“Madre, me tuviste, pero yo nunca te tuve”: John Lennon y una desgarradora canción sobre su infancia
En la canción que abre el disco Plastic Ono Band (1970), un dolido John Lennon ajustó cuentas con su pasado. Inspirado tras seguir una terapia psicológica con el doctor Arthur Janov, el músico miró atrás en busca de su dolor más profundo: el abandono de Fred, su padre marino mercante, y la separación de Julia, su jovial madre, que le significó ser criado por una severa tía. Aunque años después se reencontró con ella, la perdió definitivamente tras su trágica muerte. Con el triste final de los Beatles, aún latente, Lennon superó su hora más compleja con un descarnado cancionero confesional y crudo.
Tomaron dos sillas y se sentaron en un rincón del estudio a medio terminar. Allí, frente a frente, estaban dos perfectos desconocidos. De un lado, John Lennon, megaestrella de rock. Del otro, Arthur Janov, psicólogo y creador de una terapia novedosa que prometía ir al fondo de los problemas: los conflictos no resueltos de la infancia. Y Lennon, al filo de los 30 años, acumulaba un historial de carencias afectivas no resueltas.
“El nivel de su dolor era enorme -relata Janov a Phillip Norman, el biógrafo del Beatle-. Tan grande como el mayor que hubiera visto hasta entonces. Resultaba casi completamente disfuncional. No podía salir de casa, apenas podía salir de su habitación. No tenía defensas, estaba descompensándose, desmoronándose, no era más que una gran pelota de dolor (...) en el centro mismo de toda aquella fama, aquella riqueza y aquella adulación no había nada más que un niño que se sentía solo”.
Hasta entonces, Lennon tenía su propia manera de lidiar con ese dolor. Desde mediados de los sesentas, se atrevió a revelar su rico mundo interior en algunas de sus letras. En "Help!", pedía que por favor alguien le ayudara “a sostener los pies en la tierra”. Evocó los lugares más confortables de su niñez en “In my life” y “Strawberry Fields Forever”. Gritó a los cuatro vientos que amaba a Yoko Ono en “I want you (she’s so heavy)”.
Pero el asunto era más profundo. Según Janov, las neurosis derivaban de traumas de la infancia. Entonces, con su tratamiento, al que llamaba la terapia primal, se proponía que el paciente debía enfrentar al origen del dolor y quebrar la acumulación de años de sentimientos reprimidos.
John decidió ir al grano. En ese momento los problemas lo rebasaban: la carrera de The Beatles se terminaba en amargas discusiones; a diario luchaba contra la adicción a la heroína, mientras hacía frente a latosos líos judiciales debido a un arresto por posesión de drogas y además sentía rabia hacia la animadversión que había generado su pareja, Yoko Ono, entre sus cercanos y por cierto en la fanaticada de los fab four.
Pero a él le interesaba ir algo más atrás en el tiempo. A los días sosegados del Liverpool de posguerra. Cuando sintió que sus padres le abandonaron.
“Una figura soñada”
Por un lado, estaba Alfred Lennon, el padre. Un buscavidas simpático, de chiste rápido y gran imitador del cantante Al Jolson (quien protagonizó el primer filme sonoro de la historia, El cantante de jazz, de 1927). Se crío en un orfanato, no tenía un oficio fijo, pero se ganaba la vida trabajando como tripulante en la marina mercante.
La madre, Julia Stanley, era una mujer alegre, de carácter independiente, aficionada al baile y muy melómana. Según Philip Norman, ella también cantaba, y muy bien. Además sabía tocar el banjo y se defendía con el ukelele y el acordeón. De alguna forma su personalidad despreocupada calzó muy bien con la de Alf, a quien, por cierto, la familia de ella detestaba por considerarlo un vago de poca monta. Una de las mujeres fuertes del clan Stanley era la seria y estructurada hermana mayor, Mary Elizabeth, “Mimi”, quien sencillamente, no soportaba a su cuñado.
Se casaron en 1938, tras once meses de noviazgo. En octubre de 1940 nació John, en plena Segunda guerra mundial. El mar llamó a Fred. Estuvo embarcado durante casi todo el conflicto. Enviaba algunas cartas y cheques para el cuidado de su hijo, pero el tiempo fuera acabó por hundir el matrimonio, como un velero ante un arrecife.
Por su lado, Julia, no estaba dispuesta a ser solo la mujer que esperaba a su hombre en el puerto y por las noches salía a los pubs a divertirse. A vivir algo parecido a la felicidad. No tardó en conocer a otro hombre, John “Bobby” Dykins. Este, estaba dispuesto a acoger al niño. Parecía que ahora sí, había algo de estabilidad.
Allí fue cuando todo acabó. Apenas Fred regresó a Liverpool en 1946, Mimi lo contactó. Lo detestaba, pero para ella, una mujer estricta y apegada a las normas, para todo efecto él era el padre del niño y tenía que hacerse cargo de una vez por todas. Julia vivía con su nueva pareja, lo que era inaceptable para su conservadora familia. Pero Fred estaba abatido y no soportaba la idea de que su esposa ya no lo quisiera. Solo había una cosa por hacer.
Con la excusa de pasar unas vacaciones con su hijo, Fred se llevó al pequeño a Blackpool, un balneario del noroeste inglés. Allí se le presentó la oportunidad de emigrar junto al crío a Nueva Zelandia. Tocado en su alma de marinero, se entusiasmó. Parecía un nuevo comienzo. Una alternativa para olvidar los malos ratos y la hostilidad de la familia de su mujer. Pero Julia se enteró y consiguió llegar hasta Blackpool junto a Bobby Dykins. Allí se enfrentaron.
Fred le contó de sus planes. En ese momento, según Norman, trajeron al pequeño John. El chico estaba feliz por los días de asueto, así que se subió a las rodillas del padre. Para Julia fue la señal de que prefería la aventura en Nueva Zelandia. Se dio vuelta y se dispuso a marcharse, pero el pequeño saltó, corrió, se aferró a las piernas de su madre y entre lágrimas, le pidió que no se fuera. Fred le dijo al chico que tenía que elegir con quién se iba a ir. El pequeño, con el corazón destrozado, se devolvió y tomó la mano de su padre. Julia volvió a retirarse. Nuevamente, el niño corrió hacia ella. Le gritó que no se fuera. Que lo esperara. Que su papá también vendría. Pero Fred se quedó sentado, en silencio. Con la cabeza entre las manos, apenas pudo ver cómo el niño se iba con la madre. Ahora sí, lo había perdido todo.
Para la familia de Julia, el conflicto no acabó. Mimi luchó y consiguió -denuncias al Servicio de menores mediante- quedarse con la custodia de John. Ella, junto a su marido George, lo criaron en su apacible casa en la zona de Mendips. Según Norman, para la seria Mimi el quedarse con la tutela del chico debía tanto al hecho de que ella no tenía hijos, como a evitar las malas lenguas y los conventilleos sociales, que a esas alturas, condenaban a Julia por vivir con Bobby. En general, ella le dio a John una estructura y un buen pasar económico, pero poca contención emocional.
Cuando John alcanzó la adolescencia, de a poco retomó el contacto con Julia. La comenzó a visitar con regularidad en su casa de Allerton. El vínculo fue la música. Como en la residencia de Mimi no había tocadiscos, fue allí en que comenzó a escuchar sus primeros discos de rock and roll, a todo volumen. Además ella le enseñó a tocar el banjo.
“Durante las visitas de John, Julia siempre era la persona alegre, despreocupada y divertida en la que él veía más a una hermana mayor que a una madre”, afirma Norman. Ella además le compró su primera guitarra y lo apoyó cuando decidió formar su primera banda con compañeros del instituto, llamada The Quarrymen. Incluso, asistió a su primera presentación en vivo, el 6 de julio de 1957, el día que pasó a la historia porque tras el show, John conoció a un mozuelo llamado Paul McCartney.
Pero todo acabó casi un año después. A eso de las nueve de la noche del 15 de julio de 1958, Julia salió de la casa de Mimi, donde había pasado la tarde charlando una taza de té. Al caminar hacia la parada del autobus, fue atropellada por un automóvil conducido por un policía novato que recién estaba aprendiendo a manejar -algunos autores aseguran que además iba ebrio-. Murió al instante. Ese día, John estaba en la casa de Julia. Se enteró de todo cuando llegó un policía y le preguntó si acaso era el hijo de la difunta. La había perdido para siempre.
“Es lo peor que me ha pasado nunca. Habíamos llegado a entendernos tan bien en unos pocos años, Julia y yo -recordó años después, según cita Norman en la biografía del músico-. Nos llevábamos bien. Era estupenda”.
“Para John, Julia era una especie de figura soñada (‘una tía joven, o una hermana mayor’): el único ser humano al que había amado sin reservas -señala Ian McDonald en su libro The Beatles: Revolución en la mente- Su muerte en accidente de tráfico (...) lo dejó destrozado, y durante los dos años siguientes le consumió ‘una rabia ciega’ que le llevó a beber salvajemente y a meterse continuamente en líos y peleas”.
“You have me, but I never have you”
Janov iba cada mañana a conversar con Lennon a su mansión de Tittenhurst. Había dejado su consulta en Los Ángeles, California, por atender a este paciente que le había implorado su ayuda, tras leer su libro sobre la terapia primal, llamado The primal scream.
“Hablaron del abandono -como lo veía él- por parte de su padre aquel día soleado de 1946 en Blackpool cuando se había visto obligado a elegir entre papá o mamá -explica Norman-. Hablaron de Julia, de su belleza y su magnetismo, de su sensación de que ella nunca había sido del todo suya y que que también ella lo había dejado justo cuando más la necesitaba”.
Pero a las tres semanas, el psicólogo decidió que no podía dejar atrás por más tiempo a sus pacientes en EE.UU. Entonces John y Yoko cruzaron el Atlántico para continuar el tratamiento. Pero la condena por posesión de drogas provocó que le dieran una visa acotada solo a unos pocos meses. Tendría que continuar solo. Pero una vez más, ahí estaba la música para ayudarlo.
Tal vez por rememorar su dolor hacia sus padres, se le vino a la cabeza la figura de Julia. No era la primera vez. Bajo el sol de Rishikesh, en los días en que los Beatles tomaban lecciones de meditación trascendental con el Maharishi Mahesh Yogi, John aprovechó de componer algunas canciones en una especie de monólogo interior con la guitarra acústica.
Una de esas fue “Julia”, incluida en el Álbum Blanco. Una canción en extremo personal en que Lennon se permite mostrar cierta vulnerabilidad. Invoca a la madre perdida para contarle una novedad: una niña del océano (el significado de Yoko Ono en japonés), ha ganado su corazón. “La mitad de lo que digo no tiene sentido/Pero lo digo solo para contactarte, Julia/Julia, Julia, niña del océano, me llama”.
“En gran medida, Julia Lennon fue la musa de su hijo -escribe McDonald-. Una vez hubo desterrado de su alma el dolor por ella, la creatividad aminoró la presión y, durante su más reconciliada década final, su obra perdió gran parte de la fuerza y agudeza desplegadas en el fundamentalmente infeliz cénit de mediados de los años sesenta”.
Y la musa le volvió a llamar.
De vuelta en casa, John comenzó a componer. Sentado al piano trabajó una pieza dolorosa en que ajustaba cuentas con el pasado. Aunque la tituló “Mother”. en rigor se trataba tanto de Julia como de Fred. “La letra era una acusación directa a los padres, a ambos por igual, pues creía que ambos le habían fallado alevosamente: una dándole a luz y luego deshaciéndose de él; el otro marchándose de su lado cuando era todavía un niño”, detalla Norman.
En la letra no se iba con rodeos. “Madre, me tuviste/Pero yo nunca te tuve (...) Padre, me dejaste/ pero yo nunca te dejé”.
Abre la canción un doloroso sonido de campanas. El metálico llamado a un funeral. “Bueno, estaba viendo la televisión como siempre, en California -le dijo Lennon a Jann Wenner, en su famosa entrevista para Rolling Stone- estaban pasando una vieja película de terror y sonaron las campanas. Probablemente fue diferente, porque esas eran en realidad una campanas más lentas que las que pusimos en el álbum. Pero simplemente sonaban así y pensé: ‘Oh, así es como empezará ‘Madre’”.
Por cierto, él solía llamar “madre” a Yoko Ono.
John canta la canción de forma desgarradora. Grita. Deja ir su voz sin más. Lejos del trabajo de cantante más melódico de la era Beatle, que ya había presentado en sencillos como “Cold Turkey” e “Instant Karma!” . “La soltura de la voz la desarrollé en “Cold Turkey” -recuerda Lennon- a partir de la experiencia de Yoko al cantar, porque ella no inhibe la garganta”.
En el final de la canción, que abre el disco Plastic Ono Band (1970), Lennon se descarga. Es un grito que lanza desde la médula: le suplica a su madre que no se vaya y a su padre que vuelva a casa. Se trata de un regreso, doliente, a esos pasajes de su infancia en que se encontró en una familia dividida por las circunstancias. Y que en un momento crítico de su carrera, transformó en música; aquello que de alguna forma, también lo unía a la malograda Julia. La eterna. La musa.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.