Columna de Alberto Fuguet: El home entertainment (o #quédateencasa y trata de entretenerte)

The Rolling Stones
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Pocos conocen la importancia del Z Channel, un oscuro y acotado canal para cinéfilos de Hollywood programado por un ser limítrofe y magnífico que al final terminó suicidándose por ver tantas películas y apostar por todo aquello que nadie había visto. El Z fue el primer canal de cable, cuando el cable estaba en marcha blanca y solo llegaba a un sector de Los Ángeles. Apareció antes que el VHS. Sucedió a comienzos de los 80s y, al alimentar las hambrientas ansias de “la comunidad” hollywoodense, abrió al menos dos puertas: la idea que una cinta vieja o rara o no clásica pudiera transformarse en culto; y dos, que el cine -que la entretención- se podría ver en casa.

Que un filme pudiera seducir y alterar y generar expectación fuera de la pantalla grande sino en una pantalla más chica, privada, íntima que estaba en tu propia casa era jugar con fuego. Y era un poco insultar ese arte. O, al menos, te hacía dudar. Es cierto: no hay como estar en Broadway en el estreno de un musical, pero ¿qué es mejor o qué es peor? ¿Quedarte cien por ciento fuera o acceder a esa experiencia de otra manera? Lo mismo con el cine: o verlas como Dios manda o verlo como uno puede. Los de Channel Z lo analizaron: quizás no es lo mismo que verla en un cine destartalado, pero a lo mejor el ritual puede ser distinto y tan fascinante como conectarte con una cinta de manera colectiva: verlas en pijama, volado, curado, o en cama, con amigos, con tu pareja, en shorts, tocándote bajo los calzoncillos. Otra cosa que analizaron: casi todas las cintas que programaron se exhibieron en salas vacías. ¿Qué experiencia colectiva era esa? Cierto: estaba la pantalla grande. ¿Tamaño por intimidad?

Tarantino se hizo cinéfilo viendo ese canal. El programador no vendía la idea de “cine para gente que no tiene con quien salir” sino “películas que no viste y que ahora podrás ver en tu casa con tus brownies favoritos”. Vuelve a ver lo que te gustó. Ve lo que te perdiste. La meta no era asesinar al cine, era crear un grupo que luego saliera a ver las nuevas películas de los directores seleccionados. Crearon audiencia. No te quedes solo por arrogante, capaz que esa fue la idea subyacente. El canal también quiso luchar de frente con el tiempo.

¿Es culpa de uno no haber tenido 20 durante los años 40 o durante los 70? Claramente, no: si no pudiste ver una cinta de Altman en el cine, por decena de motivos, ¿debes quedar fuera de esa experiencia?

Exhibir algo diferente a “la programación de la tele” en la televisión parecía un camino suicida. Los que toman decisiones, sabemos, les da pánico innovar. Temen perder dinero, pero la historia demuestra que a veces apostar o tomar decisiones sin pensarlas mucho puede rendir. El Z Channel exhibía cintas perdidas (como Vértigo, ese “desastre” económico de Hitchcock que había desaparecido de circulación a fines de los 50 o Heaven’s Gate de Cimino) o simplemente le daba la oportunidad a miles de películas que no habían durado mucho tiempo en su paso por la pantalla grande. Ver cine bueno o al menos raro en la televisión sin comerciales y con curatoría. No era mala idea. En esos años, es bueno recordar, no había demasiados cine-arte o de nicho. Es cierto: en la madrugada daban películas viejas en blanco y negro, pero en esa época, excepto ciertos ultra éxitos, casi todas las cintas desaparecían del mundo y solo algunas sandías caladas regresaban a los cines como La novicia rebelde, Lo que el viento se llevó y los portaaviones animados de Disney.

Esta semana vi un documental acerca de ese canal mítico que terminó desapareciendo por ser poco rentable, pero que -sin querer, sin proponérselo- armó una revolución: la idea de ver cine en casa. La vi en mi casa. Quédate en casa. Y en un momento en que todo sucede en casa.

¿Estamos viendo las cosas como Dios manda o como hemos optado por verlas nosotros?

Alguien tuvo que partir con la idea y apostar. Pocos años después del Z Channel llegó el VHS que era, nada más ni nada menos, cine en tu casa cuando tú lo querías. Los estudios tuvieron que expandir su negocio y a la parte de los videos (y luego dvd y streaming) lo tildaron HOME. El rentable Home Entertainment. Entretenimiento para la casa. La palabra home también fue apropiada por unas de las primeras señales de cable. Home Box Office. HBO. Cable centrado en deportes y luego películas. El cable, como todos sabemos, podía enviar en tu tubito muchos canales, para todos los gustos. Y de a poco, HBO comenzó a apostar por cintas y series como eventos. Y así llegamos, digamos, a la última ceremonia del Oscar en febrero en que el mundo del cine-en-el-cine despreció a todo lo que es streaming y enfatizó la guerra iniciada el año antes con Spielberg a la cabeza: el cine se ve en el cine.

El cine que importa.

El resto es un sucedáneo.

Febrero parece 1955 ahora. Y los fanáticos vintage pasaron de excéntricos a perdedores y aislados. Porque si bien el cine volverá a los cines y hacia la primavera, quizás, o quizás no, eventualmente habrá recitales y teatro, funciones de títeres, ferias de libro, ópera y conciertos. No tengo idea qué va a pasar, pero sí sé qué pasó. Tal como la idea que las mujeres salieran a trabajar en labores duras fue considerado, en un momento, una falta de respeto, todo eso cambió con la Segunda Guerra Mundial.

Hay momentos de inflexión.

Este es uno.

Hace años renuncié o me echaron de una radio por viajar mucho: no se puede despachar de lejos porque se escucha mal. Debía optar entre la radio y viajar. Ahora: lo importante es que se escuche y lo que tiene peso es aquello que se habla y dice, y si hay ruido, mejor. Le otorga peso, le da ese factor que tenía el 16mm al cine: algo de suciedad no implica falta de rigor. Si ahora entendemos que todo se puede contaminar, que podemos infectarnos e infectar, el arte y los medios deben atinar. Y lo están haciendo. La idea del arte distante también ha pasado a estar en entredicho: ¿es necesario que pase el temblor para enfrentarse al temblor? Es un momento de soltar tradiciones, dogmas, traumas. Insisto: no sé qué pasará, pero algo me dice que mucha de la nueva normalidad quedará.

Después de décadas en que la gente huía de cine chileno y ahora, Ondamedia.cl, que es del Estado, ofrece cine gratis, pero pagándole a los creadores. Y ha sido un éxito. He visto cosas que no quise ver, que quería ver pero era imposible (Mala junta) y he vuelto a ver documentales de Ignacio Agüero. Hay algo cívico en ¿Es necesario siempre estrenar de manera análoga? La pregunta cultural de la pandemia. ¿Acaso los festivales del cine no eran reductos? La televisión está haciendo programas en vivo o grabados vía Zoom y funcionan. Tienen algo pedestre y feo, casi neorrealista, pero logran cumplir. Es cierto: prefiero In Treatment que Historias de la Cuarenta de Megavisión (Melo podría hablar menos y escuchar más), pero funciona y a veces emociona, algo que en el área dramática sucede poco. Es bueno recordar que la televisión americana se articuló y se hizo transmitiendo en vivo buena parte de las mejores obras de teatro. No eran adaptadas sino transmitidas, con Paul Newman o Marlon Brando y otros actores jóvenes.

Netflix estalla y crece y casi todo es atroz, pero si uno busca, encuentra y entre todas las series con muchos cuerpos jóvenes sin ropa hay cintas europeas, latinoamericanas y montones de documentales (ojo con Circus of books, un documental acerca de un matrimonio judío que termina administrando una librería de porno gay y criando a su vez a una familia). Lo mismo en otras plataformas nuevas. El lanzamiento del documental de los Beastie Boys de Spike Jonze el viernes generó más ruido a que si hubieran tocado en el Caupolicán (y la prensa ahora cubre lo online mejor que el offline). One World Together fue más intenso que estar en la última fila allá arriba en el techo del Arena. ¿Es mejor? Claramente es distinto. Esta semana se celebró el Día del Libro. Hubo más ruido digital que si hubiera sido en el GAM. Hay algo fascinante con llegar a más y de manera íntima. Estamos volviendo a un grado de intimidad inesperada. Se ha vendido la idea de lo “en vivo” y “lo colectivo” como el fin final, pero no creo ser el único que se ha sentido aislado y solo y lejano en un recital. Ver un unplugged de un músico por LIVE es algo bien impresionante. Las cifras también: los números de rating o de hits superan toda obra, todo recital, toda charla o lanzamiento. Claro: ¿Cómo se generará dinero? No todo puede ser gratis. Pero estamos en un momento fascinante e inesperado. Los viudos de Lollapalooza pueden estar consternados, pero es bueno recordar lo exorbitantemente caro y elitista que era.

El teatro en vivo se nota que es en vivo y tiene algo de evento. Lo que está haciendo The Cow Company estrenando obras nuevas como la de Rafael Gumucio es algo sencillamente fascinante. Quizás lo puedan estrenar después, pero esto no implica que la experiencia es menos íntima o quizás es más íntima que cualquier obra. ¿Esto implica el fin del teatro o que nunca más una cinta chilena se estrene en salas? No, para nada. ¿Pero acaso no podrán convivir? ¿Por qué Ema, la cinta más pop de Pablo Larraín, que además adelantó el tema de salir a quemar como manera de expurgar la rabia, no fue un éxito y ahora arrasa online? Que sea gratis, no es la respuesta. Ayuda, pero todos saben que, antes, por lo general, lo gratuito estaba asociado a lo melancólico, a la sala vacía.

Si la gente está consumiendo cultura no es sólo porque están en casa aburridos, es porque, como nunca, necesitan explicaciones, respuestas, dudas, propuestas, alternativas. Y esto el arte lo hace mejor que nadie más. ¿Es mejor un arte precario o cerrar todo hasta nuevo aviso? El neorrealismo en Italia pensó que era mejor filmar entre las ruinas que esperar que se volvieran a construir los estudios. Y nunca el cine en el país ahora devastado de nuevo fue mejor.

¿En qué momento optamos solo por competir con Hollywood o nada? ¿En qué momento lo único que importó fue el eco global más que el lazo cercano? ¿Acaso el verdadero error ha sido no saber promocionar? Que casi todo el arte es algo extra, no urgente, superfluo o para algunos. La elite cultural, sin querer, ha tenido que masificarse. El discurso pasó de ser “está de cumpleaños la Cata” a “tienes que ver esto, hueón, porque te va a volar la cabeza”. Pasamos de mirarnos en menos y juzgar a todos a intentar imaginarnos de manera colectiva. Y si bien las marchas, los shows masivo, las ferias son lugares de encuentro, al final no me queda tan claro si lo que se produce en estos eventos colectivos también lo es a nivel espiritual. Capaz que sí. Pero hay algo casi erótico y algo también religioso en sentirse parte de algo más grande; que ahora el arte elitista o íntimo o reducido pueda llegar a muchos -muchos- más tiene algo que solo se puede celebrar, admirar, copiar, procesar y analizar.

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