Los libros le parecían objetos extraños. En la comunidad de Quecherewe, en la precordillera de la IX Región, Elicura Chihuailaf oía los cuentos de su abuela en mapudungún. Hijo de maestros rurales, con su familia aprendió que los árboles y los pájaros, el viento y la lluvia hablan. Junto al fogón escuchó las canciones y las adivinanzas de su gente. De ese modo se conectó con la poesía, y cuando viajó al internado de Temuco, en la adolescencia, comenzó a escribir. “Tenía 15 años. Empecé a escribir por nostalgia, mirando los castaños de la avenida Balmaceda, la llovizna, ni siquiera pensando en los libros”, dice.

Hoy, Elicura Chihuailaf (1952) es autor de una destacada obra poética, reconocida con numerosas distinciones y traducida al francés, inglés e italiano, entre otras lenguas. A través de poemarios como De sueños azules y contrasueños, el ensayo Recado confidencial a los chilenos y las memorias La vida es una nube azul, el poeta ha dado voz a la memoria de sus ancestros y abrió también un diálogo con la sociedad chilena.

Por tercera vez, la Universidad de La Frontera presentó la postulación de Elicura Chihuailaf al Premio Nacional de Literatura. El galardón, el más importante que entrega el Estado a los escritores, se falla en agosto, y entre los nominados también están Rosabetty Muñoz, Elvira Hernández, Carmen Berenguer, Claudio Bertoni y Tomás Harris.

La candidatura del poeta mapuche ha logrado amplia adhesión de artistas, académicos, músicos y escritores. En una carta de apoyo, ellos afirman que “sus libros y su activismo cultural y a favor de la biodiversidad, abren cada día caminos y posibilidades para otras formas de imaginar nuestras vidas, en una época de profunda crisis civilizatoria”.

“Me ha emocionado mucho”, dice Elicura Chihuailaf a través del teléfono. El poeta se encuentra en Asturias, esperando el momento para regresar a su tierra. Tras cumplir actividades literarias en Francia y España, y cuando se aprestaba a viajar a la bienal de Sidney, en Australia, la pandemia lo alcanzó en Madrid. Pasó el momento más crítico de la emergencia en Barcelona, y desde fines de mayo se encuentra a las afueras de Oviedo.

Rodeado de colinas, árboles y pájaros, el poeta está en un entorno que le recuerda el paisaje de su comunidad. Pero extraña volver a casa. “Esto es como un extraño exilio, con el tiempo uno comienza a añorar su territorio, las personas, las bandurrias, las voces, los esteros, los bosques”, cuenta.

En este período, Chihuailaf ha reflexionado en torno al sentido de la pandemia: “Creo que a todos nos ha servido esta dura advertencia de la naturaleza, aunque no la hayamos generado nosotros. La naturaleza nos ha dado una nueva oportunidad que es tomar la senda del buen vivir. Ahora, los pueblos nativos de todo el mundo y los pueblos nacionales profundos lo han hecho toda la vida, no son ellos los depredadores de la naturaleza”.

-¿Cuál es esa advertencia?

-Consiste en tomar el camino del buen vivir, que significa asumir el desarrollo con la naturaleza, no contra ella. Los pueblos nativos y nacionales siempre han sido cuidadores de la naturaleza. Yo creo que la pandemia nos deja una gran lección, que es necesario tomar ese camino, y hacerlo significa establecer alianzas entre los vulnerados y vulneradas para construir un país más justo y que logre democracia real, porque la democracia no ha existido para los pueblos nativos ni para el pueblo chileno profundo. Conversar, porque la conversación es un acto de subversión en el mejor sentido. Entonces creo que es una tarea poética tomar lo mejor que habita en cada uno de nosotros y ponerlo al servicio del buen vivir colectivo.

La bandera con los colores mapuches se distinguió en las movilizaciones del año pasado. Elicura Chihuailaf piensa que responde a una mayor empatía con su pueblo y espera que ella conduzca también a un mayor conocimiento. “Creo que hay una intuición, y por eso están presentes las banderas mapuches, de que los pueblos nativos estamos en la memoria de cómo debe desarrollarse cada territorio. Creo que la memoria de ser nativo despertó en Chile, porque no hay ningún ser humano que no provenga de un pueblo nativo. Lo que demostró el pueblo chileno fue volver la mirada y aguzar el oído para ver y escuchar esa memoria que está en cada habitante de este país”.

“Conversemos, les pido”, escribió en su Recado confidencial a los chilenos. Esa conversación, afirma, ha sido imposible con el poder político, en este y en los gobiernos anteriores. Si bien sabe que la violencia impide el diálogo, observa que la violencia de algunos grupos “es una respuesta a la violencia del Estado. Para terminar con la violencia hay que terminar con la violencia estatal”.

-¿Cómo toma su nueva nominación al Premio Nacional?

-Lo recibo como una posibilidad de apertura de una ventana, que pueda mostrar que hay una hermosa cultura que está girando en las ciudades de Chile. Obtener el premio sería eso: pensar que Chile comience a ser un país más justo, donde se abra una puerta a la conversación. Nuestro pueblo siempre ha querido la paz, Ercilla dio cuenta de ello. Hoy el conflicto lo generan los grupos de poder. Yo creo que obtener el Premio Nacional abriría la posibilidad de poner sobre la mesa nuestros conceptos; es fundamental el diálogo con la naturaleza, y que estemos convencidos de que la naturaleza es un ser vivo; cuando entramos a un bosque podemos escuchar las voces de la naturaleza y hay que entrar con respeto porque ella nos protege.