Parecía un profesor de Harvard en una esquina de Harlem. Pero aun con su aspecto retraído y su expresión de estudiante aplicado, sus gafas y su piel blanca, Bill Evans llamaba la atención en la escena neoyorquina a mediados de los 50. Tal vez el primero que reconoció su genio fue Miles Davis. En 1958, el trompetista lo integró a su banda, entonces formada por auténticos colosos del jazz, de John Coltrane a Paul Chambers. Y en lugar de adaptarse al estilo vehemente y acelerado del elenco, sería la banda la que se acomodaría al estilo elegante y sutil del joven pianista. De allí nació una de las obras maestras del género, Kind of Blue. “Planeé ese ábum alrededor del piano de Bill Evans”, diría Miles Davis.
Para entonces, Bill Evans era un pianista excepcional en proceso de madurez. El músico de formación clásica ya había grabado New Jazz Conceptions en 1956, cuyo título anuncia la sofisticada revolución que introdujo en el mundo del jazz. Desde Miles Davis a Herbie Hancock y Chick Corea, su estilo dejó una huella de admiración que se extiende aun hoy, a 40 años de su muerte, ocurrida el 15 de septiembre de 1980.
Acaso como una feliz sincronía, el sello Resonance anuncia la edición en noviembre de un registro inédito, Bill Evans live at Ronnie Scott’s, una sesión de 1968 en el club londinense homónimo, junto con Eddie Gomez y Jack DeJohnette. Esta formación duró solo seis meses, tiempo en el que grabaron Bill Evans at the Montreux Jazz Festival, el mismo año, disco que ganaría el Grammy.
Nacido en Nueva Jersey en 1929, William Evans recibió sus primeras lecciones de piano sentado en un rincón, en el suelo, observando cómo su hermano Harry aprendía. Cuando la clase terminaba y la sala quedaba vacía, Bill se sentaba ante las teclas y tocaba lo que había interpretado Harry. Tenía seis años.
Dueño de un talento precoz y superlativo, Evans estudió también violín, flauta y flautín. Rápidamente adquirió la capacidad de leer música. Su repertorio provenía de la música clásica, pero a los 12 años conoció el jazz y se sintió atraído por su poderosa luz noctámbula.
Ya en la secundaria formó una banda y comenzó a tocar en actividades sociales y pequeños clubes. Por entonces su mayor influencia era Nat King Cole, “uno de los improvisadores y pianistas de jazz con más swing y más bellamente melódicos que el jazz ha conocido”, según dijo.
Gracias a una beca ingresó a Southeastern Louisiana College en Hammond, a 80 kiómetros de Nueva Orleans. En la universidad estudió a Mozart, Beethoven y Chopin, a Debussy, Ravel y Gershwin, sin dejar su pasión por el jazz. De tal modo que la tradición europea sería la base de la refinada interpretación que aportaría al género.
Al egresar, en 1950, el jefe del Departamento de Música escribió varias cartas de recomendación. “Lo trajimos hace cuatro años con una beca de piano”, decía una de ellas, y “se convirtió en un pianista tan magnífico que finalmente tocó el Tercer Concierto para piano de Beethoven”. Agregaba: “Además, su interpretación es tan sencilla que apenas puedes creer lo que escuchas. Cubre el teclado con un sentido del ritmo y la armonía y la velocidad y el equilibrio orquestal que es notable”.
Tras servir en el Ejército, la escena neoyorquina descubrió el estilo “cristalino” de Evans, como lo llamó Miles Davis. En 1958, el mismo año en que se unió a la banda del trompetista, el sello Riverside publicó Everybody Digs Bill Evans. Para fin de año, la crítica lo premió como “pianista revelación”.
La estadía de Bill Evans en el sexteto de Davis le dio una enorme visibilidad: se había integrado la banda que encarnaba la vanguardia del jazz. Pero debió enfrentar la resistencia de los fans afroamericanos en años de segregación racial, y la incomodidad de los músicos veteranos, más cercanos a la sensibilidad del bop y sus aceleradas variantes. Ocho meses después, el pianista se alejó; volvió a inicios de 1959 a pedido de Miles Davis solo para grabar el Kind of Blue. “Hasta esa fecha, el mundo no tenía ni idea de la magia que encerraban las manos de Evans. Tal vez sólo Miles lo había intuido”, afirma su biógrafo Peter Pettinger.
Con el baterista Paul Motian y el contrabajo Scott LaFaro, le dio una nueva fisonomía a los tríos de jazz: una banda de cámara que empujaba la improvisación simultánea. Juntos grabaron Portrait in Jazz (1959) y Explorations (1961), así como las brillantes sesiones del Village Vanguard (1961), que están entre lo más notable del catálogo del jazz.
Ese período inspiración se estrelló con la tragedia: LaFaro murió en un accidente de automóvil a los 25 años, y Evans cayó en una profunda depresión. A ella se sumaría luego el suicidio de su ex esposa y el de su hermano Harry. Todo ello agudizó su relación con las drogas, primero la heroína, luego la cocaína y el alcohol.
A mediados de los 60 colaboró con Stan Getz y grabó Conversations with myself (1963), otra de sus cimas premiada por el Grammy. Hacia fines de la década e inicios de los 70 lideró numerosos tríos con Eddie Gómez, por los que pasaron Jack DeJohnette, Philly Joe Jones y Marty Morell, entre otros.
De indudable distinción y al mismo tiempo emotivo, rico en sutilezas, el jazz de Bill Evans persiguió la belleza y progresivamente se aproximó a un lirismo sereno y de gran sensibilidad. Admirador del repertorio vocal americano, grabó dos discos con Tony Bennett. “Me sentí como si estuviera grabando con una sinfonía”, recordó el cantante. “Pero lo que me fascinó fue solo escuchar cómo construía la interpretación de cada canción. La mejor lección de música que he recibido”.
Tras la muerte de su hermano en 1979, “quienes acudían a sus conciertos eran conscientes de que cualquier noche podía ser la última”, afirma su biógrafo. Una insuficiencia hepática y una hemorragia interna luego de años de abuso de drogas le provocó finalmente la muerte. Poco antes, recuerda Tonny Bennet, Bill Evans lo llamó y le dijo: “Ve con la verdad y la belleza, y olvídate del resto”.