Un poco de seguridad en sí mismo no le hace mal a nadie. Menos si se vive en la Rusia del reaccionario zar Alejandro III y si los colegas arrojan un inocultable tufo de envidia. Para algunos, como Pyotr Ilyich Tchaikovsky, la eterna duda se transformó en una vida autoflagelante, magnificada además por demasiada franqueza en sus juicios. Así como en una carta llamó “bastardo sin talento” al compositor alemán Johannes Brahms, en otra no lo pensó dos veces al calificar su propia Obertura 1812 como “una obra ruidosa y sin ningún mérito artístico, compuesta sin amor ni cariño”. No tenía razón en ninguno de los dos juicios.
Tal vez las mismas inseguridades erráticas lo asaltaron en sus últimos años de vida y aún muchos sostienen que el 6 de noviembre de 1893 no murió de cólera, sino que se quitó la vida al beber una poción de arsénico. El aura legendaria de su deceso tiene contornos novelescos si se considera que sólo cinco días antes había estrenado su Sinfonía Nº6 “Patética”, una obra que terminaba con un movimiento triste como la muerte y al que llamó Adagio lúgubre.
Aún así, asalta otra pregunta: Tchaikovsky, por alguna vez en su vida, no dudó de la calidad de esa composición y nadie lo vio particularmente acongojado antes de morir a los 53 años. Incertidumbre tras incertidumbre y pena tras pena, la vida del compositor de quien hoy se cumplen 180 años de su nacimiento tiene tanto “pathos” como sus propias creaciones. Conmemorar su aniversario en pandemia y en confinamiento tiene, en ese sentido, algo de coherente.
Nacido en la pequeña ciudad de Votkinsk, mil kilómetros al este de Moscú, Tchaikovsky heredó mucho de su madre franco-alemana y de su institutriz gala, pero poco y nada de su padre ingeniero y con algo de cosaco: la facilidad en los idiomas extranjeros, sus intereses culturales o la sofisticación que no tendría ninguno de sus contemporáneos, desde Rimsky-Korsakov hasta Mussorgsky, todos rusos hasta el tuétano.
Fue muy amigo de Ivan Turgenev, el más occidental de los grandes novelistas rusos de la época de Tolstoi y Dostoievski. Como él, sufrió cierto desdén entre los intelectuales de su país por sus continuos viajes a Francia y Alemania, pero ganó el suficiente dinero para vivir de la música. Una sorprendente e innata capacidad para crear melodías lo transformó en un auténtico fabricante de grandes éxitos a gusto del público.
Sin embargo, Tchaikovsky no estaba tranquilo consigo mismo. Se deprimía con facilidad y las criticas lo herían más que a otros. Lo peor, sin embargo, fue la imposibilidad de vivir su sexualidad en libertad: ocultó siempre su condición homosexual con el objetivo de encajar en las convenciones sociales de la época y mantuvo un catastrófico matrimonio que duró seis semanas con Antonina Miliukova.
También, otra vez para agradar a terceros, se recibió de abogado y hasta trabajó en el servicio civil antes de volcarse a la composición. Seguramente la huella musical trágica de algunas de sus mejores creaciones proviene de esa tensión entre lo que quería ser y lo que aparentaba.
Grandes hits a la carta
Para el aniversario 180 del nacimiento de Pyotr Ilyich Tchaikovsky se esperaba en el país la presentación de sus tres grandes ballets en el Teatro Municipal. El lago de los cisnes iba el 12 de septiembre, La bella durmiente el 27 de noviembre y Cascanueces, como de costumbre, en diciembre. Debido a a crisis sanitaria no está clara aún la realización de aquellos espectáculos en las fechas indicadas, pero en el universo paralelo y ahora totalmente pertinente del streaming El lago de los cisnes se puede ver gratis en la plataforma Operavision, de la Comunidad Económica Europea.
La producción disponible es del Ballet de Santiago, pero si uno bucea un poco en este portal de contenido liberado se encuentra con otras tres obras escénicas de Tchaikovsky: el ballet La bella durmiente, por la compañía de la Opera y Ballet Nacional de Finlandia; la ópera Eugenio Onegin, por la Komishe Oper de Berlín; y la ópera La dama de picas, por el Teatro Musical Stanislavsky de Moscú.
Tal vez la ópera no es lo más conocido de Tchaikovsky (aunque en Rusia gozan de gran popularidad), pero sus ballets son carta ganadora en cualquier parte del orbe. Es más, ballet es para muchos sinónimo de Tchaikovsky. “Antes de él, la música compuesta para la danza clásica sólo era de servicio y apoyo. Pero con El lago de los cisnes, Cascanueces y La bella durmiente, la música cobra otro valor y se hace tanto o más importante que los bailarines”, explica el director chileno Paolo Bortolameolli (1982).
Pero además el músico ruso tenía una fecunda imaginación melódica. “Era un auténtico creador de hits. No hay dónde perderse en eso. La gente siempre recuerda sus melodías y eso lo hacía muy popular entre el público. Fue la misma razón por la que quizás los más academicistas lo miraron en menos en su tiempo. Con el tiempo, sin embargo, su reputación ha crecido y hoy es considerado un gran compositor”, plantea el director chileno, quien además destaca una noble cualidad tchaikovskiana: “Antes que nada los artistas nos debemos a nuestro público. El lo tenía claro”.