En algún punto de las sesiones de grabación de Revolver (1966), durante aquellas pausas amenizadas con té, galletitas y algún cigarrillo de marihuana en un rincón del estudio 2 de Abbey Road, el baterista Ringo Starr se dirigió a John Lennon y Paul McCartney, la dupla a cargo del cancionero de los Beatles. Nada raro. La idea era saber si estos lo tenían considerado en el material que componían para el LP.
“Normalmente cuando el álbum ya estaba muy avanzado -todos sabíamos que yo cantaría algo, por lo general hacia las tres cuartas partes del disco- o bien yo decía ‘¿Tienen una canción?’ o bien ellos decían ‘Tenemos esto para ti’, o también ‘No tenemos nada ¿quieres hacer algo?’”, recuerda el músico en el libro The Beatles Anthology.
Desde su incorporación al grupo, en 1962, Ringo se ocupaba de cantar algo en el repertorio de directo del grupo, sean covers o canciones originales. Como en esos primeros días, los discos todavía eran una trasposición al vinilo del material en directo, la voz de Ringo se escucha incluso a partir del álbum debut, Please Please Me (“Boys”), Desde entonces se mantuvo como una costumbre darle un espacio, habitualmente en el poco glorioso rincón del relleno; “I wanna be your man”, “Act Naturally”, “What Goes On”, fueron algunos temas cantados por él.
Y Revolver no sería la excepción. Para esa temporada, los Beatles comenzaban su camino hacia la experimentación, personal y artística. Por ello, se permitieron ampliar la inspiración de las canciones hasta los rincones más impensados. La idea que acabó por transformarse en “Yellow Submarine”, la canción que le entregaron a Ringo, llegó de noche, casi de casualidad.
“Recuerdo que una noche estaba tumbado en la cama, en ese momento que precede al sueño .ese instante en que una idea tonta te pasa por la cabeza- y que pensé en ‘We all live in a Yellow Submarine’”, recuerda Sir Paul McCartney en libro mencionado.
“Me gustan las cosas de niños. Me gusta la mente infantil y su imaginación. No me parecía ñoño trabajar con una idea del todo surrealista y que al mismo tiempo fuera infantil. También pensé que como Ringo era tan bueno con los niños -el típico tipo payaso- no sería mala idea que cantase una canción infantil en lugar de una muy seria. No le volvía loco cantar”.
Diligente, Paul comenzó a componer la canción en su casa. A la mañana siguiente pasó a visitar al cantautor Donovan (quien era llamado “el Bob Dylan inglés”), y según afirma Ian McDonald en su libro Revolución en la mente (Celeste, 2001), le pidió ayuda para acabar los últimos versos. Este le aportó con la línea “sky of blue, sea of green”.
“Donovan ayudó con la letra, y yo también- recuerda Lennon en el Anthology-. Prácticamente cobró vida en el estudio, pero basada en la inspiración de Paul. Idea de Paul, título de Paul: la considero una canción de Paul”.
Una vez que Paul, al piano, mostró la nueva canción al resto de la banda, el grupo dedicó un par de horas a ensayarla. Sin mayor contratiempo despacharon una pista base y la voz principal a cargo de Ringo. Incluso, le pidieron al baterista grabar una narración de 15 segundos que serviría de introducción. Era un poema de John, al estilo medieval, inspirado en la historia de una caminata a beneficio de la doctora Barbara Moore entre Land’s End y el poblado escocés de John O’Groats -los puntos más extremos de la isla británica-. Lo trabajaron largo rato, pero el resultado no convenció. Años después, se añadió como rareza en una versión alternativa de la canción en el single “Real Love” (1996).
En esa misma jornada, John Lennon grabó las voces en plan cómico que se escuchan en el último verso. “Decidió que la tercera estrofa necesitaba un poco de condimento, de modo que bajó al estudio y empezó a responder a cada uno de los versos de Ringo con una voz estúpida que yo alteré todavía más haciéndola sonar como si hablara desde el megáfono del barco”, recuerda el ingeniero Geoff Emerick en su clásico libro El sonido de los Beatles (Indicios, 2011).
El músico era un fan declarado de la comedia. De adolescente en su natal LIverpool solía escuchar los programas radiales de cómicos como Peter Sellers. A menudo hacía bromas y le gustaba hacer voces graciosas -algo de eso se ve en la película A Hard Day’s Night-, por lo que ese tipo de salidas se le daba muy natural. Aunque fueron contadas las veces que incorporó ese humor en la obra Beatle.
Con algo de la canción avanzada, el grupo dedicó algunos días para trabajar en otras canciones de Revolver, y volvieron sobre el Submarino a comienzos de junio. Para entonces, tenían preparada una sesión especial.
La noche de un día agitado
A medida que los Beatles desarrollaban la canción, McCartney se dio cuenta que su melodía era tan sencilla que se prestaba para ser cantada a grupo. Por ello, organizó una sesión especial en que invitó a otros músicos amigos a grabar voces en la parte final en que se canta “We all live in a yellow submarine”.
Se citó a los invitados por la noche. Entre estos, figuraban dos de los Rolling Stones, el guitarrista Brian Jones y el cantante Mick Jagger, quien asistió con su entonces novia Marianne Faithfull. Pero más que una jornada de trabajo, en realidad, la disposición era más bien de fiesta. Y pronto, se hicieron preparativos para ponerse “en ambiente”.
“Para entonces, todo el mundo tenía ganas de fiesta -recuerda Emerick-. Aunque nosotros nos habíamos probado la hierba, Phil [McDonald, ingeniero asistente] y yo habíamos trabajado lo suficiente con músicos como para saber lo que era, y a veces nos dábamos cuenta del curioso olor que emanaba del estudio después de que los Beatles y sus ayudantes compartieran disimuladamente un porro en una esquina”.
Así la cosas, los invitados comenzaron a cantar. Pero como el ambiente se animó, pronto la gente comenzó a tomar instrumentos de percusión para acompañarse. Inspirado, Lennon tomó una pajita, la introdujo en una vaso con agua y pidió que lo grabaran haciendo burbujas. Emerick lo hizo. Pero al músico no le bastó. Dijo que quería grabar bajo el agua. “Primero intentó cantar mientras hacía gárgaras”, recuerda el ingeniero. Pero eso no resultó. A pesar de que el productor George Martin, desesperado, intentaba hacerlo entrar en razón, había solo una cosa que no se podía hacer con un Beatle: decirle que no.
Fue entonces cuando según Emerick, se le ocurrió grabar a John con un micrófono sumergido en el agua. Martin insistió en que aquello era un disparate, pero a Lennon le encantó la idea. Enviaron a un ayudante a buscar una botella de leche de cristal, limpiarla y llenarla de agua. Hallaron un micrófono lo suficientemente pequeño para introducir ahí, pero se debía impermeabilizar para evitar un desastre ¿la solución? envolverlo adentro de un preservativo que, diligente, proporcionó el roadie del grupo, Mal Evans.
Por entonces las normas en los estudios Abbey Road eran muy estrictas respecto al uso de los micrófonos, y experimentos como el de la botella estaban terminantemente prohibidos. Pero con el poder que tenían los Beatles en EMI, fue imposible disuadirlos. Peor aún, se iban a disponer a grabar cuando de manera sorpresiva se presentó el director del estudio, el señor E.H. Fowler, un hombre ya mayor y chapado a la antigua. Como un chico sorprendido en alguna travesura, Lennon alcanzó a esconder la botella e incluso se dio el gusto de saludar al director ante la mirada atónita del resto. Apenas se fue, se desataron furiosas carcajadas.
La fiesta siguió durante la noche. Salieron las copas de vino. “Cerca de la medianoche, Mal Evans empezó a pasearse por el estudio tocando un enorme bombo, mientras los demás desfilaban haciendo la conga y cantando el estribillo de la canción detrás de él. Una locura absoluta”, recuerda Emerick.
En esas horas, Lennon grabó la pequeña locución que suena antes de la última estrofa. De alguna forma insistió en la idea que habían desechado la jornada anterior. Esta vez hizo un pequeño diálogo, como sacado de sketch, imitando de manera cómica el hablar marinero (“Full speed ahead Mr. Parker, full speed ahead/Full speed ahead it is, Sergeant”). Curiosamente, su padre, que le había abandonado de niño, había sido tripulante en un barco mercante.
Faltaba solamente rellenar los dos compases destinados al solo, pero a esas alturas, nadie andaba de ánimos para pensar en algo, menos para colgarse una guitarra y tocar. De esa forma, George Martin ordenó al ingeniero Phil McDonald ir a los archivos y recolectar discos de bandas de metales. Extrajeron una sección, la grabaron en una cinta aparte y para ahorrarse problemas de propiedad intelectual, la cortaron en pedacitos que luego rearmaron para que sonara distinto. Se había inventado la idea del sampler.
Pero al escuchar el nuevo “solo”, este sonaba casi igual que la grabación original. “Para entonces se había hecho ya muy tarde y se nos estaba agotando el tiempo (y la paciencia) -recuerda Emerick-, de modo que George me dijo que intercambiara simplemente dos de los fragmentos y lo introdujimos en el master del multipistas, haciendo un rápido fundido”. Así, “Yellow Submarine”, quedó lista. Ocupó el track 6 en la secuencia de canciones de Revolver.