Rafaela Lahore, autora de Debimos ser felices: “Trato de contar todo en imágenes y sensaciones”

Rafaela Lahore

La periodista uruguaya, residente en nuestro país, acaba de publicar su debut en Montacerdos. Debimos ser felices aborda, desde la autoficción, la historia familiar de una abuela, una madre y una hija. En charla con Culto, Rafaela cuenta los pormenores de su escritura, y del premio a la Mejor novela inédita, que le otorgó el ministerio de las Culturas.


“Esta es mi primera entrevista”, confiesa entre nerviosa y risueña la escritora y periodista uruguaya Rafaela Lahore (1985). Del otro lado de la pantalla, recibe a Culto vía Hangouts en el living de su casa. Le da la espalda a un llamativo librero donde sobresale una imagen de los Beatles. La clásica foto que viene en la mitad del booklet del Sgt. Pepper’s lonely hearts club band.

Rafaela vive en Chile hace tres años, y acaba de publicar vía Montacerdos su debut literario titulado Debimos ser felices. Nada mal. País nuevo, primera novela, primera entrevista.

La novela es un entramado que une la historia familiar de tres generaciones, representadas por una abuela, una madre y una hija. Siguiendo con la tendencia de la autoficción, que tan en boga se ha puesto en los últimos años en la literatura, esta historia es basada en la propia vida de la autora.

"Al principio quería hacer algo casi periodístico, de contar cómo fue mi familia para dejar registro -señala Lahore-. Pero a medida que fue pasando el tiempo me di cuenta que tampoco tenía tanto sentido como ser tan estructurada y que estaba bueno poder empezar a ocupar la ficción, jugar con distintas escenas, hacerlas crecer, modificarlas un poco".

Tanto es así, que en la portada del libro, en una foto entrañable aparecen la misma Rafaela, de niña, con su madre y su abuela compartiendo una tarde de sol en la playa, en un verano perdido de su infancia.

Rafaela cuenta que la idea de la novela surgió en 2015, cuando se trasladó desde Montevideo hasta el centroamericano país de El Salvador, para realizar un taller literario que ofrecía la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), a cargo nada menos que de la argentina Leila Guerriero. Una de las periodistas más importantes en habla hispana, dueña de una pluma única y punta de lanza del periodismo narrativo.

"Estuve cinco días ahí, ella nos mandaba ejercicios todos los días, y el último fue escribir una semblanza sobre nuestra madre. Un texto muy cortito", cuenta Rafaela. Así, una vez finalizado el taller, su novio -chileno-, la incentivó a que siguiera desarrollando esa historia.

Ella no estaba muy convencida al principio, pero todo cambió cuando decidió venir a residir a Chile, en 2017. "Me anoté en un diplomado de escritura creativa en la UDP. Ahí había que desarrollar un proyecto, así que dije 'listo, voy a seguir con esto'". Y eso fue Debimos ser felices.

-Esta novela tiene una estructura bien particular, como una serie de pedazos que el lector debe ir uniendo a través de la lectura ¿Qué fue lo más complicado a la hora de construir el relato?

- Justamente eso, es que las posibilidades eran casi infinitas. Qué contar primero, qué contar después, cuándo cortar. Entonces, el tema del orden, dónde empezar fue complejo. Viste que hay varias historias dentro. La de la infancia de la niña, la de la infancia de la madre, la madre y la hija ya de grandes las dos, entonces ir poniendo de forma intercalada esos fragmentos y que tuvieran sentido y que se entendieran fue lo más desafiante. Ahí me ayudó mi editor de Montacerdos, Luis López-Aliaga.

-Hay momentos bien emotivos en la novela, pero siempre los abordas con cierta delicadeza. ¿Siempre los escribiste así o fue algo que surgió en el tiempo?

-Eso es porque en algún momento me interesó llevar la novela hacia la poesía, ¿no? Si bien es narrativa, trato de contar todo en imágenes y en sensaciones. Nunca quise caer en esta protagonista como que sufre todo y no hay mucho juzgamiento sobre las cosas que pasan, que son tremendas, como cosas que le dice la madre. Por lo menos en toda la primera parte de la novela no es como "yo sentí qué", "me pareció que". Como se cuenta desde un testigo externo que mira de afuera y mira lo que pasa. No quería que quedara como muy sentimental o media cursi. Creo que la distancia me ayudaba en eso, para que hubiese más lejanía y no tan desbordada.

En total, Rafaela asegura que la escritura de la novela le tomó tres años, desde principios de 2016 hasta 2019.

Libros, poemas y tangos

Por supuesto, toda creación parte desde una referencia. El caso de Rafaela no es la excepción y señala cuáles son los autores que de cierta forma la marcaron. Como buena uruguaya, no puede dejar de nombrar a dos clásicos de la banda oriental: Juan Carlos Onetti e Idea Vilariño. "Me gusta mucho como esa expresividad que tienen, y también esa cosa gris -que hay en la novela-, de este Montevideo medio perdido, lleno de humedad. Me gusta jugar con eso".

Es que tal como en la novela, su madre era profesora de literatura, por lo que siempre en casa hubo una generosa biblioteca de la cual Rafaela aprovechó siempre para encontrar en aquellos libros una compañía.

"Me acuerdo cuando era chica y no había plata para nada, yo quería una blusa o un juguete mi mamá decía que no, pero le pedía un libro y me decía que sí. ¡Para libros siempre había plata!", cuenta Rafaela.

-Me imagino que si leías mucho de chica, también partiste escribiendo desde ahí...

-En realidad, me lo empecé a tomar más "en serio" en este último tiempo y a raíz de esta novela. Siempre escribí, tenía esta cosa media solitaria. Escribía letras de canciones, poemas, y cuando vine a Chile empecé a hacerlo más sistemáticamente. Hice talleres literarios donde mostré todo eso. Todavía leo mucho y la literatura me encanta.

-Y de Chile, ¿conocías autores antes de venir?

-Antes conocía lo básico, a Neruda, la Mistral, a Bolaño, los nombres más conocidos. Y estando acá he aprovechado de conocer mucha poesía y narradores de mi generación. Y mi generación literaria favorita de Chile es la que está un poco más arriba que yo, la de Alejandro Zambra, Alejandra Costamagna, Lina Meruane, esa literatura me gusta mucho porque me interesa esta narrativa que tiene como cierta poética.

-¿Y Nona Fernández? Ella escribe en ese estilo...

-Sabés que a ella nunca le leí, la tengo ahí pendiente hace mucho. Quiero leer Mapocho.

-Mencionaste a Neruda, a la Mistral, la prosa media tirada a la poesía. Entonces, ¿cuál es tu relación con la poesía?

-Me gusta mucho. Si bien, leo más narrativa en general, la poesía es lo que dispara más imágenes o sensaciones y me dan más ganas de escribir. Contaba en la presentación que muchas veces cuando querés agarrar ese estado de inspiración para seguir escribiendo tomo el Poesía completa de Idea Vilariño. Así al azar, leo algún poema para quedarme con ese ritmo, con esa forma de decir las cosas, eso me ayuda. Esa concentración de sentido que tiene la poesía me interesa. Más allá de la trama, me interesa el cómo se cuenta, y ahí el lenguaje lo es todo.

-¿Otros poetas que te gusten?

-¡Uy!, ¡muchos! Crecí con la poesía española, como Miguel Hernández, Federico García Lorca. Acá en Chile descubrí a Enrique Lihn, a Jorge Teillier, a esos no los conocía. En todo caso, cuando hablo de poesía, para mí no es necesariamente un poema. Por ejemplo, letras de canciones, hay algunas que son como poemas. Hay tangos como los de Alfredo Lepera, uno de los clásicos que me llega mucho. Canciones de Serrat, canciones de Fernando Cabrera, ahí trato de estar atenta.

-Escuchas harto tango parece, en la novela hay un caballo que se llama "Cumparsita", como el clásico tango uruguayo...

-(Ríe) No sé si es algo tan común para mi edad, no es que escuche todos los días, pero a veces me dan como arranques que estoy semanas escuchando tangos. En la novela aparece mucho sí, con lo del caballo y la mamá que en realidad quería ser cantante de tangos.

Fue una mañana en La Vega, a principios de octubre de 2019. Entre tomates, zapallos italianos (4 x mil), manzanas, peras, frutillas, plátanos, papas, carnes, comida de mascotas al por mayor y artículos para el hogar, Rafaela recibió un llamado del ministerio de las Culturas. Al principio pensó que era algo por su trabajo periodístico, ya que en esa mañana había requerido al organismo por un artículo que estaba escribiendo.

Sin embargo, la noticia fue otra.

"Desconfié al principio, y le dije '¿seguro?, a ver, ¿cómo se llama la novela?', me dijeron Debimos ser felices y ahí me puse súper contenta", cuenta aún emocionada Rafaela. Había ganado el premio a la Mejor novela inédita que otorga el organismo estatal. De inmediato, se puso a contarle a todos sus cercanos, con sus bolsas de verduras y frutas en mano.

Un incentivo clave para postular la novela al premio fue Luis López-Aliaga, con quien se encontraba haciendo un taller de narrativa. "En el taller estaba trabajando la novela y él me dijo que sí, presentála, que tiene oportunidades". Tanta era la fe que ya le habían asegurado que ganara o no el premio, en Montacerdos querían publicarla igual.

- ¿Tienes pensada ya alguna próxima novela?

- Tengo una idea muy incipiente de una nueva novela. Tengo claro que va a seguir ahondando en los temas familiares, mi idea es que sea sobre dos hermanos que transitan la enfermedad y la muerte del padre, como que por ahí iría. Ya estoy delineando los personajes y la trama, pero recién empiezo. Acabo de sacar la otra, ¡así que me estoy tomando un tiempo!

Debimos ser felices ya se encuentra disponible en las librerías de nuestro país, y en el sitio web de la editorial Montacerdos.

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