Un golpecito en cada hombro con la legendaria espada del rey Eduardo el Confesor, bastó para hacer caballero a Paul McCartney la mañana del 11 de marzo de 1997 en el Palacio de Buckingham. El mismo lugar en que los Beatles se jactaron de fumarse un porro de marihuana cuando los hicieron miembros de la orden del Imperio Británico en 1965.
Aunque en adelante podría usar el muy señoresco “Sir”, junto a su nombre, al artista poco le importaban los honores. Ese año pretendía volver a la música, tras cuatro años, con nuevo material. Y más que nunca, su pasado como integrante de los Beatles iba a ser importante.
Dos años antes, Paul lideró el proyecto The Beatles Anthology, en que junto a los otros integrantes sobrevivientes, volvió sobre el ingente archivo de grabaciones registradas por la banda en su carrera; publicaron tres discos dobles con rarezas, produjeron una serie de televisión, un libro con cuñas de sus entrevistas y además se reunieron en el estudio para grabar dos nuevas canciones (“Free as a bird” y “Real love”) a partir de cintas caseras de John Lennon.
Reencontrarse con el pasado le dio un nuevo impulso creativo a McCartney. “Me recordó los estándares de los Beatles y el estándar de las canciones -cuenta en entrevista con EFE-. Fue un buen curso de actualización, y me dio un marco para este álbum. Anthology sacó todos estos recuerdos en los que no había tenido ningún motivo para pensar durante mucho tiempo”.
Esas jornadas escuchando las viejas melodías de los Fab Four, le refrescaron la memoria y de esta forma tuvo un piso donde comenzar. “Una de las cosas que siempre solía hacer con los Beatles era oír nuestro último álbum antes de pasar al siguiente -detalla-. Por ejemplo, escuchaba Rubber Soul. Lo ponía entero, como si fuese un fan. Ahí es donde estamos. Ahí está el listón. Ahora, intentemos saltarlo”.
Por ello es que el nuevo disco tuvo un nombre que lo reencontraba, al menos en el papel, con su antiguo partner creativo. Decidió llamarlo Flaming Pie. Era el recuerdo de una vieja broma. En 1961, previo al segundo viaje de los Beatles al puerto alemán de Hamburgo, el editor de la revista Mersey Beat le encargó a Lennon una pequeña reseña con la historia del grupo. Cuando explicó el origen del nombre de la banda, se fue por la tangente y echó mano a su fértil imaginación. “Un hombre apareció en un pastel en llamas [‘flaming pie', en inglés] y dijo: “Desde este día ustedes son los Beatles con una ‘A'”.
De modo que la inspiración para el álbum Flaming Pie venía de aquellos días componiendo en la casa de la tía de John, en Mendips, o al piano, en la casa de Paul de Forthlin Road. Gran parte del material de la primera época de la banda de Liverpool (como “From me to you” o “She loves you”), se creó en sesiones de 3 o 4 horas con el refuerzo constante de tazas de té. Otras veces, como sucedió con “The Ballad of John & Yoko”, se reunían por la mañana, terminaban el tema y luego se iban directo al estudio a grabar. En un día, ya tenían un single.
“Flaming pie tenía un elemento de eso -afirma Paul-. Tenía bastante del sabor de los Beatles. Siempre hay ecos. No puedes evitarlo. Cuando escribes, eres tú. Y cuando acabas de reevaluar el trabajo de tu vida, te haces una idea de a dónde ir después”.
El viejo método
Siempre inquieto, McCartney se autoimpuso la idea de trabajar un nuevo grupo de canciones tal como lo hacía en esos años; rápido, con chispa. “Rebuscar en la obra de los Beatles para la Anthology le había hecho querer recrear la espontaniedad y la sensación de diversión en el estudio del grupo”, detalla Phillip Norman en su extenso libro Paul McCartney, la biografía (Malpaso, 2016). Y poco a poco, en su vida diaria encontró espacios para hacerlo.
El tiempo que tarda cocinar un almuerzo. Eso fue lo que le demoró a Paul escribir “Young boy”, un tema sencillo que fue el primer single del disco. “La escribí en Long Island en el tiempo que le tomó a Linda preparar el almuerzo (sopa de verduras, cazuela de berenjena y pastel de compota de manzana) con Pierre Franey para un artículo del The New York Times”. En el videoclip sale con Linda y al final hace -como no- el clásico saludo al público como lo hacían los Beatles en sus shows. A propósito de la reedición 2020 de Flaming Pie, se lanzó un EP promocional del tema, que incluye el demo original tocado a la guitarra acústica.
La rutina también le proporcionó al músico algunos momentos inesperados que, como no, aprovechó para poner en práctica el (viejo) nuevo método. “A veces, llevaba a Linda a uno de sus encargos de cocina, y un día en particular, la llevé a una sesión de fotos en una granja en Kent. Me quité de en medio, fui arriba y me inventé una pequeña fantasía para escribir una canción -recuerda en la entrevista mencionada-. Sabía que Linda tardaría unas dos horas en rodar, así que me puse como límite escribir una canción en ese tiempo. Y en ‘Somedays’ sucedió así. Escribí toda la canción en ese tiempo”.
Una vez que la escribió, Paul decidió grabarla. Pero en lugar de reunir a músicos de sesión o a su banda de gira, decidió hacerlo solo. Tal como lo había hecho cuando registró su primer elepé como solista (McCartney, 1970), él mismo tocó todos los instrumentos. Al menos en esa grabación.
“La grabé solo, lo toqué todo, como en [el disco] McCartney, pero cuando estaba trabajando en la versión final pensé que tal vez podría usar un pequeño arreglo, así que llamé a George Martin. ¿Quién mejor para hacerlo?”.
No fue el único invitado que llegó desde el pasado. Durante las sesiones para The Beatles Anthology, el principal aliado de Paul fue Ringo Starr, ya que George Harrison se desentendió del proyecto al poco tiempo y se negó a participar en la grabación de un tercer tema inédito de Lennon.
La complicidad dio sus frutos. En mayo de 1996, Starr se reunió con “Macca” en el estudio de su casa en Hug Hill para grabar dos composiciones bajo la producción de Jeff Lynne, el hombre de Electric Light Orchestra.
Una se tituló “Beautiful Night”. Se trataba de una pieza que databa de mediados de los ochenta que estaba a medio terminar. “Sentía que no tenía la versión correcta, así que saqué esta canción cuando Ringo llegó, y enseguida fue como en los viejos tiempos -recuerda Paul-. Me di cuenta de que no habíamos hecho esto durante muchos años, pero era realmente cómodo”.
La otra fue “Really love you”. Tras acabar con “Beautiful night”, los músicos quedaron con ganas. Entonces decidieron sin más, lanzarse a tocar. Sin un plan, sin presiones. A la manera de novatos que parten tocando en un garaje, pero en el estudio personal de un archiconocido rockstar millonario. “Agarré mi bajo Hofner, él [Ringo] comenzó a tocar la batería y Jeff Lynne entró a la guitarra. Los tres comenzamos a tocar un poco de rhythm and blues. Cuando lo hicimos se lo reproduje a Ringo y dijo: ‘Es intenso’”.
De alguna forma, el viejo método Beatle, ese de los hits que se horneaban de una tirada, comenzaba a funcionar para un rockero senior de 55 años, con muchas victorias, algunas derrotas, pero con otras pruebas muy difíciles por delante.
La desazón
Además de las canciones que trabajó para Flaming Pie (que finalmente tuvo a Jeff Lynne como productor y al guitarrista Steve Miller como invitado), McCartney grabó otras dos que compuso durante los noventas y que estaban aguardando por una oportunidad en el fondo de su archivo.
La balada acústica “Calico skies”, que parece un descarte del Álbum Blanco y se emparenta con otros temas de su discografía como “Blackbird” y “Jenny Wren”, se creó durante un encierro forzado en 1991. Ocurrió que Paul debió viajar junto a su esposa Linda a East Hampton, en Long Island, al funeral de su suegro.
Sin embargo, al llegar los sorprendió el huracán Bob con tal fuerza que debieron pasar una jornada como si estuvieran en otro tiempo: sin luz eléctrica, alumbrados solo con velas y con leña para cocinar. Siempre optimista, Paul pasó el rato con la guitarra acústica. “Quería escribir algo acústico, algo simple que se mantuviera por sí solo y en el que no tuviera que meter la batería o un arreglo”.
La otra es un homenaje. En diciembre de 1995, la primera esposa de Ringo, Maureen, murió a causa de la leucemia. Conmovido, Paul decidió escribirle una balada que tituló “Little Willow”. “Me sentí muy afectado por la muerte de Maureen Starkey y recuerdo haber entrado en una habitación y poner esos sentimientos en esa canción. La fragilidad de la vida está en esa canción”.
Ese mismo mes, mientras enterraban a Maureen, la familia McCartney recibió una noticia devastadora. Linda, la esposa, la fotógrafa, la tecladista de Wings en los setentas e impulsora de una línea de alimentos vegetarianos, estaba gravemente enferma. El diagnóstico no dejaba lugar a dudas: cáncer de mama. Para el músico fue un golpe en extremo brutal; era la misma enfermedad que se había llevado a su madre cuando él era un chico de 14 años.
Por ello, mientras trabajaba en sus proyectos como The Beatles Anthology y luego en las sesiones de Flaming Pie, Paul buscó con desesperación a los mejores especialistas que pudo pagar. Pero el tiempo comenzó a correr en su contra. El primer tratamiento de quimioterapia no arrojó buenos resultados, y aunque todavía tenía algunas apariciones públicas (asistió al debut de su hija Stella como una talentosa diseñadora de moda para la casa Chloé), las energías poco a poco comenzaron a flaquear. De alguna forma, esa pesadumbre por el final inevitable se puede escuchar en el álbum.
“En Flaming Pie había algunas pistas de la desazón subyacente -escribe Phillip Norman-. La fotografía de Linda para la cubierta era un retrato en blanco y negro en el que Paul se veía atípicamente descarnado y angustiado”. Además, a diferencia de otros discos, la participación musical de LInda fue muy acotada. “En los créditos ella solo aparecía en los coros, como si ya no tuviera la energía necesaria para seguir tocando los teclados”, agrega.
El álbum salió a la venta en mayo de 1997. Fue un éxito. Alcanzó el lugar 2 en el Billboard Hot 200 y en el UK Albums Chart, la mejor marca que había conseguido desde Tug of War (1982). A diferencia de las malas críticas que había recibido su anterior disco, Off the ground (1993), esta vez las apreciaciones fueron algo más positivas. “En Flaming Pie, la mirada hacia atrás de McCartney es una búsqueda genuina, como si no estuviera seguro de lo que podría encontrar allí. La confusión se convierte en él, lo que complica su punto de vista típicamente demasiado establecido y le da a Pie una ventaja necesaria”, escribió Anthony DeCurtis para Rolling Stone. Lo calificó con tres estrellas, de cinco.
Pero el éxito no compensó del todo un año difícil para el clan McCartney. A pesar de sus dolencias y sus cada vez más limitadas energías, Linda se mantuvo en activo como pudo; administró su línea de alimentos, grabó algunas canciones y hasta planificó al detalle la primera navidad que su familia pasaría sin ella.
En abril de 1998 no aguantó más y debió guardar cama. El cáncer se había ramificado al estómago. Una tarde el médico le informó a Paul que el final era inminente. Tras conversarlo, decidieron no contarle a ella (tiempo después se lo reprocharía duramente). La muerte se la llevó el 17 de ese mes.
A McCartney le costó un año volver a un estudio de grabación, pero nuevamente, tenía la respuesta entre manos. En Run Devil Run, un álbum de versiones del rock & roll que escuchaba en su adolescencia, repitió la fórmula de grabar en sesiones cortas y rápidas, como lo hacían los Beatles. De alguna forma, comprendió que ya no podía escapar. Ellos siempre iban a estar ahí.