Seguro que al ingeniero peruano Teodoro Elmore toda su vida se le pasó delante de sus ojos. Iban a fusilarlo. En la ruta entre Tacna y Arica, los soldados chilenos lo habían capturado junto a su ayudante y estaban enardecidos porque dos minas automáticas habían estallado dejando a dos compañeros heridos. Su destino seguro era morir en el desierto, entre la arena y la sal.

Sin embargo, acaso apelando a la solidaridad profesional, el ingeniero chileno Orrego Cortés, quien iba junto a las tropas nacionales, pidió al jefe del destacamento, el coronel Pedro Lagos, clemencia por la vida de Elmore. Lagos accedió y Elmore salvó su vida, aunque se le mantuvo como prisionero.

Pero lo que no pudo salvar fue una información valiosa que llevaba consigo en sus alforjas. El plano de las fortificaciones del Morro de Arica, con los puntos minados y las conexiones eléctricas. Ahora pasó a manos chilenas.

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Tras la victoria chilena en la batalla de Tacna (26 de mayo de 1880), o campo de la Alianza como se le suele denominar también, el comandante en jefe del Ejército, general Manuel Baquedano, puso su atención en Arica. Una ciudad puerto que aún estaba en manos del Perú.

Hasta mediados del siglo XIX, Arica había sido un puerto de salida para el comercio del sur peruano, pero entonces había perdido cierta relevancia. “La importancia del puerto de Arica en la Guerra del Pacífico la define Chile, pues en 1876 se había inaugurado el ferrocarril Mollendo-Arequipa-Puno y el comercio de Bolivia al Océano Pacífico había comenzado a fluir por esa vía, en desmedro de Arica”, explica a Culto el historiador peruano Daniel Parodi Revoredo, docente de la Universidad de Lima y PUCP.

Pero en lo inmediato, conseguir la plaza se consideró clave. “El objetivo de la campaña de Tacna, era conquistar los departamentos de Moquegua, Tacna y Arica, pero luego de la Batalla de Tacna, la última resistencia que quedaba era Arica. El objetivo era destruir esa fuerza, que era más o menos de 2 mil hombres”, cuenta al teléfono con Culto, el historiador chileno Rafael Mellafe.

Además, apremiaba una vía para el traslado de soldados “Chile requería con inmediatez un puerto, por varias razones. La primera y más urgente, para poder evacuar hacia Antofagasta, Caldera y Valparaíso a los casi mil ochocientos heridos en la batalla de Tacna y más de mil enfermos graves, que habían contraído malaria en Moquegua”, señala el periodista y escritor, Guillermo Parvex.

Foto de Díaz & Spencer

Parvex añade que también otro motivo que decidió la toma de Arica, fue impedir que la flota peruana siguiera operando en el puerto. Así, se le limitaría a centrar su base de operaciones en Callao. “De esta manera se adquiría un mayor dominio del mar, algo imperioso para mantener la cadena logística para casi treinta mil hombres desplegados en terreno”, agrega el autor de Un veterano de tres guerras (Ediciones B, 2018).

Asimismo -agrega Parvex- el plan del gobierno era llegar sí o sí hasta la capital peruana. “En Lima aún quedaba otro ejército, aún mayor al desplegado en Tarapacá, que mientras no fuera neutralizado no habría un término a la guerra. Para ello se requería de un puerto con las características del de Arica, para embarcar a un gran ejército y todos sus elementos de apoyo y proseguir hacia el norte”.

De esta forma, en el mediano plazo, hacerse de la ciudad también tenía un sentido geopolítico. “El plan chileno era construir el ferrocarril Arica-La Paz, con Arica bajo control de Chile. De esta manera, el comercio boliviano fluiría desde un puerto chileno al Océano Pacífico como efectivamente sucedió y no por uno peruano. Fue una decisión estratégica inteligente pero dolorosa para los perdedores de la guerra”, detalla Parodi.

Así, el Ejército emprendió rumbo desde Tacna y al llegar a Arica –después de la captura de Elmore-, lo primero que ordenó Baquedano fue un bombardeo a la ciudad, el 5 de junio. Pero resultó fútil, porque los cañones chilenos se colocaron muy lejos del objetivo. Entonces, el general envió al mayor Juan de la Cruz Salvo a ultimarle rendición al coronel peruano Francisco Bolognesi, a cargo de la defensa de Arica.

Bolognesi recibió al emisario, y le contestó una respuesta que se haría célebre: “Tengo deberes sagrados, y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”.

La respuesta (1891). Óleo de Juan Lepiani.

Lo volvieron a intentar al día siguiente. Desde el cerro Condorillo se repitió el bombardeo, esta vez, con apoyo de los buques de la escuadra. Pero no prosperó. Incluso un disparo de la batería del morro -dirigida por Juan Guillermo Moore, excomandante del buque Independencia, encallado en Punta Gruesa el 21 de mayo de 1879- impactó en el blindado Cochrane y dejó a 27 tripulantes heridos. La Covadonga resultó averiada y debió ser remolcada hasta Pisagua. En la tarde, el ingeniero Elmore fue enviado como parlamentario para solicitar nuevamente la rendición a Bolognesi. Este, sin embargo, se negó a reconocerlo como interlocutor válido. Seguiría resistiendo.

Dado que Bolognesi no se rendía, Baquedano ordenó a uno de los hombres de su estado mayor, el coronel Pedro Lagos, que tomara la ciudad por asalto. Pero había un problema no menor. Según constata el historiador Gonzalo Bulnes en su libro Guerra del Pacífico, Lagos tendría solo 150 tiros por rifle para cada soldado, es decir, pocas municiones para llevar a cabo una tarea así.

El coronel, siendo consciente de esta limitación, no le dijo nada a Baquedano. “Parece que Lagos conociendo el autoritarismo inflexible del general en Jefe creyó que debía limitarse a realizar la operación con los medios que le proporcionaba, sin hacer observación”, señala Bulnes.

La solución la encontraría en su propio pasado.

Aprendizaje desde los mapuches

A sus 48 años, la Guerra del Pacífico sorprendió al coronel Pedro Lagos Marchant como un veterano de los campos de batalla, con tres décadas de servicio. En el ejército participó en las guerras civiles de 1851 y 1859 (de parte del gobierno), pero donde realmente se fogueó como militar, fue en el sur profundo. “Combatió contra las tropas mapuche en la eufemísticamente denominada ‘Pacificación de La Araucanía’, que prefiero denominar ‘Invasión al Gulumapu’”, explica Guillermo Parvex, para referirse al proceso en que el Estado chileno se hizo de las tierras indígenas. Este se inició -en su primera fase- en 1861.

Esos años serían clave. Entre los densos bosques y las lluvias torrenciales, Lagos captó que los mapuche -tal como lo hicieron en su momento con los españoles- recurrían a la sorpresa, aprovechando su conocimiento del territorio para moverse rápido, despistar y atacar en puntos inesperados. Una táctica que empleaban en los “malones”, las incursiones rápidas que los guerreros hacían a menudo al otro lado de la frontera. “En las campañas al sur del Biobío aprendió estratagemas empleadas por los mapuche, algunas de las cuales aplicó después en la toma del Morro”, agrega Parvex.

Coronel Pedro Lagos

En lo personal, el oficial “era un hombre muy sencillo y de trato afable, pero fuertemente apegado a la disciplina militar, que respetaba y hacía respetar férreamente -detalla Parvex-. Era reconocido por las tropas por su coraje. Durante toda la Guerra del Pacífico ocultó sistemáticamente que padecía de una grave enfermedad hepática, dolencia que le causó la muerte en 1884, apenas había concluido el conflicto”.

Una vez con la orden de Baquedano de tomar Arica por asalto, Lagos comprendió que debía recurrir a la sorpresa.

La decisión de Bolognesi

De todas formas, tomar la ciudad no sería sencillo. Pese a que solo contaba con dos divisiones, el coronel peruano Francisco Bolognesi, un descendiente de genoveses, había desarrollado una larga carrera militar y tenía amplia experiencia en batalla.

“Participa en la guerra peruano-ecuatoriana en 1859 cuando era presidente del Perú el General Ramón Castilla. Eran tiempos de luchas entre caudillos militares y Bolognesi estuvo presente en varias de estas pugnas políticas”, explica Daniel Parodi.

Sin embargo al comenzar la Guerra del Pacífico, él estaba retirado y se dedicaba al comercio. Había colgado el uniforme en 1872. “Durante el gobierno de José Balta (1868-1872) fue mantenido inexplicablemente en condición de ‘suelto en plaza’ recibiendo únicamente la mitad de su salario, razón por la cual solicitó su licencia indefinida”, agrega el historiador y académico asociado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, José Chaupis. Sin embargo, una vez desatado el conflicto con Chile se reintegró.

En el conflicto, Bolognesi participó en algunas acciones antes de ocuparse de la defensa de la “ciudad de la eterna primavera”. “Se destaca por ser uno de los vencedores de la batalla de Tarapacá en la cual, según los partes de guerra, peleó durante las diez horas que duró el combate, a pesar de que se encontraba con fiebres y delicado de salud”, explica Parodi.

Mientras el ejército chileno cañoneaba Arica, Bolognesi se dedicó a enviar mensajes a Arequipa para solicitar refuerzos. “Esperaba dificultar el esfuerzo logístico y debilitar la capacidad de ataque chileno, posibilitando que las fuerzas de refresco atacasen mejor preparados”, explica José Chaupis. Pero la victoria chilena en Tacna provocó (además del retiro de Bolivia de la guerra) el repliegue de lo que restaba de las fuerzas hacia la “ciudad blanca” del sur peruano, la que además quedó incomunicada de Arica. En suma, el coronel estaba aislado.

Coronel Francisco Bolognesi

Una tarde llegó la respuesta del jefe militar arequipeño, el contraalmirante Lizardo Montero. “Él consideró que Arica no estaba en condiciones de soportar un ataque terrestre, por lo que ordenó a Bolognesi que se replegara hacia Arequipa si veía imposible defender la plaza”, cuenta Chaupis. El líder ariqueño comprendió que estaba solo. Por el telégrafo envió su respuesta. “Conteste según acuerdo de jefes: Mi última palabra es quemar el último cartucho. Viva el Perú. Bolognesi”.

“Hay quienes señalan que la decisión de Bolognesi, de luchar en Arica, fue irracional, que debió rendirse, pero aquellos eran hombres del siglo XIX; la idea de entregar la sangre por la patria estaba muy viva en ellos, mucho más que en nosotros”, explica Parodi. Los ejemplos, agrega, abundan: “José Manuel Pareja, almirante de la escuadra española que se quita la vida cuando precisamente la corbeta chilena Esmeralda logra capturarle la Covadonga; o en el Coronel Roque Sáenz Peña, el héroe argentino de Arica, que viene casi a escondidas al Perú para pelear la Guerra del Pacífico, o en los héroes chilenos de La Concepción”.

“Esos hombres tenían otros códigos, amaban la guerra, tanto como la libertad y la causa por la que luchaban, rendirse no era una opción para ellos -agrega-. Por eso son ejemplo para las generaciones de hoy, aunque los valores que defendieron hayan podido cambiar”.

“¡Al morro muchachos!”

Cuando esa tarde del 6 de junio de 1880, Teodoro Elmore salió del campamento del Ejército chileno -ubicado en Chacalluta- con el fin de pedir, por segunda vez, la rendición de la plaza, Lagos, cual ajedrecista, comenzó a mover sus piezas. En realidad, ya había comenzado a hacerlo un rato antes.

Durante el bombardeo de Arica que se realizó ese día, y tras recibir el encargo de Baquedano, Lagos ordenó al regimiento Lautaro ir a la ciudad de Arica para hacer un reconocimiento de la fuerza peruana, pero con una instrucción clave: que fueran caminando por la costa.

La idea no era al azar. “Eso hace pensar a Bolognesi que el ataque principal va a venir por la playa, no por el otro lado”, explica Rafael Mellafe. Por eso, el jefe peruano decidió concentrar la mayoría de su fuerza en ese sector.

Una hora después de la salida de Elmore, Lagos siguió con sus jugadas de tablero. Ordenó que los regimientos 3º y 4º de Línea, más el Buin, se fueran por el valle del Lluta hacia arriba y se dirijeran hacia Arica por atrás de los cerros, con el objetivo de no ser vistos por los vigías peruanos. Además que la caminata se hiciera de manera sigilosa.

El Morro en 1880

Así, los tres regimientos chilenos realizaron el recorrido en la oscuridad de la noche pampina como manto. Mientras tanto, Lagos ordenó otra operación. “Dejó a la caballería en el campamento en Chacalluta, con la única misión de mantener las hogueras encendidas en la noche. La idea era que los defensores del Morro pensaran que la fuerza chilena aún seguía ahí”, cuenta Rafael Mellafe.

Como un entrenador de fútbol, y gracias a la posesión de los planos del morro, que habían sido capturados a Elmore, Pedro Lagos había designado las misiones para cada unidad. El 3º de Línea atacaría el Fuerte Ciudadela; el 4º se encargaría del Fuerte Este; el Buin, permanecería atrás, en la reserva.

Todo estaba calculado, incluso los soldados marcharon equipados para la ocasión. “Respecto al rancho que se repartía, antes de entrar en combate, era lo que se denominaba como ‘ración seca de marcha’, consistente en una galleta de campo (especie de tortilla delgada salada) de aproximadamente 400 gramos, 200 gramos de charqui, 200 gramos de harina tostada y dos litros de agua”, cuenta Guillermo Párvex.

Así, tras caminar toda la noche, al amanecer del 7 de junio, los chilenos llegaron a la parte trasera del Morro. Ahí se dividieron. El 3º de Línea, tomó la derecha para enfrentar la Ciudadela, y el 4º de línea, hacia el Este. El “malón” de Pedro Lagos, estaba a punto de desatarse.

Fueron los centinelas del fuerte Ciudadela los que vieron acercarse al 3º de Línea. Comenzaron a disparar. Ahí, los soldados del regimiento simplemente comenzaron una desenfrenada carrera bajo una lluvia de balas. Una vez frente a los parapetos de sacos de arena, los nacionales los rompieron con sus yataganes y cuchillos. Mientras la arena se desparramaba, los chilenos cruzaban la línea enemiga en un sangriento combate cuerpo a cuerpo.

El último cartucho (1894). Óleo de Juan Lepiani.

El Morro tenía un sistema de defensa de minas y sistemas explosivos, pero gracias a la posesión de los planos, los chilenos lograron pasarlos. “Muchos de esos sistemas explosivos fueron anulados por las tropas chilenas en su ascensión al Morro, descubriendo y cortando los cables eléctricos, pero igual provocaron grandes bajas, que enfurecieron a la tropa”, señala Guillermo Parvex.

En pocos minutos, el regimiento 3º de Línea había tomado el Ciudadela. Sin embargo, algo ocurrió.

“Cuando los soldados chilenos estaban retirando sus armas a los peruanos rendidos, se hizo explotar una gran mina (o polvorazo, como le llamaban los soldados chilenos), que mató a decenas de hombres de ambos bandos, que ya no estaban combatiendo. Terminada la acción, los soldados enardecidos dieron muerte a aproximadamente una veintena de peruanos, siendo posteriormente controlados por sus oficiales”, relata Parvex.

La furia de los chilenos tiene una explicación. “En esta acción bélica, Perú empleó por primera vez un sistema de minas explosivas ocultas bajo el terreno accionadas por electricidad, consideradas por las tropas como artefactos arteros y cobardes, ya que se hacían estallar desde gran distancia, lo que se salía de los cánones clásicos de la guerra”, explica Parvex.

Por su parte, el 4º de Linea, también en carrera, tomó posesión del Fuerte Este en pocos minutos, dado que habían menos efectivos defendiéndolo.

En ese minuto, con ambas fortificaciones tomadas, alguien dio un grito: “¡Al morro muchachos!”.

Y en carrera, ambos regimientos comenzaron a ascender por el coloso de roca, el cual, estaba sembrado de minas, pero los chilenos las esquivaban. “Cuidaban de saltar sobre los puntos en que se notaba que el suelo había sido removido por temor de pisar un fulminante”, relata Bulnes.

Así, bajo una lluvia de balas, y a la bayoneta, las fuerzas chilenas fueron avanzando cerro arriba. De este modo, llegaron a las puertas del Morro, en cuya plazoleta ondeaba la bandera del Perú. Ahí se libró la última resistencia, que terminó con la vida del mismísimo coronel Bolognesi y varios de sus oficiales, como el comandante Moore. El Morro estaba tomado. La operación, según consigna Gonzalo Bulnes, demoró 55 minutos.

Foto de Díaz & Spencer

Una vez que vio flamear la bandera chilena en la cima, José Sánchez Lagomarcino, el comandante del monitor peruano que estaba en la bahía, el Manco Capac, decidió hundirlo abriendo las válvulas del buque, para que no quedara en manos de los vencedores. Según su informe, el buque cayó al fondo del océano Pacífico “con sus pabellones al asta”. Luego, él y sus subordinados se presentaron como prisioneros de guerra a uno de los buques chilenos.

Para el historiador Rafael Mellafe, la toma del Morro es una muestra de la habilidad planificadora del coronel Lagos. “A mi gusto, Lagos es el mejor táctico de la Guerra del Pacífico. Estuvo en la batalla de Tacna en la plana mayor de Baquedano, y tuvo un rol preponderante en el manejo de las divisiones en la batalla en sí misma”.

Lagos había empleado el engaño como arma y con eso logró el jaque mate.

El mito de la chupilca del diablo

En los años posteriores a la guerra, la frenética carrera de las tropas chilenas a la cima del morro, tuvo una curiosa explicación: la chupilca del diablo. Un brebaje compuesto de pólvora y aguardiente que, se dice, causaba un efecto estimulante. Su nombre deriva de la bebida del mismo nombre compuesta por chicha y harina tostada.

“Ese es un tremendo mito, la chupilca del diablo nunca existió. Ese es un invento que hizo Jorge Inostroza en su novela Adiós al Séptimo de línea”, afirma -categórico- Rafael Mellafe, autor precisamente del libro Mitos y Verdades de la Guerra del Pacífico (Legatum Editores, 2014), en que aborda ciertos pasajes del conflicto arraigados más en la cultura popular que en los libros.

“Está plenamente comprobado que nunca fue ingerida por las tropas chilenas ya que no existe ninguna fuente histórica primaria que mencione o siquiera insinúe la existencia y menos el uso de este brebaje o de algo similar”, agrega por su lado Guillermo Parvex descartando además cualquier otro uso de estimulantes.

La popularidad de la novela, especialmente por su versión de radioteatro en la década de los 50′ del siglo XX, potenció la masificación de la historia del conflicto, de allí a que algunos de sus pasajes fuesen tomados como verídicos. En su artículo Aspectos de la construcción de la identidad nacional en Chile, el Decano de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política UC, Patricio Bernedo señala que en “su primera edición vendió 250.000 ejemplares y al momento de la muerte de Inostroza, en 1975, se afirma que había llegado a más de cinco millones. En otras palabras, se transformó en un best seller”.

Oficiales del Regimiento de Artillería Nº 2 en el Morro de Arica, después de su captura. Foto de Díaz & Spencer.

Por lo demás, Mellafe asegura que -de haber existido-, la chupilca del diablo no hubiera provocado un efecto estimulante sino que, por el contrario, sería nociva. “La pólvora de la época, la pólvora negra, tenía tres componentes básicos: carbón, nitrato de potasio y azufre. Salvo el carbón, los otros son veneno para el cuerpo humano. Si esto lo mezclas con otro ingrediente que también es irritante, como es el alcohol, va a producir una irritación muy fuerte del tracto digestivo, que lo menos que te puede provocar es una diarrea incontrolable, y comprenderás que un soldado así no puede pelear”.

De todas formas, para los expertos, sí es probable que existiera consumo de alcohol entre la tropa. “Siempre hubo algún soldado con alguna petaca de aguardiente escondida y compartían un sorbo con sus amigos más cercanos antes de entrar en combate. Pero no era una generalidad, sino que pequeños grupos ya que el licor escaseaba y es más, estaba prohibido por el general Baquedano”, detalla Guillermo Parvex.

Parvex agrega un ejemplo de la prohibición. Antes de la batalla de Tacna y de la toma del Morro, el ejército se acantona en Moquegua, zona reconocida por su producción de vinos y pisco desde la era colonial. “Para evitar la embriaguez de las tropas, Baquedano ordenó requisar todos los toneles de vino y aguardiente de las numerosas bodegas moqueguanas y vaciarlos al río, en medio de los reclamos de los viñateros peruanos”.

Foto de Díaz & Spencer

La memoria dolorosa

Una vez ocupadas las alturas del morro, la tropa chilena avanzó sobre la ciudad. Allí se produjo un suceso que hasta hoy genera reacciones: el fusilamiento de soldados peruanos a las puertas de la iglesia de Arica. Incluso, a comienzos del siglo XX, cuando Bulnes escribe su libro sobre la guerra señala que “el fusilamiento inhumano de algunos soldados peruanos acorralados en la plazoleta de la iglesia de Arica”, no tenía explicación.

Según Guillermo Parvex, el hecho ocurrió tres días después del combate. “Eran soldados que fingían ser empleados de la ambulancia peruana, (hospital de campaña), ya que, en ese centro médico, protegido por la bandera de la Cruz Roja, se instaló el generador eléctrico y los interruptores, desde donde partía la red cables para detonar las minas en el Morro y demás fuertes. Fue un juicio sumario breve, siendo fiscal de la causa el sargento mayor José Umitel Urrutia, y secretario el oficial Isidoro Labra, ambos del Batallón de Zapadores. La causa de la ejecución fue la violación del Convenio de Ginebra de 1864, relativo a no emplear personal, carruajes e instalaciones bajo el amparo de la Cruz Roja con fines bélicos”.

Catedral de San Marcos de Arica. Foto de Eduardo Polack Schneider, 1899 Archivo Fotográfico. Disponible en Biblioteca Nacional Digital de Chile.

Por entonces, regían normas internacionales que intentaron regular los comportamientos de los ejércitos en guerra. “Existían los documentos de las Conferencias de Ginebra (1864) y Bruselas (1874); la Declaración de San Petersburgo (1878) y las Instrucciones para los ejércitos de los Estados Unidos de América en campaña”, detalla José Chaupis. Citando los estudios de Patricio Ibarra, agrega que el ejército chileno reconocía al primer y el último documento.

“Aunque en la realidad no siempre fue cumplido como ocurrió con el ‘repase’ por el que se daba muerte a los heridos no importando si pudieran continuar peleando, accionar que fue utilizado -habría que agregar- por ambos ejércitos, siendo cruel su uso en las Campañas de Lima y de la Breña (sierra)”, agrega.

Los historiadores señalan que en la guerra fueron comunes los abusos y atropellos no solo entre las fuerzas militares, sino que también contra la población civil -saqueos de propiedades, violaciones, entre otros-, lo que generó una tensión posterior. Conocidos son los estudios del historiador Patricio Rivera Olguín quien ha investigado el pillaje cometido por las eufóricas -y ebrias- tropas nacionales, especialmente tras las batallas de Chorrillos y Miraflores, antes de la ocupación de Lima.

Para Daniel Parodi, este punto es especialmente complejo. “No podemos poner los abusos de la guerra en igualdad de condiciones, porque hay un país invasor y un país invadido. Debemos comprender que cualquier ejército de ocupación, y más en el siglo XIX, comete una serie de excesos no solo contra las fuerzas contrarias, sino también contra la población civil y sus bienes, y el ejército de Chile lamentablemente no fue la excepción. Yo pongo este tema difícil sobre la mesa porque debemos aprender a conversar los temas difíciles que nos legaron las antiguas generaciones, ese es el primer paso para reconciliarnos”.

Vista de la ciudad de Arica desde el Morro, dirección noreste. Fotografía, Sala Medina. Disponible en Biblioteca Nacional Digital de Chile.

Por su lado, para José Chaupis, este tipo de sucesos perduró en el recuerdo colectivo. “En Arica el combate fue encarnizado y los excesos cometidos por los chilenos también, a pesar de ello fueron tomados prisioneros aproximadamente 700 soldados peruanos los cuales fueron conducidos a Chile. En la medida que Chile venció en la mayoría de las batallas la imagen de abuso es la que hegemoniza la memoria histórica en el Perú”.

“Stevedan Todorov, un célebre semiólogo francés, habla del dolor de la amputación, la del miembro desgarrado del cuerpo que imaginamos aún poseer y esa analogía le hace al Perú respecto de Arica y Tarapacá. Esas heridas las sanaremos trabajando las partes juntas con mucha empatía y humildad. Yo noto bastante orgullo en Chile y demasiado rencor en el Perú y por eso mismo creo que es importante ocuparse políticamente del tema”, cierra Parodi.

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¿Cuál fue el impacto de la toma del Morro para el curso de las operaciones posteriores de la guerra? Rafael Mellafe destaca el factor económico: “Arica tiene dos ríos importantes, el Azapa y el Lluta, por lo que mantener una fuerza en esa zona no es difícil, porque tienes el agua, que es el elemento vital; y el valle de Azapa, por esos años ya era productor de verduras”.

Por su lado, Guillermo Parvex señala: “Causó un rudo golpe sicológico a los peruanos, ya que internacionalmente Arica era considerada como una plaza fuerte prácticamente inexpugnable y cuyas defensas habían sido preparadas cuidadosamente por cerca de un año”.

“Sin la toma de Arica habría sido extremadamente difícil continuar la guerra hacia el norte, lo que era indispensable, considerando que Perú contaba con gran cantidad de tropas en Lima y zonas aledañas. Si no se iniciaba la Campaña de Lima, se corría el riesgo de un avance hacia Tacna y Arica de un ejército peruano aún muy poderoso, que habría puesto en riesgo el resultado del conflicto”, agrega el autor de Servicio secreto Chileno: En la guerra del Pacífico (Ediciones B, 2017).

Foto de Díaz & Spencer

Además, Arica era un puerto estratégico, y por lo mismo, quiso ser usado como moneda de cambio por parte de Chile. Así lo cuenta Mellafe: “El tratado de paz con Perú se firmó en 1883, pero dejó pendiente el tema de Arica, que iba a ser con un plebiscito –que nunca se hizo- porque durante un tiempo Chile hizo una especie de oferta a Bolivia para dejarle el puerto de Arica y dejar una suerte de ‘colchón’ entre Perú y Chile manteniendo a Bolivia en el medio. Al final los bolivianos nunca se pusieron de acuerdo si aceptar o no, fue un desastre, y ya en 1929 se cierra el capítulo con el Tratado de Lima, donde Tacna queda para Perú y Arica para Chile”.

Por su lado, José Chaupis se concentra en las implicancias políticas inmediatas para el Perú. “Demostró el fracaso de la división del ejército del sur por parte del Presidente Nicolás de Piérola, separando a Arequipa y Moquegua de Tacna y Arica debido a la desconfianza que tenía de [Lizardo] Montero. Esto provocó la fragmentación y dispersión del ejército, sumado a la débil posición defensiva asumida, afectándose el despliegue adecuado de las tropas. Todas estas dificultades se agudizaron cuando Piérola decidió continuar con las hostilidades, en la medida que el ejército de línea había sido casi aniquilado, se decidió organizar uno nuevo”.

Mientras, Daniel Parodi prefiere enfocarse en la proyección en la actualidad de un conflicto que pese a su lejanía en el tiempo, suele rondar como un fantasma entre los dos países vecinos. “Cada vez que Perú o Chile ganan un juicio sobre el pisco en un lejano país asiático el tema llena los titulares de los diarios, eso es síntoma de que hay algo por sanar. No se trata de olvidar, pero sí de superar y creo que ambas sociedades nos lo merecemos. Se cumplen 140 años de Arica y nuestros mandatarios dejarán pasar, una vez más, la oportunidad de conmemorar juntos el acontecimiento, como hacen en Europa. Tal vez sea para el sesquicentenario, ¿no les parece?”.