Zambra y su declaración de amor entrañable a la poesía
En su última novela Poeta chileno, Alejandro Zambra ofrece una historia en que vuelve a tocar algunos tópicos que ha tratado en anteriores obras, pero esta vez, a través de los personajes aterriza una mirada sobre el mundo de la poesía chilena.
Cuando uno se va internando en las páginas de Poeta chileno (Anagrama, 2020), lo nuevo del escritor Alejandro Zambra, uno se vuelve a topar con tópicos que el hombre de Bonsái ya ha trabajado antes. Las familias dispersas, el ser padrastro, el joven estudiante que quiere ser escritor y el escritor que escribe cosas con poco (o nulo) éxito. En resumen: la literatura y las familias que no son familias entendidas de manera tradicional (“familiastras”, como se dice en una parte del libro).
De alguna forma, en la obra de Zambra siempre están presentes la incertidumbre y las cosas poco (o nada) resueltas, nunca un padre es totalmente un padre, nunca un escritor es totalmente un escritor.
Es un habitual que un narrador siempre vuelva a las mismas playas donde aprendió a nadar, porque es ahí donde pasan las cosas que quiere contar, y que necesita contar. Pero un lector achispado podría objetar de que repetir siempre lo mismo es señal de flojera, de poca creatividad. Los Buddenbrook no tiene nada que ver con La montaña mágica, dice el lector, ejemplificando con Thomas Mann.
Pero en Poeta chileno, la gracia es que nos encontramos otra forma de desarrollar estos tópicos, que en realidad terminan siendo el telón de fondo del conflicto mayor, que, como en toda obra de Zambra, es algo difícil de resumir en pocas palabras, pero hay cuatro sílabas que lo sintetizan todo: poesía.
La poesía.
No hay ambigüedad en el libro. La poesía, o más bien, la poesía chilena es la protagonista principal, y Zambra usa a los personajes como una forma de aterrizar una mirada al mundo de la poesía local. Incluso llegando a colocar a poetas (como Nicanor Parra) y libreros reales como personajes, algo que ha sido comentado en redes sociales y en el mundo literario, pero que el autor de Mis documentos hace con prudencia, sin caer en la exageración. Nadie aparece con rasgos excesivamente marcados que lo caricaturicen. Aunque, acertadamente, Zambra pone todo esto en una mirada externa, como la del personaje de Pru, la periodista estadounidense que llega a Chile para indagar el mundo de la poesía nacional
A diferencia de Bonsái o La vida privada de los árboles, que son novelas precisas y acotadas, Poeta chileno se ocupa más de abrir y seguir todas las líneas argumentales que van saliendo. Y en buena parte, estas líneas se tratan de la poesía chilena.
Sin embargo, no todo son alabanzas, también hay denuncias al machismo del mundo de la poesía chilena —en la voz del personaje de Rita, otra voz externa— y a las particulares formas de establecer relaciones entre poetas, no siempre amistosas. Aunque, cuando llega a esos páramos, Zambra opta por utilizar personajes alegóricos y no siempre reales.
El lector achispado también podría afirmar que Poeta chileno es un libro atemporal, porque no hay referencias al movido contexto de la sociedad chilena, entre cacerolazos, marchas masivas en Plaza Italia, toques de queda y coronavirus. Efectivamente, no hay nada de eso. Pero, muy con la sutileza de un poeta, Zambra se da el gusto de crear ciertos personajes donde se critica el modo de vida de los sectores que les va mejor, los chilenos y chilenas que tienen al éxito como una deidad y lo predican fanáticamente en las calles tarjeta de crédito en la mano.
Por ejemplo, en el personaje de León, Zambra pone toda una crítica al chileno titulado de la universidad que gana buen sueldo, pero que siendo adulto vive una adolescencia eterna y egoísta, sin preocuparse de sus responsabilidades. Es una crítica además al poder del dinero, al "puedo hacer lo que se me de la gana", a los que hacen carretes en tiempos de cuarentena. También en Pato, el arrogante poeta amigo de Vicente, hay una crítica al chileno que busca ganar de vivo, al amigo falso que solo busca sobrevivir a costa del otro, y que es también algo tan presente en nuestra sociedad. De alguna manera, ambos son representantes del concepto etéreo del poder.
Y ante el embate de esas manifestaciones del poder, los personajes que lo "sufren" optan por rebelarse, por intentar cambiar sus destinos. Eso hace que en la novela siempre estén pasando cosas, que siempre esté en movimiento. Que algo que parecía de una forma, y parecía que no se movería, termina de otra. Hay sorpresa permanente.
Y por supuesto, de los personajes centrales, los que viven el mayor diálogo con la poesía son Gonzalo y Vicente (padrastro e hijastro respectivamente), y ninguno de los dos empieza y termina la novela con la misma forma de pararse ante la poesía.
¿Hay un mejoramiento o degradación de los personajes durante la novela? Difícil responderlo. Cambian, sin duda, pero es finalmente el lector quien debe decidirlo. Eso es un mérito de la buena literatura. No entregarlo todo, que el lector interprete.
Poeta chileno es entonces, una novela que atrapa, que entretiene, y que también hace pensar a ratos. Pero sobre todo, es el manifiesto claro que Alejandro Zambra realiza de amor entrañable a la poesía, contrario a la ironía del ensayo “Contra los poetas” (incluido en No leer, Ediciones UDP, 2010). Como Bolaño en Los detectives salvajes, esta obra va a ser disfrutada sobre todo por quienes a los 13, 14, 15 años agarraron un viejo ejemplar de Las flores del mal en la biblioteca del colegio, o en un rincón perdido de la casa y se lo gozaron a concho. O por quienes improvisaron sus primeros versos pensando en esa chica o chico inalcanzable y que con desdén leía (si es que la valentía alcanzaba para hacérselos llegar) aquellos desgarradores endecasílabos.
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