No lo querían dejar pasar. Un carabinero de guardia del Palacio de La Moneda así se lo hizo saber. Pero Rafael Tarud Siwady no era un hombre que aceptara tan fácil una negativa. Simplemente, corrió al efectivo a un lado y avanzó. “¡Déjeme pasar!”, le dijo haciendo gala de su fuerte carácter, y caminó con paso firme hasta la oficina del ministro del Interior, Patricio Rojas.

Ya era noche cerrada sobre Santiago y los relojes marcaban poco antes de la medianoche. Pero ese día, el viernes 4 de septiembre, se iba a alargar todavía algunas horas más. La gente se arrimaba a cualquier radio o televisor en espera de alguna noticia sobre los resultados de la elección presidencial de 1970. Pero Tarud, ya los manejaba al detalle.

En esa jornada, acaso una de las más célebres en la historia política chilena, compitieron tres candidaturas por hacerse del sillón de La Moneda. Cada quien representaba un sector. El expresidente Jorge Alessandri Rodríguez, por la derecha; Radomiro Tomic Romero, de la oficialista Democracia Cristiana; y en su cuarto intento, Salvador Allende Gossens, desde la alianza de izquierda Unidad Popular. Todos con una historia política. Sus padres habían sido, respectivamente, otro expresidente, un alcalde y un abogado radical y masón.

Portada de La Tercera, 4 de septiembre de 1970.

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Desde su aparición en 1957, con un sondeo sobre el lanzamiento del satélite soviético Sputnik, organizado por el director del entonces Instituto de Sociología de la U. de Chile, Eduardo Hamuy, las encuestas de opinión se asentaron en el panorama político. La elección de 1970 no fue la excepción.

Durante el año se presentaron varias mediciones que anticiparon el triunfo de Alessandri con diferentes márgenes. A dos días de los comicios, Gallup le dio al presidente de la CMPC un 41,5%, seguido de Tomic con un 29%. Sin embargo, todas coincidían en un detalle: ningún candidato obtendría la mayoría simple.

Por ello, en los comandos no pocos masticaban la idea de que sería una elección cerrada. “No teníamos la certeza de que don Jorge ganaba, pero sabíamos que estábamos compitiendo con posibilidades de triunfo”, cuenta el exsenador Hugo Ortiz de Filippi, quien con 33 años era presidente de la juventud del Partido Nacional, y fue activo colaborador (ad honorem) en la campaña del “Paleta”.

Acto de campaña de Jorge Alessandri. Archivo Copesa.

“No, mi padre nunca me comentó de que tenían certeza de que ganaran, sí que la cosa estaba estrecha, porque estaba Radomiro Tomic por su lado. Nunca se confiaron de que estaba la elección ganada”, cuenta el exdiputado Jorge Tarud, recordando a su progenitor, Rafael, quien era el jefe de campaña de la candidatura de Salvador Allende.

“Las elecciones se ganan cuando se cierran las votaciones, de manera que siempre tiene que haber un margen de esperanza -responde Enrique Krauss, quien tras ejercer como subsecretario de Interior y ministro de Economía del entonces Presidente Eduardo Frei Montalva, tomó el mando de la campaña de Tomic-. Pero todos los antecedentes que iban marcando cuál es la tendencia más real, y todo nos indicaba que no apuntábamos”.

Tres nombres para una historia

Como “estudioso, austero y tenaz”, definió la revista Ercilla en su edición 1.817 publicada en abril de 1970, a Jorge Alessandri, el primero en entrar a la carrera -se inscribió en noviembre de 1969-. Un hombre que a sus 74 años, aceptó la candidatura un poco a su pesar. “Yo lo veía un candidato muy a la fuerza. Creo que él, en su fuero íntimo, siempre tuvo duda de la posibilidad de ganar tan clara que le mostraban sus partidarios -recuerda Alberto Cardemil, quien con 25 años trabajó como subdirector de campaña en Curicó-. Reclamaba mucho, las giras le agotaban, era bien mañoso”.

Pero sus cercanos aseguran que una tragedia familiar golpeó el ánimo del candidato; su hermano Arturo murió en Nueva York, en febrero de 1970. “Había una relación muy estrecha entre los dos. Ese golpe emocional para él fue devastador. Incluso hasta pensó en renunciar a la candidatura -recuerda hoy su sobrino nieto, Arturo Alessandri Cohn-. Cuando fuimos a ver al tío Jorge, estaba abatido. Nos dijo que él iba a ser nuestro abuelo, a ese nivel”.

Aunque las encuestas desde el principio registraron un respaldo a su nombre, con todo, la campaña le resultaba en extremo larga y fatigosa. Simplemente, no tenía el carisma de su padre, el legendario “León”, Arturo Alessandri Palma. Hasta que una noche aciaga golpeó su opción.

Jorge Alessandri Rodríguez. Archivo Copesa.

Acababa de llegar de una gira cuando grabó su participación en el programa Decisión 70 de Televisión Nacional, al que se había negado a asistir en otra oportunidad. Por ello en el espacio se le vio cansado y hastiado. Con la venia del comando, el capítulo salió al aire. Pero obviaron un detalle que las candidaturas rivales no dejaron pasar: las manos le temblaban cuando tomaba objetos. Para Hugo Ortíz de Filippi, aceptar la participación en esas condiciones fue un error y así lo planteó en la comisión política del Partido Nacional. “Perdimos muchos votos”, asegura.

Por otra parte, Radomiro Tomic se lanzaba a la aventura presidencial con 56 años y una trayectoria en el Congreso (sucedió a Pablo Neruda en el Senado tras su desafuero en 1948) y como embajador de Chile en EE.UU. Fue uno de los fundadores de la Democracia Cristiana y era reconocido por su excepcional oratoria. En su programa -llamado “Tarea del pueblo”- planteaba puntos en común con Allende, como la nacionalización del cobre. Asimismo, proponía la profundización de las reformas iniciadas por Frei.

Pese a las dudas sobre su triunfo, hubo un detalle que le hizo tener algo de esperanza a Enrique Krauss, aunque con mesura. A la concentración final, en Santiago, hubo una concurrencia elevadísima. La gente copó la Alameda desde Plaza Italia hasta la altura de la Plaza de la Constitución.

Radomiro Tomic, sentado a la derecha. De pie, Enrique Krauss. Archivo Copesa.

“Sin duda, esa fue una concentración inflada, porque era una manera de hacer perder el juicio, y yo creo que las dos candidaturas paralelas, la de Jorge Alessandri y la de Salvador Allende, se hicieron presentes ahí y nos incrementaron la vista -recuerda Krauss-. Por lo menos en el comando que yo coordinaba no nos entusiasmamos demasiado, porque había señales que indicaban que esto era inducido”.

Por su lado, el senador y exministro de salubridad, Salvador Allende, debió bregar duro para imponer su candidatura al interior del Partido Socialista y luego en la Unidad Popular, donde incluso compitió el mismísimo Pablo Neruda, por el PC. Había dudas, pero su nombre tenía peso. “Después de Fidel Castro es la figura de mayor relieve del movimiento izquierdista americano y eso explica que por cuarta vez haya sido designado candidato”, detalló Ercilla en el número ya señalado.

Salvador Allende en campaña. Archivo Copesa.

Por ello, apenas ganada la nominación, “Chicho” -entonces de 62 años- organizó su comando. Tenía el tiempo en contra pues fue el último en entrar en carrera, a fines de enero de 1970. Durante la campaña, cuenta el biógrafo Eduardo Labarca, debió sortear un infarto al corazón que fue tratado en estricto secreto. Por otro lado, en sus concentraciones contó con refuerzos de lujo; la participación de brigadas muralistas y cantautores de la Nueva Canción Chilena como Ángel e Isabel Parra, Víctor Jara, el conjunto Quilapayún, entre otros.

La campaña se caracterizó por la alta tensión política. “Chile, al igual que gran parte de América Latina, vivía por esos años una doble encrucijada: una situación de pobreza material y desigualdades sociales de profundas raíces históricas, y el agotamiento de un modelo de desarrollo, el llamado ‘modelo ISI’ -explica el historiador y académico Julio Pinto-. Súmese a ello un mundo dividido por la Guerra Fría, donde todo conflicto nacional encontraba una caja de resonancia en la pugna entre los bloques capitalista y socialista. Fue una combinación altamente explosiva, que no parecía avenirse con las soluciones intermedias”.

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Si las elecciones de ese viernes 4 de septiembre eran especiales, también lo era el campeonato nacional de fútbol, que en una extraña modalidad, agrupó a los equipos en dos zonas “A” y “B”, con 9 clubes en cada una. Los cuatro primeros de cada zona clasificaban a la Liguilla final que dirimirá al campeón. En esa semana, según informó la clásica revista Estadio -aparecida el día anterior-, quienes lideraban las zonas eran Universidad Católica en la “A” y Unión Española en la “B”.

En Santiago, la mayoría de los partidos se jugaban en el Estadio Nacional. Pero ese viernes, el coloso de Ñuñoa albergaba un duelo que no tenía que ver con el fútbol: era el recinto electoral con mayor número de mesas del país. Ahí se encontraba un joven Lautaro Carmona, con 18 años, quien, como un futbolista, corría de un lado para otro cumpliendo una particular misión. Resulta que como militante de las Juventudes Comunistas era un “enlace”.

Elección presidencial 1970. Archivo Copesa.

“El enlace recibía un resultado de un apoderado que cubría unas 10 mesas, quien a su vez lo recibía de los apoderados de cada mesa. A uno se lo entregaban, y en la forma más veloz posible llegábamos a las puertas del Estadio donde se recogía ese resultado y el partido iba centralizando por comuna, nivel regiones, en la sede que estaba en la calle Teatinos”, cuenta el hoy diputado por Atacama.

Con una población de algo más de ocho millones de personas (según el censo realizado en abril de ese año), el Chile de 1970 presentaba un padrón electoral de 3.539.747 de chilenas y chilenos.

Por edad, Lautaro Carmona estaba marginado del proceso, puesto que la vigente Constitución de 1925 le daba el derecho a voto a hombres y mujeres mayores de 21 años, y que supieran leer y escribir. Si bien, el gobierno del Presidente Frei Montalva había modificado la carta magna en febrero de ese año para rebajar la edad a los 18 e incluir a los analfabetos, esta reforma solo se hizo efectiva a partir del 4 de noviembre de 1970.

Muy temprano acudió a votar el socialista Jorge Arrate, puesto que junto a otro compañero debía realizar una labor como parte del equipo de campaña de la candidatura de Allende. “Ese día mi tarea fue ir a fortalecer la presencia como apoderado en la comuna de Curacaví. Votamos muy temprano en Santiago y llegamos allá a una buena hora, pero las mesas estaban funcionando y pasamos el día ahí, como apoderados generales de Allende”.

Elección presidencial 1970. Archivo Copesa.

Mientras, en la sede del Partido Nacional -ubicada en un viejo edificio de calle Compañía-, que apoyaba la candidatura de Alessandri, el abogado Ortíz de Filippi fue siguiendo las primeras noticias. “Escuchábamos la radio. Ahí teníamos las más afines, en ese tiempo, la Agricultura, pero también se escuchaban radios de gobierno y de oposición, para ir teniendo una visión clara. Teníamos a El Mercurio al frente, así que cruzaban periodistas, nos daban datos”, recuerda.

Ya era un poco más de las once de la mañana, cuando Salvador Allende salió de su casa en Guardia Vieja y se encaminó hasta la 14º Comisaría de carabineros en la calle Miguel Claro. Cuenta su biógrafo Mario Amorós, que ese día el doctor se levantó temprano y llamó a un par de sus colaboradores para proyectar la jornada. Le oyeron seguro de ganar. Rato después desayunó y salió hasta el cuartel policial ¿por qué? en ese entonces, era senador por Magallanes y estaba inscrito en esa región: por ello, debió presentar su justificación para abstenerse, como mandaba la ley. En la elección más decisiva de su carrera, “Chicho” no pudo votar.

Por teléfono y a mano

Entre tazas de café Dolca y Cruzeiro, cigarrillos Hilton, 555 y Turbo, nerviosas conversaciones y con las radios a transistores y los nuevos televisores Philco a blanco y negro encendidos, los comandos de las tres candidaturas fueron monitoreando los cómputos que poco a poco comenzaban a llegar. En una época donde las cosas se hacían a pulso y sin la ventaja de lo digital, lo que primaban eran medios que ahora parecen ecos de un tiempo lejano.

Así, el futuro ministro del Interior de Patricio Aylwin tenía un sistema para ir siguiendo los resultados y las informaciones. “No existían los instrumentos técnicos de hoy, fundamentalmente era todo a través de llamado telefónico o de telegramas. Los cómputos se iban haciendo mesa a mesa. Los apoderados entregaban el resultado de la mesa a su jefe de local, y él los enviaba a la central de cómputos del partido”.

Elección presidencial 1970. Archivo Copesa.

En el comando de la Unidad Popular, con Rafael Tarud al mando, el seguimiento también era telefónico. “Ese día, él contrató un servicio de la compañía de teléfonos, de llamado directo con todas las regiones de Chile -señala Jorge Tarud-. Entonces, él tuvo los cómputos de forma directa, que en esa época era una cuestión bien especial”.

Tarud cuenta que la persona que le facilitó el servicio de las líneas telefónicas había sido su vecino. “Era el director de la ITT en Chile, don Benjamín Holmes, quien era muy amigo con mi padre. Mi padre le pidió tener línea directa con todas las regiones de Chile, en la época eso no existía, y don Benjamín le arregló eso”.

El detalle resultaría importante algunas horas más tarde.

Del otro lado, Ortíz de Filippi cuenta que a punta de lápiz iban rellenando, una a una, planillas con los datos que recibían. “Teníamos gente que estaba con los cuadros, con los mapas de las 25 provincias del país”. También se echó mano a la tecnología de la época. “Existían unas sumadoras que tenían una palanquita que iban sumando y se anotaban. En las que había mejor organización como Santiago, Valparaíso, Antofagasta, Concepción, por comunas, y en otras nos llegaba todo en un solo paquete”.

Elección presidencial 1970. Archivo Copesa.

Pero no faltaron las dificultades. La candidatura de Alessandri resintió la falta de apoderados de mesa a lo largo del país. “Ese fue uno de los problemas eternos de la centroderecha, la flojera y la despreocupación en tener apoderados de mesa -cuenta Alberto Cardemil-. Y eso pasaba no solo en las presidenciales, sino también en las parlamentarias”.

En general, la jornada transcurrió tranquila, sin mayores incidentes durante la votación. Por diferencia horaria, el primer cómputo que tuvieron los comandos fue el de la lejana Rapa Nui. “No era representativa, pero tenía una especie de elemento simbólico. Ahí Radomiro Tomic ganó. Fue una de las pocas donde triunfamos”, recuerda Enrique Krauss. Por ello, la tensión se mantuvo por unas cuantas horas más.

El fin del “Presidente de unidad”

Tras el conteo de votos en Curacaví, los abrazos entre los representantes de la candidatura de Alessandri fueron muy apretados. En esa zona, habían ganado. “Era esperable porque es una zona agraria, con mucha votación de derecha”, cuenta Jorge Arrate. Pero mientras anotaba a papel y lápiz los resultados, un detalle le llamó la atención. Y la esperanza volvió al cuerpo.

“Según comentaban ahí los propios apoderados de Alessandri y de Tomic, la votación era muy alta para Allende, incluso en esa comuna -recuerda-. Ahí la izquierda nunca había sacado una votación tan alta. Entonces, cuando cerraron las urnas tuvimos la sensación de que si este resultado realmente se daba aproximadamente en el resto del país, nosotros íbamos a ganar”.

Tanta fue su alegría que, entusiasmados, Arrate y su compañero de labores se pusieron a cantar en la avenida central de Curacaví, ante la mirada atónita de los huasos de la zona. Luego, emprendieron el regreso a Santiago.

Elección presidencial 1970. Archivo Copesa.

Mientras, en la sede del Partido Nacional, con Sergio Onofre Jarpa a la cabeza, los dirigentes se reunieron para analizar los primeros datos. “Nos iban llegando los resultados, unos muy buenos, otros muy desalentadores -explica Ortíz de Filippi-. No tuvimos la certeza de la derrota o del triunfo, porque hubo un minuto en que íbamos ganando”. En efecto, las primeras mesas de varones en la capital inclinaban el resultado hacia el candidato de la derecha. Pero no sería por mucho tiempo.

Con el pasar de las horas, los cómputos fueron cada vez más desfavorables a la candidatura del expresidente. “Yo estaba en la radio Cooperativa Vitalicia y empezamos a recibir los cómputos -recuerda al teléfono, el exsenador Arturo Alessandri Besa, sobrino del candidato-. Yo se los transmitía al tío Arturo Matte. Pero a veces no me atrevía a llamarlo, esperaba que mejoraban un poco para darle una buena noticia, pero estaban muy malos”.

En la casa de Guardia Vieja, Allende esperó los primeros conteos junto a algunos de sus cercanos, como José Tohá. Poco antes acompañó a su esposa Hortensia Bussi y a sus hijas a votar al Liceo 7 de niñas, en Providencia, donde algunas personas se acercaron a saludarlo y desearle éxito. Poco a poco, amigos y camaradas lo llamaban para darle algún dato o comentar los acontecimientos. Hubo nervios frente a los primeros resultados, pero lentamente, la sonrisa amenizó los compungidos rostros.

A las 7 de la tarde, un serio Radomiro Tomic llegó hasta la sede de la DC, en la Alameda, mismo sitio donde se ubica hoy. Habitualmente un consumado orador, esa tarde estaba silente. Ya estaban en la mesa los cómputos iniciales y la tendencia era implacable con la candidatura falangista.

“Radomiro llegó cuando ya era contundente de que no había mucho más que hacer -, recuerda Enrique Krauss-. De todas maneras, siempre hay una cuota de esperanza, que se diluye rápidamente y hay una realidad que enfrentar. Yo me acuerdo que fue muy doloroso, porque fundamentalmente habían muchachos”.

Radomiro Tomic. Archivo Copesa.

Durante los meses de campaña, los partidarios de Tomic levantaron un grito: “¡Tomic es y será/ Presidente de unidad!”. Según Krauss, el grito no era azarozo: “Radomiro era un verdadero profeta. Sabía que la falta de acuerdo en un país dividido en tres tercios inevitablemente iba a producir el resultado que tuvimos tres años después, en 1973. Por eso, él instaba a la unidad del pueblo. No la unidad popular, era la unidad del pueblo”.

Entonces, ya enterado de lo que ocurría, Tomic decidió asomarse al balón del edificio del partido. Al verlo, un grupo de jóvenes adherentes que estaba apostado en la calle, comenzó con el cántico. El oriundo de Calama tomó un respiro, hizo un gesto y pidió la palabra. Krauss aún recuerda lo que dijo: “Las primeras palabras fueron un golpetazo hacia la realidad, al menos para mí. ‘¡No, camaradas!, ¡Tomic no es y no será Presidente de unidad!’”.

Tanquetas en La Moneda y “un momento decisivo en la historia del siglo”

A las 21 horas, el ministerio del Interior entregó un tercer cómputo de los votos. En ellos, Salvador Allende aventajaba por un leve margen a la candidatura de Alessandri. Conocida esa información, poco a poco comenzaron a llegar al centro de la capital los primeros partidarios de la UP para celebrar que tenían la primera opción.

A esa misma hora, llegó Jorge Arrate a la capital. Presto, decidió unirse a las incipientes celebraciones. “Nos incorporamos a la concentración de gente que ya se estaba juntando en la Alameda para celebrar el triunfo de Allende”.

El tumulto de a poco comenzaba a crecer, merced a cánticos, gritos y otras manifestaciones de júbilo. La Alameda se llenaba de banderas. A las 21.50, Tomic admitió oficialmente su derrota. Horas más tarde le envió un telegrama al candidato de la UP. “Salvador, felicitaciones por la victoria. Más honrosa mientras más dura y difícil. Ella le pertenece al pueblo, pero también es tuya”, decía.

Concentración de Salvador Allende. Archivo Copesa.

Con la carrera acotada a dos candidaturas, la tensión fue en aumento. Pero los números que llegaban desde el resto del país eran claros; en prácticamente todo el norte, más las provincias de O’Higgins, Talca, Concepción, Aysén y Magallanes, se imponía Allende.

“Los resultados fueron cambiando los rostros, y nosotros los recibimos con pena, pero con tranquilidad”, recuerda Hugo Ortiz de Filippi. A esa hora, cuando la noche fresca se cerraba sobre Santiago, Sergio Onofre Jarpa tenía claro el panorama. “Se dio cuenta de la derrota. Aunque tenía mucho control de sí mismo, se tomaba las cejas, y decía, ‘oiga, aquí está más o menos la cosa’”.

A pocas cuadras de allí, en su departamento en el cuarto piso de Phillips 16, Alessandri se enteró de los resultados. En su estilo sobrio y pragmático, reconoció sin más los hechos. “Sergio [Onofre Jarpa] me contó que don Jorge se allanó, pero lamentó la tremenda abstención que hubo porque era un fin de semana largo y la gente se fue a la nieve, al campo, etc -recuerda Ortíz de Filippi-. Se confiaron, porque decían ‘Alessandri está seguro’ y por eso mucha gente no fue a votar”.

Poco después, acaso para pasar el mal rato, el abanderado subió hasta el séptimo piso donde estaba el departamento de Arturo Matte, su cuñado y también excandidato presidencial en 1952. Rodeado por sus más íntimos, comentó la jornada. “Todos lloraban, estaban muy apenados -recuerda Alessandri Besa-. Entonces llegó el tío Jorge, muy tranquilo, y nos dijo: ‘Sí pues, así son las elecciones, algunas se ganan y otras se pierden’”.

Jorge Alessandri en campaña. Archivo Copesa.

“Yo estaba ahí también -agrega Arturo Alessandri Cohn-. Y me llamó la atención su entereza, su tranquilidad. De hecho, él se dedicaba a tranquilizar a los demás. Había mucha emotividad, la gente lloraba, estaba muy triste. Fue un día muy tenso, una campaña muy larga”.

Como señala la periodista Mónica González, en su libro La Conjura (Catalonia, 2012), hacia las 23 horas, La Moneda aún no reconocía el triunfo de Allende. Ya era un hecho que el médico socialista, quien seguía las acciones desde su casa de Guardia Vieja, había obtenido la primera mayoría relativa.

Gracias al sistema telefónico con línea directa a regiones, Rafael Tarud ya tenía claro el panorama y decidió hacerse cargo del asunto personalmente. “Mi padre tuvo el cómputo de manera muy prematura y de ahí se fue a La Moneda”, relata Jorge Tarud. Cuando el dirigente llegó, encontró la sede de gobierno rodeada de tanquetas de Carabineros.

Tanquetas de carabineros

“Ahí fue cuando no lo dejaron entrar, pero mi padre tenía un carácter así como el mío (ríe), ahí fue donde se agarró con Patricio Rojas”, agrega el exparlamentario PPD.

Cuando Jorge Arrate y sus compañeros advirtieron los vehículos blindados frente al palacio, no pudieron evitar sentirse nerviosos. Estaba en el aire el recuerdo del “Tacnazo” de 1969, la sublevación de una unidad militar liderada por el general Roberto Viaux. “Fue algo que suscitó inquietud, porque lo que más inquietaba era que hubiera una intervención expuria de parte de un sector de las fuerzas armadas en contra del triunfo de Allende”.

En rigor, la decisión de sacar a los tanques fue del jefe de plaza, el general Camilo Valenzuela. “Hubo, por razones supongo yo, de adecuaciones de fuerzas, un desplazamiento de tanques, entonces la gente creía que podía ser una cosa más...y no, era simplemente un dispositivo práctico -recuerda Enrique Krauss-. El jefe de plaza a lo mejor apostó esos elementos en ese sector. No tuvimos ninguna otra sensación”.

Rafael Tarud, jefe de campaña de Salvador Allende

Mientras, en la oficina de Patricio Rojas, la discusión subió de tono. Tarud simplemente espetó fuerte y directo: “Le dijo: ‘Mira hueón, tenis que dar los cómputos porque Allende ganó, y yo voy a hablar con la prensa afuera’”, cuenta Jorge Tarud. Y el dirigente así lo hizo.

Ya era pasada la medianoche. Como se detalla en el libro de Mónica González, en la casa de Guardia Vieja, Allende recibió personalmente por teléfono la autorización por parte del general Valenzuela para celebrar. Luego se dirigió al living y le dio la noticia a sus allegados. Ya era oficial. Había ganado con el 36,63% frente al 35,29% de Alessandri (solo 39.175 votos de diferencia) y quedaba a un paso de convertirse en el primer marxista de acceder al poder por medio de las urnas.

Tanquetas de carabineros. Archivo Copesa.

“Fue sin duda un momento decisivo en la historia del siglo -explica Julio Pinto-. Por una parte, marcó la culminación de un proceso de movilización popular que venía desde los tiempos de la ‘cuestión social’, y que había encontrado en el socialismo un horizonte utópico que pareció hacerse realidad. Pero no fue solo el sueño de un Chile socialista el que pareció fructificar en ese momento, sino también una forma muy particular, y mundialmente única, de transitar en esa dirección: no a través de una confrontación violenta por la vía de las armas, sino dentro del marco de la institucionalidad vigente”.

Con cierta inquietud en un principio, Jorge Arrate señala que posteriormente entendió el motivo de que los blindados estaban ahí para proteger La Moneda. “No en una actitud subversiva, sino que era una cuestión de orden público en ese momento, así se aclaró y nadie hizo cuestión [alguna] en realidad”.

“La alegría sana de la limpia victoria alcanzada”

Más tarde, la noticia corrió como reguero de pólvora. Allende iba a hablar en los balcones de la FECH, la Federación de estudiantes de la Universidad de Chile, que en esos días tenía su edificio en la Alameda con Santa Rosa.

Desde el Estadio Nacional, donde habían finalizado las actividades electorales, y ya con la noticia del triunfo, Lautaro Carmona y sus compañeros de la “Jota” se dirigieron a pie hasta el edificio céntrico. Entre cánticos y expresiones de júbilo, los partidarios de Allende festejaban el estar más cerca que nunca de llegar a La Moneda. “Esto era ‘por fin’, ‘se logró, ‘era posible’, ‘se realizó’, ese era el sentimiento que uno olía, escuchaba y compartía”, recuerda el hoy parlamentario.

En la casa de Guardia Vieja, tras recibir la noticia del triunfo y haberla comunicado a sus correligionarios, Allende subió la escalera de caracol hasta su cuarto para meditar lo que diría en el discurso de victoria. Al rato, acompañado por su esposa, Hortensia Bussi, y el novel grupo conocido como los GAP, el equipo de seguridad que lo protegerá los siguientes tres años, se dirigió a la sede de la FECH.

Calles más abajo, en la Alameda, un hervidero de gente esperaba la llegada del ganador. Cánticos, abrazos, gritos, caravanas de vehículos, banderas de los partidos afines a la Unidad Popular. Además, se sumaron militantes democratacristianos. “Cuando ya terminó todo, la gente nuestra se trasladó hacia la sede la FECH y ahí hubo una espontánea adhesión de los simpatizantes de la candidatura de Radomiro con los que estaban ahí de Allende. Fueron bien acogidos y no hubo enfrentamientos con los adherentes de la postulación de don Jorge Alessandri”; recuerda Enrique Krauss.

Simpatizantes de l Unidad Popular. Archivo Copesa.

Los gestos de acercamiento por parte de los falangistas es algo que Jorge Arrate ya había visto a lo largo de la noche. “Yo recuerdo haber pasado frente a la sede de la DC, en la Alameda, pasada la Plaza de la Constitución, y haber visto a democratacristianos que estaban en la calle aplaudiéndonos cuando íbamos pasando”.

“Había mucha, mucha gente. Yo creo que llegué hasta más o menos media o una cuadra de distancia del balcón de la FECH, porque estaba muy lleno”, rememora Lautaro Carmona. Entre los que llegaron y pudieron saludar al candidato, estuvo Víctor Jara acompañado de Joan Turner, su esposa.

Pasadas las 1 de la mañana del sábado 5 de septiembre, Allende se asomó al balcón del segundo piso de la FECH. Al verlo, los aplausos y los cánticos sonaron atronadores y las banderas se agitaron frenéticas. Junto a la “Tencha” por un lado, y con Rafael Tarud al otro, tomó aire y, con el metal tranquilo de su voz, comenzó a pronunciar uno de los discursos más célebres de su trayectoria política, que en su última parte, la más recordada, dijo:

“Les pido, que se vayan a sus casas, con la alegría sana, de la limpia victoria alcanzada, y que esta noche, cuando acaricien sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen, en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, y más cariño, para hacer, cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa, la vida en nuestra patria”.

Apenas pronunció la palabra “patria”, los gritos de “¡ALLENDE!”, “¡ALLENDE!”, “¡ALLENDE!” coparon la Alameda. El médico socialista terminó su discurso cerca de las 2 de la mañana, a continuación, dio una rueda de prensa y luego se retiró a la casa de su amigo Eduardo “Coco” Paredes, donde muy temprano recibió la llamada de felicitaciones de Fidel Castro. Cerca del amanecer, llegó de vuelta a Guardia Vieja.

“Fue una noche de emoción, una noche de alegría. Nos habló de sus sueños, de su gratitud al pueblo que lo había apoyado, lo había acompañado”, recuerda aún emocionada la senadora Isabel Allende Bussi, hija del “Chicho”, sobre lo que fue el corolario de la jornada.

“A mí lo que se me grabó fue la tranquilidad con que él llamó a irse a las casas —recuerda Lautaro Carmona—. Esa sensación, después de ir y abrazarse con los de la casa, era como participar del triunfo también. A mí me quedó en un tono y timbre de voz propio de Salvador Allende. Transmitió tranquilidad. Nadie se prestó para provocaciones, nadie imaginó siquiera eso”.

Salvador Allende. Archivo Copesa.

“Esa frase maravillosa, ‘el mañana duro que tendremos por delante’, [la dice porque] sabía perfectamente que no iba a ser fácil el camino -dice Isabel Allende-. Pero era el camino que él había escogido de abrir paso a una sociedad socialista, más democrática, en pluralismo y libertad. Que era lo que para él tenía que ser. Por lo tanto, ‘con sabor a vino tinto y empanadas’, es decir, de acuerdo a nuestra propia institucionalidad alejándose de otros modelos que existían en el mundo”.

“La noche terminó en una algarabía, ¿no? Porque bailábamos en la calle, nos abrazábamos -rememora aún emocionado Jorge Arrate-. Fue un gran momento, creo que es la gran victoria de la izquierda en su historia. ’¡Imagínese!, estábamos todos muy felices, fue el momento más feliz que me ha tocado vivir en mi ya extensa vida política”.

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Mientras los partidarios de la UP celebraban en la Alameda, los dirigentes políticos ya habían comenzado a mover las piezas para lo que venía. El Congreso pleno debía dirimir el resultado entre las dos primeras mayorías, al no obtener ninguna el 50% de la votación.

Portada de La Tercera, 5 de septiembre de 1970.

Quienes vivieron esa época no tienen una visión unánime sobre un acuerdo entre la DC y la UP. Enrique Krauss cuenta que las negociaciones con la coalición de izquierda empezaron inmediatamente. Recalca eso sí, que no hubo un concordato previo, y que no hubo nada secreto en las conversaciones que derivaron en el Estatuto de garantías. “Fue limpiamente, aquí no hubo reuniones a escondidas ni cuestiones. ¡No!, ¡si era absolutamente lógico! Se reguló un pacto que incluso tuvo reconocimiento constitucional”.

Por su lado, Jorge Arrate sostiene otra versión. “Era un acuerdo público entre estas dos candidaturas que si aquel entre los dos sacara un voto más que el otro, y ocupara el primer lugar, el otro lo iba a reconocer como el triunfador, como era la tradición en Chile”.

Elección presidencial 1970. Archivo Copesa.

Ambos, a contrapelo de lo que afirman hasta hoy desde la candidatura Alessandrista. “Siguió muy tenso el ambiente porque nadie sabía del pacto secreto de Tomic y Allende”, recuerda Alessandri Cohn. Por su lado, los líderes del Partido Nacional se reunieron al día siguiente en la casa del dirigente Patricio Mekis para analizar la situación e intentar conversaciones con la DC que no prosperaron.

Dos días más tarde, con los ecos de las celebraciones resonando, Jorge Tarud llegó a su casa en su automóvil de la época, un Fiat 125. Se sorprendió de ver un taxi en las afueras. Luego, entró y vio a su padre Rafael acompañado de un visitante. El mismísimo Salvador Allende.

Tras estrecharle la mano y felicitarlo, el joven Tarud se quedó a un costado para escuchar a ambos hombres.

“Allende le cuenta de que anda en un taxi y que no tenía movilización, entonces mi padre le dice: ‘No te preocupes, Salvador, Jorge te va a prestar su auto’. Y me cagó (ríe). Allende partió con mi auto y me lo devolvieron a la otra semana”.