La poesía de Patricio Manns
Los escritos del destacado artista nacional transitan por un amplio registro de formas métricas, que abrazan el verso clásico con la misma destreza con que exploran una estética experimental.
De nacimiento en Nacimiento, el 3 de agosto de 1937, Patricio Manns empuña temprano la palabra, y a los 14 años publica poemas en el diario El Colono, de Traiguén. La pluma va fogueándose en el carbón de Lota, donde es minero, y en el oficio de periodista. En la composición, en tanto, debuta en 1959 con “El bandido”, aunque el mástil de su guitarra toma resonancia en 1965, cuando flamea en él “Arriba en la cordillera”, cuyos octosílabos cantan “La viuda blanca en su grupa / la maldición del arriero”.
Activo miembro de la Peña de los Parra y, más tarde, de la itinerante Chile Ríe y Canta, en 1966 se inspira en la figura de Manuel Rodríguez para dar vida a “El cautivo de Til-Til”, que, alternando octosílabos y hexasílabos, imagina la antesala del fusilamiento del caudillo: “Solo sé que el viento va / jugueteando en sus cabellos / y que el sol brilla en sus ojos / cuando le conducen / camino a Til-Til”. En manos de Manns, el nombre homenajeado allí resurge cuando el poeta, en resistencia contra la dictadura, asume como vocero del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
El mismo año escribe “Valdivia en la niebla”, uno de los más bellos poemas musicalizados en el país. Grabado por el sello Philips en 1971 en el disco Patricio Manns, está hilvanado con versos hexadecasílabos de disciplinada cesura, que hablan de esa ciudad donde “dos amantes se reparten puente y río con los dedos / y un guardia oscuro vigila los avatares del viento”, justo antes del giro que, para iluminar la escena, pasa de la tercera a la segunda persona: “El viento canta en tu boca, el río brilla en tu cuerpo”.
Esa misma búsqueda, que bruñe los intersticios del canto, se despliega, ya en el exilio, para alcanzar “Escrito en el trigo” (1974), donde la amada encarna una cosmovisión. Sometiendo ahora a experimentación las formas clásicas, transita desde endecasílabos como “sacudes las espigas de tu cara, / cimbras tu paso haciéndote trigal”, hasta las certeras saetas heptasílabas de “y el trigo nos miraba, / ondeando sus señales, / su melena de cobre”. El quiebre de esa métrica se vislumbra en el remate, donde el sentimiento empalma con el compromiso de clase, “para que nadie sea dueño nunca / del trigo, / pan y padre que es / de todos”.
El amor sigue latiendo, y es Alejandra Lastra la destinataria de las estrofas que, en “Balada de los amantes del Camino de Tavernay” (1985), suben al lecho, “que es donde, de algún modo, su resolana / se adueña de mi lengua, tan soberana”. En clave más íntima, esta secuencia de dodecasílabos a base de rima pareada comparte con el poema anterior la ruptura métrica en el final, donde el hablante lírico está “tan posesivo y pleno, tan aplicado, / que cuando el nuevo día se asoma me alza / desangrado”. Esas dos piezas dan cuenta de un creador que ya sabe cómo hacer que el ritmo diga lo suyo con una voz paralela a la de la palabra.
Es el resultado de una lucha que el vate libra consigo mismo. Una en que vuelve sobre los pasos de “Arriba en la cordillera”, para cambiar “a robar ganado ajeno” por “arrear ganado ajeno”; los de “El cautivo de Til-Til”, para cantar “me nubló un presentimiento”, en lugar de “me dolió un presentimiento”; o los de “Valdivia en la niebla”, para convertir “me cansa mirar el agua porque están tus ojos dentro” en “no quiero tocar el agua porque están tus ojos dentro”. Así también pule su primera novela, Parias en el vedado, de 1963, que reaparece cuatro años después como De noche sobre el rastro, con la que gana el Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile. Porque ha hecho una promesa a la belleza, Patricio Manns desacraliza la escritura en la escritura, de Nacimiento en nacimiento.
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