Coldplay y la historia de Parachutes: el difícil camino hacia la identidad
El disco debut de los ingleses fue el resumen de un aprendizaje de años en que formaron su sonido a partir de una mezcla de intereses, entre la expansión sonora de Radiohead y el estilo de Jeff Buckley. Con canciones sencillas pero emotivas, como "Trouble", "Don't Panic", "Sparks" y el hit "Yellow", la banda se posicionó como una propuesta más quieta y optimista frente al rugido del Nu Metal y las cavilaciones de los nostálgicos de turno. Como lo dicen al cierre del álbum, en realidad, no todo estaba perdido.
Fue durante una noche en el estudio Rockfield, de Gales, en que un incandescente cielo estrellado se levantaba en el firmamento. Los integrantes de Coldplay pasaban el rato mirando las estrellas tras una sesión de trabajo, cuando una melodía llegó a la cabeza de Chris Martin. Ansioso, quiso compartirla a sus compañeros de banda. Lejos de la tensión eléctrica que puede generar un momento así, en realidad parece que fue más bien algo más cercano a un chiste. Cuando Martin entonó, al contrario de su habitual timbre cálido, le salió un carraspeo más propio de Neil Young que de una canción melódica.
Pero al poco rato, Martin y los demás comenzaron a trabajar la melodía en el estudio. Con los aportes de todos, poco a poco delinearon una canción en que se ensamblaron la guitarra acústica, la abrasiva guitarra eléctrica y los ritmos sencillos. Pero faltaba algo. Una palabra. Un concepto que pudiera repetir a en los versos casi al modo de un estribillo. En eso estaba cuando reparó en una guía telefónica de páginas amarillas.
Así surgió “Yellow”. Meses después alcanzará el puesto 4 en el UK Singles Chart y será el primer single exitoso de Coldplay, una banda nueva que buscaba hacerse un lugar en una escena revuelta tras el fin de la era del britpop. Pero durante esa búsqueda, como suele pasar a los nuevos, la propuesta de la agrupación fue largamente comparada con la de otros. Les acusaban de robar a sus contemporáneos, de encantadores pero sin sonido propio y por cierto, no superar la -en términos de Harold Bloom- angustia de la influencias.
Pero en la voz calma de Martin, los ritmos e intensidad controlada del baterista Will Champion, la sobriedad de Guy Berryman en el bajo y en las guitarras inundadas de eco y distorsión de Jonny Buckland, Coldplay halló una identidad en la que habitó en esos primeros días del año 2000. Esa mixtura de intereses fue la que la banda plasmó en las 10 canciones de su álbum debut, el refrescante Parachutes.
Coldplay se originó alrededor de una mesa de pool. Fue en las primeras semanas de de la temporada universitaria de 1996. Según consigna la biografía Viva Coldplay (Omnibus Press, 2010) de Martin Roach, los futuros integrantes de la banda se matricularon en el University College de Londres con diferentes intereses. Chris para estudiar Historia antigua; Jonny Buckland matemáticas y astronomía; Guy Berryman, ingeniería; Will Champion, como su padre, se apuntó en antropología. En una de las fiestas para iniciados, Martin y Buckland se conocieron en la sede de la Unión de estudiantes, mientras compartían una partida de billar.
En esos días, las Spice Girls conquistaban ránkings, portadas y el mercado con su “girl power”; Oasis escribía una de las páginas más gloriosas del britpop con un majestuoso concierto en Knebworth en que reunió a cuarto de millón de jóvenes sedientos de una narrativa propia; en los cines, Trainspotting llevaba a la pantalla historias de una juventud en la era thatcheriana sin futuro, pero con muchas drogas, que hizo gancho con su tiempo; mientras, los aficionados lamentaban la eliminación de la selección inglesa a manos de Alemania en la Eurocopa jugada en casa.
En los pasillos de la UCL, poco a poco, la música unió a Martin y Champion. Sus intereses en común iban sobre U2, los discos solistas de Sting, entre otros. Poco a poco comenzaron a guitarrear juntos y no tardaron en empezar a componer sus primeras canciones. “Conocer a Jonny fue como enamorarse. Podía hacer que todas las ideas funcionen y a veces estábamos escribiendo dos canciones por noche”, recuerda Martin en Viva Coldplay (Omnibus Press, 2010), la biografía del grupo. Poco después, se les sumó Guy Berryman, tras pedirles -con algunas copas de más en el cuerpo- que lo incluyeran. En búsqueda de un baterista, un compañero de Martin en un equipo de hockey llamado Will Champion recomendó a su roomate; el día en que se iban a reunir, el sujeto en cuestión no apareció y Champion, que sabía algunos rudimentos del instrumento, decidió hacerse cargo.
En principio evaluaron llamarse Starfish o Stepney Green. Pero finalmente, un chico de la Universidad, les “donó” un nombre que él tenía considerado para su propia banda, pero que ya no quería usar por considerarlo deprimente: Coldplay.
Un problema
Aparte de tocar en los primeros shows de su nueva banda, e intentar aprobar los ramos, Martin encontró una nueva obsesión durante los días de la UCL. La música del cantautor Jeff Buckley. Su voz poderosa de amplio registro, sus canciones intensas y melancólicas, además de sus covers de Leonard Cohen, The Smiths, Edith Piaf, entre otros, le mostraron una nueva alternativa. Como un resorte sobre un mecanismo recogido en sí mismo, se abrió hacia un nuevo sonido.
Mientras se fogueaban tocando en bares, a menudo para algunos pocos amigos y algún borracho de turno que se subía a molestarlos al escenario, el grupo registró en mayo de 1998 un primer EP de tres canciones titulado Safety, del que solo se hicieron 500 copias. Poco a poco sus presentaciones comenzaron a convocar algo de público, que no quedaba indiferente. Una parte les aprobaba, otra les rechaza porque consideraban que su música sonaba muy parecida a Radiohead y a Jeff Buckley, quien murió ahogado en las aguas de un río en Tennessee en 1997. Y si había un santo patrono venerado en la audiencia indie, quizás después de Kurt Cobain, era Buckley.
Pero los siempre atentos busca talentos ya habían posado sus ojos en el grupo. De alguna forma, aunque no estuvieran del todo pulidos, tenían potencial. “Pensé que Chris tenía algo. Era bastante carismático. Pero el sonido no estaba allí”, recuerda el cazatalentos Dan Keeling, citado en la biografía del grupo, cuando los vio por primera vez.
Keeling logró que el grupo fichara con la compañía Parlophone, la subsidiaria de EMI que a comienzos de los sesentas se anotó el acierto de contratar a los Beatles y que entonces tenía en su catálogo a nombres como Radiohead y Supergrass. Desde el sello, decidieron comenzar con algo más acotado. Por ello, registraron un segundo EP titulado The Blue Room.
Se trató de un trabajo de sonido mucho más pulido que el anterior en que ya se delinean algunas canciones que después se incluyeron en Parachutes: una versión algo más cruda y atmosférica de “Don’t Panic” -una de las primeras canciones de Martin y Buckland-, y “High Speed” -muy similar a la del álbum-.
Pero la presión por el paso a una compañía de mayor renombre, la exigencia de resultados de ventas y de un mayor nivel profesional en el estudio, hizo que las sesiones fuesen particularmente tensas. “Las cosas iban mal en el estudio y le dije a Will que era su culpa. Estuvo fuera de tiempo una vez y le dije que era una mierda”, le dijo Chris Martin a la revista Q. El mal genio del vocalista en sesiones posteriores se convirtió en un problema. Como sucedía por entonces, eso dio origen a una canción.
“Oh no, ya veo/Una telaraña está enredada conmigo/Y perdí la cabeza/Y pensé en todas las estupideces que dije”, canta Martin mientras toca el piano en “Trouble”, una suave balada mid tempo, caracterizada por su arpegio de introducción que se mueve según la progresión de acordes. En la letra, repite el truco de “Yellow” de usar una palabra para sostener partes de la canción.
"Hubo algunas cosas malas en nuestra banda...la canción trata sobre comportarse mal con alguien realmente amo y ciertamente estaba haciéndole eso a algunos miembros de la banda -recuerda Martin en la biografía-. Supongo que se trata de un momento en que estaba siendo un poco imbécil".
El guiño a Buckley
El EP The Blue Room se lanzó con 5000 copias. Merced a una fuerte actividad en tocando en vivo y el apoyo del sello, el trabajo consiguió algo más de repercusión e incluso les valió sus primeras reseñas en la prensa musical inglesa.
Pero en la discográfica había algo de preocupación. Sí, eran simpáticos, tocaban bien, Chris tenía carisma, pero sentían que el EP no captaba la fuerza que el grupo tenía en vivo y peor aún, no tenía un single que fuera un éxito seguro. Pero eso, estaba por cambiar. En marzo del 2000 lanzaron una nueva canción, “Shiver” la primera en lograr cierto éxito ya que alcanzó el puesto 35 en el UK Singles Chart. Poco a poco, lo estaban logrando.
Aunque durante un tiempo se dijo que esa canción estaba inspirada en la cantante Natalie Imbruglia, Martin lo desmintió. Con su habitual misterio, dio a entender que solo la destinataria de la canción sabía que lo era y no había que darle más vueltas al asunto. “Simplemente encuentro todo esto realmente divertido -dijo en una conferencia de prensa, citada en la biografía-. Es solo una canción. No tengo nada que decir sobre estas canciones”.
Pero algo llamó la atención de “Shiver”. En sus guitarras arremolinadas y los cambios de patterns de ritmo había un guiño a la música de Buckley. Por ejemplo, en su estructura guarda cierta similitud a la de “Grace”; una introducción con guitarra limpia de sonido filoso, luego suma una distorsionada junto a la batería, para luego estallar en las partes instrumentales casi a modo de estribillo.
“Esa canción es un guiño directo a Jeff Buckley -reconoce Martín-. Ciertamente no estaba escuchando nada más que a Jeff Buckley cuando escribimos esa canción, así que sí, es la estafa más flagrante, pero sigue siendo una buena canción, y por eso la guardamos”.
Dos meses más tarde, en mayo, Coldplay debutó en el famoso show televisivo de Jools Holland, lo que contribuyó a posicionarlos en la audiencia. En la ocasión no se guardaron nada y tocaron su material más nuevo y del que tenían más expectativas: “Shiver” y una canción compuesta poco tiempo antes durante unas sesiones en Gales, “Yellow”.
Justamente, entre septiembre del 99′ y mayo del 2000 el grupo trabajó en estudios de Liverpool, Londres y Gales, los temas de su disco debut, con Chris Allison (The Beta band, Plastilina Mosh, The Wedding Present) en la producción. Incluyeron los dos sencillos ya lanzados y dos temas del EP The Blue Room. Originalmente pensaron en llamarlo “Yellow” o “Don’t Panic”, pero finalmente se inclinaron por “Parachutes”, el nombre de una breve pieza de 46 segundos (probablemente una canción inacabada) que a juicio del grupo sonaba más esperanzadora.
En las sesiones de grabación trabajaron una nueva versión para “Don’t Panic”. Consiguieron una sonoridad más limpia y reposada, en que destacan las estiradas de Buckland con el slide en la guitarra eléctrica con algo de delay (un truco que va desde “Fade into you de Mazzy Star, hasta “Silver soul” de Beach House), además de un órgano como colchón sonoro.
Otro momento del álbum al estilo Buckley está en la pista cuatro, “Sparks”. Una canción reposada, de estructura simple verso/coro, sin mayores cambios de dinámica, en que Martin le canta a un amor que se aleja (Eres tú en quien me apoyo/Eso es lo que hago/Y sé que estaba equivocado/Pero no te decepcionaré). En el estribillo estira las notas agudas, más menos en la forma en que lo hacía el californiano.
En el cierre del disco está la optimista “Everything’s Not Lost”. Un tema de siete minutos que incluye un track oculto “Life is for living”. Tocada al piano, va ganando un cierto aire épico con las guitarras punzantes de Buckland y el coro pegadizo a la manera de una “Hey Jude” indie. Para el final deja un largo coro con vocación de estadios (“Vamos, yeah, no todo está perdido”), que divide la canción y les deja una imagen de tipos encantadores que en su momento se relacionó con el ideario de U2. Ellos no renegaron la comparación. Años después en un número de Rolling Stone sobre 50 figuras del rock que cambiaron la historia, defendidas por otros artistas, Martin escribió una apasionada defensa de los irlandeses.
Tras culminar el trabajo, el grupo salió inmediatamente de gira. En junio, el single “Yellow” salió a la venta. Según Roach, en la banda estaban confiados en que era una gran canción y apostaban que podía alcanzar un mejor rendimiento que “Shiver”, quizás incluso ser un Top 20. Con cada concierto llegaba más gente y la respuesta a su repertorio era cada vez mejor. Pasaban por ese instante cuando algo en el aire anuncia lo que va a suceder; un limbo en que estaban a punto de ser realmente populares. Kurt Cobain decía que, precisamente, ese era el momento más emocionante para una banda. Él no sobrevivió a la fama. Pero al menos Coldplay, con dificultad, lo pudo sobrellevar.
Una noche tras su primer show en Holanda. Harvey llamó a Chris al hotel para contarle que “Yellow” había alcanzado el puesto 4 del UK Singles Chart. El músico no lo pudo creer. Era un enorme logro para una banda que apenas había publicado su primer álbum. Simplemente, fue el hit del verano. La revista Q le dio el título del single del año. En NME obtuvieron el segundo puesto, pues les ganó “The Real Slim Shady”, de Eminem. Incluso, Elton John dijo que era la única canción de los últimos cinco años que le hubiera gustado escribir. En Chile, la radio R&P le hizo una recordada versión para sus Raras Tocatas Pencas (”No había na’ de hielo”, decía el coro). Fue ese momento, en que el grupo dejó de ser una promesa para entrar al mainstream.
En total, hasta la temporada navideña, el disco vendió casi 1,6 millones de copias. Melody Maker lo calificó, derechamente, de obra maestra. Ese reconocimiento poco a poco los consolidó como un contrapunto en un momento en que los pesados riffs del Nu Metal de la costa oeste de EE.UU copaban las radios y MTV. Y además los puso a la cabeza de una nueva oleada de bandas inglesas que tomaban distancia de la euforia del britpop. Un año antes, los escoceses Travis habían logrado dar el golpe con su celebrado The Man Who, y en un breve tramo de su gira, Coldplay fueron teloneados por otra banda que poco a poco daba que hablar por sus shows intensos y su potencia eléctrica. Se llamaban Muse.
Y aunque hubo críticos por su estilo calmo y optimista (Alan McGee, de Creation Records, dijo que la música de Coldplay era “para mojar la cama”), con Parachutes, la banda se instaló como una fuerza con su propio peso. Sencillamente, estaba bien poner las emociones en el frente a base de buenas canciones. Aunque tuvo sus costos. Para Martin fue duro. Ello influyó en el carácter más introspectivo de buena parte de su siguiente disco, el celebrado A Rush of Blood to the Head. “Cuantas más personas nos quieren, más personas parecen odiarnos, y es algo con lo que nadie te dice cómo lidiar. Mucha gente parece tomarse realmente en serio que lo estamos haciendo bien, y odio eso...No somos políticos malvados tratando de estafar al mundo entero”.
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