Björk en el brutal rodaje de Bailarina en la Oscuridad: cantar y llorar
La primera incursión de la islandesa como protagonista de una película (estrenada en septiembre del 2000), resultó una experiencia tormentosa. Aunque el director Lars Von Trier apostó por su talento, el interés de ella por controlar la música, generó conflictos. Además, el alto compromiso emocional con su personaje, la sufrida y soñadora Selma, le pasó factura. Esta es la historia de un paso riesgoso en la carrera de una artista que ha hecho del riesgo su inspiración.
Todo comenzó con la fascinación. Los recuerdos borrosos de los viejos musicales de la Golden Age que de cuando en cuando veía en televisión durante su niñez, gatillaron en el danés Lars Von Trier la idea de montar su propia revisión del género. Una en que la tensión dramática fuese tan importante como el reparto, las canciones o la propia historia. Porque esas antiguas películas de Fred Astaire y Gene Kelly, rezumaban el optimismo de una sociedad estadounidense en camino a la consolidación como superpotencia global, a pasos de tap.
“Esos musicales que vi cuando niño nunca eran realmente peligrosos, tú nunca llorabas. Siempre se caracterizaron por ser muy light. Lo esencial para mí era esa ligereza -comentó el director en una entrevista para Closer TV-. Por eso lo puedes comparar con los videos musicales de hoy, porque esa ligereza que tienen es la forma que tienen para no demandar mucho de ti”.
Precisamente, fue una tarde frente a la pantalla cuando Von Trier encontró a la estrella de su película. La historia mínima en clave musical que Spike Jonze desplegó en el video de “It’s oh so quiet” (del álbum Post de 1995), era todo lo que él buscaba. Y ahí estaba ella, Björk, bailando una añosa melodía con sabor a estándar de jazz, entre neumáticos, transeúntes y corpóreos que le daban un delicioso aire a parodia de comedia.
Con mucha presión, los ejecutivos de la compañía de Von Trier, Zentropa Productions, ubicaron a la cantante y le enviaron una copia de la película Breaking the waves para convencerla de trabajar con el director. Había que intentarlo todo, porque luchaban contra un fantasma; entre los pasillos de los sets y productoras, se comentaba que el danés era un tipo difícil, un villano en ciernes que manipulaba sin piedad a sus actores hasta el agotamiento físico y mental. Algunas historias cuentan que en el rodaje de The Idiots (1998), la actriz Louise Hassing colapsó y rompió en llanto, a causa de su trato duro e implacable.
En principio, la islandesa pensó que se trataba de una oferta para colaborar haciendo la música. Pero cuando se enteró de la real intención de Von Trier de hacerla la protagonista de su musical dramático titulado Dancer on the Dark (Bailarina en la oscuridad, en Latinoamérica), dudó. No solo por su nula experiencia en actuación (solo participó en la película Cuando fuimos brujas, en 1987) , sino que por la fama que precedía al cineasta. Sin embargo, su carácter pudo más. Por entonces, su chispeante inquietud artística le ofreció la perspectiva de un desafío, antes que de una limitante infranqueable.
“Yo pienso, y con mucha certeza, porque he trabajado con mucha gente y ha ido muy bien, que estaba un poco confiada -explica la cantante en la biografía Björk: Wow and Flutter (ECW Press, 2003), de Mark Pytlik-. Quizás fue una de las razones por las que acepté hacer el filme, porque era una persona con la que era muy notorio que era imposible trabajar, entonces, bueno, si podía trabajar con él, podía hacerlo con cualquiera”.
Pero no sería tan fácil. Antes de aceptar, ella puso sus condiciones. Además de actuar, quería tener la palabra final sobre todos los detalles de la música del filme que ella iba a componer; es decir, los arreglos, la producción y las letras. Además quería editar las pistas como un álbum propio con una portada de su total gusto. Al fin y al cabo, con sus tres discos editados hasta entonces (Debut, Post y Homogenic), había levantado una carrera en solitario con éxito de crítica y de audiencia, y lo haría pesar.
En octubre de 1998, Björk comenzó a tomar clases de tap tres veces por semana. Era la preparación para interpretar a Selma, una inmigrante checoslovaca afectada por una ceguera degenerativa. La mujer soportaba una vida dura, con un hijo afectado de la misma enfermedad y un trabajo esclavizante en una fábrica que apenas le daba para comer. Lo sobrellevaba gracias a su pasión por los musicales de viejo cuño; así, fantaseaba que bailaba y cantaba entre las maquinarias. De alguna forma, el relato transitaba entre el mundo interior y la cruda realidad.
Pero a la islandesa lo que más le motivaba era la composición. Apenas recibió el guión, se encerró a crear las piezas musicales para la película. “Comencé a escribir las canciones desde un punto de vista muy emocional -recuerda la artista en la biografía-.Más como una forma de amor por Selma, que cualquier otra cosa”. Todo comenzó con la fascinación.
Pero había un par de asuntos por cerrar antes de empeñarse en el filme. La cantante trabajó en el video promocional de “All is full of love”, el último sencillo de su álbum Homogenic (1997). Era una pieza inspirada en la ciencia ficción, que mostraba a dos androides ensamblados por frías y precisas máquinas, antes de su encuentro en un beso delicado y sensual, que destilaba suficiente pasión entre los circuitos humedecidos por la técnica y el deseo.
Antes de volar a Suecia para iniciar el rodaje, Björk pasó por su tierra natal donde grabó las pistas básicas para las canciones de la película, en el estudio Greenhouse. Esa experiencia, en enero de 1999, fue dichosa para ella pues pudo trabajar con una orquesta completa a su disposición y así explorar en una esquina de sus intereses que hasta entonces no había considerado demasiado. “Estuve en una escuela de música clásica cuando era joven -rememora-. Y esta fue la primera vez que mi lado más académico podía expresarse. Fue una victoria personal, porque aprendí la artesanía y disciplina”. Fue la última alegría en mucho tiempo.
Tratar con una estrella
Las historias se agrandan, los rumores permanecen. Pero antes de que la relación se arruinara, las primeras semanas de trabajo de la cantante con Von Trier en el set, fueron relativamente fáciles. “Björk trabajó realmente duro, y Lars fue muy respetuoso de lo que ella hacía”, recuerda el productor Vibeke Windeløv en la biografía.
Todo cambió cuando todo el rodaje se movió hasta Copenhague en junio de ese año. Allí comenzaron a brotar las diferencias entre dos caracteres igualmente tercos y celosos de su visión artística. Para la cantautora el asunto tenía que ver con el manejo de grupo del danés. “Lars no consideró su responsabilidad de asegurar a la gente la estabilidad psicológica luego de trabajar con él de esa forma tan intensa -afirma-. En lo que a él respecta, puede arruinar emocionalmente, pero no será su responsabilidad”.
Desde el otro lado, la visión es diferente. Según Windeløv, el asunto se explica por la forma en que la artista se enfrentaba al trabajo. Intensa como es, pujaba por tener todo bajo control, como lo acostumbraba a hacer en su carrera musical. Pero en esta ocasión era algo diferente a lo que conocía. Ser parte del rebaño, era otra cosa. “Pienso que Björk ha tenido una vida donde ella decide todo”, explica el productor. Entonces acostumbrarse a que no iba a tener el control, no le resultó fácil.
Además, la cantante se vio rodeada de actores profesionales en el set. En el elenco figuraban experimentados como Catherine Deneuve, David Morse y el sueco Peter Stormare. Por ello, decidió abordar a Selma desde un lugar distinto. “Tuve que convertirme en ella -cuenta en la biografía-. Eso estuvo bien para mí, nunca estuve interesada en ser muy técnica”.
La decisión tuvo sus costos. Para la música significó una escalada emocional que a veces la derrumbaba. Tras rodar la escena en que Selma le dispara a su vecino Bill, quien le robó el dinero que ella ahorró para financiar la operación que salvaría de la ceguera a su hijo, Björk salió a toda carrera del set y lloró. Como si en cada lágrima corriera la pena y la frustración que poco a poco carcomía su quietud.
“Era muy doloroso tan solo levantarme en la mañana, e ir a la Guerra de Vietnam. Yo pensé que moriría”, recuerda la voz de “Big time sensuality” en la biografía. Para ella, la experiencia era absolutamente al límite. “Actuar es como lanzarse desde un acantilado sin un paracaídas”.
El malestar no era solo por lo que ocurría frente a las cámaras. Una tarde, cuando terminó de rodar, a Björk le comentaron que las piezas musicales creadas por ella para el filme se recortaron levemente para hacerlas calzar con las escenas. Esa decisión le molestó, pues lo consideró una afrenta y una traición al acuerdo que tenía con el director. Directa, pasó sin más a los hechos. Llamó a su mánager y le dio algunas instrucciones.
Una mañana, Björk no apareció en el rodaje. Pero sí su agente, Scott Rodger. “Dijo que si ella no hacía el corte final de la música, se iría, y de hecho no vino ese día”, rememora Vibeke Windeløv. “Ahí comprendimos que no estábamos tratando con una actriz, sino que estábamos tratando con una estrella de rock que no entendió y no tuvo ningún respeto por la gente con la que trabajó”.
“Estas personas, que nunca han hecho música, sacaban cinco compases de algo que me llevó un mes hacer”, alegó la cantautora en una entrevista citada por Entertainment Weekly. “¡Estas personas que solo han grabado pasos toda su vida!”.
El drama tras bambalinas era tan intenso como el que tomaban las cámaras. Todo el entuerto obligó a una pausa en medio del rodaje solo para renegociar los términos del acuerdo, que finalmente, le cedieron a Björk el control total de la música, tal como lo quería.
Diligente, escribió de su puño y letra una lista con sus condiciones. “Decía: 'Quiero hacer la mezcla final de todas las cosas musicales. Voy a estar allí cuando se edite y los editores deben preguntarme qué pienso. Quiero decidir qué canciones van a incluir en la banda sonora”, le contó a Entertainment Weekly. “Regresé con el texto y dije: ‘No haré nada a menos que estés de acuerdo’. Y estuvo de acuerdo”.
El álbum con las composiciones, titulado Selmasongs, se lanzó en septiembre del 2000. Pero no funcionó. Las críticas en general señalaron que no estaba a la altura de los trabajos que la islandesa había lanzado hasta ese entonces, y peor aún, no tenía mayor conexión con la exploración que desarrolló en Homogenic. “El disco definitivamente tiene sus grandes momentos. El problema es que solo hay dos -escribió Ryan Schreiber, de Pitchfork-. En su mayor parte, no están a la altura de las ofertas pasadas de Björk”.
Un par de días después, la cantautora volvió al trabajo en el set, pero ya no era lo mismo. La vibra creativa se apagó. Apenas hablaba con la gente del equipo y con Von Trier no había comunicación. Ninguna. Ni siquiera con miradas. “Ella estaba sorprendentemente distante y poco comunicativa, presente pero no”, explica Mark Pytlik.
Desde entonces cada pequeña rencilla podría escalar hasta acabar en una conflagración digna de una intervención de la ONU. A diario el terco director y su exigente estrella discutían, en breves, pero intensos cruces. Hasta que un guijarro desató la rodada. Según el biógrafo, una tarde la cantante notó que en la ropa que debía usar para otra escena, había una prenda que no le gustaba y por ello había solicitado expresamente no vestirla. Reclamó al diseñador de vestuario, quien le contestó que lo que se había acordado era que no volvería a usar dicha prenda sin nada encima, pero que podía perfectamente cubrirse con otra cosa En ese momento, la artista no aguantó más.
Björk comenzó a gritar, desaforada, molesta y agobiada. Hizo de su voz una fuerza incontenible. Tomó una blusa del vestuario y salió corriendo hacia un descampado, con el diseñador desesperado tras ella. Mientras aplanaba metros, mordió la prenda y le desgarró unos pedazos. Finalmente la tiró y corrió hasta perderse en el campo. Desapareció cuatro días.
Años después, se conocieron más detalles sobre esos días aciagos. En 2017, en plena efervescencia del #MeToo, la autora de “Venus as a boy” denunció prácticas de abuso por parte de “un director danés”, en su cuenta de Facebook. “Durante todo el proceso de filmación, hubo constantes ofertas sexuales susurradas no deseadas, incómodas, paralizantes, con descripciones gráficas, a veces con su esposa junto a nosotros”, dice.
Por su lado, el interpelado negó las acusaciones. “Es totalmente falso. Pero es una buena historia. Es más interesante decir que lo hice que lo contrario”.
Tras su llegada a la pantalla, en septiembre del 2000, la película fue el fetiche del año. En Cannes se llevó la Palma de Oro y además el premio de mejor actriz para Björk. Fiel a sus convicciones, manejó el creciente interés mediático sobre ella a su estilo; impactó con su famoso vestido de cisne en la gala de los Oscar. Una pieza, diseñada por el macedonio Marjan Pejoski, que en esa fiesta del lujo parecía de otro universo.
Aunque aseguró que nunca más haría una película, en agosto de 2020, circuló la noticia de que la cantante volvería a la pantalla interpretando a una misteriosa bruja nórdica en la película The Northman, del director Robert Eggers.
Pero sin dudas, rodar Dancer in the Dark fue una experiencia decisiva. Simplemente, comprendió que hay un espacio en que se siente más satisfecha. “Creo que las personas que quieren crear son demasiado idiosincrásicas para convertirse en herramientas de otras personas -le dijo a Entertainment Weekly en octubre del 2000-. Es importante ser responsable y conocerse a sí mismo lo suficiente para saber dónde se desempeña mejor”.
Acaso lo adelantó ella misma en la letra de “I’ve seen it all”, una de las canciones que Selma canta mientras camina al costado de la línea del ferrocarril y asume su inexorable tránsito hacia la ceguera. “Lo he visto todo/No hay más que ver”.
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