Pocas veces las fechas coinciden con los designios de sujetos. Menos con su ánimo. Pero sin mediar alineación planetaria alguna, el final de la década de los 90 -y por extensión, el del siglo XX-, encontró a Lucybell en plena reinvención.
Eran días de cambios. Los agoreros difundían noticias sobre un posible caos de computadoras al cruzar hacia el primer día del nuevo milenio; Michael Jordan anunciaba por segunda vez un efímero retiro; y los fans más jóvenes de Star Wars repletaron los cines con la emoción de asistir a su propia historia generacional con La amenaza fantasma, pero salieron de la función algo decepcionados -y con odio a Jar Jar Binks-.
Lo mismo pasaba en la música. Desde su debut con el álbum Peces (1995), el entonces cuarteto Lucybell había facturado tres discos, que el tiempo ubicó entre los destacados de un decenio pródigo en propuestas -y presupuestos- para la música chilena. El consenso era considerarlo un proyecto de particular buen gusto con una refrescante fibra british, deudora de clásicos como Dead Can Dance o Cocteau Twins.
Pero tras su debut en el Festival de Viña y la edición del álbum homónimo (conocido como disco rojo), de sonoridad más hermética, las diferencias musicales hicieron mella en el conjunto. Dos de los integrantes fundadores, Gabriel Vigliensoni (teclado, secuencias) y Marcelo Muñoz (bajo) dejaron la agrupación.
Decididos a continuar, Claudio Valenzuela (voz y guitarra) y Francisco González (batería y máquinas), comenzaron a trabajar en un nuevo material. Además, integraron a Eduardo Caces (bajo, teclado), un excolaborador de Valenzuela en un proyecto anterior. Eran los primeros pasos del cuarto álbum, titulado Amanece (2000), el que este verano motivó algunos shows especiales con motivo de los 20 años desde su lanzamiento.
"Desde la creación del disco sabíamos que cambiaría el sonido -recuerda Valenzuela en conversación con Culto-. Nos juntamos con Francisco en una parcela fuera de Santiago a mostrarnos música nueva. La premisa siempre fue que si hay música, seguiría Lucybell...¡y había mucha! Luego con la inclusión de Eduardo, sus ideas y sonido, se completó el círculo".
Tras desarrollar algunas melodías, secuencias y estructuras, estaban listos para grabar. Así, trabajaron en Estudios del Sur entre marzo y abril del año 2000, junto al productor argentino Eduardo Bergallo (Soda Stereo, Diego Torres). Fueron una sesiones en que, ante todo, decidieron dejar atrás sus zonas de confort; se intercambiaron instrumentos, probaron nuevos sonidos -por ejemplo, la trompeta en “Luces no bélicas”- y exploraron nuevas inquietudes, como la electrónica. Por ello surgieron piezas como “Sentir” -a partir de una secuencia creada por González- o “Arrepentimiento” , en que los beats y las máquinas ganaron mayor protagonismo
“Tienes que ser un milagro”
Pero también hubo espacio para otras canciones con un diseño sonoro más orgánico. Por ejemplo, "Milagro", el segundo sencillo de Amanece, que con el tiempo se volvió una de las canciones más conocidas del grupo (es la tercera de su catálogo más reproducida en Spotify).
Esta semana, Lucybell liberó una nueva versión de la misma, que cuenta con la colaboración del ex La Ley, Beto Cuevas. Fue grabada en Estudios del Sur, con el inglés Barry Sage (New Order, The Rolling Stones) a cargo de la producción. Se trata del adelanto de una placa titulada Mil Caminos, que revisa, en una mirada actual, algunas canciones de la discografía del conjunto.
El tema surgió a partir de un acontecimiento familiar: el nacimiento de la segunda hija de Valenzuela. "La escribí antes que ella naciera. Recuerdo estar en el patio de la casa donde vivíamos con su mamá. Fue muy fluida la composición, un par de acordes y la letra apareció en mi cabeza muy rápido. Al mostrársela a Eduardo y Francisco se desarrolló en un par de pasadas".
En rigor, no era la primera vez que el músico escribía una canción inspirado en parte de su prole. Ya lo había hecho con “Eléctrico cariño”, del álbum Viajar, en que detalla algunas imágenes propias de un espacio infantil. “Esa es para mi hijo mayor y describe su pieza de niño, así como en el disco Magnético aparece ‘Magnética luz’, que es para mi hijo menor”, cuenta.
Para él, la paternidad resulta un momento especial. "Es único y representa un cambio gigante que te lleva a aprender cosas nuevas, a mejorar las antiguas, a reencontrarte con lo más increíble que nos puede pasar que es la vida nueva, para toda la vida".