A pocos minutos de abordar el módulo en el que descendería hacia la superficie de la Luna junto a su compañero Neil Armstrong, el astronauta Edwin "Buzz" Aldrin dirigió unas palabras hacia los millones de personas que le escuchaban a 384.000 kilómetros de distancia, en la Tierra. Tras cuatro días de viaje, sin mayores contratiempos en su travesía, se acercaban al momento crucial. Por primera vez, en el marco de la misión Apolo XI, el ser humano pondría un pie en el satélite natural de la tierra.
"Quiero aprovechar esta oportunidad para pedirle a toda persona que nos escuche, quien quiera que sea y dondequiera que esté, que se detenga un momento a meditar en los acontecimientos de estas últimas horas y dé las gracias por ello, en la forma que quiera", afirmó Aldrin, en palabras reproducidas por La Tercera.
El mensaje fue recibido de inmediato. En la casa de "Buzz", su mujer, Jean Ann, sus tres hijos, y el astronauta Russel Schweickart, quien les acompañaba, se levantaron y se pusieron de rodillas en medio de la sala. Silencio. A diferencia de lo que sucedió con Colón, Magallanes o Marco Polo, hace siglos, ahora la humanidad tendría registro de la hazaña que estaba por suceder.
"El centro espacial había instalado 'cajitas negras' en las casas de los astronautas para que sus esposas pudieran escuchar las conversaciones entre el Centro de Control y las cosmonaves", informó el citado periódico en sus páginas centrales, el 21 de julio. "La esposa de [Michael] Collins -el tercer integrante de la tripulación- permaneció con su 'cajita' aferrada en la falda mientras escuchaba atentamente los instantes finales de la crítica maniobra", agrega la nota.
A las 17:44 UTC, el módulo lunar "Águila" se separó de la nave madre, el Columbia -bautizado así en honor de Cristóbal Colón-. Desde esta última, Michael Collins comenzó una inspección de la pequeña embarcación espacial para asegurar que todo estaba en orden y no habían daños tras la maniobra. "Pues tienen una hermosa máquina de volar", comunicó el piloto a sus colegas.
“Un pequeño paso para un hombre”
Es el 20 de julio de 1969. La nave comenzó el descenso hacia el punto establecido en el plan de vuelo. Como un buquecito en el viento, el aparato se contorneó inseguro, buscando a tientas el sitio óptimo. "Armstrong (...) optó por conducirla personalmente después de que los datos de las computadoras se demostrara insuficientes y casi los condujeron a un cráter ciego", detalla parte de la crónica que publicó Revista Ercilla en septiembre de ese año. Minutos después, una comunicación desde Houston confirmaba que todo marchaba según lo previsto. "Esta es la base Tranquilidad. 'Águila' ya descendió".
Seis horas y media después del aterrizaje, llegó el momento. Desde la Tierra, comunicaron la autorización a los astronautas para salir la superficie. Con no pocas dificultades se vistieron con sus trajes especiales que les permitían sobrevivir a las temperaturas extremas que se dan en Selene -el promedio en el día es de 107 ºC-. Estos contaban con oxígeno y válvulas de emergencia para presión y ventilación, además de un kit de medicamentos.
Una vez listos, los tripulantes quitaron la presión al interior del módulo. Armstrong, entonces de 38 años, como comandante de la nave abrió la escotilla, dio una mirada rápida y salió. Parado en la plataforma del módulo pulsó un botón que activó una cámara de televisión. Lentamente, bajó los nueve peldaños de la escalerilla del "Águila". Tanteó el suelo por unos instantes. Luego, su pie izquierdo se posó sobre suelo selenita. "Un pequeño paso para un hombre. Un gran salto para la humanidad", sentenció con su estilo parco. En Chile, faltaban cuatro minutos para las 23.00 horas.
Minutos después, Aldrin repitió el proceder de su superior y le acompañó en la soledad lunar. "'¡Qué magnífica desolación!'. Y agregó: 'Oye, Neil…¿no te dije que encontraríamos piedras púrpuras?', '¿Encontraste una piedra púrpura?'- preguntó Armstrong. 'Sí' fue la respuesta de Aldrin quien agregó que algunas son brillantes", detalla la nota de La Tercera en la contratapa del día 21.
"Mientras Houston exultaba ('Muchachos, fue un trabajo espléndido), [El Papa] Paulo VI abrió los brazos ante el televisor y recurrió al viejo saludo del Evangelio: 'Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad'", relata la crónica de Ercilla. "Más prosaicamente, el propietario de una de las famosas boites del Líbano, interrumpió un strip-tease en Beirut para enorgullecerse a nombre de toda la humanidad: 'Lo logramos', dijo y nadie se molestó por esta infracción a la ley máxima del show-bussines que dice que siempre 'el espectáculo debe continuar'", agrega.
Corriendo hacia las estrellas
Entretanto en la Luna el espectáculo continuaba. Armstrong y Aldrin, a pasos cortos y pesados recolectaban muestras de rocas y clavaban con dificultad la bandera de EE.UU en la superficie -Aldrin temió que esta se cayera en medio de la transmisión, como de hecho, ocurrió en el despegue de regreso-, cuando los interrumpió una llamada desde la Tierra. Al habla estaba el presidente Richard Nixon.
"Esta, sin duda, tiene que ser la llamada telefónica más histórica jamás realizada. Simplemente no puedo decirte lo orgullosos que estamos todos de lo que han hecho. Para cada estadounidense, este debe ser el día más orgulloso de nuestras vidas", afirmó el mandatario al iniciar su breve alocución. En principio, su idea era pronunciar un discurso más largo, pero el asesor Frank Borman, consciente de la dificultad técnica de la operación, lo convenció que debía entregar un mensaje muy breve. De todas formas, tenían preparado un texto en caso de que la misión fallase y los tripulantes quedasen atrapados para siempre en la desolada soledad.
"Al parecer en las altas esferas de la NASA hubo reticencia", se detalla en Ercilla. "Se consideró que una conversación con Nixon, aunque breve, sería una complejidad innecesaria. Pero primó el interés propagandístico, aunque sobriamente atenuado".
Para los americanos la hazaña no era cualquier cosa. Marcaba un golpe de efecto en plena era de tensión con la URSS. "Posicionó a Estados Unidos en la carrera espacial y se convirtió en un hito potente de triunfo respecto de la Unión Soviética, no sólo a nivel tecnológico sino que mediático", explica a Culto el historiador y académico de la Universidad Católica, Fernando Purcell. "Por supuesto que la posición estadounidense en la Guerra Fría tenía que ver con múltiples variables, muchas de ellas de orden político y diplomáticas, pero este tipo de hitos, en un mundo global tan mediatizado, influían en los estados de ánimo y en cómo se analizaban los otros factores. A fin de cuentas, permitían generar argumentos para defender la eficacia o no de modelos de modernización mutuamente excluyentes", agrega.
Fue el presidente John F. Kennedy quien lanzó el desafío en mayo de 1961; antes de acabar la década, había que poner un hombre en la Luna y devolverlo a salvo a la Tierra. En principio, él se mostró reticente al programa espacial, debido a su alto costo. Sin embargo, una serie de factores, le hicieron cambiar de opinión.
"La Unión Soviética había dado un paso importante con el lanzamiento del Sputnik, el primer satélite artificial en la historia, en octubre de 1957, lo que fue complementado con otro satélite que algunas semanas más tarde fue lanzado con la perra Laika a bordo", detalla Purcell. "Los soviéticos también fueron los primeros en hacer orbitar a un ser humano alrededor de la tierra en abril de 1961 con Yuri Gagarin. Por todo lo anterior es que la misión del Apollo 11 fue tan relevante".
Lo cierto, es que tras el fracaso de la operación de Bahía Cochinos, y con la URSS dando los primeros golpes, el joven mandatario comprendió que no se podía quedar atrás. A 23 días del vuelo de Gagarin, EE.UU mostraba su cartas enviando a su primer hombre a un vuelo suborbital, Alan Shepard, a bordo de la nave Mercury Redstone 3 -años después sería el primero en jugar golf en la Luna-. Al año siguiente vino la misión de John Glenn, que orbitó alrededor del planeta. Los soviéticos respondieron con la primera mujer en el espacio: Valentina Tereshkova. El duelo de las estrellas, se disputaba punto a punto. Y el fallo no sería dividido.
La Luna era el premio mayor. Y en ello, ambas potencias no escatimaron recursos. El 3 de febrero de 1966, nuevamente los soviéticos se adelantan con el alunizaje exitoso de la sonda Luna 9, en el Océano de las Tormentas, el que tomó imágenes y datos por tres días. En mayo de ese año, los estadounidenses posaron en la superficie selenita al Surveyor 1, el que entregó a la NASA los primeros datos de cara al envío de una misión tripulada.
Para el país del norte la década no había sido fácil. Los conflictos por la lucha de los derechos civiles para los afroamericanos, la guerra de Vietnam, y el surgimiento de la contracultura juvenil, ocuparon gran parte de la agenda. Sin embargo, los esfuerzos en pro de llegar al satélite natural, no cejaron ¿se pudo leer, además, como un esfuerzo por unificar a la nación?
Respecto a esta pregunta, Fernando Purcell ofrece su punto de vista. "Durante la guerra fría se venían inyectando importantes recursos en materia de desarrollo científico-tecnológico, especialmente después de 1945. El líder de la Office of Scientific Research and Development, Vannevar Bush escribió el libro Science: The Endless Frontier, impactando al nivel de convencer a sus líderes políticos de que la investigación científica marcaría el ritmo del desarrollo tecnológico. La idea se vio reforzada de manera dramática en 1957 luego de la humillación sufrida a manos soviéticas tras el lanzamiento del Sputnik en 1957, lo que elevó los presupuestos en aeronáutica y electrónica a niveles nunca antes vistos. Además se sumó la NASA en 1958. La finalidad de estas iniciativas no fue 'unificar' a la nación sino imponer el modelo de modernización a nivel global en múltiples ámbitos, incluído el científico-tecnológico".
Purcell agrega un detalle. "La cultura de masas a través del cine, las revistas, la radio y la televisión, y potenciada particularmente gracias a la capacidad de los satélites artificiales, ayudó a popularizar a los astronautas y sus logros, dando un sentido de unidad en medio de las tensiones sociales, políticas, generacionales y raciales que se manifestaron durante la década".
Tal vez, a modo de recordatorio de la sangre que había quedado en el camino, Armstrong y Aldrin dejaron insignias y medallas conmemorativas de Roger Chaffee, Gus Grissom y Edward White, quienes murieron en el incendio del módulo de mando durante una prueba de la misión Apolo 1, en 1967. También se incluyeron condecoraciones que rendían homenaje a Yuri Gagarín y a Vladimir Komarov, muertos pocos años antes. Además quedó en la luna una bolsa con una réplica en oro de una rama de olivo, como símbolo de paz, y un pequeño disco de silicona -no más grande que una moneda de 50 centavos- con saludos grabados por 73 líderes de todo el mundo (incluido el Presidente de Chile, Eduardo Frei Montalva), además de las voces de Kennedy y su sucesor, Lyndon B. Johnson.
Los estadounidenses no estuvieron solos en el satélite. Pocos días antes, el 13 de julio, los soviéticos enviaron una sonda, el Luna 15, a la superficie selenita. El objetivo era que aterrizara, recogiera muestras y volviera al planeta antes que la misión Apolo. "Aparentemente trató de alunizar ayer cerca del lugar donde lo hizo el 'Águila'", informó La Tercera, el día 22. Sin embargo, una falla técnica le hizo perder el control y se estrelló en la faz lunar.
Tras dos horas y diez minutos en la superficie, Armstrong y Aldrin regresaron al módulo. Descansaron, comieron y prepararon el despegue a la órbita, donde los esperaba Michael Collins a bordo del Columbia, para emprender el vuelo a casa. El amerizaje ocurrió el día 24. Fueron recibidos con honores y se organizaron pomposos desfiles en Nueva York, Chicago y Los Ángeles. En total se emplearon nueve días y 195 horas. "La Luna es un sitio hosco y extrañamente diferente. Pero me pareció amistoso y en realidad lo fue", señaló el lacónico Armstrong en la primera conferencia de prensa que ofreció el trío al volver a casa.
Desde Chile, Frei Montalva se sumó a las felicitaciones que enviaron varios dignatarios de todo el mundo."Ojalá que esta aventura tan pacífica contribuya a mejorar la relación de los hombres en la Tierra".
Más allá del hito, este vínculo del gobierno chileno con el de EE.UU., debe entenderse en contexto de la época. "Las miradas historiográficas actuales sobre la Guerra Fría tienden a darle mayor protagonismo que antaño, a países 'periféricos' como Chile", explica Purcell. "Sin embargo, más allá de estas corrientes de moda, Chile tuvo una particular importancia estratégica en los años sesenta para Estados Unidos. De hecho fue uno de los países en los que Estados Unidos más invirtió recursos en el marco de la Alianza para el Progreso y uno de los que más recibió voluntarios del Cuerpo de Paz en América Latina. Se buscó impulsar el desarrollo de manera integral y fortalecer a las clases medias y sus condiciones de vida, como una forma de contención del comunismo. Las elecciones de 1958 en las que Allende estuvo cerca de ganar, y sus persistencia política, habían puesto una señal de alarma por lo que Estados Unidos apoyó a Chile con muchos recursos a lo largo de la década para fortalecer las reformas de Frei y evitar la revolución socialista", añade.
Como sea, la odisea del proyecto Apolo tuvo aportes considerables para la humanidad. "Estas inversiones significaron el desarrollo de nuevas empresas de tecnología, entre ellas Microsoft, Apple, Texas Instruments y HP. También nació Silicon Valley en California", detalla el astrónomo José Maza en su best seller, Marte: la próxima frontera (2018, Planeta).
Precisamente, henchidos por el éxito en la travesía, muchos fijaron su mirada hacia el planeta rojo. “Antes del año 2000 un hombre irá a Marte”, titulaba La Tercera en una nota del 22 de julio, en que se explayaba en las palabras del Vicepresidente de EE.UU, Spiro Agnew, sobre la posibilidad de llevar adelante un programa con ese objetivo, aunque al parecer no tuvo suficiente eco. “Esta especie de latente (pero no demasiada) psicosis ‘marciana’ se condensó en algunos casos en enteras páginas de diarios (...) Por supuesto también se produjeron reacciones contrarias a las afirmaciones de Agnew, en la prensa, en el Congreso, o donde fuera posible hacerlo”.