Parecía una emergencia como cualquiera de las otras. La madrugada del 26 de abril de 1986, los bomberos de la localidad de Prípiat fueron convocados para atender un incendio que ya habían advertido desde sus casas. Una densa columna de fuego y humo, se levantaba sobre la central nuclear Vladimir Ilich Lenin. Pero no era como otras que habían visto; esta lucía oscura, agitada, monstruosa. La primavera recién llegaba a Ucrania, entonces una de las zonas del imperio soviético. Pero sería la última para muchos de los vecinos del lugar.
Se trataba del mayor desastre nucelar registrado en la historia. Hasta hoy el número de víctimas genera controversia (desde las 1.000 a las 60.000 dependiendo del autor), sin dejar de lado otros miles que desarrollaron alguna clase de cáncer a consecuencia del accidente. A muchos ucranianos y bielorrusos les debieron extirpar la tiroides, dejándoles una marca en el cuello. Le llamaron “el collar de Chernobyl”.
Fue a la una con 23 minutos de la mañana cuando todo ocurrió. La pesada cubierta de hormigón y acero de cuatro toneladas del reactor cuatro explotó con furia. Se había diseñado como contención ante fugas y posibles ataques externos, pero no pudo con la fuerza radioactiva. El núcleo de grafito se incendió en contacto con el aire, y ardió a más de 2000 ° C. Eso provocó la feroz columna de fuego que advirtieron los habitantes de Prípiat.
“En los momentos posteriores a la explosión inicial, se producían varias explosiones cada dos segundos, lloviendo quemando escombros radiactivos en el sitio, iniciando múltiples incendios y creando un campo de radiación muy concentrado e intenso”, se detalla en el libro The Chernobyl Disaster, de Aude Perrineau.
Los bomberos y quienes llegaron a trabajar notaron algo extraño. Un sabor a metal que se podía sentir en el aire, tal como lo recrea la miniserie Chernobyl, de HBO. Sin saberlo, estaban expuestos a la radiación; sobre ellos caía una lluvia invisible, pero letal, de estroncio, yodo, plutonio, neptunio y otras partículas radioactivas. Además debieron hacer frente a los pedazos de grafito ardiendo. Sus cuerpos acabarían desechos como una masa sanguinolienta de carne y nervios.
Todo ocurrió por una serie de errores en cadena. Para la noche del 25 al 26 de abril estaba prevista una prueba de seguridad en que se iba a estudiar la capacidad de funcionamiento del reactor en caso de un corte de energía. “Se suponía que este experimento probaría si la turbina en el generador conectado al reactor produciría suficiente energía residual para soportar el sistema de enfriamiento”, detalla Perrineau.
Pero una vulneración de seguridad tras otra, provocaron el desastre.
“En la noche de la catástrofe, la potencia del reactor cayó a un nivel inferior al esperado debido a un error operativo, lo que hizo que el reactor fuera particularmente inestable. El experimento debería haberse detenido en esta etapa, pero el equipo persistió -agrega Perrineau-. Dyatlov [ingeniero en jefe adjunto de la central, a cargo del experimento] estaba en contra de esto. Para restaurar la energía del reactor, quitaron las barras de control y dejaron menos que las normas de seguridad requeridas. Luego, el equipo se vio obligado a tomar una serie de acciones rápidas, no todas bien pensadas, para mantener el nivel de potencia en el reactor, que ahora era muy inestable”.
“A las 1:23 am, Toptunov [ingeniero jefe del control de reactores] se dio cuenta de que el reactor estaba fuera de control. Akimov [supervisor de turno] presionó el botón de parada de emergencia para fortalecer las barras de control, pero el mal diseño alteró las condiciones termodinámicas del núcleo y en su lugar aumentó el nivel de reactividad. En unos segundos, la potencia alcanzó 100 veces su nivel normal y el reactor explotó a través de su cubierta de hormigón”.
No era el primer incidente de ese tipo en la URSS. Al menos desde 1957 hubo una explosión, una fusión parcial y algunos accidentes en otros reactores. “Cuatro años antes de la explosión en 1982, se produjo una fusión parcial en el reactor uno de Chernobyl, pero el incidente estuvo tan bien encubierto que tanto los directores de otras plantas de energía soviéticas como el secretario general Leonid Brezhnev (1906-1982) no se dieron cuenta -detalla Perrineau-. El análisis de estos accidentes en ese momento podría haber mejorado el funcionamiento de las plantas. Sin embargo, las regulaciones de seguridad fueron una preocupación menor en comparación con asegurar la máxima producción y producción”.
A las 5 de la madrugada sonó el teléfono en la residencia de Mijaíl Gorbachov. Le avisaban de la explosión en la planta, aunque le aseguraron que el reactor estaba intacto. “En las primeras horas e incluso el día después del accidente no se sabía que el reactor había explotado y que había una enorme emisión nuclear en la atmósfera”, diría el exlíder soviético más tarde.
Pero en los primeros días, las autoridades trataron de ocultar cualquier señal de catástrofe. Fueron los suecos, quienes alertaron al mundo de la presencia anormal de reactividad, que venía desde lejos. Le exigieron explicaciones a Moscú, quienes respondieron con evasivas. Finalmente, ante las cámaras de televisión debieron reconocerlo. Aquello le dio un golpe a la credibilidad a las reformas de apertura, la Glasnost, impulsada por Gorbachov. Algunos estudiosos, creen que este incidente develó las grietas que acabarían con la desintegración del megaestado que debía ser la patria de los trabajadores.
Durante nueve días, voluntarios (conocidos como “liquidadores) traídos desde diferentes rincones de la URSS, combatieron el incendio. El reactor fue sellado con un faraónico sarcófago de concreto, que en 2016 fue reemplazado por un domo de acero de 36.000 toneladas, la mayor estructura móvil construida por el ser humano; un atroz motivo de orgullo en una nación con un pasado acostumbrado a lo grande. Prípiat se transformó en un pueblo fantasma; debió ser evacuado al costo de sacrificar residencias, historias de vida y mascotas. Pero la sombra ponzoñosa de la radiación se quedaría en el lugar como un recordatorio silencioso y mortal.