La Soga, asesinato a domicilio
Alfred Hitchcock, maestro de demasiados secretos cinematográficos, sí que sabía cómo usar las escenografías y los objetos. En Psicosis le bastó una ducha y una cortina para firmar una muerte inolvidable. En Ocho a la Deriva apenas utilizó un bote salvavidas. Y en tres de sus películas transformó un domicilio en un protagonista: La Soga (1948), La Llamada fatal (1954) y La Ventana Indiscreta (1954). La primera de ellas transcurre en un amplio departamento de Manhattan con vistas al Empire State. Ahí dos estudiantes universitarios asesinan a un compañero para probar quién es el más listo y ocultan el cadáver en un baúl que luego servirá de mesa donde coman padres, tíos y amigos del occiso.
El protagonista es James Stewart, dispuesto a resolver el crimen. El mismo actor presencia un asesinato desde su apartamento en el barrio neoyorquino Greenwich Village en La Ventana Indiscreta. Lo ve todo a través de sus prismáticos y con la pierna enyesada, siempre cerca de la ventana que lo ilustra de lo bueno y lo malo que sucede en los hogares de los vecinos. El mismo año de esta película, Hitchcock dirigió a un actor con cierto parecido a James Stewart (el inglés Ray Milland) en La Llamada Fatal, que transcurre en una lujosa casa de Londres. Ahí, el tenista Tony Wendice (Milland) planifica el crimen de su esposa (Grace Kelly) y cada objeto tiene un sentido: las puertas que dan al jardín, las llaves de entrada y hasta un teléfono son culpables o inocentes.
Coronación, el encierro donosiano
El director chileno Silvio Caiozzi es un experto en la ejecución de los detalles y en la construcción de paisajes morales con sus interiores. En Coronación (2000), su película más conocida, gran parte de la historia de represión, decadencia y lascivia protagonizada por el solterón Andrés Abalos (Julio Jung) sucede en un solo lugar: la gran casona familiar donde vive él y su abuela Elisa (María Cánepa). También llegan ocasionalmente un par de empleadas y, significativamente, aparece una de sus sobrinas (Adela Secall), la muchacha que le da algo de oxígeno a la miserable rutina de Abalos. Es un aire algo esquivo, pues su vida se reduce a los metros cuadrados de la chirriante mansión familiar y al cuidado de la mencionada abuela, una nonagenaria demandante, insoportable y mezquina.
La casa utilizada por Caiozzi es, de hecho, el actual Teatro Huemul del barrio Franklin, monumento nacional del año 1914. Pero el director ya había indagado en las casas quejumbrosas en La luna en el Espejo (1990), la película basada en una idea original de José Donoso sobre otra relación familiar esclavizante: un viejo ex marino postrado en cama (Rafael Benavente) maneja los hilos de la vida de su hijo (Ernesto Beadle). La historia sucede en Valparaíso, en una antigua mansión cuyo dormitorio posee los suficientes espejos como para que el patriarca controle todo. O casi todo: la llegada de Lucrecia (Gloria Munchmeyer) mueve el piso de la casa y de sus dos solitarios habitantes.
El Bebé de Rosemary, el diablo en casa
Roman Polanski siempre tuvo afinidad con el territorio cerrado. El mismo se encargó de acuñar la expresión “trilogía del apartamento” para referirse a sus películas Repulsión (1965), El bebé de Rosemary (1968) y El inquilino (1976). En la primera pierde la cabeza Catherine Deneuve en un departamento en Londres; en la última él mismo interpreta a un sujeto paranoide en su apartamento de París. El filme del medio, por supuesto, es el más famoso del grupo.
Lo protagoniza Mia Farrow como Rosemary Woodhouse, quien junto a su esposo actor Guy (John Cassavetes) renta un departamento en un edificio de estilo gótico de Nueva York. Es nada menos que el famoso Dakota, donde vivieron celebridades como Leonard Bernstein, Lauren Bacall o John Lennon, asesinado a las puertas de la construcción.
Para acá el Dakota se llama Bramford y a Rosemary le advierten que la morada tiene mala cara: hay un historial de brujería que le precede. Más raros son aún sus vecinos, Minnie y Roman Castevet, que se entrometen demasiado y se hacen muy amigos de su esposo Guy. Un día, un muchacho que los Castevet habían adoptado, se tira desde el balcón. Otro día, Guy logra el papel que tanto deseaba en el teatro después de que el actor original queda ciego. Después de su desquiciada trilogía de los apartamentos, Polanski siguió utilizando el recurso. Destacan La Muerte y la Doncella (1994), donde una ex activista política enfrenta a su antiguo torturador, y Un Dios Salvaje (2011), en que dos parejas de padres pretenden resolver las reyertas escolares de sus hijos. La primera sucede en una casa de un país latinoamericano que podría ser Chile y la segunda en Nueva York.
Los Otros, espíritus en la mansión
He aquí la casa encantada, aquel inveterado escenario de las mejores historias de terror en el cine y la literatura. Algunos personajes están ahí por que les tocó y otros porque eligieron mal. Entre los primeros están los protagonistas de Los Otros (2001), una de las mejores películas del género.
Dirigida por Alejandro Amenábar y protagonizada por Nicole Kidman, Los Otros es para algunos una versión sui géneris de La Vuelta de Tuerca, el relato de Henry James. La acción pasa en 1945, el año del fin de la Segunda Guerra, en Jersey, una fría isla británica del Canal de la Mancha donde Grace (Nicole Kidman) espera que su esposo vuelva del combate. Sus dos hijos padecen una extraña condición que les impide hacer contacto con la luz solar y su gran protección son las sombras, las paredes y los crujidos de la mansión en medio de la nada. La llegada de tres sirvientes parece ser un amague de compañía para los chicos y para Grace, pero en realidad lo que sigue una espiral de apariciones, ruidos y visiones nocturnas que desquician a la ya inestable Grace. De la misma manera que Hitchcock le daba sentido a una ventana o una llave en sus asesinatos a domicilio, acá las cortinas, puertas y hasta un piano son el alimento del horror. Los antecedentes de Los otros son muchos, incluyendo The Innocents (1961), película con Deborah Kerr inspirada en Una vuelta de tuerca. Las descendientes son aún más, aunque basta con recordar dos en español: El Espinazo del Diablo (2001) de Guillermo del Toro, y El Orfanato (2007) de Juan Antonio Bayona.