Columna de Matías Rivas: conjeturas sobre los gatos

Don Gato y su pandilla

Perdieron la carga cultural del pasado, cuando se relacionaban con el mal y lo perverso. Los gatos de hoy poseen un aura de entrañable afecto. Reflejan la intimidad, el cariño y el cuidado. Son libres pero cercanos. Incluso se ha comprobado que escuchan, entienden, sin embargo, no hacen caso.


Los gatos no son solo animales, delinean una sensibilidad. No se me ocurriría caer en el descriterio de interpretar su presencia constante en el imaginario social. Son sagrados, milenarios, imposibles de acotar. Exclusivamente me atrevo a señalar que son un signo de subjetividad actual. Perdieron la carga cultural del pasado, cuando los gatos se relacionaban con el mal y lo perverso. Los gatos de hoy poseen un aura de entrañable afecto. Reflejan la intimidad, el cariño y el cuidado. Son libres, pero cercanos. Incluso, se ha comprobado que escuchan, entienden, sin embargo, no hacen caso.

Acompañan. Ese ha sido su milenario lazo con los humanos. Comparten, y absorben las malas vibras. Además, son expertos en seducir. El cuento El gato bajo la lluvia, de Ernest Hemingway, da cuenta de esta imagen. Un gato se moja y una mujer siente piedad por él. Trata de protegerlo en vano, pues se escapa. Ella queda obsesionada.

Los primeros gatos que tuve fue durante la infancia. Eran escurridizos, habituales de los tejados donde se veían camadas recién paridas, especímenes accidentados y fieras hembras defendiendo sus territorios. En ese tiempo los gatos ocupaban en la televisión un espacio permanente, sarcástico. Estaba Don Gato y su pandilla; Silvestre que perseguía a Piolín eternamente, y los incombustibles Tom y Jerry. Todavía los gatos no disfrutaban del prestigio social que han adquirido. Eran más bien supeditados a la sagacidad, a las ratas y a la vida callejera. La película animada El gato Fritz era porno y rara. Y, por cierto, el solaz de los adolescentes de los 80. Verla en VHS era un panorama que se organizaba con dedicación.

Paul Léautaud
Paul Léautaud, retratado por Robert Doisneau, en 1953.

Mientras estudiaba en la universidad leí La Gatomaquia, de Lope de Vega. Es un poema épico de índole satírica, repleto de versos que dan ganas de retener en la memoria por su agudeza. Ya conocía los cuentos de Edgar Allan Poe, los poemas de Baudelaire y T.S. Eliot, además del libro El idioma de los gatos, de Spencer Holst. El caso de Paul Léautaud me interesa en especial: vivía con decenas de gatos. Los alimentaba con su módico sueldo de crítico teatral. En sus diarios, los animales y las amantes son su entorno más privado, su consuelo. Llega a su hogar agotado y solo lo reconforta estar con sus amables bestias o con una mujer, nunca sumisa, aunque sí complaciente.

Mi gata está lejos de los riesgos. Es negra y se mueve a discreción por los pasillos. Duerme en sitios específicos, apegada a su rutina. Optó por la comodidad y el regaloneo antes que por la cruda vida emocional. Corresponde al tipo de animal que se cría e integra a la familia. Y supera a la mascota en su trato. Las crónicas de Guillermo Cabrera Infante sobre Offenbach, su gato, describen su carácter, incluso sus mañas. Lo representa como un sujeto que entabla relaciones estrechas e intensas. Es mi experiencia. He visto a mis hijos crecer cuidando a la gata, la respetan y aceptan sus caprichos. Envejece más rápido que ellos y lo notan.

Antes, en Chile, los gatos estaban asociados a las inclinaciones nerviosas, la extravagancia y lo ambiguo. Los perros dan la confianza y obediencia que necesitan los recelosos. Los canes se pueden amaestrar, llegan a ser obedientes. El gato, en cambio, ejerce la indiferencia. Impone su ritmo y suelen esconderse. Miden el tiempo con una paciencia y astucia ancestrales. Lo que no deja de inquietar. El único cuento de Nicanor Parra, Gato en el camino, retrata a un espécimen que no está para recibir órdenes. Es olímpico en su ánimo.

El poder erótico de los felinos es su rasgo permanente al examinar su comportamiento. Hay un cortometraje de Gaspar Noé sobre la modelo Eva Herzigová. Ella juega en el suelo con un gatito en una especie de performance. Es equivalente a las miles de fotos en Instagram de mujeres desnudas con gatos cerca. Es una estética que cruza la inocencia con la animalidad imprevista. El gato como testigo de un encuentro sexual se empieza a volver común.

Claudio Eliano, en su Historia de los animales, habla de que “son sumamente lujuriosos” y que se dejan llevar por el deseo. El historiador antiguo anota que cuando copulan, los machos queman a las hembras con el semen hirviendo. Eso explicaría que las sujetaran del cuello, mordiéndolas, para evitar que se muevan.

En la Edad Media estaban asociados a las brujas y a Satán. En base a esta superstición los persiguieron. Hubo cruzadas contra los gatos que terminaron debilitando a los fieles. Fue tanta la mortandad que llegó la peste negra. Los roedores sin control la propagaron llevándose miles de miles de vidas.

Gatos samurái
Los gatos samurái.

La influencia de la cultura oriental, en particular cierta literatura y visualidad japonesa que gravita, ha penetrado en la estética y la moral contemporánea modificando su significado y el símbolo que personifican. En Japón representan la buena suerte. Tiene un icono, Maneki Neko, cuya popular figura mueve la pata para dar la bienvenida. El lugar de sabio que le otorgan puede notarse en la novela clásica Yo, el gato, de Natsume Sōseki. El narrador es un felino que critica a la sociedad con ironía. Adopta la calidad de modelo para un profesor. Y en las series o películas de animé gozan de una relevancia enorme. Mencionar a El maestro Karin o Los gatos samurái son solo dos ejemplos contundentes.

Quizá los gatos presentan un rasgo que comparten con sus dueños. Denotan la soledad. Su compañía es cada vez más trascendente. Viven en lugares reducidos. Piden comida y si no se las dan, salen a buscarla. Son fieles, pero no radicales. Perciben la tristeza y se apegan a sus amos en esas circunstancias. Ayudan a paliar la pena, y entretienen con sus movimientos sutiles. Juegan, acarician y llaman la atención. Saben aterrizar. Amortiguan con destreza lo que sería letal para otros. Se lamen a sí mismos. Maestros de la improvisación ante los peligros. No cansa contemplar su modo de soportar la realidad con elegancia y cautela.

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