La persistencia de la memoria: Dalí y los relojes derretidos del surrealismo
Inspirado por la ingesta excesiva de queso camembert, Salvador Dalí dio forma a una de sus pinturas más célebres. Conocida por la imagen de los relojes blandos, es una obra de fuerte simbolismo en que la máquina de precisión, que representa el tiempo férreo, es reconvertido a punta de imaginación e imágenes del inconsciente en algo moldeable y ligero.
Gala se sentó frente al cuadro y lo miró por un breve instante. En ese lapso de tensa espera en que ella buscaba las palabras para emitir algo similar a un veredicto, Salvador se mantuvo silente. En las últimas dos horas consiguió despejar dudas y había acabado una pintura en la que se había estancado. Ella lo miró con sus breves ojos almendrados y pronunció: "Nadie que vea esta obra la va a olvidar nunca".
En principio, el artista catalán había pintado un paisaje de Portlligat, el pueblo junto al mediterráneo donde residía. En sus memorias relata que hasta entonces solo tenía un crepúsculo transparente y melancólico, donde se levantaba un olivo de ramas cortadas y sin hojas. Inquieto, sentía que faltaba el concepto que le diera sentido al total. Una idea que le permitiera enganchar obra y espectador. Fue entonces que de súbito, como una latigazo, obtuvo la respuesta.
Cuando ya estaba por desistir, levantarse y dejar su taller, Dalí tuvo una visión. Asegura que vio dos relojes blandos. Uno de ellos, colgaba desde el olivo. La idea lo conmocionó y comenzó a pintar de manera frenética, como impulsado por una fuerza misteriosa que tal como había llegado, podía irse. Le bastaron un par de horas. Acabó la obra mientras Gala, su pareja, andaba en el cine. La persistencia de la memoria, le llamó.
Según él, la inspiración le llegó a consecuencia de llenarse la panza con queso camembert durante el almuerzo. Acaso la textura, el color, su imagen sugerente derritiéndose bajo el sol del mediterráneo, generaron en el artista la visión que de golpe le sacó de la incertidumbre. Y él, que no era de medias tintas, la aprovechó.
"El escenario de la composición es una playa de arena oscurecida que ocupa los dos tercios inferiores de la tela. En el tercio superior, en tonos claros, se unen el azul del mar y del cielo junto al amarillo onírico del atardecer, palidez que también se refleja en el brillo rocoso de los acantilados de la costa, levantados a la derecha del cuadro", explica Miquel Visa en Dalicedario: abecedario de Salvador Dalí(2013, Milenio).
“El Ángel del equilibrio”
Gala era, según Dalí, la razón por la que no había caído a la locura. Era su conexión con lo mundano. Una figura que le proporcionaba sosiego, satisfacción espiritual y carnal, además de compañía y consejo.
"Llamo a mi esposa: Gala, Galuchka, Gradiva, Oliva (por el óvalo de su rostro y el color de su piel); Oliveta, diminutivo catalán de oliva (aceituna). También Lionette, porque ruge, cuando se enoja, como el león de la Metro-Goldwyn-Mayer; también Noisette Poilue-Avellana Vellosa (a causa del finísimo vello que cubre la avellana de sus mejillas); y "campana de piel" (porque lee para mí en voz alta durante las largas sesiones de mi pintura, produciendo un murmullo como de campana de piel, gracias al cual aprendo todas las cosas que, sin ella, no llegaría a saber nunca", la describió él.
Fue durante el soleado agosto de 1929, poco antes que el mundo occidental sucumbiera a la peor de las crisis cíclicas que de cuando en cuando estrujan a la economía mundial, que se conocieron. Ella estaba casada con el poeta Paul Éluard, quien recién había aceptado la invitación de un joven, y vividor, pintor español para visitarlo en Cadaqués, Cataluña.
Apenas la vio, a Dali le intrigó esta rusa diez años mayor que él, que hablaba varios idiomas, conocía a los poetas franceses y participaba del círculo de surrealistas. Aunque por la fuerza de su carácter, algunos como André Bretón simplemente no la soportaban.
“A ella le atrae la extraña personalidad de ese joven artista, tímido, de risa histérica, que oscila entre la locura y la genialidad, que nunca ha tenido relaciones sexuales con una mujer y que está convencido de que un día llegará a triunfar -detalla Josep Playá Masep en Dalí esencial (2018, Libros de vanguardia)-. Para él, Gala representa a la mujer madura, inteligente, que sabe lo que quiere, que conoce París y el mundo artístico al que desea acceder. Quedó fascinado, dijo, desde el día que vio su espalda desnuda en la playa”.
Bastó que Éluard volviera de improviso a Paris, sin ella, para que todo comience a fluir. Gala toma la iniciativa y se acerca. No se separaron más. Sin embargo, el padre del pintor la rechaza. Para él, es inaceptable que su amado hijo esté con esta mujer casada, madre de una adolescente y encima mayor. Sin miramientos, lo expulsa de la casa y lo deshereda. Desde allí la pareja comenzará a errar entre España y Francia. Pero será ella quien le abrirá a Salvador las puertas de Paris, sus galerías, sus cafés y la escena surrealista.
Intenso, Dalí reveló en sus memorias que "ella me ha revelado el principio del placer. Ella también me ha enseñado el principio de la realidad en todas las cosas (…). También me enseñó el 'principio de la mesura' que dormitaba en mi inteligencia. Era el Ángel del equilibrio, el precursor de mi clasicismo".
Detener las manecillas
"La conversión del reloj duro en un reloj blando lleva asociada la voluntad de postergar el tiempo, de crear un tiempo íntimo y personal. El reloj blando rompe con la norma establecida. De la pautada exactitud se pasa a la incertidumbre que comporta consigo, inevitablemente, la libertad -explica Visa-. El tiempo blando ya no viene determinado sino que lo marca el propio individuo, hecho que comporta, en la mayoría de las ocasiones, la aterradora capacidad de decisión. Más que de un tiempo eterno, la obra parece hablarnos de su inexistencia, de la falta de un tiempo que dicte sus normas y acciones sobre la oscura playa"
Si algo tiene el arte de Dali es su capacidad para mezclar ideas. Al reloj, un aparato de precisión, frío, rígido, matemático, símbolo de la era industrial, lo convierte en una expresión líquida, blanda. Acaso como metáfora de los tiempos de crisis que vive. La modernidad líquida, tomando el título del libro de Zygmunt Bauman. Una expresión de la caída de las certezas y la fe en el progreso del hombre, a punta de cañonazos, lluvias de gas mostaza y bombazos repartidos a destajo durante la “Gran guerra”.
"La máquina se ha humanizado, es un tiempo flexible, capaz de alargarse hasta lo eterno, eternidad ya sugerida por la cualidad de la atmósfera representada: el mar, el acantilado, el olivo seco, la iluminación árida, el tiempo detenido... A esta ambientación hace referencia el título de la obra: es la persistencia de la memoria en lucha contra el tiempo rígido que nos quiere esclavos", agrega Visa.
La mente también gana importancia como fuente de sentido. He allí uno de los puntos que conectan al surrealismo con el psicoanálisis. Por eso Dalí se entregó sin más a la visión que conectó con el atracón de queso de aquel día. “El tiempo es vencido por la parte inconsciente. El reloj encima de este rostro blando se adapta a su sueño, a su memoria, en contraposición a la dureza del reloj vuelto de revés —significativa disposición— que no se adapta, que no persiste -explica Visa-. Al no persistir en la memoria, este reloj duro se podría situar fuera de ésta, por encontrarse todavía en un futuro por suceder o en un presente inmediato y sin tiempo de incorporación. Las hormigas, carcomiendo este futuro o presente inmediato, podrían indicar la hormigueante inquietud por el siempre impreciso devenir que, irremediablemente, terminará por devorarnos”.
Fueron 250 dólares los que pagó Julien Levy por ese cuadro extraño de unos relojes blandos que acababa de ver en la galería Pierre Colle. La profecía de Gala se cumplió. Dalí está extasiado. Expuso allí entre el 3 y el 15 de junio de 1931, en la primera de las cuatro exhibiciones que hizo allí hasta 1932, gracias a los oficios de Gala como agente y hábil negociadora con los marchantes de arte. Además de La persistencia de la memoria presentó otros cuadros como Guillermo Tell, La memoria de la mujer-niña y La profanación de la hostia.
En esta etapa su arte es intenso y gira en torno a tres ejes: la obsesión por Gala, el repudio paterno y el rechazo visceral a lo religioso. También recurrió a las visiones de Portlligat, que usará de fondo para algunas de sus composiciones. Desde entonces su nombre se hizo recurrente, y las negociaciones de Gala -con quien se casará en 1932 ante el ayuntamiento de Paris-, le permitirán disfrutar de un mecenazgo. Su distancia con los surrealistas más férreos -como Bretón, Tzara y Crevel-, a causa de su protagonismo y sus constantes provocaciones -por ejemplo usar la figura de Lenin- le valdrán un intento de expulsión del grupo. Zafa por poco. Pero su vínculo con el surrealismo se desdibujó para siempre.
“Dalí pinta un tema recurrente de la tradición pictórica, la soledad del hombre y del artista —seres mortales marcados por la opresión, trágica y turbadora, del tiempo— acentuada ante la inmensidad de la naturaleza -concluye Visa-. La persistencia de la memoria, que el título contrapone al dictado ineludible del tiempo, remite a un tiempo subjetivo y a una vivencia íntima que el reloj no puede poseer. Esta férrea ley de medición mecánica tan sólo podrá doblarse a través del arte”.
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