Columna de Héctor Soto: Ejes
Tengo miedo torero, la nueva realización de Rodrigo Sepúlveda, es un película que tiene eje y en cambio no lo tiene Pienso en el final, el tercer largometraje de Charlie Kaufman, disponible en Netflix.
Se dice que una película tiene eje cuando lleva a algún lado o induce a compartir una idea o una emoción. Se dice que no lo tiene cuando se dispersa, se disgrega, va, viene y es incapaz de articular el relato en torno a un discurso coherente. Esto no tiene nada que ver con esas escenas a veces gratuitas -tiempos muertos, momentos alejados del conflicto central, planos que son trazos arbitrarios del carácter de un personaje- y que se agradecen tanto porque le dan al cine un relajo, un realismo, parecido al de la vida, dado que la realidad jamás tiene una trama tan exacta y matemática como la tienen las películas.
Desde este prisma, Tengo miedo torero, la nueva realización de Rodrigo Sepúlveda, es un película que tiene eje y en cambio no lo tiene Pienso en el final, el tercer largometraje de Charlie Kaufman, disponible en Netflix.
El mérito de la película de Sepúlveda es muy notable en el contexto de nuestro cine. Estamos llenos de películas que no sabemos adónde diablos quieren ir ni desde qué lugar están relatadas. En este, su cuarto largometraje, inspirado en la novela de Pedro Lemebel, tanto la carta de navegación como el lugar desde donde se arma la historia no dejan espacio a equívocos. La cinta es una reivindicación de la figura de “la loca” del pasaje, del barrio, del pueblo, como personaje marginado, excluido, ninguneado y humillado en la sociedad chilena. La dignidad que Alfredo Castro le confiera al protagonista -en un permanente tira y afloja con la ridiculez, la astracanada y el patetismo- es impresionante. Impresionante no por lo contenido que sea su trabajo. Al revés, por lo jugado que es. Aún así su desempeño salva al rol de todos esos riesgos y se da el lujo de incorporarlo a las zonas más nobles de la emoción, el humanismo y la piedad. Funciona bien esta película que, rescatando no todo pero sí lo básico de la novela de Lemebel, cuenta la historia de una “loca” que, sin la menor conciencia política, termina involucrándose en el atentado del FPMR del año 86 contra Pinochet.
La cinta de Charlie Kaufman es un festival de buenas ideas, de citas oportunas, de reflexiones inteligentes, de intuiciones visionarias y de desarrollos sorprendentes. Sin embargo todo este material termina siendo inconducente. Y ocurre lo que pasa siempre: las ideas dejan de parecer tan brillantes, las citas quedan desubicadas, las reflexiones se vuelven pretensiosas, las intuiciones se convierten en leseras y los desarrollos imprevisibles simplemente latean. Kaufman, que tiene fama de guionista genial, haría bien en tratar de ordenar un poco su cabeza. Qué es lo importante y qué lo accesorio. Dónde está el bife y dónde no. Tiene una protagonista adorable (Jessie Buckley). Tiene un actor con subsuelo interpretativo (Jesse Plemons). Mezcla algunos buenos momentos de la intimidad de una pareja con el horror puro y duro durante un largo viaje en auto. Pero lo que no tiene es control alguno sobre un material dramático que la cinta intenta desplegar, tomando prestado tanto de Lynch como de un surrealismo chanta y en oferta.
Tengo miedo torero es una embarcación que tiene claro su objetivo y su trayecto. La cinta de Kaufman es una madeja de hilos enredados que, en el mejor de los casos, podría funcionar como cazabobos. De hecho, ya han caído varios.
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