A fines de diciembre, cuando los informes de una neumonía extraña y de origen desconocido comenzaban a circular en China, Pablo Simonetti adoptó su propia cuarentena. No respondía a medidas de salud, sino literarias: buscaba darle forma a un nuevo libro, un proyecto que paulatinamente fue delineándose en su cabeza durante 2019. Cuatro meses después, con el país y el mundo afectados dramáticamente por la pandemia, el escritor permanece en su encierro, pero su concentración ya da frutos: está a punto de concluir su séptima novela.
Atraído desde niño por las noticias de desastres naturales, mientras se dedicaba a su nuevo proyecto Pablo Simonetti comenzó a seguir atentamente los reportes del virus. “Siempre he tenido esta especie de fascinación y pavor respecto de las grandes catástrofes como terremotos, tormentas, huracanes. Entonces, muy prontamente, cuando apareció la noticia de esta neumonía atípica en Wuhan la empecé a seguir con pasión. Tanta, que mi marido a veces me decía si podría un día no hablar de muertes y contagios”, cuenta en alusión al pintor José Pedro Godoy.
Formado como ingeniero civil y especializado en modelos probabilísticos, la emergencia vitalizó su relación con las matemáticas. “Empecé a ver gráficos y desde ahí quedé conectado con este tema para ver cómo se desarrolla”, dice. Ya en marzo se unió a un grupo de Espacio Público, encabezado por Eduardo Engel, que semanalmente ofrece análisis de la expansión del virus en Chile, a menudo en controversia con los datos oficiales entregados por el Ministerio de Salud. “He colaborado un poco en los formatos de los gráficos, en qué información comunicar y de qué manera hacerla más llevadera para la gente”, cuenta.
Durante este período, Simonetti se conecta habitualmente con el mundo a través de las redes sociales: en Twitter difunde los informes de Espacio Público y se comunica con sus lectores en lives de Instagram.
Por la naturaleza de su oficio, el aislamiento no es una experiencia desconocida para él, pero la pandemia modificó sus hábitos: ahora dirige mayor atención a la vida doméstica y ha probado sus virtudes en la cocina. En otro sentido, alteró su agenda a largo plazo: en septiembre esperaba radicarse en Londres con José Pedro Godoy, quien fue aceptado en un máster del Royal College of Arts, pero ese propósito ahora es incierto.
“Los escritores, en general, estábamos mejor preparados en cuanto a nuestras rutinas para la cuarentena. Yo estoy acostumbrado a encerrarme períodos largos a escribir. Además, uno siente que tiene tiempo para uno, dedica tiempo a cosas a las que en otros momentos no les da tanto interés, por supuesto la lectura y la escritura, pero también he cocinado como no había cocinado antes, he hecho pan amasado, he preparado todo tipo de platos enjundiosos, y he engordado”, cuenta.
Y con ello, desde luego, la inquietud en torno a la crisis: “Son tiempos de preocupación, porque uno siente la amenaza y todo el sufrimiento que esto puede ocasionar, porque además la muerte por Covid es una muerte muy terrible: es solitaria, te mueres ahogado, solo, en una cama de hospital, y los familiares ni siquiera te pueden despedir. Yo soy asmático, más o menos sé lo que significa ahogarse, entonces me imagino eso, solo, en un hospital, conectado a una máquina que te meten por la garganta; es una muerte muy terrible y que produce mucho sufrimiento en la gente alrededor”.
-¿Ha sentido temor?
-No me ha tocado ningún caso cercano, pero ese temor existe, que te pase a ti o que le pase a otro. Además, se suman las preocupaciones económicas, ver que hay gente que ha perdido el trabajo y no tiene cómo financiarse. En mi caso, yo guardo mi novela y la publico en un año más, pero igual me han suspendido mis charlas, mis clases. También ha tenido un efecto en eso para mí, pero es prácticamente nada en comparación con la desesperación de muchas personas que viven al día.
Si bien prefiere no entregar detalles aún, dice que en este escenario el trabajo en su novela ha sido muy satisfactorio. “Me tiene contento, la he disfrutado, es una novela que tiene mucho humor, otros capítulos terribles, es una suma de emociones”.
-¿Cuál es el origen de esta novela?
-Nace de una serie de circunstancias paralelas e inconexas que me hicieron preguntarme sobre cómo uno se va convirtiendo en la persona que es y, en el camino, va dejando atrás posibles desarrollos personales que lo habrían llevado a una situación completamente distinta. Y cómo en ese proceso de consolidación de quien uno es, va dejando a ciertas personas y se va quedando con otras.
-¿De qué modo se vincula con sus novelas anteriores?
-Está basada en mi experiencia, la materia prima nace de ahí. Es una época de mi vida de entre 20 y 30 años atrás, con una estructura muy robusta y que permite reflejar un mundo a través de varios personajes. Rápidamente, la ficción domina la historia y se aparta de mí. La novela habla del tema de la identidad, las pertenencias ganadas o perdidas a propósito del ser que uno es. El tema gay está presente y las relaciones familiares, las amistades.
-¿Cómo fue ese período para usted?
-Para mí, esa época fue de mucho cambio. Pasé de ser ese ingeniero a un escritor, y pasé de ser un hombre supuestamente heterosexual a ser un hombre abiertamente gay. La transición política fue también mi transición.
-¿Fue un proceso doloroso o más bien feliz?
-Son las dos caras. Por supuesto que el encuentro con un mundo nuevo es gozoso, pero también las pérdidas y los alejamientos que eso produjo fueron muy dolorosos, así que tiene de las dos cosas.
Nacido en 1961, a fines de los 80 Pablo Simonetti viajó a cursar un máster en la Universidad de Stanford. A su regreso, en 1989, asumió su sexualidad en su entorno más cercano y abandonó la ingeniería por la literatura. Crecido en un ambiente católico y conservador, su trayecto estuvo rodeado de tensiones. Encontró apoyo en su madre, a quien dedicó la que sería su novela más popular, Madre que estás en los cielos (2004). En cambio, nunca se atrevió a buscar la comprensión de su padre, quien murió en 1993. De ello escribió en Desastres naturales (2017), su novela anterior.
“Me gusta escribir desde experiencias o lugares cercanos porque soy capaz de transmitir los detalles que dan vida a la historia con más fuerza. Me gusta tener una impresión propia de lo que estoy contando”, dice.
Así como encontraba refugio y libertad en la lectura cuando aún no se atrevía a expresar su identidad, reconocerse gay le abrió el camino a la literatura. Ahora, vuelve la mirada y analiza sus pasos con los recursos de la ficción. “Es un momento de un personaje que en una situación extraordinaria se reencuentra con un mundo que él ha dejado atrás hace 20 años. Y en ese reencuentro tiene una serie de emociones y temores, viejos resentimientos y miedo al rechazo. Hay algo muy valioso en la novela sobre quiénes somos y quiénes fuimos, y por qué fuimos lo que fuimos”, contó el jueves en un live con motivo del Día del Libro.
-Dice que su novela es una catarsis respecto de su pasado, ¿por qué?
-Es una vuelta al pasado con sentido crítico: critico mis propias decisiones y mis propias filiaciones, y critico también los cuerpos de valores de los mundos en los que me tocó participar. Esa mirada tiene la finalidad de buscar las raíces de cómo uno se va involucrando en ciertos mundos, creyendo que ahí va a encontrar guía, compañía, amor y después, salir de ellos, por las razones que en la novela se explican, para encontrar otros lugares donde uno se sienta mejor recibido, más cómodo o más realizado.
-¿Qué ha leído en la cuarentena?
-Estuve leyendo Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig, y siempre pienso que en medio de esta pandemia puede que haya un personaje que esté a punto de la gran victoria o de la gran derrota frente al virus y que a Zweig le hubiera gustado incluir en ese libro. Porque este es un momento trágico y sin duda estelar de la historia, es un momento en que la historia va a cambiar. Y en ese sentido hay en alguna parte un gran héroe o un gran villano o un funcionario temeroso que puede hacer que esto sea más sufrimiento o menos sufrimiento. Y también estaba revisando Guerra y paz, porque iba a dar un curso, pero me avisaron que lo suspendían; eso también es lectura enjundiosa y me tranquiliza.
-¿Cree que cambiaremos tras la pandemia?
-No sé si va a cambiar la esencia del ser humano. Tuvimos la pandemia del 2009, el 57, el 18. Ojalá podamos impulsar una salida de la crisis que sea resiliente o climáticamente consciente. Pero siempre vamos a ser las personas que hemos sido, con ciertas precauciones. En estos días me he acordado mucho de mi madre, de las precauciones que ella tomaba, de las cosas que nos hacía hacer cuando llegábamos a la casa. Ella nació poco después de la pandemia del 18 y vivió la pandemia del 57. Yo nací el 61, entonces muchas de estas formas de protección me las transmitía y yo decía y por qué; tocaba dinero y me tenía que lavar las manos. Uno pensaba no me voy a morir por eso, pero ahora sabemos que sí podemos morir. Eso me ha pasado muchísimo. Y uno vuelve a involucrarse en la vida doméstica, no vive tanto hacia afuera. Antes yo estaba siempre con la cabeza hacia fuera; ahora tengo que pensar a qué hora voy a limpiar y a cocinar, y eso no ha sido un peso. Vivimos una inflación de la vida doméstica que me parece muy bien.