La gripe española en California: la primera cuarentena de Hollywood

Charles Chaplin, una de las estrellas emergentes en la época de la gripe española, promociona en zancos una de sus películas

El 2020 no es el primer año en que el negocio del cine tiene que colgar los guantes. Ya hace un siglo, concretamente entre 1918 y 1920, el devastador brote de esta influenza A paralizó el arte del entretenimiento.


Pobre Harold Lockwood. Su última película, Shadows of Suspicion (1918), hacía pensar que era un traidor a la causa de la libertad cuando en realidad era un agente encubierto en la Primera Guerra Mundial. Fue en el rodaje de esa misma ingrata producción que contrajo la gripe española y a diferencia de otros colegas que se salvaron de una de las pandemias más mortíferas de la historia, este ídolo de matiné fue enterrado con sólo 31 años en un cementerio del Bronx.

Con él, otras 50 millones de víctimas fatales fueron a parar dos bajos metros bajo tierra, la profundidad universal para enterrar a los muertos desde fines del siglo XVII, cuando la gran peste bubónica barrió Londres. Entre 1911 y 1918, Lockwood alcanzó a actuar en 135 producciones, pero en realidad su camino a la fama fue su impecable participación junto a la actriz May Allison en más de 25 películas en los cuatro años de la Primera Guerra Mundial, de 1914 a 1918.

Juntos formaron una de las primeras parejas románticas del cine americano y, de cierta manera, se extinguieron también juntos. Aunque May Allison murió en 1989 a los 98 años, nunca recuperó la fama de sus inicios: la muerte de su co-estrella precipitó su propio declive actoral. Se podría decir que la gripe española primero mató a Lockwood y luego liquidó en vida a May Allison.

La peor epidemia del siglo XX se extendió a grandes rasgos desde enero de 1918 hasta diciembre de 1920. Fueron casi tres años del terror donde cerca de un cuarto de la población mundial (unos 500 millones de personas) se infectaron. Las cifras de muertos son aún vacilantes y algunos incluso hablan de 100 millones de muertos.

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El actor Harold Lockwood murió de gripe española tras contraer la enfermedad en el rodaje de Shadows of Suspicion, en la imagen.[/caption]

Al oeste del infierno

No está claro el origen de la pandemia de 1918. Se habla de un eventual primer brote en Gran Bretaña, en Francia o en Kansas, la estado de los tornados en el medio oeste de Estados Unidos. Lo cierto es que en España no fue y su nombre se debe a una confusión histórica: en plena Primera Guerra Mundial y para mantener la moral alta entre las tropas alemanas, el alto mando propagó la noticia de que esta influenza sólo se esparcía en España, país neutral en el conflicto bélico.

En realidad, las enfermerías, las trincheras y los campos de batalla de Europa continental y Gran Bretaña eran caldo de cultivo y vector infeccioso. También lo fueron los soldados estadounidenses que llegaban del frente a Nueva York y a la costa este. Por un tiempo, al otro lado de Estados Unidos, se creyeron inmunes. O al menos trataron de hacer creer que la gripe nunca llegaría al oeste.

"La situación respecto a la influenza no es tan grave acá como si lo es en el este del país", comentaba un empresario del cine al diario Los Angeles Times en esa época. Pero además había varios productores que desafiaban cualquier peligro inminente, seguramente más preocupados de sus bolsillos que de la salud pública.

"Hay muchas películas disponibles, nadie me ha dicho que cierre ningún teatro y no he escuchado un sólo estornudo entre el público que va a las funciones", comentaba al mismo periódico Sid Grauman, el creador del famoso Teatro Chino en Hollywood Boulevard, de acuerdo a un artículo publicado recientemente por The Hollywood Reporter.

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En la infancia de Hollywood

La gripe española fue un golpe bajo para la industria del entretenimiento en 1918. Era un gran momento, con récords de asistencia y se encaminaba a ser la quinta industria más rentable de Estados Unidos tras la agricultura, el carbón, el acero y el transporte. Los años de la guerra habían creado una necesidad de entretención natural y había nacido la primera generación de estrellas: Charles Chaplin, Rodolfo Valentino, Mary Pickford, las hermanas Lillian y Dorothy Gish, Douglas Fairbanks o John Barrymore, entre ellos.

Pero el 11 de octubre de 1918, siete días antes de la muerte de Harold Lockwood en Nueva York (en ese momento, algunos estudios aún tenían doble sede en el este y el oeste), una orden municipal ordenó el cierre de 83 teatros en Los Angeles. Cinco días después, el vicepresidente del estudio Lasky Photoplay anunció que tres de sus filmes se paralizaban y que toda la producción entraba en tinieblas. Le siguió el estudio Metro (el antecedente de Metro-Goldwyn-Mayer) y el actor, productor y director Mack Sennett, indiscutible rey de la comedia en ese momento, se refugió en cuarentena.

A esas alturas la policía de Los Angeles había prohibido cualquier reunión masiva, todas las escenas de rodaje que requirieran grandes grupos y cualquier aglomeración de público frente a una estrella favorita. Mary Pickford, las hermanas Gish, Olive Thomas y un joven Walt Disney habían enfermado también.

El director Allan Dwan, uno de los auténticos pioneros del cine en su país, trató de torcerle el destino al mundo y, levemente recuperado de la gripe española, se puso a dirigir la película Cheating Cheaters en noviembre de 1918. En el elenco reunió a algunas de las más valiosas estrellas del momento, entre ellas la actriz de origen sueco Anna Q. Nilsson, otra temprana convalesciente. Cuando le preguntaron cómo había logrado ese casting en tales condiciones, respondió: "Bien, todos los estudios están cerrados y los actores preferirían actuar a no hacer nada. Así es como me quedé con lo mejor de la cosecha".

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Allan Dwan, como Pickford y las hermanas Gish, tuvieron la suerte que no acompañó a Harold Lockwood. Pero peor le fue a Olive Thomas, corista de la famosa revista de variedades Ziegfeld Follies, osada modelo fotográfica y estrella en ascenso a fines de los años 10. Casada con Jack Pickford, hermano de Mary Pickford ("la novia de América"), Olive decidió irse de vacaciones con su esposo a París para estabilizar su débil lazo matrimonial.

La actriz había vencido a la gripe española, pero cuando la muerte quiere llevarse a alguien no se puede esquivar la bala: tras una noche de juergas en el Montmartre junto a Jack, bebió por error una botella de cloruro de mercurio que su esposo guardaba en el velador del Hotel Ritz. El ponzoñoso brebaje que Pickford tomaba a cuentagotas para tratar la sífilis, significó la muerte de Olive Thomas cinco días después en el Hospital Americano de París. Sólo tenía 25 años.

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