El próximo 10 de septiembre, un día antes de que se cumplan 47 años del golpe de Estado, la canción “Invítame a pecar” popularizada por la cantante de rancheras Paquita la del Barrio se escuchará en alguna de las salas de la isla Lido de Venecia. Será un viaje en el tiempo y en el espacio a los años 90 de Chile, cuando el escritor chileno Pedro Lemebel abría con ese clásico cebolla el programa Cancionero de Radio Tierra. Será seguramente también lo más cercano que el exclusivo público del Festival de Venecia esté del elenco de Tengo miedo torero, la película donde Alfredo Castro canta la canción ante el personaje de Carlos.
Debido a las medidas sanitarias adoptadas por Italia, los responsables de la película no pueden aún asegurar su presencia en el festival de cine más antiguo del mundo. El director Rodrigo Sepúlveda (1959) aclara que desde la Mostra les han insistido que viajen, pero hasta el momento no hay factibilidad. “Ni aunque hiciéramos una cuarentena allá podríamos”, explica. “En un principio estaba la posibilidad de estar todos en cuarentena durante 14 días en un departamento de allá para luego ir al festival. Ahora ni eso existe”, agrega Sepúlveda en entrevista por Zoom.
A estas alturas, sin embargo, la presencia de Tengo miedo torero en la competencia Venice Days del festival es un hito menor dentro de las expectativas de Rodrigo Sepúlveda. Para él lo que importa es su exhibición chilena. Contra viento, marea y cuarentena. Por eso, entre otras razones, se decidió que haya un pre-estreno online a través de Punto Ticket en septiembre, en fecha a anunciar la próxima semana.
La velocidad aceleró desde que el tráiler debutó el 19 de junio y logró 110 mil visitas en una semana. La conclusión fue que había más hambre de la esperada por ver la adaptación de la obra más popular del escritor fallecido en el 2015. Las expectativas han subido como la espuma y la Loca del Frente, el travesti que da vida a la historia, está ya en la retina de muchos. Al menos la Loca en la en la versión de Alfredo Castro.
“Debo confesar que estoy algo nervioso ante el estreno. Un tráiler que promete tanto asusta un poco, pues hay más expectativas”, se sincera Sepúlveda, que entre sus cintas exitosas tiene a Aurora (2014), con Amparo Noguera en el rol de una madre obsesionada con un recién nacido muerto, y Padre nuestro (2006), con Jaime Vadell como un padre que pretende vivir sus últimas horas con la dignidad de un vividor.
Pero además debe enfrentar las expectativas entre los admiradores de Lemebel.
Claro, la figura de Pedro Lemebel es icónica y Tengo miedo torero en particular es un libro muy querido. Me ha tocado reunirme con muchas personas que conocieron a Pedro Lemebel a propósito de la película y uno termina dándose cuenta de que todos en Chile al parecer son expertos en él. Todos los lemebelistas saben cómo fueron las cosas y eso no deja de producir un hormigueo en el estómago. Para contrarrestar todo eso, siempre dejamos en claro junto a Alfredo (Castro) que estamos frente a la adaptación de una novela. Si alguien quiere ir a la fuente, puede leer el libro. Si no, puede ver la película. Siendo una hija de la otra, ambas son diferentes.
¿Se tiende a creer además que es una película sobre Pedro Lemebel?
Me pasó muchas veces que me preguntaban quién hacía de Lemebel en la película. Y hay que volver a explicar que no, que es un largometraje sobre una novela con un personaje que se llama Loca del Frente y que no es Lemebel. Es alguien que al inicio es momia, súper facha, que vive en una buhardilla y que cree habitar el cuerpo de Sarita Montiel.
¿Usted conoció a Pedro Lemebel?
No puedo decir que lo haya conocido, más allá de haberle dado la mano en un par de presentaciones formales. Nada más.
Menos es más
Con una duración que llega a la hora y 33 minutos, Tengo miedo torero es una película que su director fue podando poco a poco, como si se tratara de un árbol demasiado frondoso que sólo debe convencer con lo esencial. Es entendible: el característico lenguaje poético de Pedro Lemebel es infilmable. Cualquier intento al respecto hubiera sido un exceso y es lo que quizás Rodrigo Sepúlveda ya tenía en mente cuando leyó tres veces la novela antes de comenzar el guión. Fueron las tres lecturas de regreso, después de haberla leído cuando fue publicada.
Ambientada en los días previos al frustrado atentado del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) a Pinochet el 7 de septiembre de 1986, la novela describe antes que nada la historia de amor de la Loca del Frente, apodo que tiene que ver con su fascinación inconducente con Carlos, militante del Frente que suele guardar armas y hacer reuniones en su casa. Pero además la obra de Lemebel incorpora descripciones de las vidas en el otro extremo del mapa: la vida de Augusto Pinochet con su esposa Lucía Hiriart y viñetas sobre la sórdida farándula chilena de los 80.
En su interés de que menos fuera más, Rodrigo Sepúlveda desechó las historias de Pinochet y Lucía.
“Fue doloroso, pero mi lógica fue concentrarme en una sola gran historia y no distraer con narraciones que pudieran entorpecer en la trama. Mi forma de trabajo fue más bien dejar lo esencial. Y lo esencial es la Loca”, explica el realizador.
Y ese personaje, la Loca de Alfredo Castro, ya es a su vez multicolor y polifuncional. “Hay como cuatro o cinco personas en ella: está la amiga de sus amigas, la que sale a la calle y se viste como hombre por una vez en toda la historia, la Loca que se prostituye por las noches y la mujer que borda para los militares. Eso significa que su personaje está casi en el 100 por ciento de la trama. No hay lugar a más historias. Las amigas, por otro lado, hacen apariciones breves, casi como un saludo”.
Tan omnipresente es Castro que el resto de los personajes funcionan siempre en virtud de lo que la Loca siente, piense o diga.
¿Pero, cómo se logra mesurar cualquier tentación de exceso? ¿Incluso la que pueda tener Alfredo Castro, acostumbrado como pocos al cine? A través de la política del diálogo, que es el método y amuleto de Rodrigo Sepúlveda.
“Siempre trabajo de forma muy horizontal con mis colaboradores. Escucho mucho. Pero aún así hay algo que siempre tuve claro y que Alfredo entendió muy bien: la Loca no loquea. No tiene tics. Habla como hombre, de forma normal, sin exagerar. Él lo comprendió y después de todo es un actor muy disciplinado, entregado, empezando con su respeto al vestuario que le proporcionábamos, a las 80 extensiones en el pelo y a las tres decoloraciones”, explica.
El sonido de los 80
Prescindir del pilar contingente de Pinochet hace que la película sea menos política que la novela original, pero no por eso los problemas de Chile abandonan la pantalla. Por el contrario, ahí están, a la vuelta de la esquina.
Sepúlveda conoce de memoria la época y fue el primero en recordar la melodía de la década: “Había que captar el sonido de la época, pero sin resultar falsos ni imbuir de falsa nostalgia un período que me parece a todas luces traumático”.
Y hay detalles fundamentales : “La comunicación tenía otra velocidad, otro ritmo. Por ejemplo, el teléfono de la señora del almacén (Amparo Noguera) es clave para que la Loca y Carlos se comuniquen y para que la acción avance. Son cuestiones que no tienen nada que ver con la forma en que vivimos hoy”.
Pero además había protestas y al fragor de ellas es que el personaje central le toma la temperatura a la realidad y pasa de ser pinochetista a rebelde. “Filmamos en julio del 2019 e hicimos muchas escenas de manifestaciones en la Alameda y en otras partes de Santiago. Mi equipo es muy joven y tuve que detallar bastante cómo coreografiar las marchas, armar el panfleteo, recordar las consignas. Alfredo y yo éramos los viejos y los muchachos nos preguntaban como si fuéramos veteranos de la Segunda Guerra. Lo irónico fue que tres meses después vino el estallido y se repitió todo en los mismos lugares que filmamos”.
Con la mayoría de las escenas en el viejo casco de Santiago, Tengo miedo torero es visualmente cálida, como si el calor anímico de su protagonista contagiara a la opción de los directores de fotografía y de arte. Aún así es un Chile sacudido. Literalmente sacudido: “Queríamos un mundo propio, con una estética clara. Es importante mostrar las casas medio viniéndose abajo después del terremoto: así lo recuerdo yo además”.
Los interiores fueron filmados en Compañía con Libertad y los exteriores en Avenida Matta con Víctor Manuel, donde se recreó el cité de la novela. “Contamos con la colaboración de los vecinos, inmigrantes que no tienen idea del Chile de los 80. Fueron muy amables, pues hubo que sacar todas las antenas parabólicas de las casas, eliminar todos los rastros de modernidad”.
Con música incidental bastante llamativa (a cargo de Pedro Aznar, Manuel García y El Cigala), Tengo miedo torero es también una película sobre la banda sonora AM la época. Sobre las despolitizadas emisoras que escuchaba la Loca antes de conocer a su militante objeto del deseo. Esa es su ideología: “Son sus herramientas de seducción. No sería extraño que la Loca haya estado en 1972 en el Blue Ballet (bailarines transformistas) dirigido por Paco Mairena y junto a Candy Dubois. Eso ahora se llama karaoke, pero en ese tiempo era simplemente fono-mímica”.
Por eso Rodrigo Sepúlveda piensa en otra cosa cuando le preguntan por el Festival de Venecia. Piensa en donde está sentado y conversando en este momento: “Esta es una película hecha para los chilenos. Es importante que vaya a festivales, pero lo fundamental es que se vea acá. Ojalá cuando estén dadas las condiciones, tenga funciones al aire libre, en plazas, en municipios, en centros comunales. Ahí es donde he tenido las mejores experiencias de mi vida”.