24 horas en la basura con Chancho en Piedra: crónica de un videoclip
La mezcla explosiva de rock y reggaetón que propone “Todo se me pasa”, el nuevo videoclip del cuarteto noventero, sostiene una letra que pareció anticipar la molesta subyacente al estallido social. Por eso, es que el video se rodó en Ventanas, una de las “zonas de sacrificio” símbolo de los problemas ambientales achacados al modelo económico cuestionado por los movimientos sociales. Culto estuvo presente en el rodaje del clip que se lanza tras varios meses y esta crónica detalla lo que ocurrió, además de sabrosas anécdotas sobre clips noventeros, el impacto en el grupo de las protestas que sacudieron a Chile, y el cómo se gestó el sonido particular del single.
Con el extremo de un palo, Toño Corvalán levanta desde el impredecible suelo del basural lo que queda de una pantalla de televisor. De inmediato su compañeros de banda lo miran entre incrédulos y pícaros. Se pasan el trozo y simulan aparecer tras la pantalla, como si rompieran la cuarta pared. No pasa mucho rato hasta que lo lanzan de vuelta a su sitio. Pero la colecta de basura sigue. Pedazos de una placa madre, un canasto plástico deforme, una vieja puerta de madera consumida por el tiempo, un colchón roído, una bacinica -con muchas horas de uso- sobre la tierra. A cada paso, el terreno baldío ofrece más sobrantes de consumo.
Es cerca de mediodía. El equipo de rodaje -director, productor, director de fotografía y asistentes- se mueve tras los Chancho en Piedra, que están vestidos con overoles azules, guantes y mascarillas, una pinta que parece sacada de Breaking Bad. Bajo el sol quemante de la costa graban el clip para “Todo se me pasa”, el segundo sencillo lanzado en 2019 por el grupo (tras “Bola de fuego”), el que marca una etapa nueva con el guitarrista C-Funk (Los Tetas) en la alineación, pero también por su improbable, pero resuelto, cruce entre rock y reggaetón.
Los músicos, con años de oficio en grabar videoclips, se mueven como una pandilla de muchachos en el patio del colegio. O en este caso, en un basural con olor a orina al que se llega a través de un camino de tierra. A veces los empujones y tallas los sacan del encuadre, lo que obliga a la gente de cámara a pedirles que por favor chiquillos, no avancen tanto. No sea que las chimeneas de la fundición de Ventanas, que se levantan orgullosas al fondo de la toma y dominan el paisaje de Puchuncaví, no vayan a salir en el corte final.
“Queríamos una escenografía que fuera como un actor también y que dijera cosas -cuenta el bajista Felipe Ilabaca-. Entonces pensamos en un lugar que estuviera derruido, afectado por la desigualdad. Ahí dijimos que lo ideal era una de las ‘zonas de sacrificio’, como Til Til, y así salió Ventanas. Es super complementario a lo que dice la letra y es super contingente”.
El basural es una de las escenografías escogidas días atrás por el equipo de dirección, liderado por el también músico Felo Foncea, quien ha hecho piezas para Los Bunkers, Lucybell, Dracma, Francisca Valenzuela, entre muchos otros. Pero el de un videoclip, es un trabajo duro. Las esperas entre tomas y cambios de vestuario, se vuelven tediosas. Pero es lo que implica componer ideas en imágenes. Una obra casi de artesanía en tiempos de algoritmos e inmediatez compulsiva.
Para aprovechar el tiempo se graba por turnos. Mientras los músicos, sudados, se refrescan en la van tras grabar lo suyo, salta al terreno un cuerpo de baile. Cuatro veinteañeras que se mueven rápidas, exactas y prolijas, pese al calor espeso como las fumatas que escupe la fundición. Bailan su coreografía una y otra vez. “Nosotras inventamos todo, no copiamos nada. Todas aportamos ideas, así que en realidad no tenemos referentes”, cuenta Francisca Ibáñez, la locuaz coreógrafa que lidera al cuarteto que completan Daniela Villablanca, Fabiola Orellana y Tábata Meneses. Apenas terminan, todo el mundo a la van. Pasaron cuatro horas y hay que moverse a otro sector.
Los martillos de Pink Floyd
Según el censo de 2017, en la comuna de Puchuncaví viven 18.546 personas. Pero hoy, en la quincena de diciembre, parece un pueblo fantasma. Al bajar por la carretera hasta la playa, los locales comerciales con sus cortinas bajas revelan que aún no comienza la temporada de verano. Solo la brisa marina y el trote acelerado de algún perro mueven la arena.
Aunque la estructura de la fundición de Ventanas recuerda la portada del disco Animals (1977) —claro que sin Juanitos inflables en el horizonte—, es otra locación la que es referida por los músicos y el equipo de rodaje con un nombre de inspiración pinkfloydiana: los martillos. Se trata de un sector de la playa en que una serie de tuberías salen desde el complejo y se internan hacia el mar. Estas se sostienen por unos soportes de largos tubos cruzados pintados de rojo, los que recuerdan a los martillos marchantes diseñados por Gerald Scarfe para la película The Wall. Hasta allí llega la banda con el equipo de rodaje, a eso de las 16.00 horas.
En mapudungún, el nombre de Puchuncaví significa “donde abundan las fiestas”. Pero desde hace un tiempo que el topónimo parece una mala broma. En agosto de 2018, niños desmayados e intoxicados fueron la señal de alerta ante una crisis sanitaria que afectó a más de 700 personas, la que se atribuyó a la actividad de las industrias presentes en la zona. Por ello, los estudiantes convocaron a una serie de protestas en que se demandó que las comunas de Quintero y Puchuncaví dejen de ser consideradas “zonas de sacrificio”.
Un estudio posterior de la PUCV demostró que la población residente tiene concentraciones de arsénico en su organismo. Y por si fuera poco, el análisis de muestras de suelo y polvo en las localidades aledañas, indican que estas sobrepasan por mucho la norma de riesgo cancerígeno. Incluso eso sucede en playas más retiradas como Maitencillo.
“La idea de venir acá creo que fue de Felipe [Ilabaca] —detalla Felo Foncea, durante una pausa para refrescarse—. Además llegamos a unas referencias que Lalo [Ibeas] trajo de unos bailarines chinos que estaban muy interesantes y que también contrastaban esto de la ciudad moderna con la contaminación. Había que tratarlo de manera delicada, no es un chiste lo que le está pasando a la gente acá. La idea era hacer una crítica con la música”.
“Es exagerar un poco con todo lo que está pasando aquí, con la escuela La Greda en que los niños estaban en clases y les empezó a dar alergia —detalla Toño Corvalán, el baterista histórico de los Chancho—. Se está jugando con el medio ambiente, que es un derecho que tiene la gente. Les afecta a todos, más encima los pescadores son golpeados por las grandes pesqueras. Es una forma de protestar sobre eso”.
Los músicos se cambian de ropa y se reúnen en la playa. Unos pocos curiosos se detienen a mirarlos. Visten chaquetas plateadas, a excepción de Lalo, quien además luce una capa y un sombrero de copa en el mismo tono. A primera vista parece un cruce entre George Clinton y un mago, pero en realidad es vestuario reciclado de la celebración de sus 25 años en agosto pasado en el Teatro Caupolicán. La diseñadora que les hizo las chaquetas aprovechó de hacer una capa, se la ofreció a Lalo, y él la aceptó.
Como un entrenador al borde del campo, Foncea y el director de foto, Cristóbal Goñi, explican a la agrupación los lugares que deben ocupar en la escena para que la toma salga óptima. Doblan un par de veces la canción al completo. Cantan a la cámara -”hagámosla a lo Beastie”, dice Felipe-, se mueven, saltan como si volvieran a tener 20 años, esos que quedaron lejos en una década en que todo parecía posible.
“Cuando voy filmando al tiro digo, ‘ya, ese plano quedó’ —detalla Foncea— luego voy a la edición y trato de editar lo antes posible, onda al otro día. Tener el material fresco es lo mejor para mi”.
-¿Qué es lo que define a un buen videoclip?
-Me sorprenden los que tengan algo original, algo jugado, que no se haya hecho tantas veces. Por lo menos a mí, esas piezas con yates, autos y toda la plata del mundo, no me llaman la atención a no ser que tengan una idea interesante.
“Hay uno de Los Tres, de Carlos Moena, el de ’No me falles’ que es mi video chileno favorito -sigue Foncea-. Utilizaron bien los recursos, la idea está super concisa y al mismo tiempo super bien representada. Pa mi el videoclip es algo que no sobreescribe la música. Es una obra aparte, en ese caso, y bueno era una época en que había muchos más recursos”.
Esos viejos clips
Alguna vez en el rodaje de un video, los Chancho casi se mueren. “Fue en el de ‘Locura espacial’ (1998) -recuerda Toño- había una balsa porque éramos unos náufragos, entonces empezamos a meter la balsa con unos tambores vacíos al mar. Estábamos recién subiendonos a la plataforma, cuando llegó una tremenda ola y nos dio vuelta”.
Pero no siempre los problemas los proporciona la naturaleza. Los humanos, como dirían ellos, al final son animales disfrazados. “Para ‘Socio’ tuvimos que cambiar el video a mitad de la filmación porque el director se había gastado la mitad de la plata -cuenta Lalo Ibeas- hubo peleas en el equipo, entre ellos, estuvieron casi al borde de terapia de grupo”.
“En la mitad de ese video me fui a dar la Prueba de aptitud jajajaj, cacha la hueá -sigue el vocalista- mientras estuve fuera ocuparon un doble; en una escena sale alguien que no soy yo”.
-¿Cuán distinto es hacer videos hoy, respecto a los noventas? pienso por ejemplo en el de “Guach Perry”, o “Sinfonía de cuna”, cuando partieron…
-Bueno, el de ‘Guach Perry’, tuvo mucho más producción que éste -responde Felipe-. Fue grabado en cine, 35 o 16 mm, se mandó a revelar a Argentina, lo grabamos con Germán Bobe, que era el director de Los Tres, así que te podrás imaginar el nivel de producción que tenía. Hoy han bajado los presupuestos y hay que contar con equipos que tengan muy buena voluntad.
“Ahora hay que hacer videos con muy pocos recursos, incluso las bandas más grandes tienen la mitad de los recursos que tenían antes porque la industria cambió -cuenta Felo Foncea-. Eso te exige ser más creativo y recibir cooperación de gente que tiene ganas de hacer cosas. Yo he hecho un montón de videos y es fácil caer en hacer una cosa rápida para salir del paso”.
Como esa junta con “las mejores” que se posterga una y otra vez, los Chancho llevaban un buen rato intentando coincidir con Foncea. “Hace tiempo que teníamos ganas de trabajar con él y no podíamos concretar -detalla Felipe- ahora por fin llegó el momento. Hicimos dos al tiro, de una (también el de ‘Bola de fuego’). Tiene un equipo muy profesional, muy aperrado. Además, es muy bueno que él sea un músico también, ayuda a tener una visión musical de la cinematografía”.
“De hecho, antes estuvimos a punto de hacer otro, para una canción que se llama ‘Solo’ (2016) -rememora Foncea-, llegamos casi hasta el día del rodaje, pero súbitamente ellos cambiaron el single y no lo hicimos. Pero al fin lo logramos”.
Pan y humor en el estallido
Originalmente, el clip para “Todo se me pasa” se iba a rodar en la tercera semana de octubre, pero el estallido social lo postergó. Eso les obligó a modificar sus planes. “Nos bajó todos los shows que teníamos entre octubre y noviembre, pero al final el fondo es más grande -afirma Lalo Ibeas-. Es cambiar Chile para que sea un lugar más justo. Entonces perder esos conciertos es un precio mínimo. Sería muy mezquino de nuestra parte reclamar por eso. Lo que de verdad hay que reclamar, es que tenemos las peores pensiones del mundo, y somos uno de los países más desiguales. Con un primer paso que sirva para cambiar eso, da lo mismo haber perdido un par de shows”.
Por ello, los Chancho reemplazaron teatros y centros de eventos por plazas y parques. Nada raro en una agrupación orgullosa de su raíz popular. En esos días se presentaron en lugares como Plaza Yungay, la población Huamachuco, la Villa Olímpica, y en otros sitios de Cerro Navia, Maipú, entre otros. “Me ha llamado la atención que la gente como que redescubrió las plazas -cuenta Ibeas-. Íbamos a tocar a un lado y estaba lleno de familias. Habían músicos de todas las épocas, más viejos que nosotros. No había ni camarín, todos tocaban uno detrás de otro, sin prueba de sonido, y bacán, me gustó ese sistema. A veces en los shows grandes hay mucha parafernalia”.
Ese despertar también se evidencia en cosas simples. Una tarde, mientras hacía la fila para comprar en su viejo almacén, Lalo notó algo extraño. “Llegó un tipo y se compró todo el pan -recuerda- entonces yo pensé, ‘ohh el conchesumadre’, pero después, se puso afuera y dijo ‘vecino, ¿quien quiere?’, y empezó a regalar. Lo encontré la raja. Qué bueno que estas cosas sacan lo mejor y lo peor de ti”.
Si algo tienen varios de los videos de Chancho en Piedra -amén de buenos disfraces- es el humor. Mucho. Imposible no recordar esa historia de borrachera en tono guachaca de “El impostor” o los guiños a La Isla de la Fantasía de “Locura espacial” . Pero en “Todo se me pasa” la letra se despliega en un territorio distinto. “Esto ya no da más... Despierta/Te quieren controlar... Alerta/Lo veo todo claro”, canta Felipe. Y eso fue antes del estallido social.
“Ahora está más sofisticado ese humor -detalla el bajista- si bien, eso nunca lo vamos a perder porque es parte de nuestra característica, no es tan explícito en el guión. El desenfado está más en la letra. A la gente esta canción le da risa, en especial cuando dice ‘pero-todo-se-me-paasa’, pero bueno, cada quien ve lo que quiere ver”.
“Más que nada era reforzar el concepto gráfico, la idea de que está la cagada -explica Lalo Ibeas- pero igual hay distracciones, o sea en un mundo en que ya no queda nada, igual va a haber música, igual va a haber rebelión. Por eso los trajes como radioactivos también”.
Perreo rock
Para el grupo, “Todo se me pasa” es una pieza más de un cancionero que ya ha indagado en temas sociales. “Chancho en Piedra tiene hartos himnos de ese tipo -afirma Toño- si uno se pone a mirar para atrás, se podría hacer una lista de temas que te hacen pensar”, en esa cuerda estarían temas como “Mi viejo almacén”, “Animales disfrazados”, entre otros.
La premisa de la letra es simple. En un mundo de injusticias, es fácil olvidarlas dejándose llevar por un divertimento. En este caso, es el reggetón. “No se preocupe Patrón/Pongamos en la puerta una escoba/Solo hay que distraerlos/Bailando los ritmos de moda”, canta Lalo.
Aunque en redes sociales, el cruce entre la intensidad eléctrica del cuarteto con la música urbana, fue muy comentado, lo cierto es que anteriormente el espíritu inquieto del conjunto les ha llevado a explorar coqueteos del sonido funk con cumbia, cueca, y otros.
Pero en el caso de esta nueva composición, se puede oir en algunos pasajes a C-Funk cantando como si fuera Bad Bunny, con el característico color del autotune, y filosos riffs de guitarras detrás. “Eso se dio porque cuando entré a los Chancho -en abril de 2018, tras la salida de Pablo Ilabaca- empecé a tocar de todo lo que machacan ellos en su repertorio. Así que yo dije ‘bueno, ya que han tocado cumbia, guaracha y todo eso, hagamos algo nuevo, que no se haya hecho; vamos con su rock reggaetón’”, cuenta el músico.
“Pero también es una crítica al reggaetón -agrega el también hombre de Los Tetas- es un estilo que está en deuda con sus letras. El reggaeton antes de llamarse así, en el año 95-96 tenía letras muy de calle, como el hip hop. Claro, habían letras divertidas y de bacilon, pero la mayoría eran letras que hablaban de lo que pasaba en la calle de la juventud. Eso se perdió después porque les llegó la plata por hablar puras cabezas de pescado y además muchas son denigrantes hacia la mujer. Este es el momento en que eso tiene que cambiar”.
-Y justo sale “Plata Ta Tá”, de Mon Laferte, también un reggaetón con crítica social...
- Claro, imagino que ella lo ve así también, está aportándole un sentido a ese ritmo -responde el guitarrista-. Además de ser los primeros en mezclar rock con reggaetón, estamos poniéndole un sentido a la letra haciendo que no solo sea para bailar en la noche, sino que te deje algo para pensar. También romper las etiquetas y el burlarse de la gente porque le gusta un estilo diferente. A mi me gustan las dos cosas, el rock y el reggaeton; tienen varios puntos que son socialmente importantes”.
“Siempre encuentras la manera/De meternos la mano al bolsillo/Oye bien lo que te digo/Todos saben, que eres un pillo”, se oye en algún pasaje. Con el tiempo suena profético.
A la manera de J-Balvin o Bad Bunny, en lo inmediato, el conjunto no planea sacar un álbum, sino singles. “Es mejor hablar de nueva música, porque un disco es como medio difícil -adelante Lalo-. El formato antes conocido como disco no creo que vuelva a ser como antes. Por eso en 2020 vamos a sacar varios sencillos. Entonces un álbum sería como la colección de esos temas sueltos”.
Y para acercarse a los códigos de los clips de reggaetón, se incluyó al cuerpo de baile. Mientras los Chancho descansan y comentan las escenas como quien rememora una jugada en un partido de fútbol, las bailarinas revisan sus pasos antes de grabar unas tomas entre las tuberías de la playa. Visten un peto y pantalón plateado con maquillaje ad-hoc. En el cuello, una pañoleta negra con la estrella dibujada con trazo blanco, tal como la enseña nacional que se vió en las manifestaciones desde el estallido social.
“Fue por eso, por las protestas, las marchas que ocurren en el país, que quisimos usar esas pañoletas”, cuenta Francisca Ibáñez. “Habitualmente nosotras mismas nos encargamos del vestuario. Entre nosotras vamos creando, vemos si tenemos que comprar algo o usar algo que ya teníamos. Una ya sabe cómo es el tema”.
“Las chicas traen su propuesta, eso es súper entrete -detalla Felipe Ilabaca-. Con la Fran ya habíamos trabajado antes en un video, es amiga de la banda. Nos parece que es un elemento súper interesante”.
“Subí una foto a Instagram y el Toñito me la respondió, porque puse como la historia del grupo, así que me invitó a grabar ‘Funkybarítico’ con él, y luego este -recuerda Francisca-. Ahí invité a mis amigas a bailar conmigo. Habitualmente hacemos coreografías juntas, si nos llaman, vamos”.
Cae la tarde sobre Puchuncaví. El equipo se mueve para rodar otras escenas en la playa con la industria a sus espaldas, antes de que el sol se hunda en un baño de mar. Los Chancho hacen un par de pasadas más del tema. Foncea le pide a C-Funk que se mantenga la mascarilla y se la quite justo antes de rapear. En algunas tomas le sale como si fuera un actor consumado, en otras, lo intrincado del artefacto dificulta la maniobra. Los otros se ríen.
Dos perros se cruzan por delante de la cámara. Los músicos y asistentes deben sacar a los canes, por el riesgo de que orinen algún equipo. Son las 21.00 horas y la luz se va, tal como las energías de todos. Piden a la bailarinas que hagan una última pasada de su coreografía con la contraluz del atardecer de fondo. Lo hacen con energía, pese al cansancio y la fría humedad que a esa hora hora se deja caer. Los aplausos señalan el final del rodaje. Mientras al fondo, las chimeneas de Ventanas cortan el horizonte como un silente y grave recordatorio de lo que nos trajo hasta acá.
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