Parecía sacada de una escena de la Beatlemanía, o de los mejores días de Elvis a mediados de los cincuentas. Apenas la limusina que transportaba a Creedence Clearwater Revival llegó al Hotel donde debían alojar en Düsseldorf, los esperaba una turba. Un grupo de jóvenes que rodeó el vehículo y mientras unos se subían al parachoques, otros comenzaron a moverlo de un lado a otro, con los aterrorizados músicos en su interior.
“Aunque los chicos parecían bastante divertidos, debo admitir que sentí temor”, reconoció el bajista Stu Cook al diario Fifth St. Flash, “de alguna manera nuestro road mánager, Bruce Young salió rápidamente del auto, para regresar después de un respiro de 10 minutos”.
Con la distracción provocada por el road mánager, el grupo pudo salir del auto. Aunque apenas los vieron, los frenéticos fans alemanes corrieron hacia ellos. Lograron zafar por poco, gracias a que los auxilió la policía local. Así, como las estrellas que eran, Creedence eran recibidos en Europa en la quincena de abril de 1970, en que además de presentarse en la Alemania Federal, también recorrieron Holanda, Francia, Inglaterra, Suecia y Dinamarca.
Por entonces, el álbum Willy & The Poor Boys (1969) era Top 10 en Reino Unido. Algunos sencillos como “Proud Mary” y “Bad Moon Rising” se habían colado en los charts del viejo mundo y le dieron visibilidad al grupo gracias a su sonido compacto, sencillo y crudo que debía al rock and roll de primera era. Pero la industria, ávida de etiquetas, rápidamente los tachó de forma particular. “Nos habían etiquetado como una banda de rock & roll revival y la gente pensó que sacaríamos de nuevo la era de los rockeros y los mods”, explicó Cook en la misma entrevista en Flash.
Pero en esos días, su sonido había conseguido buena aceptación. En su número del 18 de abril de ese año, la prestigiosa revista Melody Maker dedicó un artículo de dos páginas al grupo, en que destaca que este tenía el respeto tanto de la ascendiente escena del rock progresivo, como del pop, por su sonido particular. “Es una fusión de cada tipo de música popular desde el blues, al rock, country, al underground, mezclada a fondo de manera muy original”, destaca el articulista, Bob Dawbarn.
Creedence, integrado por el cantante John Fogerty, el baterista Doug “Cosmo” Clifford, el mencionado Stu Cook y el hermano mayor de John, Tom, en la guitarra rítmica, estaban en el comidillo de la industria. Cuando aparecieron en la páginas de Melody Maker solo habían pasado cuatro días desde un evento que impulsó su reconocimiento; la presentación en el legendario Royal Albert Hall, de Londres. Un teatro emblemático acaso uno de los templos de la música popular, en que se habían presentado monstruos como Cream, los Rolling Stones y unos ascendientes Led Zeppelin. Totalmente conscientes de la presión sobre ellos, los cuatro californianos salieron a escena a demostrar el poderío de su “fusión”.
A pesar de los problemas con la iluminación, la banda -que apenas sonreía en escena- despachó un show extraordinario, que la prensa no dudó en alabar. “Tocaron con una precisión y claridad asombrosas, con John Fogerty arrancando frases de la guitarra que eran aún más poderosas por su aparente simplicidad”, detalló el crítico Alan Lewis en su reseña para Melody Maker.
Tras completar la gira en la primavera boreal, el cuarteto volvió a casa ungido como el nuevo fenómeno musical que salía desde EE.UU. Una banda sencilla, sin mayores artilugios, sin un frontman como Jagger ni un solista como Jimmy Page, se había consolidado en la industria merced de sus buenas canciones y su aspecto de personas comunes de la clase trabajadora. Pero ante todo, eran prolíficos. Mucho.
A dos años de su debut en 1968, los Creedence editaron cuatro discos, posicionaron cuatro singles en el Top 10, lograron dos números 2, se subieron al escenario de Woodstock -de madrugada-, la revista Rolling Stone los reconoció como la mejor banda estadounidense de 1969 y facturaron ventas millonarias. Según ellos, el secreto es que eran trabajadores. Unos obreros del rock. “Nosotros estábamos compitiendo con los mejores del mundo -recordó Fogerty años más tarde, en una cita de la biografía no autorizada Bad Moon Rising (Chicago Review Press, 1998), de Hank Bordowitz-. Estaban los Beatles, los Rolling Stones, los Who. Todo lo que tenía era mi bandita, no tenía dinero, ni equipos, ni nada. Todo lo que teníamos eran las canciones”.
La ley de Fogerty
A fines de 1969, unos meses antes de embarcarse a Europa, Creedence registró dos nuevas canciones para el mercado de las fiestas de fin de año. La primera era un frenético rock and roll de dos minutos que Fogerty cantaba con furia, “Travelin’ Band”, se llamaba. Una canción con guiños a los temas de viejo cuño de Fats Domino o Little Richard (de quien hicieron una poderosa versión de “Good Golly Miss Molly”), que introdujo una novedad que no pasó desapercibida; la incorporación de un saxofón tocado, era que no, por el mismo Fogerty.
“Sentía que a ‘Travelin’ band’ le faltaba un saxo -le dijo Fogerty a Melody Maker-. Yo solía tocar un poco, así que arrendé uno, saqué la escala y toqué la parte de saxo. Hasta ahora no hemos usado músicos de afuera en nuestros discos, y dudo mucho que lo hagamos”.
No era una declaración casual. Por esos días, la palabra de John Fogerty era la ley en Creedence. Con solo 25 años, era el compositor principal de todos los temas de la banda, además de vocalista, guitarrista solista, productor y hasta mánager -amén de sus camisas a cuadros dos décadas antes que Kurt Cobain-. Incluso impuso sus reglas para los shows: estableció que el grupo no haría el clásico “bis”, o salida para hacer uno o dos temas más tras despedirse del público. Simplemente, tocaban su set y se marchaban. En el Royal Albert Hall, por ejemplo, lo hicieron así; doce canciones, y adiós.
“John sentía firmemente que los ‘bises’ se habían convertido en un gesto vacío por parte del público y de los artistas”, señala Bordowitz. Una decisión que aunque fue respaldada en público por el correcto baterista Doug Clifford, no era compartida por el resto del grupo. Poco a poco, se gestaban las tensiones subterráneas que acabarán con la banda poco menos de dos años más tarde.
Efectivamente, en la carretera, Creedence era una banda poco convencional. No solo por su poca disposición a hacer bises, sino que además porque eran muy poco dados a la juerga o al consumo de drogas, panorama habitual de varias leyendas de la época. Estaban muy lejos de las noches de groupies de Led Zeppelin o las fiestas hasta al amanecer regadas de alcohol y cocaína de los Rolling Stones. “Creedence ha desarrollado una reputación como banda recta -explica Bordowitz-. Los informes sobre la vida salvaje en la ruta que caracterizaron a muchos de sus compañeros de gira, como las legendarias escapadas de Keith Moon de conducir autos a las piscinas, nunca se vieron en las giras de Creedence”.
Según Tom, el grupo tenía plena conciencia de que para dar un buen show, debían presentarse lúcidos. “Nosotros nos cuidamos mucho. Y funciona. Cuando estás en el escenario por 20-25 minutos, es el momento de la verdad. Es mejor que estés listo. Nosotros creemos en mantener nuestras cabezas con descanso y un poco de tranquilidad. Así, todos estarán listos”.
Aunque no faltaron las travesuras. Una vez al periodista Robert Hilburn, que los acompañó a una gira por Rolling Stone, le enviaron a una chica a su habitación debido a que era muy tímido con las mujeres. “Si no era groupie, no quería que se sintiera mal. Así que allí nos quedamos, mirándonos y diciendo banalidades sobre música”, recuerda el reportero en su libro Desayuno con John Lennon y otras crónicas para la historia del rock (Turner Publicaciones, 2010). Años después, con la banda disuelta y sus integrantes enemistados hasta la médula, “Cosmo” Clifford se lo sacó en cara cuando en su opinión, consideró que Hilburn se ponía del lado de Fogerty en sus artículos de prensa.
El hombre que no podía detener la lluvia
Había otra canción sonando en la previa a la gira europea y que pasará a ser una de las clásicas no solo del repertorio de Creedence, sino que de la época. Era de esas creaciones que conectan con la audiencia por su capacidad de resumir el espíritu del momento. Era “Who’ll stop the rain”.
En su letra, Fogerty combinaba dos hitos generacionales; el festival de Woodstock -en que se desató una copiosa tormenta- y las bombas que el ejército estadounidense hacía caer en las selvas de Vietnam, más allá del ancho mar. Es decir, usaba los chubascos como una metáfora. “La multitud se apresura y junta/ tratando de mantener el calor/ todavía la lluvia cae a cántaros/ cayendo sobre mis oídos”, canta John con su voz estridente. “Y me pregunto/ aún me pregunto/ ¿Quién parará la lluvia?”.
“Traté a propósito de ser más simbólico que literal respecto a las cosas que estaban ocurriendo -le explicó Fogerty a Rolling Stone-. Ciertamente estaba hablando sobre Washington cuando escribí esa canción, pero recuerdo ir a casa con el master de la canción y ponerlo. Mi hijo Josh, que tenía cuatro años por ese entonces, después de escucharla por primera vez me dijo: ‘papá, por favor, detén la lluvia’”.
En sus recuerdos sobre la sesión de grabación, el ingeniero Russ Gary señala que Stu Cook y Tom cantaron los coros, y este último además grabó una pista de guitarra acústica. Por lo general, el grupo grababa pocos overdubs (instrumentos adicionales) porque prefería grabar en directo, pero “lo hicieron porque querían involucrarse un poco más”, recuerda Gary en el libro de Bordowitz. Poco a poco, como una serpiente que se enrosca y ataca, la tensión se iba acumulando en el seno del grupo.
El 4 de abril, mientras preparaban las maletas para viajar a Europa, el single “Travelin’ Band” llegaba hasta el lugar 8 del UK Singles Chart. En casa la cosa iba bien, pues el 7 de marzo trepó hasta el puesto 2 del Billboard Hot 100. La cara B del vinilo tenía a “Who’ll stop the rain”.
La fábrica de Creedence
Una vez que volvieron del periplo por el viejo continente, a fines de abril, el grupo comenzó a preparar la grabación de un nuevo disco. Lo harían a su modo; grabando en poco tiempo, con todos tocando juntos en directo. “Básicamente tocamos en el estudio como lo hacemos en persona -explicó Fogerty a Melody Maker-. Excepto, claro, que yo no canto al mismo tiempo al que tocamos la música”.
Para empezar, ya tenían dos nuevas canciones. Fueron grabadas a la carrera en un día, poco antes de partir al viaje, y se lanzaron al mercado mientras estaban de gira; la festiva “Up around the bend” y la serpenteante “Run through the jungle”, un tema que según los músicos, más que su obvia referencia a Vietnam, se refería a la situación de la sociedad en su conjunto. “Definitivamente fue tomada por los chicos en el país -dice Fogerty en el libro citado-. Pero en realidad remarca una metáfora sobre la sociedad americana, como una jungla. Cuando canto ‘doscientos millones de armas están cargadas’, hablo de cada una de las armas que se compran en EE.UU. Estamos en una jungla”.
En el intertanto, el reconocimiento a su carrera les permitió un nuevo salto al agendar dos conciertos -que casi se vendieron en su totalidad- en el Madison Square Garden de Nueva York. “Porque es un suceso fenomenal del mercado de la radio, Creedence Clearwater Revival es una de esas contadas bandas que trascienden sociológicamente a todos los grupos etarios”, escribía la revista Variety sobre el evento.
En junio, el grupo preparó su nuevo álbum. Para ello se sometió a una intensa rutina de ensayos diarios en una antigua bodega acondicionada como sala en Berkeley. El ritmo de trabajo y lo inusual del lugar derivó, a modo de broma, en el título del LP: Cosmo’s Factory. Eficientes como eran, grabaron cinco nuevas canciones en el estudio de Wally Heider en considerable poco tiempo. “Grabamos la música completa de cinco tracks en una sola sesión de ocho horas”, asegura Fogerty en el texto de Bordowitz.
Junto a sus canciones propias, decidieron registrar algunos covers. Por ello suenan “My baby left me”, de Elvis (aunque es original del bluesman Arthur Crudup), introducida por golpes de tambor de “Cosmo” Clifford. Además hicieron versiones para “Before you accuse me”, de Bo Didley, “Ooby Dooby” de Roy Orbison. Nada raro pues en sus discos anteriores ya habían traducido a su particular sonido temas como “Susie Q” (de Dale Hawkins), “I put a spell on you” (de Jay Hawkins), “Cotton Fields” (de Leadbelly), y la mencionada “Good Golly Miss Molly”.
Pero si hay una versión que destaca es su sorprendente interpretación de “I Heard It Through the Grapevine”, la canción popularizada en la poderosa voz de Marvin Gaye, compuesta por Norman Whitfield y Barrett Strong para la factoría de hits de la Motown. En una versión de 11 minutos, Creedence le da un giro más desatado y psicodélico merced a los largos solos de guitarra de Fogerty, una poderosa línea de bajo tocada por Cook y la característica batería marchosa de Clifford.
Ese armado tiene que ver con la forma en que la trabajaron. “Fue una improvisación libre -explica Clifford en conversación con Bordowitz-. Pudimos tocar siguiéndonos el uno con el otro. Lo que hacía era tocar el ritmo de John, no toco mucho con los patterns de bajo. John y yo intercambiamos pequeños ritmos. Si escuchas el disco, la guitarra hace una cosa, entonces haré algo parecido”. Esa dinámica se puede escuchar en otros temas de Creedence como “Born on the Bayou” en que Clifford sigue el arpegio de Fogerty, o los tresillos que ambos tocan en “I put a spell on you”.
Otra jam que acabó incluida en el disco es “Ramble Tamble”, una pieza que juega con cambios de dinámica y de patterns de ritmo, a partir del gusto de la banda -y de John Fogerty en particular- por las guitarras de rockabilly de los cincuentas. Además se escucha el truco del feedback controlado que también suena en “I put a spell on you”. “Como grupo nos sentimos mejor si podemos tocar exactamente en la forma que lo hicimos en la sesión de grabación”, explicó el líder del grupo a Melody Maker.
De esta forma, con clásicos como “Long as I can see the light”, y los singles que ya habían lanzado en el camino, Creedence dio forma al material de Cosmo’s Factory. La portada tiene, precisamente, al baterista en el centro montado en bicicleta. “Yo fui el frontman en esa foto -explica en el libro de Bordowitz-. John siempre se sintió incómodo en ese rol. Era mucha presión sobre él todo el tiempo y quería algún alivio”.
Para el grupo, el elepé fue el punto alto de su discografía. “En realidad puede ser nuestro mejor disco -asegura Fogerty-. Siempre pensé que fue la culminación de todo. Para ese tiempo, Creedence tenía todos esos discos y, mirando hacia atrás, creo que dimos todo en cada uno”.
Cosmo’s Factory salió a la venta en julio de ese año, y alcanzó el primer lugar del Billboard 200 un mes después. El sencillo “Lookin’ out my back door”, se quedó en el número 2 en el ránking de singles. Le ganó la inmortal “Ain’t no mountain high enough”, en la versión de Diana Ross.
Pero la recepción general fue positiva. La crítica, aún embobada con la banda, no escatimó elogios para el disco. “Creedence Clearwater Revival es una gran banda de rock and roll. Cosmo’s Factory, el quinto álbum del grupo, es otra buena razón”, escribió el crítico John Grisham de Rolling Stone.
“Es otro muy buen álbum de un grupo que durará mucho tiempo”, agregó el mismo redactor sin saber que el grupo se separaría un poco más de dos años más tarde, tras estallar la tensión interna que exigió más participación en las decisiones, y por cierto, los siempre peliagudos asuntos de dinero y porcentajes. En octubre de 1972, la máquina de hits de Creedence dejó de andar, pero en realidad ya no funcionaba como antes. Su engranaje sólido se había enredado en aquellos días de gloria.