El regreso de Bob Dylan
Mañana aparece su trigésimo noveno álbum, Rough and rowdy ways, y algunas preguntas siguen pendientes: ¿es un escritor o un músico? ¿Sus letras pueden leerse en silencio como poemas o pierden entidad sin la música? Las respuestas vuelan con el viento.
Cualquiera que siga a Bob Dylan (Duluth, 1941) sabe que, a pesar de haber compuesto melodías extraordinarias, grabado discos deslumbrantes y realizado conciertos memorables, en su obra gobiernan los textos.
Lo dice Diego A. Manrique en el prólogo de sus Letras completas (Lumen, 2016): muchas de sus canciones siguen vivas cuando se leen sin música.
Bob Dylan es un creador estadounidense hasta la médula, describe el crítico musical, aunque salpicado de la cultura europea y deudor de ese legado universal que es la Biblia.
“Ante todo me considero un poeta”, dijo el propio Dylan ante Christopher Ricks, en su libro Visiones del pecado (La Catarata, 2016), sobre la naturaleza de su arte.
Voluntariosamente evasivo, lo que Dylan canta, escribe o declara frente a una grabadora no es necesariamente la última palabra. Su ya mítica alergia a los medios de comunicación tampoco ayuda mucho a comprender los materiales de su creación. Hace décadas que ha transformado en un arte su búsqueda precipitada de la invisibilidad: porque, aunque solo la pandemia lo sacó de esa gira eterna que lleva cabalgando desde que empezó a mediados de los setenta, y que lo llevó a ofrecer un concierto cada tres días desde hace más de medio siglo, muy poco se sabe de su vida diaria.
La anécdota de su breve arresto por una joven policía de Nueva Jersey en 2009 dice mucho sobre Estados Unidos y el bajo perfil del radical Premio Nobel de Literatura 2016.
Una de las pocas certezas que se tiene sobre su figura es esa necesidad casi endógena de huir. Primero de Robert Zimmerman —su verdadero nombre, para quien todavía no lo sepa—, luego del folk, el rock o la camisa de fuerza que lo obligó a ser el “portavoz de una generación”, aunque lo fue, voluntariamente o no, al destapar el zeitgeist de los sesenta, como se puede ver en cualquiera de los documentales que filmó Martin Scorsese sobre su figura.
En otro asunto conocido y que resuena hasta hoy, Bob Dylan conectó tempranamente con la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, el movimiento antibélico y el nacimiento de la contracultura.
Pero el músico —¿o escritor?— sigue rodando y cambiando de forma, porque a cuatro años del nobel vino la apocalíptica “Murder most foul”, arrojada al mar abierto de Internet en marzo de 2020 como el primer adelanto de Rough and rowdy ways, su nuevo disco que aparece mientras el mundo sigue en pausa.
Las razones de la música
Ya lo decíamos: Bob Dylan apenas concede entrevistas; pero hace solo unos días el académico de la Universidad de Rice, Douglas Brinkley, logró lo improbable: que en medio del confinamiento por la pandemia de coronavirus Dylan hable de su nuevo álbum en las páginas de The New York Times.
En una conversación distendida, el músico evoca el pasado y revela en sus propios términos el significado de la mortalidad. Momento para leerlo con detención, revisar sus pausas y cavilaciones, y lo que oculta en sus entrelíneas.
“Solemos vivir en el pasado, pero esos solo somos nosotros”, dice Dylan al New York Times ante la inminencia de un punto sin retorno, donde la tecnología y la hiperindustrialización se opongan a la vida humana en la Tierra, como reza su tema “Murder most foul”.
“Los jóvenes no tienen esa tendencia. No tienen pasado, así que todo lo que saben es lo que ven y escuchan, y se creen cualquier cosa”, ensaya taxativo, “los jóvenes adolescentes de ahora no tienen pasado que recordar. Así que quizá lo mejor es adoptar esa mentalidad en cuanto podamos porque así será la realidad (...) En cuanto a la tecnología, nos vuelve vulnerables a todos. Pero los jóvenes no piensan así. Eso no les importa. Las telecomunicaciones y la tecnología avanzada forman parte del mundo en el que nacieron. Nuestro mundo ya es obsoleto”.
Además de apocalíptica, “Murder Most Foul” también arropa señas de músicos como Art Pepper, Charlie Parker, Bud Powell, Thelonious Monk, Oscar Peterson y Stan Getz, todos grandes jazzistas.
“Quizá deba mencionar las primeras grabaciones de Miles en Capitol Records. ¿Pero qué es el jazz?”, pregunta Dylan retórico, “¿Dixieland, bebop, high-speed fusion? ¿Qué es el jazz para nosotros? ¿Es Sonny Rollins? Me gusta el trabajo de Sonny con el calypso, ¿pero es jazz? Jo Stafford, Joni James, Kay Starr… creo que todos eran cantantes de jazz. King Pleasure, esa es mi idea de un cantante de jazz. ¿Eso me ha inspirado? Claro, quizá mucho. Ella Fitzgerald me inspira como cantante. Oscar Peterson me inspira como pianista, desde luego. ¿Me han inspirado como compositor? Sí, como ‘Ruby, My Dear’ de Monk. Esa canción me inspiró a tomar la misma dirección. Recuerdo que la escuchaba una y otra vez”.
“Ninguno”, dice rotundo sobre el papel que desempeña la improvisación en su música, “no hay manera en que puedas cambiar la naturaleza de una canción una vez que la inventaste. Puedes poner distintos patrones de guitarra o piano en las líneas estructurales y partir de ahí, pero esa no es improvisación. La improvisación te expone a actuaciones buenas o malas, y la idea es ser constante. Básicamente tocas lo mismo una y otra vez de la manera más perfecta que puedas”.
Lanzada el 17 de abril como segundo adelanto de su nuevo disco, “I Contain Multitudes” tiene una frase poderosa: “Duermo con la vida y la muerte en la misma cama”. ¿Qué piensa Dylan de la mortalidad?
“Pienso en la muerte de la raza humana, en el largo y extraño trayecto del simio desnudo”, asegura el cantautor, “no es por ser liviano en ello, pero la vida de todos es pasajera. Todos los seres humanos, sin importar su fuerza ni su poder, son frágiles cuando se trata de la muerte. Lo pienso en términos generales, no de manera personal”.
Aunque “I Contain Multitudes” tiene partes evidentemente autobiográficas, sugiere Brinkley.
“Es el tipo de situación en la que acumulas versos de corriente de conciencia y después lo dejas así para pulirlo todo”, cuenta Dylan, “en esa canción, los últimos versos se escribieron primero. Así que esa era la dirección desde el principio. Obviamente, el motor de la canción es la frase que la titula. Es una de esas cosas que escribes por instinto, como en un estado de trance. La mayoría de mis canciones recientes son así. La letra es lo verdadero, lo tangible; no son metáforas. Las canciones parecen conocerse, y saben que puedo cantarlas, vocalmente y rítmicamente. Casi se escriben solas y cuentan conmigo para cantarlas”.
Curiosamente, Dylan nombra en el tema a gente como los Stones, Ana Frank e Indiana Jones.
“La historia de Ana Frank significa mucho. Es profunda. Y difícil de articular o parafrasear, especialmente en la cultura moderna. Todos tienen un lapso de atención muy corto. Pero estás sacando el nombre de Ana del contexto, es parte de una trilogía. También podrías preguntar, ‘¿Qué te hizo decidir incluir a Indiana Jones o a los Rolling Stones?’. Los nombres en sí mismos no están solitarios. Es la combinación de ellos lo que agrega algo más que sus partes singulares. Ir demasiado al detalle es irrelevante. La canción es como una pintura, no puedes verla completa si estás demasiado cerca. Las piezas individuales son solo parte de un todo”, explica Dylan.
Luego sigue: “‘I Contain Multitudes’ es más como escribir en trance. Bueno, no es como escribir en trance, es escritura en trance. Es la forma en que realmente me siento acerca de las cosas. Es mi identidad y no voy a cuestionarla, no estoy en condiciones de hacerlo. Cada línea tiene un propósito particular. En algún lugar del universo, esos tres nombres deben haber pagado un precio por lo que representan, y están encadenados juntos. Y apenas puedo explicarlo. Por qué o dónde o cómo, pero esos son los hechos”.
Pero Indiana Jones era un personaje de ficción, contrapregunta el profesor.
“Sí, pero la banda sonora de John Williams lo trajo a la vida”, replica Dylan, “sin esa música no habría sido una gran película. Es la música la que hace que Indy cobre vida. Tal vez sea una de las razones por las que está en la canción”.
Refugio en la tormenta
La conversación fluye por teléfono, con Bob Dylan instalado en su casa en Malibú, California, en la que será su única entrevista antes del lanzamiento de Rough and Rowdy Ways, su primer disco de canciones originales desde Tempest (2012).
“Sí, un poco”, responde el músico a la pregunta de si ha podido soldar o pintar en los últimos dos meses en su hogar.
¿Bob Dylan puede ser creativo musicalmente cuando está en casa? ¿Toca el piano y crea cosas en su estudio privado? “Eso casi siempre lo hago en habitaciones de hotel. Una habitación de hotel es lo más cercano que tengo a un estudio privado”, dice el Nobel de Literatura desde su refugio con vista al océano.
A propósito, el profesor Douglas Brinkley le habla de una teoría llamada “mente azul”, la cual postula que vivir cerca del agua es una cura para la salud.
“Sí, también lo creo”, dice el músico, “‘Cool Water', ‘Many Rivers to Cross’, ‘How Deep Is the Ocean’. Cuando escucho cualquiera de esas canciones, siento que es como un tipo de cura… no sé de qué, pero una cura para algo que ni siquiera sabía que sufría. Es como una sanación. Es como algo espiritual. El agua es algo espiritual. Jamás había escuchado eso de ‘mente azul’. Suena a que podría ser algún tipo de canción lenta de ‘blues’, algo que escribiría Van Morrison. Quizá ya escribió algo así; no lo sé”.
En Broadway, una de las obras afectadas por la pandemia fue Girl from the North country, que contó con la música de Dylan y obtuvo elogiosas reseñas. Según el de Duluth, el musical de Conor McPherson lo conmovió. Cuenta que lo vio como espectador anónimo y no como alguien relacionado a la producción. “Me hizo llorar al final”, confiesa Dylan, “ni siquiera sé por qué. Cuando bajó el telón, quedé impactado de verdad. Qué mal que Broadway haya cerrado, porque quería verlo de nuevo”.
Sobre la crisis sanitaria que afecta al planeta, Bob Dylan piensa que es el precedente de algo que ocurrirá más tarde. “La arrogancia extrema puede tener consecuencias desastrosas”, asegura, “quizá estamos en el principio de la destrucción. Hay muchísimas maneras en que podemos procesar el virus. Creo que solo debemos dejar que siga su curso”.
Al cierre, el académico sugiere que Dylan está en buen estado físico para sus 79 años y le pregunta cómo hace para que mente y cuerpo funcionen en conjunto.
“La mente y el cuerpo van de la mano”, responde el músico, “debe haber algún tipo de conciliación. Me gusta pensar que la mente es el espíritu y el cuerpo, la sustancia. No tengo idea de cómo se integran esas dos cosas. Simplemente trato de continuar en línea recta y seguir adelante, tener el mismo nivel”.
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