El 5 de abril de 1964 y en medio del rodaje de la comedia Bésame, tonto, el actor Peter Sellers fue a parar al hospital Cedars-Sinai de Los Angeles tras sufrir una seguidilla de ataques cardíacos provocados por las drogas estimulantes que ingirió antes de ir a la cama con su nueva esposa, la sueca Britt Ekland. Para suerte de ambos, los doctores estadounidenses estabilizaron rápidamente al comediante, quien no estaba contento con la película que filmaba y aprovechó el alta médica para largarse a Londres.

En el otro lado de esta historia, el director Billy Wilder quedaba con las manos vacías y sin actor para su largometraje. De temperamento fuerte y con un sentido del humor que podía competir con el de Sellers, el formidable realizador de La comezón del séptimo año comentó tiempo después que no creía en la enfermedad del inglés. “¿Ataque al corazón? Para eso, hay que tener uno”, recordaría con sorna.

La verdad es que la condición cardíaca de Peter Sellers era real, pero también lo eran su carácter impredecible, sus cambios de ánimo, su perfeccionismo maníaco, su celopatía, su genio en el humor y su tendencia hacia la autodestrucción. Muchos años después, con varios kilos menos en el cuerpo y mucho más dinero en la cuenta bancaria, Sellers murió de un ataque al corazón con sólo 54 años en una habitación del hotel Dorchester de Londres. Era el 24 de julio de 1980 y estaba cansado mental y físicamente: ese año había perdido el Oscar a Mejor actor por la comedia dramática Desde el jardín, una de sus mejores actuaciones.

Recordado por el público por las cinco películas de la serie de La pantera rosa (desde 1963 a 1978) en que hizo del torpe aunque siempre victorioso inspector Jacques Clouseau, Peter Sellers sigue siendo uno de los grandes de la comedia del pasado siglo. Gran parte de su talento residía en su capacidad para cambiar de tono, de personaje y de matiz ante el más mínimo estímulo. Fue esa destreza la que le granjeó el aprecio de Stanley Kubrick, quien le dio el rol de Quilty en Lolita y nada menos que tres personajes al mismo tiempo en Doctor Insólito.

Casi al mismo tiempo comenzó a colaborar con Blake Edwards, que le entregó el personaje del policía francés Clouseau y para el que también fue el hilarante extra indio Bakshi en La fiesta inolvidable. En los rodajes con Edwards aparecieron los primeros síntomas de su inestabilidad emocional y de sus cambios de humor, características que mancharon su brillante carrera.

Un camaleón

A propósito de los 40 años de su muerte, la BBC estrenó en mayo el documental A State of comic ecstasy, tomando prestado su título de una expresión utilizada por Kubrick para referirse al actor. La producción se puede ver por estos días en la plataforma de YouTube y desde Londres su director John O’Rourke se refiere a su honorable compatriota.

“Peter Sellers era un camaleón y podía desempeñar cualquier papel, asumiendo todas las nacionalidades, aparentemente sin problema alguno”, comenta el realizador. Al mismo tiempo le da relevancia a otros aspectos: “Creo que la palabra volátil es la mejor tanto para hablar de su temperamento personal como de su genio artístico”.

Desde el otro lado del Atlántico, su biógrafo Ed Sikov agrega luces sobre su formación: “Aunque el sentido cómico de Peter Sellers es universal, sólo se puede entender como un talento criado al alero de Gran Bretaña. Su capacidad de interpretar a diversos personajes se desarrolló en la radio, institución mucho más importante en el Reino Unido que en Estados Unidos. Su construcción de caracteres y sus imitaciones se realizaron a partir de su voz, eso es pura radio”.

Sikov también alude a su psicología: “El acostumbraba a decir que no tenía personalidad alguna y que se apropiaba de distintas características de otros para utilizarlas de acuerdo a su conveniencia”.

El responsable del libro Doctor Strangelove, comenta además qué pasaba tras bambalinas en sus cintas con Blake Edwards: “No tuvieron la mejor de las relaciones y sólo empeoró con el paso del tiempo. Ambos tenían una personalidad fuerte. Lo que se veía divertido en sus películas no correpondía a la realidad de los rodajes. Llegó un momento en que se comunicaban sólo a través de intermediarios: Edwards le comunicaba mediante un mensajero a Peter Sellers cómo se debería decir un parlamento y éste le decía lo contrario a través de ese mismo intermediario”.

Sus tempranos filmes con Stanley Kubrick en 1962 y 1964 lucen como una breve calma antes de la tormenta. “Lo interesante es cómo Kubrick trató a Sellers: el director era famoso por exigir docenas y docenas de tomas, pero con él capturó su actuación desde todos los ángulos con múltiples cámaras y sólo le pidió dos o tres tomas: sabía que su rendimiento se deterioraría inevitablemente a medida que avanzara el día”.

Casado en cuatro oportunidades, el británico siempre se rodeó de mujeres atractivas y tres de sus esposas fueron modelos y actrices, la última de las cuáles (Lynne Frederick) heredó sus seis millones de dólares.. “Tenía la extraña costumbre de proponerles matrimonio solo unos días después de la primera reunión. Britt Ekland nos dijo que era una persona encantadora cuando comenzó a cortejarla, pero luego, ya casados, era diferente, muy distante y era casi imposible tener una buena relación”, dice O’Connor.