Parada en medio del Teatro Municipal de Santiago, María Teresa Urbina se enfrentó a la audiencia. Lo suyo no era cantar zarzuela u ópera, como se hacía habitualmente en el escenario del lugar, sino dirigirse a un grupo que la observaba con atención. Urbina, una dirigente feminista, con decisión y sin dudar, dijo: “No es aceptable que los hombres de este siglo, llamado el siglo de las luces, mantengan a la mujer en el estado de abyecta esclavitud en que vegetó en la edad antigua y media. La mujer es la base fundamental de la humanidad, ella educa y prepara al hombre en la lucha por la existencia: ella es la que ha formado lo poco de noble y de bueno que tiene y, por lo tanto debe ser respetada y admirada como la madre excelsa de la humanidad”.

La alocución, que fue ruidosamente aplaudida, es narrada por el historiador Sergio Grez en su artículo "La asamblea constituyente de asalariados e intelectuales Chile, 1925: Entre el olvido y la mitificación". Esta tuvo parte dentro de la primera jornada de la llamada "Constituyente chica", una asamblea que se realizó durante los días 8, 9, 10 y 11 de marzo de 1925 por iniciativa del Partido Comunista y de la Federación Obrera de Chile (FOCH) como parte de un proceso de asamblea constituyente que iba a elaborar una nueva carta magna y así terminar con la entonces vigente constitución de 1833.

Pero todo había comenzado antes.

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La tarde del 8 de septiembre de 1924, Arturo Alessandri Palma recibió en el salón de la embajada de Estados Unidos la visita de un grupo de mujeres, esposas de oficiales del ejército. En sus memorias detalla que le ofrecieron la ayuda de sus maridos para reasumir el mando de la nación, pero no aceptó. El "León de Tarapacá" había tomado la indeclinable decisión de renunciar a la presidencia de la república. El Congreso, se la rechazó, pero lo autorizó a salir del país por seis meses.

Tres días antes, un grupo de oficiales del ejército había concurrido a La Moneda a reunirse con el mandatario. Fue una reunión tensa, en que los uniformados le exigieron la aprobación de una serie de leyes sociales que dormían en los salones del Congreso, además de solucionar otros asuntos sobre sueldos de las fuerzas armadas. Alessandri, luchando por contener su volcánico temperamento, se comprometió a buscar una solución siempre y cuando los militares volvieran a sus cuarteles.

Eran días difíciles. El "León" había llegado a la presidencia cuatro años antes con la promesa de abordar problemas sociales que se arrastraban desde comienzos de siglo. "Como hoy, durante la década de 1920 se vivía una profunda crisis sistémica, que combinaba profundas fracturas sociales (la 'cuestión social'), un sistema económico mono-exportador (basado en la industria del salitre) que comenzaba a hacer agua por todas partes, y un sistema político incapaz de hacerle frente, y mucho menos resolver, todos esos problemas", explica a Culto el Premio Nacional de Historia, Julio Pinto.

Pero una y otra vez, las iniciativas del mandatario chocaron con la negativa del Congreso. El juego de las mociones de censura, rotativas ministeriales y negociaciones entre encopetados congresistas, dificultó las cosas. Por eso los militares, quienes también presionaban por asuntos sobre ascensos, sueldos y retiros, decidieron actuar. "La parálisis política y la crisis económico-social les convencieron que no había ninguna salida dentro de la institucionalidad vigente -añade Pinto-. Convencidos que la prolongación de la crisis podía dar pie a un quiebre social mayor, incluyendo una hipotética revolución comunista [NdR: solo habían pasado 7 años desde el ascenso bolchevique en Rusia], resolvieron intervenir por su propia cuenta, forzando la adopción de leyes sociales, un papel más activo del Estado en los planos económico y social, y una nueva Constitución".

Con la presión castrense, el Congreso despachó un paquete de medidas sociales en un solo día. Los uniformados formaron un comité militar que decidió seguir en funciones, pese a la aprobación de las leyes, e hicieron saber a Alessandri que le pedirían disolver el legislativo. El canciller Emilio Bello le contó la noticia al "León" en su oficina en La Moneda. Este de inmediato tomó la decisión de renunciar. Comprendió que no podía hacer nada más. Aceptó la oferta de asilo que le hizo llegar el embajador de Estados Unidos y se alojó en la sede. Ahí recibió algunas visitas, como las mujeres de los oficiales. Pero él sabía que no había vuelta atrás. El día 10 tomó el tren hacia Argentina desde la Estación Mapocho.

La “constituyente chica”

A principios de 1925, las cosas empezaron a cambiar. "Como la Junta de gobierno hegemonizada por los militares de más alta graduación traicionó las esperanzas de los oficiales jóvenes del Ejército de tendencia reformista, estos dieron otro golpe el 23 de enero de 1925 y llamaron de retorno al país a Arturo Alessandri Palma", cuenta a Culto Sergio Grez. Además, declararon estar a favor de la convocatoria a una Asamblea Constituyente. ¿El líder tras este nuevo golpe? Nada menos que Carlos Ibáñez del Campo, futuro presidente en dos períodos.

En Europa, y antes de su regreso, Alessandri también se pronunció al respecto. "Desde Roma, 'el León' comunicó, mediante un telegrama, su intención de convocar a una Asamblea Constituyente para elaborar una nueva Carta fundamental, provocando un gran entusiasmo en Chile", agrega Grez.

Por iniciativa del Partido Comunista y de la Federación Obrera de Chile –grupo que tenían influencia en el llamado Comité Nacional obrero, que agrupaba a distintos conglomerados populares- comenzó a gestarse la idea de generar una asamblea deliberativa. "El Comité Nacional Obrero acordó realizar una reunión o Congreso de asalariados e intelectuales, al que concurrieran junto a los proletarios, los empleados, educadores, estudiantes, académicos y profesionales, a fin de discutir un proyecto de Constitución Política", explica Grez en su mencionado artículo. Es decir, esta asamblea siempre se pensó como un paso previo hacia la participación en la asamblea constituyente que Alessandri estaba dispuesto a conceder.

Esta convención tuvo como nombre oficial la Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales. Sin embargo, en la época se le denominó como la "constituyente chica". La conformaron miembros del PC, la FOCH, anarquistas, demócratas, radicales, sindicalistas independientes, mutualistas, feministas e intelectuales.

Sergio Grez, en el citado artículo, cuenta que desde que se decidió crearla, los porcentajes de participación de las distintas fuerzas sociales fueron los siguientes: proletarios, 45%; empleados, 20%; profesores, 20%; estudiantes, 7% y profesionales e intelectuales, 8%. En un primer momento, se convocó para el 21 de febrero de 1925, pero ante la premura del tiempo, se acordó postergarla para un par de semanas después, a contar del 8 de marzo. Esto hizo que más gente se interesara en participar, y los asambleístas inscritos llegaron a ser 1.250.

Entre los asambleístas hubo nombres destacados: los escritores Pablo de Rokha y Antonio Acevedo Hernández, los pintores Julio Ortiz de Zárate y Benito Rebolledo, la pedagoga Amanda Labarca, y la entonces estudiante de derecho y líder estudiantil Elena Caffarena, quien con el tiempo ganaría notoriedad.

Así, la asamblea comenzó a sesionar el 8 de marzo de 1925, en el Teatro Municipal de Santiago. Ese día, lo más relevante fue la aprobación de una moción propuesta por el dirigente anarquista Alberto Baloffet, "quien postuló que los proletarios no debían abocarse a redactar una nueva Constitución, tan solo debían fijar ciertos principios generales que reflejaran sus intereses", explica en su artículo Sergio Grez. Tras un acalorado debate, triunfó la idea de Baloffet. Así, la "constituyente chica" solo se dedicaría a discutir principios básicos y no una constitución en sí.

De este modo, en los días siguientes, los asambleístas –entre medio de duros debates- se dedicaron a armar un programa común. Entre otros puntos, algunos de los planteamientos más importantes fueron: declarar la tierra como propiedad social en su origen y en su destino; también que la distribución de los productos corresponde igualmente al Estado por medio de sus órganos.

Además, en un aspecto novedoso, proponían que Chile debía ser una república federal. El poder legislativo se compondría de Cámaras funcionales, "compuestas por representantes elegidos por los gremios organizados del país", y estos serían revocables.

Otro punto esencial era la absoluta separación de la Iglesia y el Estado.

Sin embargo, pese a este programa común, los postulados nacidos de la "constituyente chica" solo quedaron en el papel. Sergio Grez, en su artículo citado, señala que esto se debió a las diferencias entre los sectores que participaron. "Apenas se disolvió la asamblea, cada fuerza política siguió su propio camino porque los consensos logrados eran menos profundos que sus diferencias. La práctica demostró con prontitud que la persistencia de una iniciativa común respecto de la cuestión constitucional era una utopía".

Elena Caffarena, Amanda Labarca y Pablo de Rokha participaron en la "constituyente chica". En tanto, Carlos Ibáñez del Campo participó en los golpes militares de 1924 y 1925.

Las dos comisiones

Con su triunfal regreso a Chile, el 20 de marzo de 1925, Arturo Alessandri volvió a ejercer el cargo de Presidente de la República, su objetivo principal fue trabajar por una nueva constitución. Sin embargo, desligándose de cualquier promesa, el "León" decidió no convocar a una asamblea constituyente. ¿El motivo? "falta material de tiempo para verificar las inscripciones del electorado, para instalar enseguida la Constituyente y para que esta dispusiera del tiempo necesario para terminar su misión y alcanzar a fijar las reglas de la elección del Congreso y del Presidente", explicó él mismo en sus Memorias.

Así, el mismo Alessandri designó a las personas que conformarían dos comisiones. Una encargada de elaborar un anteproyecto constitucional ("comisión chica") y otra que debía discutir el mecanismo para aprobar el texto ("comisión grande"). Solo la primera de estas llegó a funcionar, y fue presidida por el mismo Mandatario.

En su citado artículo, Sergio Grez indica que de los asambleístas que participaron en la "constituyente chica", solo el comunista Manuel Hidalgo fue parte de la comisión presidida por Alessandri.

Una vez concluido el trabajo de la comisión, Alessandri impuso un plebiscito como forma de aprobación de la nueva carta magna. Este fue convocado con solo un mes de anticipación, para el 30 de agosto de 1925. La constitución fue aprobada por casi el 95% de los sufragios. Votó el 42,1% del padrón electoral.

Sobre la importancia histórica de la constitución de 1925, Julio Pinto señala: "Dotó al país de un nuevo marco institucional que facilitó la ampliación de las funciones del Estado hacia los ámbitos económico y social, lo que permitió atenuar (por algunas décadas) algunas de las expresiones más intensas de la "cuestión social". Brindó también el marco jurídico para el reconocimiento de derechos sociales que el anterior ordenamiento político no consideraba, tales como la salud o la previsión social".

Acerca de lo mismo, Sergio Grez explica: “Junto con las leyes sociales aprobadas en septiembre de 1924 gracias a la irrupción de los oficiales reformistas del Ejército, y el Código del Trabajo impuesto por la dictadura de Carlos Ibáñez en 1931, la Constitución de 1925 abrió el paso del Estado oligárquico excluyente y “asocial” (liberal en el sentido clásico) a un régimen democrático-liberal que se iría construyendo con mucha dificultad y no pocos avances y retrocesos hasta su colapso en 1973. En el plano político este régimen adoptó la forma de un “Estado de compromiso”, en el económico el de un “Estado interventor” (con funciones empresariales), y en el social se conformó como un “Estado Asistencial”. Esta Constitución, reformada en varias oportunidades, fue la piedra angular de este nuevo tipo de Estado en Chile”.