No recuerda la fecha exacta de su primera visita a Chile, durante los ochentas, aunque sí algunos momentos. “Le saqué la gorra a un militar -relata a Culto, vía Zoom, el cantautor argentino Miguel Mateos-. Yo estaba en el escenario y ví que el tipo estaba golpeando a un pibe. Le digo ‘no pegués, no pegués’, y le saqué la gorra. Después de eso fui de alguna manera vetado. Pasé como cuatro años sin ir allá, volví para el Festival de Viña el 91’”.
Para un músico como él, que impuso hits como “Atado a un sentimiento”, “Obsesión”, “Llámame si me necesitas” y otras tantas, esos años de giras internacionales parecen de otra era, a la vista de la contingencia que impone aislamiento social debido a la pandemia del Covid-19. El trasandino no toca en vivo desde su presentación en la localidad de Carmen de Patagones, el pasado 8 de marzo. Desde entonces se recluyó en su casa de Buenos Aires.
Si bien, reconoce que la situación del encierro no le resulta del todo difícil (“estoy acostumbrado a estar encerrado en el estudio de grabación por días y días”) Mateos afirma que lo más duro de la crisis sanitaria, es la para de la actividad musical en escena. Sin rodeos, asegura que ello tendrá consecuencias en la industria. “Yo doy el año por perdido al menos en presentaciones en vivo, la verdad no creo que vuelvan. Esto nos ha pegado duro y nos va a salir pegando; vamos a ser los últimos en recuperarnos”.
Y aunque ha compartido algunas interpretaciones de sus temas más conocidos en su cuenta de Instagram, su idea es buscar alternativas para replicar los shows en vivo, la habitual fuente de ingreso de los músicos, considerando que la cuarentena, allende los Andes, se extiende -de no mediar prórroga- hasta el 28 de junio.
“Mi cabeza está viendo qué hacemos en ese sentido. A ver si nos podemos juntar todos y si el protocolo nos permite, con distanciamiento social y todo, máscaras, juntarnos para hacer un show rentado y nos dé posibilidades de laburar, porque yo hasta el año que viene no la veo y va a ser difícil llegar hasta diciembre. Además hay mucha gente involucrada músicos, técnicos”, afirma.
La pandemia del Covid-19 le obligó a postergar una gira retrospectiva de sus primeros tres discos junto a la banda ZAS ( ZAS -1982-, Huevos -1983- y Tengo que parar -1984.), reeditados tras recuperar las cintas masters originales. Ahora están disponibles en las plataformas digitales. “Fue maravilloso reencontrarme con esa música. Darme cuenta de la forma que se hicieron esos discos de forma clandestina, grabados de madrugada, en dictadura, y con letras manifiestamente en contra de eso”.
El tour tenía agendadas 20 fechas en ciudades de Argentina, Colombia, México e incluso, una en Santiago. “Con la pandemia se nos cayó todo a pedazos”, cuenta.
Ópera rock
Además de conversar con sus familiares vía Zoom y alguna caminata ocasional aprovechando las ventanas de desescalada progresiva de la cuarentena en Buenos Aires, Mateos ha aprovechado los días de encierro para avanzar en un proyecto que inició hace dos años, aprovechando las giras y algunas estancias en casa: una pieza de ópera.
Sucedió que tras lanzar su último álbum, Undotrecua (2019), Mateos afirmó que no lanzaría más discos, al menos en su forma tradicional de una colección de canciones. “Pero me pregunté ‘¿dejaré de grabar, de componer?, no. Entonces ¿por qué no hacer una obra conceptual?, siempre lo tenía en la cabeza. Ahí me embarqué, comencé a hacer pequeñas cosas”.
Mateos no es del todo ajeno a la música clásica. En su adolescencia estudió en un conservatorio, por lo que de alguna manera, ello significó una retorno a su pasado. “Volvía a mis estudios de orquestación, de armonía, mis años de Conservatorio municipal aquí en Buenos Aires, y estos meses, han sido muy provechoso -asegura-. Si hay algo bueno de esto, es que ya tengo ochenta minutos de música en forma encadenada, no hay parlamentos, la historia se cuenta a través de la música”.
Pero debido a la pandemia, no tiene claro cuando pueda dar a conocer este trabajo, aunque no descarta que sea “el próximo año, el siguiente o cuando se pueda”. Más, considerando las características de la obra. “Imagináte, en estos momentos de pandemia, cuando el mundo se viene abajo, en donde capaz que tengamos que vivir bajo tierra, pensar en una obra para ochenta músicos en escena, orquesta, banda, coros, tres cantantes, es alucinante. Todos los productores me van a decir: ‘vos estás completamente loco’”.
-La tendencia actual en la industria es lanzar singles, y cada vez menos discos ¿siente que esta idea va a contrapelo de la dinámica del presente?
-Sin duda alguna. Pero siempre me he considerado un pequeño marginal, a pesar de haber estado en el mainstream y ser un sobreviviente de los ochentas y noventas. Pero sí, mi deber es ir en contra del mainstream. Imagináte, tengo una canción de ochenta minutos así que eso peor no puede ser, es un arma letal ajaja (risas).
Una consecuencia inesperada del acercamiento a la música sinfónica, es que esta lo llevó a rememorar su gusto por el rock progresivo de viejo cuño, con su guiño al lenguaje docto. “Estoy feliz, estoy muy contento, porque en pequeñas cosas que son mías, veo breves tributos a Emerson, Lake & Palmer; otras que tributan al Genesis de ‘Supper’s Ready’, el Yes de Fragile (1971), o a la obra maravillosa de la Mahavishnu Orchestra”.
Y cae la pregunta inevitable.
-De Genesis, aunque son momentos distintos, ¿cuál era le gusta más? ¿la de Peter Gabriel o la de Phill Collins?
-La de Gabriel, definitivamente. Esos primeros discos son mi formación, no digo que A Trick of the Tail (1976) no sea un maravilloso disco, yo respeté a Collins enormemente, pero Selling England by the Pound (1973), Foxtrot (1973), son discos maravillosos.
-¿Y escucha música más actual?¿Tame Impala por ejemplo?
-Me gusta Tame Impala. A través de mi hijo tengo contacto con lo más nuevo, aunque he perdido un poco esa cosa de buscar. Mi hijo me manda cosas por Apple, Spotify, me dice ‘Papá, escuchá esto’, y yo le digo, ¿sabés qué le digo?: ‘Loco, esto es XTC, esto ya lo escuché’. Y luego me pregunta: ‘¿Qué es XTC?’ ajajaja (ríe). Así nos comunicamos.
-Hay un concierto muy comentado en que usted participó, el llamado “Concierto de conciertos”, en Colombia (17-18 septiembre de 1988 en el estadio El Campín, de Bogotá). En esa oportunidad también participaron Los Prisioneros, una banda chilena ¿pudo conocerlos?¿los recuerda?
-Sí, los conozco. Especialmente a [Jorge] González. Con él nos hemos cruzado, así que sí, nos profesamos un respeto mutuo. Y ese concierto fue alevoso, yo terminé tocando a las 5 de la mañana, cuando ya quedaban como 10 mil personas a esa hora. Para los colombianos es como Woodstock. Cuando voy a Bogotá, a Cali y Medellín y todos me dicen, ‘Yo estuve en ese concierto en 1988 cuando vos tenías que salir a las 12 y terminaste saliendo a las 5 de la mañana, con el sol amaneciendo’, me he cruzado colombianos en Estados Unidos y hasta acá en Argentina y me dicen lo mismo ‘Yo estuve ahí’, y ya digo, ‘no puede ser, hubo como 200.000 personas entonces ajajaja’.