Apenas el pesado telón cerró, los aplausos de la audiencia llenaron la sala. Es septiembre de 1959 y el estreno de Parecido a la Felicidad, a cargo de los estudiantes de Teatro de la Universidad de Chile, era un éxito. Creada para un festival estudiantil, se trataba de una pieza sobre amores desdichados que juntó a la flor y nata de una generación en ascenso: Alejandro Sieveking, en la dramaturgia; Víctor Jara, en la dirección; Bélgica Castro, Lucho Barahona y Myriam Benovic en el elenco.

Entre el público que había llegado al céntrico Teatro Antonio Varas, un estudiante vivió una epifanía. Una ráfaga que se imprimió en la memoria. “Nunca olvidé esa obra -recuerda el fotógrafo Luis Poirot-. Desde el comienzo me impactó el silencio, la oscuridad del escenario. Era una forma de teatro distinta a la que hacían nuestros mayores, nuestros profesores. Fue un momento que nunca se me olvidó. Ahí dije: ‘esto es lo que quiero hacer’”.

Como la función era organizada por los propios alumnos de la carrera, apenas ésta acabó, el joven Poirot corrió al camarín. Entre tramoyas, asistentes y amigos, buscó con ansia al director del montaje. Lo recordaba de los pasillos de la Facultad, pero no había cruzado palabra con él. En esa noche, atragantado por la impresión, quería desahogarse. Necesitaba conocerlo. Necesitaba hablarle.

Hasta que lo encontró.

-Hola, Víctor, estoy en primer año, voy a estudiar dirección. Déjame ser tu ayudante de dirección, porque yo quiero aprender contigo. Me llamo Luis.

Jara le devolvió la mirada con sus profundos ojos negros.

-Bueno, ya po. Encantado.

Cambiar al “país de viejos”

Según Poirot, los sesentas fueron una época de efervescencia. La carrera espacial, la píldora anticonceptiva, la Nueva Canción Chilena y los Beatles, eran símbolos de una era en que la juventud se abría paso como sujeto de relevancia social.

"Hasta la época de [Jorge] Alessandri, Chile era un país de viejos, en que tenías que tener 35 años para que te preguntaran la hora. Pero en el gobierno de Frei padre comienza a cambiar y de allí nace todo un movimiento que se detiene en el 73'. En el teatro, Víctor Jara y Alejandro Sieveking, toda esa generación, eran el cambio".

Eran días en que Jara consolidaba su carrera como director teatral y comenzaba a expandir sus inquietudes artísticas hacia la música. Para entonces había encontrado en Sieveking un aliado creativo, con quien compartía el interés por el rescate del mundo popular. Fue así que en octubre de 1965 estrenaron una obra que con los años tomó la altura de un clásico: La Remolienda. Una comedia de equivocaciones que ofrecía una mirada refrescante del mundo campesino, que tuvo en su elenco a gente como Lucho Barahona, Sonia Mena, Carmen Bunster, Tennyson Ferrada, Tomás Vidiella, Bélgica Castro, entre otros.

"La Bélgica Castro fue mi profesora de Historia del Teatro en la carrera. Era excelente, una de las mejores que tuve.- recuerda Poirot-. Ella me decía el alumno peripatético, porque era muy nervioso, muy neura. Me paraba y daba vueltas alrededor de una columna que había en la sala de clases. Entonces ella decía: 'A ver, el alumno peripatético que salga de la sala un rato a desahogarse y después vuelva'. Entonces me echaba y yo volvía al rato. Fue muy impactante ella como profesora".

Se detiene un instante y continúa:

"Trabajar con ella y con todo ese grupo era un verdadero sacerdocio. Qué disciplina, qué orden, qué dedicación, era tremendo. Eso lo agradezco mucho, porque hasta el día de hoy tengo una metodología para trabajar la creación. La creación no surge del aire, hay un trabajo, un método. Hay un respeto por la forma".

Víctor Jara. Foto: Archivo Copesa.

Risas en el Forestal

Un mes antes del estreno de La Remolienda, en plena rutina de ensayos, el elenco y todo el equipo del Teatro de la Universidad de Chile concurrió al Parque Forestal. Les acompañaba Poirot, quien llevaba consigo su cámara fotográfica.

"Yo llevaba muy poco tiempo como fotógrafo. Estuve becado en Francia estudiando cine y televisión. Ahí fue donde compré con ayuda de mi padre una cámara para empezar a practicar. Aprendí solo, leyendo el manual de instrucciones, no tuve ningún profesor, en esa época no había donde estudiar. Cuando llegué a Chile en el 64', empecé a sacar fotos de teatro porque era lo que yo conocía. Entonces Víctor me fue pidiendo que le hiciera fotos a él o a los montajes".

"Fuimos con todos los actores al parque y fotografié varias situaciones. Lo recorrimos todo, estuvimos más de una hora. Y yo creo que hacia el final, terminamos con Víctor, Sieveking, Sergio Zapata (escenógrafo) y la Bruna Contreras (diseñadora teatral), al lado del museo de Bellas Artes".

Y allí entre los aromos, ceibos y paulonias en flor, el lente de Poirot registró una foto que haría historia. Le llamó "Éramos tan felices".

"Con ellos hice cuatro o cinco fotos y solo en dos están sentados en el banco: una en que están serios y esa en que están riendo. Si mal no recuerdo, correspondió a un chiste que hizo Víctor, que de repente era muy palomilla. Hizo una broma porque vio que estaban todos muy tiesos. Es una situación imposible de repetir, es absolutamente espontánea. Después sacamos otras fotos apoyados en el muro del Museo de Bellas Artes, pero no se usaron. Yo tenía una cámara que sacaba 12 fotos con negativo cuadrado, el rollo era muy caro, así que sacaba pocas fotos".

"Éramos tan felices". De izquierda a derecha: Víctor Jara, Sergio Zapata, Bruna Contreras y Alejandro Sieveking

“No sé”, responde Poirot cuando se le pregunta si en algún momento publicará el resto de la sesión que hizo ese día. “Mi archivo es un archivo vivo, se va moviendo, de repente redescubro ciertas cosas -explica-. En el Museo de Bellas Artes hace dos años hice una exposición en la que expuse fotos que no había ampliado nunca. Yo trabajo con la memoria, vuelvo a mirar, vuelvo a revisitar, redescubro fotos que en su momento no le di importancia. pero que dialogan muy bien con fotos que saqué a hace una semana”.

-¿Víctor Jara recurría a menudo a ese tipo de salidas?

-Víctor era muy serio y estricto en el trabajo, pero con mucho sentido del humor. Era muy alegre para estar en grupo y en los ensayos él provocaba una atmósfera seria, pero al mismo tiempo muy relajada; podíamos reír y soltar la tensión. Sieveking también tenía mucho sentido del humor, muy irónico. Bueno, el sentido del humor que tienen las personas inteligentes, Alejandro tenía eso.

En el estreno de La remolienda: Sieveking (izq.), Bélgica Castro (al centro) y Víctor Jara (der.), en 1965

El arte y la alegría

Sus casi ochenta años que lleva con tres bypass, hipertensión y diabetes, no fueron impedimento para que Luis Poirot decidiera retomar la fotografía de marchas callejeras, con ocasión del estallido social, en octubre de 2019. Lo había dejado hace algunas décadas. Desde entonces, lo suyo fueron los retratos.

"No soy un fotógrafo de acción, no tengo la edad ni el fisico, ni salud y tampoco me interesa mucho fotografiar a la gente combatiendo a los carabineros porque ya se ha repetido, y ya se ha hecho muy bien -explica-. Me interesa más fotografiar los carteles, los eslogans, el cómo se manifiesta la gente.

Pero entremedio de las manifestaciones, hubo un momento que le impactó. Algo que remeció su fibra más íntima. "Fue cuando se juntaron muchas guitarras en la puerta de la Biblioteca Nacional y tocaron las canciones de Víctor -recuerda-. Yo estaba sacando fotos. No pude evitar que me salieran las lágrimas, tuve que dejar de fotografiar por un momento. Víctor estaba vivo, estaba ahí en ese lugar. Me dio alegría, mi llanto era de emoción, felicidad. Ahí estaba en las guitarras, en las voces de la gente que no lo conoció y no lo olvidan".

Poirot dice que le ha llamado la atención las imágenes, serigrafías, vestuarios y performances que se ven en las manifestaciones y en los muros de edificios como el Centro GAM. "A mí me ha parecido de una creatividad, de una imaginación tremenda. Acá no hay consignas, la gente lleva lo que se les pasa por la cabeza, así como la fachada del GAM en que tú ves puras cosas distintas, hay imaginación".

-¿Qué puede aportar el arte en todo este proceso que debiese concluir con una eventual nueva Constitución o un proceso de reforma?

-Yo creo que en la Convención para la Constitución debiera invitarse a poetas. Necesitamos una mirada de poeta, necesitamos cambiar ese lema espantoso de 'Por la razón o la fuerza', eso es horrible ¿por qué no le pedimos a un poeta que invente un lema nuevo? 'Gracias a la vida', por ejemplo. Nos cambiaría todo un enfoque. El arte es lo que nos va a devolver la alegría, nos va a dar una fisonomía de país que necesitamos.

-¿Usted siente que antes se valoraba más la cultura y las artes?

-Había más valoración por parte de los poderes políticos y universitarios. Los actores, mis profesores en la escuela de teatro tenían rango de profesor universitario. Por ejemplo, la Bélgica Castro, con su jubilación se pudo comprar ese departamento frente al cerro Santa Lucía donde vivió hasta el día de su muerte. Había una dignidad por el trabajo de ellos. No existía la televisión en ese momento, entonces vivían del trabajo del teatro. A los estrenos iba hasta el presidente. Yo ví varios presidentes, desde Alessandri, asistir a los estrenos de teatro, y no solo en el de Universidad de Chile. Había un respeto, una valoración de la cultura. Eso, desgraciadamente, se ha ido perdiendo. Hoy hay más gente trabajando en teatro de lo que había antes, pero somos un mundo marginal. Hay un desprecio hacia la cultura y el arte.

Escritores del pasado y el presente

En estos días, Luis Poirot está preparando un proyecto que se sostiene en el oleaje de la memoria. Se trata de una serie de retratos de 100 escritores chilenos. Algunos son autores actuales que descubre por sugerencias recibidas de cercanos. Otros, son gente como Nicanor Parra u otros cuyas imágenes rescata directamente desde su ingente archivo. Tal como señala, es una conversación permanente entre el pasado y el presente.

"Tengo desde Manuel Rojas, en la misma época del 65, hasta fotos que estoy haciendo esta semana. En marzo voy a terminar de fotografiar a los escritores más jóvenes y en abril me lo voy a pasar viendo estos miles de negativos seleccionando y redescubriendo retratos de escritores que tomé hace 20 o 30 años. Esa es la ventaja de trabajar con película. En lo digital tu borras lo que no te gusta, el negativo es una cosa física que tu tocas, que tienes guardado en unos sobres, en archivadores".

-A propósito de la contingencia ¿no le interesa fotografiar gente de organizaciones sociales o políticos?

-Los grupos políticos no me interesan para nada. Me interesa el mundo de la cultura que alcanzo a hacer, porque tengo un tiempo, una vitalidad y una energía acotadas. Hago lo que puedo.

*

Si algo recuerda Luis Poirot de Víctor Jara son las conversaciones. "Cuando terminábamos los ensayos de Ánimas de día claro, en el Teatro Antonio Varas, yo vivía en Alameda con Brasil con mi madre, y con Víctor nos íbamos caminando hasta allá a las 12.30 de la noche por la Alameda. En esa época nadie pensaba que te podían asaltar. A veces parábamos en un banco, conversábamos de la obra, de cosas personales, de los amores contrariados que tenía cada uno por su lado. Me hacía confidencias, yo le hacía confidencias".

Y agrega.

“Yo he tenido pocos amigos, de verdad. En la vida se tienen relaciones de trabajo o de otro tipo, pero amigos, pocos. Alejandro y Víctor eran amigos. Había compenetración y confianza”.