Adoptó su seudónimo el día que firmó el contrato de edición de su primer libro, La piedra del pueblo (1954). Entonces Sergio Efraín Barahona pasó a llamarse Efraín Barquero. “Eso fue muy simbólico porque esa misma noche debí partir al sur porque mi padre agonizaba”, recordó. Años después escribió el poema El regreso: “-Padre, te enseñaré la muerte/ Pondré en tus manos la tierra sin greda ni agua/ -Hijo, te enseñaré a vivir con mi ausencia/ Y aprenderás el secreto de tu propio cuerpo”.
Hijo de panadero y nieto de apicultor, Efraín Barquero nació en Piedra Blanca, Teno, en 1928 (aunque él prefería fijar la fecha en 1931). Se trasladó a Santiago para estudiar en el Instituto Pedagógico, pero nunca rompió el vínculo con sus raíces. Esa fue la inspiración de su obra, apegada a la naturaleza, los ritos y los elementos esenciales. Y aunque vivió en China, Colombia y se exilió en Francia, nunca se sintió atraído por la vida urbana: “Es por mi relación con la tierra, con los ancestros, con el Chile de adentro”, decía en 1998 con motivo de la publicación de La mesa de la tierra.
Poeta introspectivo y silencioso, Barquero murió la noche del lunes, a las 23.00 horas, en su departamento de Providencia. El autor de poemarios como La compañera sufría de EPOC, enfermedad pulmonar crónica que le provocó la muerte, según comunicó Pedro Pablo Guerrero, editor de Ediciones Lastarria.
En alianza con Nascimento, Lastarria publicó el año pasado una nueva edición de El viento de los reinos, poemario de 1967 que Barquero escribió inspirado en su residencia en China entre 1962 y 1964. “Presentamos el libro el 4 de octubre y él se excusó de participar por problemas de salud”, recuerda Guerrero.
Tras la muerte de su esposa Elena Cisternas en 2016 y a quien le dedicó su último libro, Escrito está (2017), el poeta vivía solo con una cuidadora. Dos de sus hijos residen en Francia y otra en Estados Unidos, de modo que no podrán viajar al funeral, que se realizará hoy en el Parque del Recuerdo. Los trámites están a cargo de su abogada, Lina Zúñiga.
El poeta e investigador Naín Nómez, quien preparó su postulación al Premio Nacional de Literatura, hablaba a menudo con él. “Últimamente me llamaba mucho, porque se cayó y casi no podía caminar. Estuve con él en marzo justo antes de que la pandemia se volviera radical. Estaba escribiendo mucho y me leía sus últimos poemas. Estaba preparando al menos dos libros. Además tengo otro libro suyo más antiguo que quería publicar”, cuenta.
Con su muerte desaparece el último gran poeta de la Generación del 50, aquella que integraron Enrique Lihn, Miguel Arteche, Jorge Teillier y Armando Uribe. “Poeta de clase popular, campestre y campesino, pone su devoción en los oficios, en las luchas, en los desamparos del pueblo con la naturalidad y el orgullo de su origen”, escribió Pablo Neruda en el prólogo de su primer libro.
“Sencillo y honesto”
Tras publicar La compañera (1956) y El pan del hombre (1960), viajó a China en 1962, invitado por el gobierno para ofrecer clases de español. Ese viaje al país de la Revolución Cultural abrió su distancia con Neruda. A su regreso publicó El viento de los reinos.
Para entonces, Manuel Rojas lo destacaba en su Historia breve de la literatura chilena (1964): “La tierra, la mujer, el niño, el abuelo, la vida natural de la gente de Chile, en especial la gente campesina, quizá la gente de todo el mundo, aparecen en sus versos con el sentido de quien realmente ha sido penetrado en toda su ternura y su sensibilidad”.
Agregado cultural de la UP en Colombia, se exilió en Francia luego del golpe militar. A inicios de los 90 publicó en Chile A deshora y Mujeres de oscuro. Regresó a fines de la década con La mesa de la tierra, donde se reconocen resonancias míticas y bíblicas.
“Para mí la poesía parte de lo más profundo del inconsciente”, dijo entonces. “Lo que me interesa de los pueblos primitivos es su relación con un presente mítico, donde las cosas trascienden. Trato de buscar el eterno presente”.
Alejado de la controversia, marcaba diferencias con la antipoesía: “Para mí no hay antipoetas, sino que los poetas son antipoetas en muchas relaciones con su misma obra. Es el culto del feísmo para equilibrar el discurso poético”.
Recibió el Premio Nacional de Literatura en 2008 y se radicó definitivamente en el país hace una década. Su muerte conmovió ayer al medio cultural. “Descansó Efraín Barquero, nuestro querido poeta, en silencio como era su sello”, escribió el poeta Manuel Silva Acevedo, Premio Nacional 2016.
“Su poesía pone de manifiesto el modo sencillo y honesto de hacer una poesía llena de humanidad, sin aspavientos, carente de un ego amplificado, del que muchos hemos adolecido alguna vez”, agregó.
Cercano al mundo lárico de Teillier, observa Naín Nómez, “en Barquero esto se convertía en un retorno al origen para redescubrir la solidaridad humana en el intercambio de alimentos o la búsqueda de un origen común. Desde ahí se producía la crítica del proceso moderno urbano inhumano y alienante”.
“Es una poesía con una raíz profunda en la historia en donde los temas que inspiran los versos son trabajados con artesanía”, comenta el poeta y editor Matías Rivas. “Es una poesía lírica, que conmueve por su relación con el paisaje y por su descripción de la vida esencial”.
“La mano de todos los hombres”
“Me impresionó y admiré su humildad y su modestia en su trato y en su quehacer, pero que no ocultaba ese prójimo tratamiento luminoso a flor de piel”, dice Jaime Quezada, quien lo conoció a inicios de los 70 en su casa de Lo Gallardo. “Me honró siempre con su Amistad, así, en alta, que quedó siempre en mí en las tantas y muchas veces de encuentros y relaciones comunes en Chile y en el extranjero. Pero esa Amistad sigue aquí encantada e imantada en sus poemas llenos de humanidad que lo eternizan.”
Agrega Quezada: “En fin, Barquero dio a la poesía chilena el resplandor de un habla y escritura que hace familiar las materias (el agua, el pan, la tierra) en sus dones y prodigios; sueños y secretos y amores también. Lo estoy recordando para siempre con estos versos heredados de su Enjambre: ‘Sueño tiene la tierra nuevamente arada'”.
El poeta Raúl Zurita, Premio Nacional de Literatura 2000, elogió la reedición de El viento de los reinos el año pasado. “Efraín Barquero, entre los poetas de su generación, fue quien inventó una nueva ternura en relación a la historia, en relación a la tierra. Y su encuentro con China fue fundamental, lo que se ve en este libro maravilloso, rechazado por Alone. El viento de los reinos conquistará su eternidad”, escribió entonces.
Ahora lo despide citando un verso de su poema La mesa de la tierra:
"Así te recordaremos Efraín Barquero
tocando la mano de todos los hombres
porque cuando un poeta de tu estirpe se muere
el cielo se vuelve más ancho”.