La música nunca se apaga: Fother Muckers y la historia de Si no tienes nada que decir entonces calla
La reedición remasterizada del tercer disco de Fother Muckers, ya disponible en plataformas de streaming -y pronto en formato físico-, permite escuchar con mejor calidad un trabajo compuesto en los días de residencia en la ciudad de San Carlos, en que el grupo dedicaba al completo sus horas, energías y ganas a la música. En conversación con Culto, Cristóbal Briceño rememora esos días de grabaciones en una pieza subterránea.
No fue la nostalgia o el simple ánimo de un revival en tiempos de pandemia. La reedición de Si no tienes nada que decir entonces calla (2009), el celebrado tercer álbum de Fother Muckers, es más bien una revancha a nivel de técnica. Una limpieza del polvo de los años, y de las dudas que rondaban en los oídos más atentos respecto a la fidelidad sonora.
La versión 2020, ya disponible en plataformas digitales, en rigor es un acto de justicia para un disco celebrado por incluir canciones como “Jessica” o “Nunca se apaga”, convertidas en referentes en el catálogo del grupo que años después de reinventó como Ases Falsos. Y todo ocurrió de manera fortuita. Casi buscando oro.
“Pasó que el año pasado encontré un CD de respaldo con las mezclas antes de ser masterizadas y, aprovechando que en su momento lo masterizamos a la rápida, se las pasé a mi socio Hugo San Juan para que les sacara brillo”, cuenta el vocalista de la agrupación, Cristóbal Briceño, en conversación con Culto.
El álbum también volverá a los escaparates en su arte original, en una fecha por confirmar. “Ahora hablamos con Javiera [Naranjo], la diseñadora, y acordamos sacar este año una reedición física”.
La masterización es el último paso en la precisa secuencia de trabajo de un disco, tras la grabación de todos los instrumentos y la mezcla del material. “El resultado no necesariamente queda en el volumen o la potencia de las canciones que suenan en la radio, entonces la masterización es este proceso donde se ajusta el volumen y se aprovecha de maquillar la canción, se ecualiza, se comprime, etc”, explica Hugo San Juan, habitual colaborador de Briceño e integrante de Las Chaquetas Amarillas. “Se trata de equilibrar entre que suene fuerte y que se entiendan todos los instrumentos”.
San Juan recuerda que todo el proceso le llevó solo algunas tardes estivales encerrado con los equipos, tiempo antes de encerrarse por el Covid-19. “Recuerdo haber trabajado las canciones durante una tarde, antes de la pandemia, y después con Cristóbal [Briceño] seguimos avanzando en otras canciones sin darle mayor espacio”. Luego, ya en cuarentena, envió el resultado al grupo, el que aportó algunas sugerencias y comentarios finales.
“Como suele decirse, no es necesario arreglar lo que no está roto, sin embargo, convengamos también que la calidad sonora no era uno de los fuertes de este tremendo álbum. En ese intento, traté de ajustarme al espíritu de las canciones, procurando darle más nitidez y profundidad al sonido sin realizar modificaciones muy drásticas”.
Ciertamente, el resultado es sorprendente. Los instrumentos se oyen más nítidos y el audio gana en mayor profundidad. El teclado de inspiración setentista de “Supermercado” se capta en todo su color. Las percusiones y platillos de la batería se comprenden mejor y en general todo parece decantar mejor en su lugar.
“Encontré en canciones que sonaban más livianas, mucha mayor profundidad -explica San Juan, como una suerte de explorador del sonido-. Por ejemplo ‘Jessica’, una canción que me encanta, tiene unos arreglos percusivos que ensamblan una especie de caravana densa, opaca, muy poderosa y linda”.
“Sonamos como podemos”
En la misma temporada en que fallecía el primer chileno contagiado de A(H1N1), o gripe porcina, los Fother Muckers grababan su tercer álbum en viajes sucesivos a Santiago desde la ciudad de San Carlos, donde residía el grupo por entonces.
Briceño recuerda que el estudio “en realidad era una pieza subterránea en los estacionamientos de un edificio en Santiago centro”.
“Se grabó en Santiago, y de manera muy espaciada pues lo fuimos haciendo aprovechando los viajes a tocar a la capital -cuenta el músico-. Por suerte tuvimos bastantes licencias en cuanto al tiempo, pues nos prestaron el espacio para grabar. Además, lo hacíamos directo al computador, no recuerdo que haya habido mesa de sonido”.
En rigor, el grupo trabajó todo el material que había acumulado hasta entonces. “Ese disco no tiene descartes”, recuerda Briceño. “En un principio la idea era hacer un EP de 4 o 5 temas. A medida que avanzaban las grabaciones fueron llegando nuevos temas y así se fue alargando”.
Incluso, trabajando directamente en el estudio, salieron más canciones. “La misma ‘Ola de terror’ salió al final de las sesiones y creo que la grabé sin siquiera mostrársela a los cabros. Se la enseñé al baterista y armamos la pista base”.
Para entonces, Fother Muckers era una fuerza ascendente en una escena de bandas agrupadas bajo la etiqueta de un “nuevo pop chileno”, que a su vez tomaba la posta de un ecosistema de sellos independientes surgidos con el fin de las trasnacionales en el mercado nacional. Junto a ellos, en el estertor de la primera década del siglo XXI, aparecían proyectos como Adrianigual, Teleradio Donoso, La Reina Morsa, Protistas, Los Mil Jinetes, entre otros que animaron las noches santiaguinas, solo un par de años antes de que nombres como Dënver, Gepe y Javiera Mena lograsen mayor alcance.
En esos días, como hoy, trabajar en la música era difícil. Resulta una larga y desgastante carrera de obstáculos. Por eso, al rememorar los días en que surgieron las once canciones de Si no tienes nada que decir entonces calla, vuelven los paisajes de la ciudad del sur, en que se radicó el grupo. Era una apuesta por encontrar el entorno adecuado para dedicarse por completo al proyecto.
“Si queríamos dedicarle más tiempo a la música, había que encontrar un lugar más barato -rememora Briceño-. En Santiago la fantasía inmobiliaria estaba poniendo los precios absurdamente caros y nosotros ya no éramos niños, yo tenía 23 años. Así que arrendamos entre varios una tremenda casa en el centro de San Carlos, a 150 lucas, sin corredor de propiedades mediante. Además, en un pueblo uno ahorra en locomoción, servicios, alimentación. Era conveniente, y sigue siéndolo”.
Y otra razón para la mudanza, fue que “necesitábamos un cambio de aire, después del segundo disco nos sentíamos como un pan con queso recalentado en el microondas, siempre dando vueltas en los mismos locales”.
En rigor, la banda casi no tocó en San Carlos, si no que se sirvió de su nueva ubicación como una suerte de base de operaciones para moverse en el circuito de tocatas en el sur de Chile. “Ese año tocamos mucho en Chillán, Concepción, Valdivia, Temuco. Además, Cristian Soto, nuestro baterista de esa época, vivía en Los Ángeles”, recuerda Briceño.
Por ello, el período fue especialmente productivo. Con todo el tiempo para ensayar, componer y viajar, Briceño cuajó gran cantidad de material que se grabó tanto con Fother Muckers como con Los Mil Jinetes, su proyecto paralelo junto al músico Andrés Zanetta.
“Escribí un montón de temas ese año, casi todo el disco siguiente también, El Paisaje Salvaje, que grabamos el 2010 en San Carlos -recuerda Briceño-. También terminamos un disco con Los Mil Jinetes que se llama Reconoceronte. Fue un año muy plácido, en parte porque mi polola estaba trabajando en un proyecto de artesanía que se había ganado no sé si un Corfo o qué, así que se puede decir que viví a sus expensas, y de todos los contribuyentes. Aún con los bajos costos de vida, igual la plata con Fother Muckers no me alcanzaba. Así de penca la hueá, jaja”.
La banda cuyo núcleo primigenio lo formaban Briceño, el bajista Simón Sánchez y el guitarrista Héctor Muñoz, ya había registrado su álbum debut, No soy uno (2007), con Álex Anwandter en la producción. Para el siguiente disco, Justo y necesario (2008), quien se sentó en la silla de productor fue Ángelo Pierattini,de Weichafe. Es decir, dos universos musicales muy diferentes (tal vez, hasta opuestos).
Pero al momento de preparar las canciones para Si no tienes nada que decir entonces calla, el grupo no buscó un nombre en particular y simplemente confió en Paco Paquerro, un músico y compositor cuya carrera recién despuntaba. Es que según Briceño, no había una intención a priori sobre el sonido.
“No que yo recuerde. Quino dice que uno dibuja como puede, no como quiere. Yo pienso lo mismo de nosotros, sonamos como podemos -relata con su habitual referencia a los aforismos-. Solo sabemos que la única manera de mejorar es seguir grabando, como sea. Y todavía seguimos aprendiendo a porrazos”.
“El productor era un joven Paco Paquerro, que recién estaba empezando, así que tenía un montón de ganas, ideas, entusiasmo y tiempo -agrega-. Su interés era hacer el disco, y si le pagamos tiene que haber sido un monto muy simbólico”.
-¿Cuál fue la mayor dificultad a la hora de grabar el disco?
-Dificultades, no recuerdo. Tampoco es que tenga muy buena memoria, no sé si será un mecanismo de defensa, o es que he hecho tantas cosas o si simplemente ha sido demasiada marihuana, pero mis recuerdos son muy difusos. Mejor así, más liviana la mochila. Sí recuerdo que Paco se devanó los sesos para lograr ese sonido que hoy suena extraño y auténtico. Siempre le estaré agradecido por su apasionado amor a las canciones.
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