rock y el disco adquirió status como vendedor. No era una medalla menor: todavía nadie lo sabía a ciencia cierta, pero eran los años finales del CD como vehículo para la música grabada. El anzuelo, claro está, era el riff de "Sigue girando". Keith Richards hubiera donado uno de sus órganos vitales para componer ese monstruo. Sorry, lo hizo Juanse.

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